Blanca Cotta es
una señora que cocina por tele y da recetas en medios gráficos hace años. Aunque es mucho más que eso. Es también maestra y profesora de Letras, humorista gráfica,
periodista y libretista de televisión. Yo ya leía su sección gastronómica infantil en la revista Anteojito cuando aprendí a leer y empecé a escribir. Es lo que yo llamaría una cocinera,
más que un chef de estos que te preparan un plato cuya foto muestra más bandeja y ornamentación que sustento donde hincar el diente. Tiene además la gracia de llegar con sus instrucciones y de arrancar invariablemente una sonrisa con sus guiños al lector. Y tiene el don de hacernos pensar en cosas que van mucho más profundo que la batidora. Siempre leo sus
recetas porque son lo que cualquiera puede aplicar en la cocina de batalla, como llamo a la mía, que a veces se me hace para un batallón, aunque somos sólo cuatro. Con lo que tengo a mano, en la heladera, sin condimentos exóticos ni tener
que ir al barrio chino a comprar adminículos especiales, sus recetas por lo general no defraudan. Simplemente, cocina lo
que cocinaba mi abuela o mi mamá y nunca puse la debida atención para
aprenderlo de ellas.
Sobre todo la admiro
porque demuestra que se puede también escribir desde la cocina. Es una elección de vida por la que yo también opté. Sí: ¡cocina palabras! Se me hace una mujer que, como yo, piensa y amasa la vida mientras cocina. Y me gustan las mujeres capaces de plasmar y hacer reverberar ese cálido aroma, que a pura olla y horno ellas logran hacer flotar en sus hogares, en simples y profundas palabras desde la cocina de la vida. El pasado domingo 30 de septiembre, junto a su
receta de Arrollado de atún, ("Nivel de dificultad: Fácil, si todavía
se siente fiaca, compre el pionono hecho y listo."), me regaló un
texto del que quiero compartir un fragmento por su simpleza y por sus
implicancias para mí. Se titula "Las palabras y la vida",
y lo pueden leer completo, con receta incluida, en la Revista Viva de Clarín, páginas recortables y coleccionables 75 y 76, en la sección
"De aquí, de allá y de mi abuela también, Los secretos de
Blanca". Dice así:
Informalísima.
A veces demasiado.
La mayoría de los maridos sueñan con tener esposas serias y, si es posible, un poco acartonadas.
¿Qué culpa tengo si yo soy de papel?
Pero muchas veces me encuentro como "sapo de otro pozo".
Y entonces me sucede que el ser informal hace que me miren como si fuese un bicho raro, que no acata las normas al pie de la letra.
Tal vez por eso más de una vez, las palabras (aún de quien quiero) al aterrizar me duelen, me lastiman, arrugan cruelmente mi ingenua alegría y me obligan a esconderme en el fondo de un caparazón de piedra, sin llamador.
(...)
Decidí entonces, para mis adentros, darle... ¡guerra a las palabras!
Especialmente a aquellas que hieren, ofenden, mortifican.
Penetran en el corazón.
Esas rebotarán contra mi caparazón."
Me pareció una
honesta, bella y simple receta de vida que sentí ganas de compartir. Creo que
la mejor forma en la que una cocinera de batalla le puede dar guerra a las
palabras hirientes es cocinándolas para transformarlas en un platillo
nutricio y sabroso para sí misma y para todos los que comparten su corazón en
la mesa de cada día.
A boca de jarro