Hay un dicho que reza: "No aclares que
oscurece". Pero voy a aclarar para oscurecer la luz que irradió mi
reflexión anterior sobre las minivacaciones de risa y luz que nos dimos como familia
el fin de semana pasado yendo al teatro porque está en mi naturaleza hablar a
boca de jarro.
Ante todo,
creo necesario aclarar que lo de no viajar este verano es una opción que ha
tomado mucha gente simplemente por una cuestión injustamente numérica.
Un sueldo medio-alto para un adulto con hijos en la Argentina con un buen
empleo full-time oscila entre los $9.000 y los $15.000 pesos, impuesto a las
ganancias incluido, el cual se lleva entre 10% y el 15% del mismo, en un
contexto donde hay que hacerle frente a una inflación anual del 25% al 30%. Este sueldo es
equivalente a un salario de aproximadamente $1.500 a $2.500 euros, algo por
encima del mileurista. Es decir, multiplicamos cada peso más o menos por 6 en
este país para obtener un euro y a cada dólar por 7 u 8, dependiendo de si es
verde o "blue", como se da a llamar al dólar que se compra en el
mercado negro para obtener un mayor volumen del autorizado por el gobierno, por
ejemplo, para salir al exterior. Esta restricción se conoce como cepo
cambiario. Nuestros gobernantes nos autorizan a comprar entre 25 y 50
dólares diarios por persona para viajar afuera. Comprar oro sería menos
complicado. Igualmente la cuestión es comprar.
Ahora vayamos a
los bifes, la especialidad argentina. Las minivacaciones al teatro Gran
Rex a ver a Les Luthiers con localidades de privilegio, en fila 7, para cuatro,
nos costaron $1.280 o 220 euros. Esta salida al teatro comparada con unas
minivacaciones disparó la asociación de un comentador amigo de la casa con la "gasolina
de bajo octanaje", o como diríamos aquí, de medio pelo, y no me
ofende para nada la similitud, porque la siento igual, ya que en otras épocas,
con el mismo trabajo y equivalente sueldo pero distintas condiciones
económicas, pudimos acceder a viajes maravillosos en la Patagonia argentina,
sin ir más lejos, en el Calafate mismo, donde se ve mucha riKeza por
cierto. Hoy por hoy, unas horas un sábado por la noche para una familia tipo,
con localidades en primera fila en el teatro, a riesgo de perder la billetera a
la salida por la inseguridad imperante, tal como les conté, costo de
estacionamiento y gasto de gasolina para el traslado de ida y vuelta, cena en
un buen restaurante con postre y vino, alguna compra de ropa no muy ostentosa
previa que hacemos las mujeres para la ocasión y alguna golosina o refresco
durante la función, más propinas, equivale aproximadamente a $3.000 o 500
euros, que implica el gasto que hacemos en todas las compras que necesita hacer
una familia tipo como la mía en el supermercado mensualmente para abastecerse
dignamente.
Otro comentador querido se asombraba de que los teatros estuvieran desiertos en general en nuestra tierra. A nosotros nos entristece, ya que amamos al teatro y adoramos llevar a nuestros hijos a ese mágico espacio. En mi hogar, quienes aportamos somos dos profesionales con tres títulos, mi esposo tiene dos, yo, uno, y ambos obtuvimos medalla de honor por nuestro desempeño académico. Aún así, no podemos hacer una salida como ésta al teatro en familia más que una o dos veces al año, debido al poder adquisitivo enflaquecido o devaluado de nuestros salarios, que es lo que obtenemos por nuestros trabajos, siendo que no tenemos contactos que nos acomoden en puestos mejor pagos, ni hemos heredado campos, ni empresas, ni tampoco nos hicimos políticos o personajes mediáticos o jugadores de fútbol de primera. Entonces, hasta ahí llegan nuestras salidas al teatro, que es muchísimo más de lo que pueden costear millones de bolsillos de otras argentinas y otros argentinos, por lo cual nos sentimos sumamente afortunados, aunque desde ya, aspiramos a una situación mejor para todas y todos.
Unas
vacaciones en Cariló, por ejemplo, destino predilecto de la clase paqueta
argentina en la Costa Atlántica que parece ajena a los vaivenes inflacionarios
y cambiarios, en un buen hotel durante 5 días, se ofrece a $4.280 con desayuno
incluido, nada más. Digo nada más porque no incluyo los extras
indispensables si uno sale con chicos de veraneo. Ésto implica un gasto de
alrededor de $20.000 para una familia tipo, agregando comida y sin hacerse los
locos, o sea unos 3.000 euros.
La opción de
playa en el extranjero, tomemos Brasil y Florianópolis, mi lugar favorito si me
dan a elegir como playas más o menos cercanas, en hotel con media pensión, unos
8 días para carnaval y con aéreo, cuesta $6.500 por persona o $30.000 para toda
la familia, y ahí se va el sueldo de un mes de trabajo entero de dos que
trabajen todo el día afuera de casa y ganen realmente bien. Y al volver, hay
que hacerle frente a la temida canasta escolar de cada marzo.
Con todo ésto,
lo que intento decir es que no me siento una pobretona por no haberme
dejado estafar este verano para cumplir por la obligación social de viajar para
vacacionar o para, a la vuelta, postear una simpática entrada en mi blog acerca
de lo cansador que resulta irse a la playa con los chicos para descubrir que
“...de la maternidad, una nunca se toma vacaciones". Como comenté en
ese blog al que cito y no voy a nombrar, ya que lo hice sin ánimo de ofender
pero con los pies sobre la tierra y registro de la realidad que me circunda
como madre en Argentina, y siendo la única de las pocas comentadoras que no
obtuvo respuesta de su autora, al leer una reflexión tan banal, no puedo dejar
de pensar en tantas familias trabajadoras de nuestro país que este verano no
pudieron darse la merecida posibilidad de salir de vacaciones, ni en micro, ni
en auto, y mucho menos en avión, y de "volver": "Habiendo tomado sol, conocido
lugares, comido rico, comprado cosas y sacado millones de fotos..." sin sentirse "listas" para regresar por el cansancio de ese rol que no se deja de ejercer ni de vacaciones, tal como
describe ella misma, aún calificando esta experiencia como "sanadora"
para su grupo familiar, lo cual celebro. Ésto debería poder pasarnos a todas y
todos, pero no sucedió este año debido al alto
costo que implica para una familia de clase media argentina, a la inflación
imperante y a la peleada cuestión salarial. Optamos o tuvimos que quedarnos en
casa con los chicos y, con suerte, anotarlos en alguna colonia o club barrial,
pagando también por ello, para poder seguir con la rutina laboral o hacer
arreglos necesarios en la casa. Para darles una idea, lo invertido en nuestra
casa, en pintura, cambio de cortinados que teníamos desde hace ocho años y necesitaban
reemplazo, ropa de cama y baño nueva, etc., insumió unos $12.000, o sea unos
2.000 euros. Tal vez estos datos concretos y reales brinden una idea más
cabal de la realidad económica en mi país de la que dan los números en abstracto.
Es claro, entonces, que minivacaciones y vacaciones, cansancio y descanso, o gasolina de alto y bajo octanaje son conceptos que adquieren connotaciones diferentes de acuerdo a la realidad de cada uno. De todas formas, para unos y otros, es verdad que de ciertas realidades y roles nadie puede ni debe tomarse vacaciones. Y si de sanar se trata, ruego a todos los Santos del cielo que pronto pueda dejar de gastar las fortunas que he gastado en medicamentos desde que mi salud empezó a necesitarlos, tal vez, en gran parte, debido el alto estrés que estas cuestiones financieras generan en mí. La verdad es que ví mucha más gente en farmacias, laboratorios y salas de espera este verano que gente haciendo o deshaciendo el equipaje de veraneo, pero tal vez sea una apreciación subjetiva y a boca de jarro. Sin dudas, las vacaciones resultan sanadoras no por visitas al médico, análisis y tratamientos, sino por merecidos paseos y viajes en familia que, insisto, todas y todos deberíamos poder disfrutar. Y lamento oscurecer la luz que irradió el tono de mi anterior reflexión con la gris realidad del bolsillo de los argentinos de bajo octanaje...
A boca de jarro