Ha pasado la Navidad con su conmemoración de un nacimiento. Ahora nos disponemos a hacer la cuenta regresiva del año que caduca: ahora nos damos cuenta de que los años tienen fecha de vencimiento.
El fin de año es un Memento mori. Esta es una frase latina que significa "Recuerda que morirás", y que se usa como tema recurrente en el arte y la literatura que trata de la fugacidad de la vida. Su origen se remonta a una peculiar costumbre de la Roma antigua.
Wikipedia explica: "Cuando un general desfilaba victorioso por las calles de Roma, tras él un siervo se encargaba de recordarle las limitaciones de la naturaleza humana, con el fin de impedir que incurriese en la soberbia y pretendiese, a la manera de un dios omnipotente, usar su poder ignorando las limitaciones impuestas por la ley y la costumbre. Lo hacía pronunciando esta frase, aunque según el testimonio de Tertuliano probablemente la frase empleada era:
"Respice post te! Hominem te esse memento!" | "¡Mira tras de ti! Recuerda que eres un hombre" (y no un dios)." |
Aquí no hace falta ningún siervo que les recuerde a varios de nuestros gerontes su mortalidad. Ellos mismos, sentados alrededor de la mesa familiar, se encargan de recordarnos que esta tal vez sea la última vez que celebren unas fiestas con nosotros. Y así nos aguan la fiesta. Luego brindamos y nos deseamos los mejores augurios, pero ante todo, la salud. Cuando falta la salud, según muchos, no tenemos nada.
Hay a la vuelta de mi casa un muchacho cuya edad es difícil de calcular. Parece que el tiempo no pasara para él, tan estática es su existencia. Es difícil saber a ciencia cierta qué mal se ha llevado su vida de él, pero es claro que en él no está. No habla con nadie, no puede socializar, no se sonríe jamás, y sus días transcurren iguales unos a otros, sea víspera o fiesta de guardar. Se la pasa caminando el perímetro de la manzana de su casa, se queda parado observando la vida que transcurre a su alrededor sin vivirla. Y me pregunto qué sucede en su interior. Imagino que este muchacho debe gozar de mejor salud física que yo. Seguramente sus análisis clínicos tengan valores óptimos y sus órganos vitales no muestren ningún defecto ni patología. Pero es su alma la que enfermó.
Ante casos como este, siempre siento que deberíamos tener la humildad de desterrar del mundo la ilusión de que la enfermedad es evitable y que depende de nosotros el conservarla o perderla. Y no hablo de optar por la autodestrucción. Pero pensar que porque nos privemos de comer ciertos alimentos, o nos sometamos a rutinas férreas de ejercicios y a controles preventivos anuales no vamos a enfermar es una ilusión que nos hace sentir omnipotentes, es una jugada engañosa de nuestro ego que cree que todo lo puede controlar. Es miedo en el fondo, y no verdadero amor por la vida.
La meta final del cuerpo humano es la decadencia hasta convertirse en mineral. La enfermedad física y la muerte destruyen nuestras ilusiones de grandeza. La enfermedad es la inevitable contracara de la salud tanto como la muerte lo es de la vida. Y muchas veces, aunque no siempre, al enfermar el cuerpo, se hace curable nuestra alma. Nos hacemos plenamente concientes de nuestra finitud, de nuestra indefensión y fragilidad física, y tal vez emprendemos una búsqueda de sentido trascendente que nos conduce a una mayor valoración de nuestra verdadera naturaleza y del sentido de nuestro paso por el mundo, que desde ya, tiene fecha de vencimiento. Así de buena puede ser la enfermedad como maestra.
Por eso cuando nos deseamos salud al brindar, yo me pregunto a qué salud nos referimos: ¿a la salud del cuerpo o a la del alma? Porque si es nuestra alma la que ha enfermado para sólo seguir contando los días hasta el último en nuestro peregrinar por la vida, eso sí que es una verdadera calamidad. Esa enfermedad ya no tiene cura, y le quita sentido a todos nuestros esfuerzos por conservar nuestra salud física.
Tal vez a su modo este muchacho que deambula por los días de la vida que le ha tocado vivir no sufra. Tal vez sea yo quien sufre cada vez que lo veo y me pongo a pensar en el sentido de su existencia, la mía, la nuestra. Insisto en que no importa cuántos días se acumulen en este mundo, o cuáles sean las últimas fiestas en las que nos toque hacer un brindis y un Memento mori. Importa vivir con la intensidad que nos brinda la salud del alma, esa que cuando se pierde no se recupera con tratamientos clínicos ni medicación, esa por la cual no hacemos mucho por conservar. Por eso cuando alzo la copa y digo "¡Salud!", me deseo y les deseo a los míos ese tipo de salud.
Eso de durar y
transcurrir
No nos da derecho a presumir
Porque no es lo mismo que vivir
Honrar la vida.
No nos da derecho a presumir
Porque no es lo mismo que vivir
Honrar la vida.
HONRAR LA VIDA (ELADIA BLÁZQUEZ)
Sandra Mihanovich - Honrar la vida