Según un informe publicado en el suplemento Ñ del diario Clarín del 5 de marzo, los resultados de un estudio del mes de enero que presentó Cyberpsychology, Behavior and Social Networking determinó que cuanto más tiempo pasa la gente en Facebook, más felices considera que son sus amigos y más triste se siente en consecuencia. Parece que al enterarse de todos los eventos sociales de los que quedan excluidos y que sus amigos hacen públicos en sus muros, surgen en ellos sentimientos de ansiedad, tristeza o desencanto, un cocktail de emociones perturbadoras que los psicólogos norteamericanos han clasificado como FOMO, "fear of missing out" o "temor de quedar afuera". Esto aparentemente hace que muchas personas opten por dejar de seguir a algunos amigos, lo cual los psicólogos también explican como un proceso clínico natural denominado teoría de la selectividad socioemocional.
Constaté la veracidad de este fenómeno escuchando una conversación en el ómnibus camino al trabajo días pasados entre dos jóvenes veinteañeros. Hablaban de un amigo de Facebook en común que deseaban evitar, pero que indefectiblemente terminaba participando de todas sus reuniones al enterarse de ellas a través de sus muros. Este pobre indeseable no parecía responder al tipo que encaja en el síndrome FOMO, sino más bien se me hace alguien que se resiste a quedar afuera a pesar de no ser formalmente invitado. Cabría preguntarse para qué se tiene de amigo en Facebook a alguien que resulta desagradable, pero eso es harina de otro costal. ¿O tal vez no?
Algo parecido le sucede a veces a mi hijo adolescente que, a través de sus actualizaciones de estado y publicaciones, busca humanamente ser aceptado con el "ME GUSTA" de sus pares, y se siente defraudado cuando esto no sucede. Ser testigo del calibre de los intercambios adolescentes en el muro de mi hijo fue un motivo de infelicidad que me llevó a plantearme salir de allí urgentemente. Pero persistí por un tiempo quitándolo de mi lista de amigos y asumiendo que tenerlo en ella había sido un error.
Al leer este informe, me resultó paradójico que lo que lleva a algunos a abandonar amistades en Facebook sea lo que en principio me impulsó a crear mi propia cuenta allí. Sentía que me estaba quedando fuera de algo nuevo y multitudinario y quise ver de qué se trataba. Confieso que siendo una inmigrante digital nunca lo entendí, no le tuve mucha paciencia ni puse mucho ahínco, aunque me hice de más "amigos" en esta red social de los que puedo contar en toda mi vida real. Lo cierto es que, sin entenderlo desde un principio y de modo experimental, acepté a unas cuantas personas que me ofrecían su amistad sin siquiera conocerlas, por genuina curiosidad acerca de los motivos que los llevaban a querer entablar una amistad conmigo. Terminé interactuando con unos pocos con quienes me vinculo en otros ámbitos que me resultan más enriquecedores y manejables, por lo cual finalmente tomé la decisión de dar de baja a mi cuenta.
Tal vez jugó el factor emocional en esto, debo admitirlo, que entonces sería explicable como un síndrome de NO-FOMA. Estimo que el detonante fue el pasearme por el muro de una persona que colgaba cientos de fotos en las que se le veía feliz, en sitios espléndidos y acompañada, lo cual me hacía sentir algo incómoda, ya que se trata de alguien a quien frecuento en otro ámbito y sospecho que se mostraba en fotos especialmente tomadas para lucir bien en Facebook por despecho. En realidad, la está pasando terrible por mal de amores, para los que resulto ser una oreja paciente y empática. Quizás la idea sea mostrarle a quien le hace sufrir el bocado que se está perdiendo. De algún modo, me sentí cómplice de una mentira. Ante cada cambio de imagen, producción fotográfica mediante, me daban ganas de comentarle "Pero ¿quién te entiende?", mientras otros le daban sus "ME GUSTA".
Además, mi muro se parecía bastante al muro de los lamentos, aunque nunca hice aportaciones del estilo: "Estoy triste porque mi hijo está enfermucho", cosa bastante frecuente. Nunca subí fotos más que la propia, que jamás actualizo (deberé plantearme seriamente cambiar de foto de perfil de una buena vez, porque la chica de esa foto ya no es más la misma), alguna que otra imagen favorita y enviaba los links de mis entradas del blog, amenizando de vez en cuando con algún aporte que me parecía interesante. Mi muro posiblemente fuese sumamente aburrido, sin eventos, sin nada jugoso para husmear.
Otros muros, sin embargo, me resultaban interesantes y nutricios. Pero generalmente eran los que cosechaban cientos o más de mil suscriptores, y entonces sentía que mi conexión original con aquella persona se diluía inevitablemente entre tanta gente, me daba temor quedar fuera de lugar al comentar ante desconocidos, y terminaba paseándome de muro en muro sin hacer mayor contacto. Tenía varias amistades con muros de un perfil más bajo, similar al mío, en las que me encontraba con intercambios más intimistas en los cuales sentía que no encajaba tampoco. Y debo haber hecho algún que otro papelón al irrumpir en muros ajenos...
Temo que resulta difícil resistirse a la tentación de convertirse en una especie de voyeur en Facebook, lo que en la jerga del mundo virtual se denomina lurker: alguien que anda examinando los muros ajenos sin contribuir activamente. Y es allí cuando realmente me sentía mal, no por andar husmeando, sino por la pérdida de tiempo y lo adictivo que el perderlo de esa forma resulta. Andar de muro en muro simplemente por curiosidad, sin que medie un intercambio, me parecía como espiar por la ventana para ver en qué andan mis vecinos, pero hacer como que no pasó nada cuando salgo a la puerta y apenas los saludo. No obstante, según las estadísticas, la aplastante mayoría de los usuarios de las redes sociales somos lurkers, y me atrevería a decir que como vecinos, lo somos también.
En definitiva, siempre me sentí fuera de Facebook, sea porque no aprendí a darle buen uso, sea porque superó mi inteligencia emocional al procesar los intercambios, o porque entré con expectativas distintas al resto de los 844.999.999 usuarios cuyas vidas tal vez sean más o menos felices gracias a su existencia. Mientras tanto, yo seguiré procurando mi felicidad en otros sitios. Espero que todos aquellos que me tenían de amiga allí sepan comprender, sobre todo, aquellos a quienes considero realmente amigables.
A boca de jarro