En el diario La Nación de ayer domingo, sale una nota en portada que dice:
"No a "su majestad", el bebé"
"Expertos en psicología infantil sostienen que los chicos necesitan límites. Salud/pág 28."
Y en la página 28 , me encuentro con lo siguiente (incluyo citas de la versión digital del artículo de lanacion.com)
Congreso Latinoamericano de Primera Infancia
"Su majestad, el bebe": un modelo de crianza a desterrar
Expertos coinciden en la necesidad de que los padres pongan límites claros a los chicos
"Durante años en Israel se sostuvo la tendencia a gratificar a los niños, sin decirles que no para evitar el llanto. Y hoy vemos que cuando cumplen dos años o dos y medio los padres quieren instalar el no, pero los niños se rebelan, como diciendo ¿por qué prohibir lo que antes estaba permitido?"
Esto me
recuerda a una escena que presencié hace un par de semanas cuando llevé a mi
hija a una consulta cardiológica, un control de rutina. El turno se atrasó,
como es también rutina, y en tanto esperábamos, llegaron una madre con su
comitiva de tres cachorros humanos pequeños. Dos de ellos se apoltronaron
frente al plasma de la sala de espera, donde se mostraban dibujos animados pero
en inglés. Allí quedaron de todas formas adheridos a la pantalla, y la madre,
muy arreglada por cierto, cargada ella con bolsos y petates, peló su blackberry
y se puso a hablar en plena sala de espera de un hosital para niños, y a viva
voz. Por estos fenómenos de la comunicación moderna, no pude evitar escuchar y
ser partícipe de la conversación entre esta joven mamá de look ejecutivo y su
empleada doméstica. Le llevó unos largos diez minutos darle las instrucciones
de lo que debía comprar y preparar para la cena familiar. Yo miraba mi reloj y
deseaba que de una buena vez nos hicieran pasar a la consulta, ya que no sólo
estaba un tanto ansiosa por el resultado del control de mi hija, sino además
por todas las cosas que había dejado en casa: mi hijo mayor, la pila del
planchado sin planchar, y sobre todo, la cena sin hacer, que esta mujer estaba resolviendo
con un simple llamado telefónico: bueno, no tan simple. Había en su discurso un
sinfín de indicaciones, porque lo que comía X no debía comerlo Y, y lo que se
preparaba al horno para Y debía simplemente hervirse para X. El tercer hijo, el
mayor, entretanto, no se quedó sentadito pegado a la pantalla arrullado por un
inglés que resultaba incomprensible hasta para oídos entrenados, sino que
comenzó a rondar a su mamá, a medirla y sopesarla cual si fuese su presa, y
luego comenzó un ataque de histeria a los gritos que cautivó la atención de todos
los que nos encontrábamos allí sin demasiado que hacer más que observar la
escena. Exigía una bebida bien fría y un alfaljor del kiosco de enfrente. Su mamá
comenzó a interrumpir la prolongada conversación con su doméstica hasta que
finalmente dicidió ponerle fin, para sentenciar a viva voz y meneando el dedo
índice:
-"Bueno,
pero a ver, ahora no podemos cruzar al kiosco porque nos va a llamar la
doctora. Tenés que esperar. Mamá ya te dijo que a veces hay que esperar."
-"¡Sí,
pero yo tengo hambreeeee! (Llanto)
-
"No llores. A ver, ésto ya lo conversamos otras veces. Siempre que querés algo,
lo querés "ya". Y ahora hay que esperar. Y si no te ponés a llorar.
Mamá ya te dijo que no tenés que llorar por pavadas."
El
artículo también habla sobre "el arte del equilibrio", equilibrio que
parece muchas veces perdido, y que no es nada fácil de lograr. Los chicos ponen
a prueba nuestra paciencia y nuestro propio límite todo el tiempo. Es esperable
desequilibrarse de tanto en tanto. Pero, bueno, no somos perfectos. También se menciona en el artículo un modelo de crianza perfeccionista, y estoy de acuerdo. Creo que no les hacemos un favor a nuestros hijos al pretender ser perfectos, porque seguramente esperaremos lo mismo de ellos, y pasados los primeros tiernos e idílicos años, el vínculo sufrirá, porque nadie es perfecto: nuestros hijos tampoco.
Lo
importante, me parece, es no desbordarse. Entiendo como desequilibrio algo
temporario que se revierte en un rato. Se vuelve a la "homeostasis" con bastante "ommmm",
y ya. Bueno, en verdad muchas veces me encuentro pidiéndoles perdón a mis hijos
por haberme desequilibrado, y siempre me sorprenden, porque me piden
perdón ellos a mí. Ellos saben que yo soy de carne y hueso, y que ellos también
se las mandan: eso es lo que yo llamo "equilibrio".
El
artículo parece avalarme en ést0:
"Ambos profesionales comparten la imposibilidad de sostener un modelo de paternidad perfeccionista y ajeno a las múltiples e inevitables equivocaciones. "Ser un buen padre no significa no cometer errores o no tener momentos de falla de la empatía con el hijo. El punto principal es tener la capacidad de reparar", dice Mirr.
Y Guedeney refuerza: "Es importante desarrollar la sensibilidad suficiente como para ver la respuesta del niño a un error y cambiar lo que sea necesario cambiar. No necesitás ser extremadamente inteligente ni excepcional para ser una buena madre, basta con ofrecer protección y amor. Porque el bebe, el bebe normal, promedio, hace el resto del trabajo".
Y Guedeney refuerza: "Es importante desarrollar la sensibilidad suficiente como para ver la respuesta del niño a un error y cambiar lo que sea necesario cambiar. No necesitás ser extremadamente inteligente ni excepcional para ser una buena madre, basta con ofrecer protección y amor. Porque el bebe, el bebe normal, promedio, hace el resto del trabajo".
Y el niño también, señores, porque la crianza no se termina a los dos años y medio: continúa por un rato mucho mas laaargo.
Conclusión:
CRIAR= EDUCAR=GRATIFICAR Y FRUSTRAR-LOS/-SE
con criterio y con amor por uno mismo y por sus hijos.
A boca de jarro