QUINO
¿Quién no conoce decenas de chistes de argentinos, "gallegos", que para nosotros son todos los españoles, "yanquis" o "americanos", es decir norteamericanos, franceses, brasileños, mal llamados por muchos aquí "brasileros", Católicos, Judíos y demás razas, etnias, credos y nacionalidades con las que estereotipamos humorísticamente a la inmensa y maravillosa heterogeneidad de grupos de individuos que han nacido en algún lugar del mundo por esas cosas del destino o que profesan un credo u otro por distintas razones? Acá va uno, muy oportuno si me permiten la afirmación:
"En una avión viajaban tres curas: un brasileño, un americano y un argentino. De repente, se apagó una de las turbinas. El americano rezó, le pidió a Dios que lo salvara, salió del avión y se estrelló contra el piso. El brasileño hizo lo mismo: rezó, se encomendó a Dios, saltó del avión y se estrelló contra el pavimento. Entonces el argentino empezó a rezar:
- Dios, ya sé que vos no me vas a fallar, que me voy a salvar porque vos no permitirías que muera el mejor de tus fieles.
El argentino se tiró, se abrieron las nubes, una mano lo tomó y sentenció:
- A este lo mato yo.
Este tipo de humor tan nuestro refleja una verdad universal. Todos los habitantes de este planeta tenemos un chip en el cerebro que asocia personas con un estereotipo que forma parte del inconciente colectivo que engloba tanto a la idiosincrasia del pueblo al que pertenece su propia individualidad como un preconcepto generalizado sobre otras gentes. Lo cierto es que no todos aquellos nacidos bajo la misma bandera o más o menos practicantes de una cierta religión responden a esas características con las que solemos asociarlos. Esto también lo sabemos todos, quiero creer.
La cuestión es que con este asunto de un Papa argentino que causó revuelo y se tiñó de todas las ideologías posibles, con defensores y detractores, cuestionadores y fanáticos, catedráticos o legos opinólogos y tirabombas a sueldo, conservadores, progresistas, gente de centro y gente de izquierda, Católicos, Judíos, agnósticos, ateos e indiferentes, salió a relucir casi inconcientemente en mucho de lo que se ha dicho y escrito sobre la individualidad de este hombre, lo que el mundo tiende a pensar sobre nosotros, queridos y odiados argentinos, cosa entendible por muchas razones. Es exactamente el estereotipo que plasma el chiste que hasta nosotros contamos en nuestras mesas de café y nos hace reír. Es innegable que subyace un cierto preconcepto de que todos los argentinos somos tan apasionados y cabeza huecas como para que nos de igual Messi que Bergoglio y que por eso muchos estamos contentos. O de que ahora de repente somos más papistas que el Papa, como dijo una bloguera argentina que vive en Inglaterra. Me da la sensación, a riesgo de equivocarme, de que ha salido a relucir la idea de que somos sudacas de sangre caliente y poco cerebro. Esto dicho hasta por argentinos mismos, no me canso de recalcarlo. Muchos creen que todos pensamos que Maradona es Dios, nos enfervorizamos con Messi porque además de ser genial con el balón nació en Rosario, somos cholulos de Máxima Zorreguieta y la vamos de Gardel en la 9 de Julio y cuando andamos por el mundo. Admito que algo de ese triunfalismo debe ser cierto.
No obstante, para muchos argentinos, pensantes y apasionados, ya que una cosa no quita la otra, hay una larguísima lista de personas bajo nuestra bandera que nos despiertan una admiración menos ruidosa que no trasciende del mismo modo las fronteras. Acá va una y se que me voy a quedar corta, pero me pueden ayudar a completarla en sus comentarios: Favaloro, Milstein, Leloir, Borges, Cortazar Sábato, Gabriela Mistral, María Elena Walsh, Quinquela Martín, Quino y Mafalda, Caloi, Fontanarrosa, Piazzolla, Daniel Barenboin, Les Luthiers, Fangio, Vilas, Del Potro, Lalo Schiffrin, Julio Bocca, Juan José Campanella, el Rabino Bergman... Podría inclusive ampliar la lista con cosas nuestras que nos identifican positivamente, aunque a algunos de nosotros no nos gusten, nos caigan mal o las tengamos prohibidas por prescripción médica: el asado, los ravioles del domingo, la pizza con moscato y fainá, el vino tinto, el dulce de leche, el mate...
Es probable que con este listado no esté haciendo más que confirmar el estereotipo de argentina fanfarrona, el de aquellos que proclaman que Dios es argentino y por eso, en el chiste que cito, Dios lo quiere matar al argentino que muere, va al cielo a pesar de todo y se lo encuentra cara a cara, por soberbio. Dilma Rousseff bromeó en su encuentro con Francisco hace unos días diciendo que el Papa es argentino pero Dios es brasileño, y me pareció simpático y muy esclarecedor su chiste. Ante todo porque, a pesar de ser futbolera cuando de mundiales se trata y argentina, me caen muy bien los brasileños, a quienes tenemos como rivales odiosos y temidos en la cancha, donde los llamamos "brazucas de m...", discutimos para determinar quién es el mejor, Maradona o Pelé, y sentimos que, siendo pentacampeones, se creen "o mais grande do mundo", y además porque su comentario humorístico pone en evidencia ante un argentino que no se la cree lo que tantos piensan de nosotros. Es así y tiene su fundamento, nos guste o no, pero ojo al piojo: no somos todos iguales.
El miércoles atravesé la ciudad en colectivo, tren y subte, haciendo trámites, otro mal argentino, y me encontré con una Buenos Aires empapelada con pósters y afiches del Papa Francisco y con el obelisco enfundado en la bandera Papal. Los pósters y afiches son de proveniencia diversa, evidentemente. Es obvio que algunos responden a ciertos intereses creados a partir de esta proyección histórica que nos da el hecho de tener un Papa argentino que aún no hemos dimensionado y que medio país y medio planeta no termina de digerir. Pueden gustarnos más o menos, los podemos adjudicar a ese fervor bullanguero tan nuestro por cualquier cosa que huele a gol, a nuestra vena triunfalista y hasta podemos objetarlos desde nuestra propia ideología por estar teñidos de otra distinta a la nuestra, pero no creo que sean condenables. En todo caso, podríamos utilizarlos como herramienta de estudio para ver quiénes y cómo somos cuando no nos dejamos llevar por los lamentos del tango, la melancolía de los acordes de un triste bandoneón y el gris plomizo del cielo y el Río de la Plata. Porque además está también el prejuicio de que los porteños creemos que sólo nosotros somos argentinos, no el resto de los más de cuarenta millones de argentinos que habitan este extenso y variado suelo. No puedo dejar de pensar que otro hubiese sido el cantar si se hubiese elegido a un africano o a otro europeo más como Papa. Pero como canta el catalán Serrat y escribió Mario Benedetti "el sur también existe" y se hizo visible y materia de estudio y polémica con este acontecimiento.
Me resulta interesante ver cómo cada sector, cada grupo religioso e ideológico y cada país reacciona ante este hecho sin precedente y me sirve como una herramienta sociológica para seguir pensando en el ser argentina y habitante del diverso y heterogéneo mundo de hoy. Estaría buenísimo llamarlo a Zygmunt Bauman para que escriba sobre la argentinidad líquida (¡mirá que título que le tiré a Bauman!), pero ya está grande, lleno de guita, de premios y distinciones, cobra en euros, vivimos en el culo del mundo y no creo que le interesemos ni ahí.
A boca de jarro