Admiro a Arturo Perez Reverte por ser un gran narrador de historias con color y con sabor, con la tinta teñida de la sangre de Cervantes de la mano de su masculina e hispana pluma como arma fulgurante, con cabeza y corazón. Pero más lo admiro ahora que ha dado en el clavo de mi sentir en la honda reflexión que siento que me regala como escrita para mí en su última entrega a La Nación Revista, desde su habitual y siempre jugosa columna, no en vano titulada "Patente de corso". En esta oportunidad, en "Mujeres de treinta siglos" nos habla por igual a mujeres y hombres del siglo XXI sobre una realidad que me resulta harto familiar. Ha escrito un texto que siento hecho a mi medida, que no se eleva a más de un metro y cincuenta y seis centímetros del piso que transito con paso tambaleante tantas horas de las 24 de mis días de años de 365 días que siempre se me hacen más largos. Soy mujer del siglo XXI, un siglo líquido en palabras del hondo pensador polaco Zygmunt Bauman, sobre quien tanto he escrito. Un siglo en cuyas aguas sentimos que navegamos a la deriva muchos hombres y mujeres sensibles y pensantes en busca de anclajes que se nos hagan sólidos.
Soy una mujer de esas que se asume de treinta siglos aunque con los pies plantados en pleno siglo XXI, alguien que aún busca conjugar armónicamente libertad con responsabilidad, divididas a partes iguales por compromiso con mi verdad y el amor que profeso por mi misma, por los míos y por la humanidad. Una mujer con dones para dar, dentro y fuera de su hogar, difícil empresa de manejar.
Una mujer que aún sueña con regalar sus dones artísticos al mundo, aunque jamás del todo aprobados por su entorno familiar y negados a sí misma por creerlos secundarios. Esto ha traído graves "daños colaterales", tanto para los míos como para mí, que Perez Reverte destaca en la apertura de su reflexión dominical. Sigo buscando caminos para expresar la más auténtica esencia identitaria de mi SER, que va más allá de mi sexo, mi parentesco, mis roles diversos y mi elección adulta y responsable de ser "nido-útero-corazón".
Es una batalla ardua, pero se puede y se debe librarla, sin ningún "ismo" más que el realismo por arma en esta Troya, porque, como él mismo apunta, como hombre sensible y pensante, tal como quien me acompaña en mi camino desde hace ya veinte años, mi compañero de vida, que me ha regalado una cómoda e importante silla para que escriba textos como este, sin que mi espalda se quiebre:
"...las mujeres son el sujeto más interesante, el que mayores sorpresas aportará a este siglo XXI en el que aún nos encontramos, prácticamente, desayunando."
Y gracias a las promesas nupciales con las que inicié este viaje frente a un altar ante el cual me arrodillo, ahora más que nunca con genuino orgullo, el viaje más trascendental de mi vida, hoy prometo serme fiel a mí misma también, y he de aportar sorpresas. Prometo dejar fluir mi vocación artística negada y relegada a mi sombra, para mi tristeza y la de quienes me quieren bien, esa que ejerzo con alegría conectada con la luna desde una forzada nocturnidad artística que me permite seguir siendo la mujer que quiero ser en mis diversos, elegidos y asumidos roles diurnos que me colman de alegría también. He de hacer cambios internos y externos, enmendar rumbos, dejar truncos ciertos proyectos en los que llevo embarcada décadas buscando Itaca para embarcarme en nuevas e inciertas travesías. No dejaré de explorar para llegar al sitio y verlo como por vez primera: he de des-cubrirme por fin a mí misma, en mi eje, en mi centro y en mi esencia.
Bajo esta nueva luz, sin ningún flash ni retoque, se verán cambios naturalmente también aquí en el jarro. Quien quiera seguirme el rumbo, está invitado, y quien no, que siga de largo: ya no me importa más nada que acatar el grito sagrado que procede de mi "Yo" por fin encontrado, revisitado y aceptado. He de ser esa que siempre he soñado ser, para mí y para el mundo: toda esa conjugada con la madre amorosa y presente, la esposa amante y compañera, el alma de su hogar-nido-vientreabultado-úterocosido-corazón, la hija, hermana, tía, nuera, cuñada, amiga, vecina y ciudadana argentina, presente y atenta, pero ahora desde la luz de su identidad des-cubierta. No sé cómo se logrará sin quebrarse en mil pedazos en el intento, pero lo intentaré: hoy y aquí me lo prometo.
Y honrada estaría de que sobre mi tumba se escribiese algo bien diferente a lo que, según narra Perez Reverte en su luminosa y triste columna procede de un hallazgo femenino, como no podía ser de otra manera, una columna llena de incólume verdad de-velada que me des-vela en esta helada noche porteña, se encontró en en el epitafio de una mujer romana del siglo II:
"Nunca pensó en sí misma, nunca se consideró libre".
¡Gracias Perez Reverte por tan honda y certera reflexión!
¡Y gracias Javier que me la orejeaste para que me la des-cubriera!
A boca de jarro