"No tengas miedo", te dije,
y te tomé de la mano,
como cuando, por el miedo,
no conciliabas el sueño
y yo me quedaba velando...
¡Qué estupidez dar la orden
de no temerle a ese monstruo,
como si algún humano sensato
pudiera así controlarlo!
Ese linyera sin ojos,
oloroso y desdentado,
que carga con bolsa de yute
y la lleva bajo el brazo
va por los niños de noche:
es "el Señor de la bolsa",
con quien a tantos aún nos corren,
y es implacable de noche.
Y, de grande, te atormenta
con ansiedad, con insomnio,
palpitar de boca seca,
y hasta en el alma temblores.
Yo sólo puedo decirte
que ese miedo nos habita
y tenemos que enfrentarlo:
¡aquí te ofrezco mi mano!
Para derribarlo juntas,
para, con velas, quemarlo,
para sacarle la lengua
y para, juntas, reírnos
de su siniestra presencia
que hoy reina aquí en nuestra tierra,
tras nuestros barbijos COVID,
y hasta el confín de la tierra.
Mirá a tu hermano, hija mía,
con su remera del Diablo,
parece transfigurado,
de San Ignacio colgado
descubriendo su coraje
al soltar la mano de ese
que lo tenía enjaulado
y haciendo brillar su rostro
en la luz de su trabajo.
A boca de jarro