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miércoles, 11 de abril de 2012

Huelga a los deberes


Si las madres lo hablamos en reuniones familiares, de amigos o en la puerta del colegio, no pasa nada. Somos unas histéricas quejosas. Ahora si la cosa viene en caja de perfume importado de Europa y Estados Unidos, sale nota en el diario y todos los especialistas locales lo comentan en los medios, se les da razón a los que saben. Es que nadie es profeta en su tierra...  Y no hay nada más persuasivo y contundente como un libro escrito por un graduado de una prestigiosa universidad norteamericana para darle credibilidad a un hecho cotidiano, a una verdad de perogrullo. Por eso con gusto me uniría a la huelga de los deberes que se lleva a cabo en Francia por estos días.

Los deberes son odiados por los niños en los primeros grados de la escuela primaria, tanto como por sus padres y por sus propios maestros, que deben corregirlos. Hoy los especialistas dicen que este odio no es infundado, ya que carecen de utilidad pedagógica, y contrariamente a lo que se piensa, traen más desventajas que beneficios.

Los beneficios pedagógicos de la tarea para el hogar están bajo la lupa en el hemisferio norte y se encuentran derrotados por la cantidad de efectos nocivos que generan:  agregar horas a la ya extensa jornada escolar de los niños, crear conflictos familiares a la hora de sentarse en casa a hacerlos, ponernos a los padres en el rol de profesores particulares, generar una injusta desigualdad entre quienes reciben ayuda de los adultos paternantes y quienes no a la hora de abordarlos y, sobre todo, reducir o simplemente anular el tiempo del que los niños disponen para hacer lo que deben hacer los niños, es decir, explorar el mundo, crear, hacer actividades recreativas que los conecten con la naturaleza, con su cuerpo, con el arte y la cultura sin ser evaluados y jugar.

Varias veces en este espacio dejé salir el humo de mi pava hirviendo al tener que a hacer de maestra de mis hijos pequeños ante la asignación de actividades absurdamente largas, mecánicas y aburridas bajo el pretexto que refuerzan el aprendizaje del aula. En verdad, los padres somos los verdaderos especialistas en el tema, los que hacemos malabares entre criar e instruir hijos cuando el colegio nos endilga esa responsabilidad que no nos compete y en muchos casos nos excede.

Hoy se escuchan voces que dicen que "La idea de que las tareas enseñan buenos hábitos de trabajo o fortalecen la autodisciplina y la independencia es un mito urbano." ¡Qué alivio verlo publicado en el periódico! Alguna vez, al expresar mi alarma frente a otras madres ante la pobre calidad y el apabullante calibre de lo que se le asignaba a mi hija cuando cursaba su tierno primer grado (que de tierno tuvo bien poco), una madre me respondió: "Mejor. Así se los prepara bien para la universidad." Lo cierto es que mi generación no hizo ni la mitad de todas las cosas que hacen estos chicos a contraturno, jugábamos y leíamos más, y no nos fue tan mal en la universidad. Mientras que los resultados que obtiene esta generación de chicos híperexigidos desde su más tierna infancia no demuestran que sepan más o que les vaya mejor en sus estudios secundarios y universitarios. Pero el mundo en el que viven no es el mismo, aunque nos empeñemos en que aprendan de la misma forma en que lo hicimos nosotros. Al menos, por fin se empieza a verbalizar la idea pedagógica subyacente que tantos ignoran: el tema no pasa por la precocidad en la demanda ni mucho menos por la cantidad o complejidad de lo que se les asigne, sino por la madurez y la unicidad de cada niño y el interés y la relevancia que se genere a través del aprendizaje.


A mayor volumen de tareas forzadas, menor parece ser el interés con el que los niños pequeños arremeten con ellas y con su escolaridad.  La escuela y la tarea se convierten en un mal necesario que todos acatamos por el deber ser. Hay libros publicados como el de Alfie Kohn, educador norteamericano autor de El mito de las tareas escolares, y los padres franceses agrupados en la Federación de Consejos de Padres y Alumnos de Francia (FCPE), están protestando a través de una huelga por la que decidieron no hacer los deberes por dos semanas. La FCPE quiere que todos los actores, incluidos los padres, los enseñantes o los directores de los centros, participen en la que denomina como "quincena sin deberes". Se trata de "reflexionar e imaginar otras relaciones familias-escuela y otros medios de comunicación distintos de los deberes y las notas, como lo hacen muchos enseñantes". En Francia una circular prohíbe desde 1956 encargar deberes escritos a los escolares de primaria, pero en muchos casos no se cumple. Creo que todos somos conscientes de que erradicarlos es misión imposible.

No es casual que esto suceda. Hacemos que los niños vivan sus vidas como adultos pequeños  a pesar de que como adultos no tenemos idea del mundo que les depara el futuro a esta generación de niños. Difícilmente podamos prepararlos apropiadamente para él.

Los adultos estamos desequilibrados, desenfocados, desorientados. Los niños pierden su equilibrio. En eso les va la calidad de su infancia y de sus más valiosos años formativos. Y a pesar de las voces que se vienen alzando a favor de cambios necesarios en el paradigma educativo, como las de Ken Robinson, Howard Gardner, quien introdujo el concepto de inteligencias múltiples, Richard Gerver, el catalán Eduard Punset, y, localmente, Susana Mahuer, psicoanalista especializada en niñez y adolescencia, seguimos acatando el adagio que reza: "La letra con sangre entra". 

Probablemente la cúpula educativa tome todo este planteamiento de serias implicancias a risa, como lo hizo el Ministro de Educación francés al enterarse de la huelga a "los trabajos forzosos fuera del horario lectivo" y seguiremos resignándonos a pensar que fortalecen buenos hábitos de estudio aún cuando hablemos de niños que todavía no pueden estudiar, sino aprender a través de experiencias formativas y significativas que respeten su identidad infantil y la realidad del mundo que los circunda. Mientras tanto, yo celebro una huelga al deber de hacer los deberes aunque la  pregunta obligada que le vaya a hacer a mi hija cuando la retire del colegio hoy, y la que resuena a la salida del colegio cada día después de "¿Cómo te fue?", sea necesariamente "¿Te dieron mucha tarea?". Desafortunadamente, estimo que estamos formulando las preguntas equivocadas.

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