"El Kilimanjaro es una montaña cubierta de nieve de 5.895 metros de altura, y dicen que es la más alta de África. Su nombre es, en masai, «Ngáje Ngái», «la Casa de Dios». Cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco y helado de un leopardo, y nadie ha podido explicarse nunca qué estaba buscando el leopardo por aquellas alturas."
"-Lo maravilloso es que no duele -dijo-. Así se sabe cuándo empieza."
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"Las nieves del Kilimanjaro", Ernest Hemingway
Leer a
Hemingway siempre me deja con la sensación de haber realizado un viaje no sólo
por algún territorio geográfico concreto, con su temporalidad, olor y color
particular, sino además, la de haber hecho con él un recorrido por una de esas tierras atemporales a las que tememos
asomarnos aunque son patrimonio universal y exclusivamente humano: el sentido
de la vida, su fragilidad y su intensidad, la confrontación con las arduas
realidades que nos impone la historia, el mantenerse firme frente al mar de las
adversidades y el vérselas cara a cara con la muerte. Con un puñado de palabras que no se escapan de un
rango intencionalmente calculado para darle ese efecto a la vez lacónico y
profundo a la historia, fiel en su estilo a la imagen del iceberg, que oculta
bajo la superficie mucha mayor densidad de la que el ojo capta, y con todos lo
detalles hilvanados por la misma conjunción, los innumerables "y..."
de Hemingway, que taladra con su eco acumulativo hasta develar el
tallado desenlace, su estilo me parece único en su honda simpleza y brutal
realismo. Ignoro si a pesar de ser un Nobel entra dentro de lo que se considera
"el canon". Sea como sea, para mí es de lo mejor de la Literatura.
Entiendo que
desde la perspectiva contemporánea, su persona, siempre reflejada en su obra,
ha sido puesta bajo la lupa por su machismo confeso, su amor por el boxeo y las
riñas, por las corridas de toros, por la caza y por la pesca en aguas
profundas. También su vida ha sido sometida a escrutinio en diferentes
versiones cinematográficas de manera poco convincente. De lo último que he
visto, "Medianoche en París" presenta una caricatura del
hombre basada en los personajes principales de sus novelas famosas. "Hemingway & Gellhorn", (2012), en cambio, con Clive Owen y Nicole
Kidman, no termina de cuajar el estereotipo del fanafarrón y pendenciero a quien todos llamaban
"Papa". Se trata de un drama histórico que se adentra en los
pormenores de una tempestuosa relación amorosa entre el escritor y esta
corresponsal de guerra, Martha Gellhorn, que se arrastra tras causas
injustas conquistando la pasión de un Hemingway voluntariamente involucrado con
idealismos y utopías sangrientas y dominado por sus propias pasiones
irrefrenables: las mujeres, los excesos y el alcohol. Para entonces, los años
treinta, Papa ya se había convertido en un novelista de renombre. Sin
embargo, tengo la impresión de que la película deja a la figura de Gellhorn
mejor parada que a la del propio Hemingway.
Parece que con
este grande de las letras se impone "la patografía", "La biografía
patológica, la monstruificación de cualquier vida. Las lees y en ellas lo que
el autor escribió ocupa un lugar ínfimo”, según explica José Emilio
Pacheco. La proliferación de esta patología literaria se ha convertido en
tendencia, a tal punto que es más fácil encontrar buenas traducciones de
sus biografías que de la obra misma del autor. El lector voyeur es quien la
alimenta, siempre en busca de detalles íntimos, truculentos y extravagantes que
condicen con el personaje que devoró al hombre. Finalmente, como explica Pacheco, el personaje que Papa
Hemingway creó y la novela de su vida no podrían haber tenido otro posible
desenlace.
Más allá de los
retratos cinematográficos o biográficos del hombre, que siempre resultan
subjetivos y hasta irrelevantes para el lector ingenuo, es el escritor quien
nunca defrauda. Es más, cuando se cree haber leído lo suficiente, siempre hay
más para descubrir y sorprenderse. Lo último que encontré es una joya: "The
First Forty-Nine Stories", que se pierde quien no haya dedicado
años al estudio del inglés, porque hay historias en esta colección que no han
sido reeditadas desde las antiguas antologías de relatos, hoy libros de
anticuario o de segunda mano, figuritas difíciles de adquirir. Y es una pena en tiempos en los que los
microrrelatos causan furor. Sus cuentos cortos son una pintura de enorme
maestría y descarnado realismo que jamás dejan al lector indiferente. Por el
contrario, a través de sus pinceladas, Papa Hemingway siempre nos conduce a las
peliagudas preguntas con las cuales él mismo se confrontó en tiempos de falta
de certezas, los de la generación perdida, y que finalmente lo dejaron
sin otra respuesta que el suicidio. Su magistral definición del concepto de la
Nada en "A Clean,
Well-Lighted Place", una de esas historias sublimes para las que no
encuentro ninguna buena traducción al español, ni siquiera del título, ha
cobrado hoy aún más vigencia e implicaciones más profundas que cuando fue
publicada:
"Nada nuestro
que estás en la nada, nada sea tu nombre, venga a nosotros tu nada, hágase tu
nada así en la nada como en la nada. La nada nuestra de cada día..."
Otra gema en
esta colección de cuarenta y nueve cuentos, y algunos verdaderos microrrelatos intercalados e intitulados, es "Hills like White Elephants",
un relato mayormente en forma de diálogo en el que el lector se convierte en escucha
involuntario. Un duelo verbal se suscita cerca de una estación de tren rodeada
de una serranía en algún pueblo español a orillas del Ebro, entre un americano y una muchacha, Jig,
que está a punto de abordar el expreso de Barcelona a Madrid para hacerse una operación que no
termina de convencerla. Sin jamás ser mencionado y entre copa y copa, el lector llega a la
conclusión de que se trata de un aborto, y de que la pareja jamás será la misma después de deshacerse de lo que resulta para ambos un elefante
blanco.
Podría
seguir con títulos destacables como "The Short Happy Life of
Francis Macomber" o "The Killers", pero nada en la colección
supera a "The Snows of Kilimanjaro" ("Las
nieves de Kilimanjaro"), la historia de un moribundo escritor
frustrado, Harry, de safari en medio de la sabana africana y en espera de un avión que
venga en su rescate. Lo acompaña su adinerada, bebedora y negadora pareja,
quien se resiste a discutir con su hombre como distracción o revelación final tanto como a la idea de su muerte inminente a causa de una gangrena, por
no querer asumir la soledad una vez más en su propia vida en Long Island. El hombre, en
cambio, se ha resignado a morir, y los buitres comienzan a rodearlo y a
embriagarlo la macabra risotada de las hienas, llevándolo a recordar escenas de
su vida pasada, de sus brutales experiencias de guerra, de sus inviernos en la nieve y
de todas las historias que hacen al libro de su vida que ya jamás podrá
plasmar. Hasta que por fin llega, corpórea, a posar su cabeza al pie de su camilla, la muerte, le hace
sentir su aliento pestilente en su rostro y le oprime el pecho hasta dejarlo sin habla y adueñarse
de su cuerpo entero. Al morir, el narrador no pausa para anunciarnos el hecho,
sino que continúa con el ensueño de una vida más allá de la muerte en la que
aterriza el avión esperado sobre la llanura dorada de África, asciende y el hombre, con su pierna extendida,
finalmente comprende la profecía que abre la historia: la nave vira hacia el este para por fin dirigirse hacia "la
Casa de Dios", la cima nevada del majestuoso Kilimanjaro. Allí, en la pura blancura de las nieves eternas, yace el
esqueleto de un leopardo que inexplicablemente llegó a esas alturas, como lo
hizo Ernest Hemingway, erguido y de pie frente a su máquina de escribir.
A boca de jarro