En un mundo en el que se piensa poco, y en el que los pocos que piensan lo hacen mayormente de modo convergente, los artistas y los pensadores divergentes son generalmente etiquetados de raros, ecxéntricos, disfuncionales, anormales o, lisa y llanamente, de locos.
¿Serán locamente geniales o genialmente locos?
Varias veces me he encontrado con escritos de psiquiatras eminentes que se dedican a diagnosticar la locura de los grandes genios incomprendidos de todos los tiempos. Me encontré este año, allá por agosto, con una breve nota en La Nación acerca de le depresión que padecieron líderes tales como Gandhi, Lincoln y Martin Luther King, quienes, de acuerdo al psiquiatra Nassir Ghaemi de la Universidad de Tufts, han llegado a intentar quitarse la vida. Ghaemi publicó un libro este año, en el cual incluye sus pruebas acerca de lo que él denomina "la enfermedad del poder". El libro se llama A first-rate madness (Una locura de primer nivel: Descubriendo los vínculos entre el liderazgo y la enfermedad, Penguin Books, 2011). Es un libro que me voy a permitir no leer. Como ya reflexioné en una entrada oportuna, me quedo con los líderes depresivos que son capaces de tener un sueño, de mover y conmover al mundo con sus ideales y palabras, y prefiero nutrirme de la grandeza de sus locuras antes de sumergirme en las miserias y los tormentos de sus diagnósticos de patología mental. Elijo seguir soñando al son de sus descabellados sueños, y hago votos para que el futuro nos provea de gente con una visión tan clara, tan cuerda, de lo que debería ser la realidad.
Es muy posible que la psiquiatría no yerre el diagnóstico, pero no puedo dejar de reflexionar críticamente sobre un par de cuestiones. Ante todo, me pregunto hasta qué punto es relevante y pertinente hacer un diagnóstico post-mortem. El fenómeno post-mortem es uno de los más injustos y lucrativos de nuestros tiempos. Injusto, porque la persona que está siendo analizada extemporáneamente y sacada de contexto (al mejor estilo del historicismo que también se ha impuesto en otras cuestiones), puesta bajo la lupa del microscopio de la ciencia de la salud mental, no ha dado siquiera su consentimiento para tal cosa, y el diagnóstico a estas alturas sirve de poco: de hecho, a quien de nada le sirve es al paciente en cuestión. Lo que interesa y verdaderamente nutre es la grandeza del grande, no su locura o disfuncionalidad en vida. Y lucrativo, porque bien sabemos cuánto más venden los genios y las celebridades después de pasar a mejor vida, gente que tal vez en su paso por este mundo vivió y murió en la pobreza, el aislamiento o el destierro, y no fue merecidamente recompensada por su grandeza. Los ejemplos abundan local e internacionalmente.
Además, este tipo de literatura se me pinta amarillista, me huele a intento de colgarse de la fama y la grandeza ajenas, así como también de las miserias que todos tenemos, para saborear nuestro minuto de gloria. Es mucho más sencillo hacerse grande a costa de un grande que por grandeza propia: ¿se entiende o suena muy loco? Soy partidaria de dejar a los muertos en paz, de nutrirnos de lo que nos han legado, que queda con nosotros para hacerlos eternamente grandiosos. Las biografías, los documentos y testimonios que se recopilan una vez que un genio se ha ido de este mundo para no volver nos proporcionan una mirada parcial e incompleta del transcurso de sus vidas. Vidas como las de cualquier mortal: ¿Tomaba té o café?. ¿Se duchaba o tomaba baños de inmersión?. ¿Tenía una esposa y un amante o un perro y ningún amigo? Yo pregunto: ¿qué diablos importa? ¿No se parece esto acaso a los programas de chismes de nuestra televisión, que se dedican a husmear en las vidas privadas de la farándula, sin que la información chatarra que se nos proporciona de ellos aporte un ápice a sus talentos o a su absoluta carencia de ellos? Por lo tanto, me rehúso a consumir este tipo de literatura tanto como a ver esos programas. Y hasta diría que soy bien escéptica en cuanto a su validez y su aporte a nuestra cultura, cordura y bienestar.
El domingo pasado se publicó una nota en la revista dominical del periódico La Nación, LNR, titulada "Genialidad y locura", escrita por Federico Abuaf (pág. 30-32). En ella se da cuenta de la enfermedad mental que padecieron genios incomprendidos por sus contemporáneos y etiquetados de locos por nosotros, tales como Vincent Van Gogh, "el suicidado por la sociedad" según se lo describe en el informe, Robert Schumann, Albert Einstein, Samuel Beckett, James Joyce, Kafka, el escritor de ciencia ficción Philip K. Dick, exponentes del Art Brut tales como Alöise Corbaz y Adolf Wölfli, etc. Todos ellos han sido analizados por psiquiatras de envergadura sin haber pasado jamás por sus divanes, para ser diagnosticados locos. Los psiquiatras aseguran que el arte era "su quitapenas", según el decir de Sigmund Freud, es decir, una forma de sublimación de sus propios infiernos: una forma de escape, aunque no la puerta de salida.
Philip K. Dick |
Alöise Corbaz |
Adolf Wölfli |
Las etiquetas que se barajan van desde "dispersión", "irracionalidad y comportamiento errático", pasando por "hipomanías recurrentes", "depresión grave", hasta "esquizofrenia y psicosis". Y yo me sigo haciendo preguntas, ya que en eso reside mi propia locura, y lo digo antes de que alguien me etiquete, ya que según los expertos "Existe una relación fuerte entre escritura y psicosis"... Yo me pregunto a cuántos de nosotros nos sirve de algo saber todo esto en lugar de asomarnos a las obras de estos genios, desviados y atormentados por sus visiones extra-ordinarias y sus voces internas divergentes, para sencillamente disfrutarlas, porque en eso estos tipos estaban bien cuerdos: el arte es un modo muy saludable de disfrutar de los infiernos de la vida. ¿Cuántos de nosotros podemos llegar a comprender cabalmente lo que los psiquiatras nos dicen cuando estampan un rótulo sobre alguna destacada personalidad del mundo del arte, mundo que de por sí no responde a las normas que consideramos "funcionales" el resto de los mortales, quienes, muy a nuestro pesar, no pasaremos a la historia como ellos, ni siquiera escribiendo libros para registrar el número de escritores, pintores, poetas y músicos que pueden considerarse locos?
Insisto, como los locos, y pido disculpas si a alguien perturbo con mi insistencia: me rehúso a leer libros que se encargan de indagar en las miserias de nuestros genios, que diseccionan sus cerebros, los miden y los pesan, que revuelven sus cajones buscando pruebas de anormalidad. Me quedo con la genialidad de los genios, con el disfrute que nos han regalado sin pedir mucho a cambio, y ni siquiera respetamos el derecho que todo difunto tiene de descansar en paz y de ser recordado y celebrado por su legado. Por estos días, se cumplieron veinte años de la muerte de otro loco lindo, brillante, la mejor voz que el rock nos regaló en mi humilde parecer: Freddie Mercury. Me quedo con su "Rapsodia Bohemia", desciendo con él a los infiernos orquestados en la esencia de esa composición demencialmente magistral, y me dedico a disfrutar de la grandeza de los grandes. Mientras tanto, ciertos círculos psiquiátricos seguirán proliferando a fuerza de clasificar lo inclasificable, de racionalizar lo irracional, de estigmatizar la genialidad por un minuto de gloria loca.
I'm going sligthly mad... |
Me quedo con la genialidad del psiquiatra y pensador francés Michel Foucault, que alguna vez supo decir acerca de la normalidad y la anormalidad que tanto nos preocupan:
"La
anormalidad es una construcción discursiva que está atravesada por los
condicionamientos políticos de una época que determina quién es normal,
por ende, quién es anormal, - "biopolítica" - y que tiene un poder sobre
nuestras vidas - "biopoder" - que ejerce dictaminando qué es lo que se
debe hacer con el diferente".
Etiquetamos, y así, el diferente y el extra-ordinario es un extraño que se convierte en "anormal", y al etiquetarlo, todo el resto de los individuos que suponemos conformar "la norma" nos quedamos tranquilos, nos sentimos seguros dentro de lo que rotulan como nuestra propia "normalidad". Y los rótulos nos tranquilizan a todos, ¿verdad?
Bohemian Rhapsody (subtitulado) Queen
"Nothing really matters to me
Any way the wind blows..."
A boca de jarro