¡Listos para comenzar el año escolar! Mesa del living llena de carpetas para armar, hojas para numerar y libros para forrar: sí, todavía hacemos eso en el siglo XXI, cuando creíamos que íbamos a tener autos voladores....
Pero lo que más me está costando es ayudar a mis hijos a manejar el MIEDO que les produce el cambio al comienzo de un nuevo año lectivo.
El MIEDO al cambio es natural, aunque el cambio sea la realidad más natural de la vida. Hasta cierto punto es bueno, como diría mi abuela, "El MIEDO no es zonzo". Moviliza y hace que el esfuerzo tenga una buena carga de adrenalina. Pero sin embargo, hay algo por ahí que me hace ruido y necesito reflexionar.
Mi hijo mayor comienza el secundario: es un gran cambio de paradigma, un rito de pasaje para el que supuestamente lo vienen preparando desde 6to grado. Los adultos nos encargamos de organizar grandes festejos de egresados: viaje, fiestas, etc. Pero los chicos, que se aturdieron con tanto festejo, no saben realmente de qué se trata ésto que comienza, y, en rigor, no egresaron de nada: quien egresa del colegio al final de la primaria no llega muy lejos. Creo que en todo caso deberíamos festejar el ingreso al nivel medio, aunque para un chico de doce o trece años, lograr pasar la primaria no debería ser ningún mérito a menos que padezca de algún trastorno de aprendizaje o una discapacidad. Me pregunto quién se ocupó de prepararlos realmente, más allá de proclamar que lo estaba haciendo, y para qué los preparó.
Mi hija menor pasa a tercer grado, y como su maestra sentenció en una reunión de padres, -"Quien no pasa este ciclo, fracasará en el resto de la escolaridad, porque estamos ante el cierre del primer ciclo". ¡CÓMO PARA NO ASUSTARSE! No hace mucho, también después de celebrar con bombos y platillos que era "egresadita del preescolar" (???) padecimos primer grado, y lo digo con mucho dolor. No porque mi hija tenga ninguna dificultad ni sea "lenta", afortunadamente y certificado por psicopedagoga y todo, sino por la exagerada demanda y el apuro de los docentes a cargo. Recuerdo que cuando comenté con algunas mamás del grado mi sorpresa ante las ecuaciones que se les daban a resolver, -"Solitos, y sin contar con los dedos, ¿eh?", una de ellas me contestó: -"Mucho mejor. Van a estar bien preparados para la universidad". "¿Para qué?" pensé yo, "¿Así?" . No obstante, ante la falta de eco, preferí callar. ¿Acaso no saben que estos "primergraderos" están necesitando una maestra madraza que los ayude y no los deje solitos? ¿Acaso ignoran que necesitan aprender a un ritmo natural, acorde a la biología, y que están en plena etapa de pensamiento concreto? La desgracia de saber por ser docente aumentaba aún más mi indignación y vergüenza ajena. Pero no: -" YA SON GRANDES", cacareaban. No más patio de juegos ni dinámicas lúdicas. ¿Para qué jugar? Ahora, sentaditos y a coserse la boca, a copiar y copiar, a usar lapicera y reventar cartuchos que cambian solitos, a llenar diez cuadernos, a aprender inglés y después con el resto de energía, a la clase de informática, tecnología, patín y porcelana fría.
¡Pobres chicos! Bueno, tal vez no sea así en todos lados, pero así me tocó a mí. Por eso recordé el poema de Silvia Zurdo y su frase "No soy adulto pequeño". Parece una obviedad, pero lo olvidamos, tanto padres como docentes. Está bueno leerlo completo, y yo se lo regalé a fin de año a la maestra de primero de mi niña, aunque seguro no entendió nada.
Y mis chicos tienen MIEDO. El tema no es no ser capaz o no querer esforzarse: el tema es no lograr complacer al adulto que debería guiar el aprendizaje con un criterio basado en el conocimiento. Y creo que esa es la clave del éxito escolar: satisfacer las expectativas del docente que toca, y dar una buena impresión de entrada tratando de mantener ese perfil durante el año. Los docentes nos dejamos influir fácilmente por la primera impresión, nos cuesta cambiarla, y prestamos atención a la opinión de nuestros pares de qué tal es fulano o mengano, lo cual catapulta a pocos y condena a unos cuantos durante todo el transcurso de la vida escolar, salvo honrosas excepciones...
Y también estamos nosotros, los adultos, con nuestros propios MIEDOS: MIEDO a los chicos de esta generación, MIEDO al fracaso escolar de nuestros hijos y nuestros alumnos, MIEDO a ser los responsables de ese fracaso... El "síndrome de Peter Pan", esta obsesión por ser "forever young" y lucir joven toda la vida que algunos de nosotros tiene es directamente proporcional a la presión que algunos ejercemos sobre los chicos para que CREZCAN RÁPIDO.
A veces no entiendo cuando me dicen: -"Aprovechalos ahora, porque crecen rápido y se van". ¿Qué querrán decir? Los hijos no están para ser aprovechados ni para quedarse pegados a nosotros todas sus vidas. Pero una vez terminada la etapa del bebé juguetón, justo cuando la cosa se pone desafiante porque podemos dialogar y debemos EDUCAR, parece que nos agarra un tremendo MIEDO y el consecuente apuro porque se hagan grandes "solitos".
Ayer mi hija de siete me preguntaba si estaba bien que todavía le gustara la calesita, ya que algunas de sus compañeras que se visten como teens y no juegan con muñecas se burlaban de este tipo de divertimento, que espero disfrute hasta que su reloj marque otra hora. Esta misma hija acaba de terminar sus sesiones con una psicóloga porque de tanta presión escolar, comenzó con trastornos del sueño, y ya la cambié del colegio donde le daban las ecuaciones en primer grado... La psi nos aseguró que es sana, como claramente veíamos sus papás. Pero consultamos porque tuvimos MIEDO. Tendré que comprarme y leer el libro de Pacho O'Donell, La Sociedad de los Miedos, pero tengo MIEDO de leerlo...
Y sí: es la sociedad que está enferma y nos enferma. Esperemos que este año escolar que se abre el lunes no nos quite el sueño ni nos meta más MIEDO.
A boca de jarro