lunes, 28 de enero de 2013

Minivacaciones de risa y luz


  Un verano atípico por lo que noto más que por lo que se informa en mi país este año. Los precios en los lugares de veraneo están por las nubes y las condiciones climáticas en las playas del Atlántico sur tampoco ayudan, como de costumbre, entonces parece que muchos han optado por minivacaciones: escapadas de fin de semana para sacarse el gusto y tener algo para presumir, no sea cosa de tener que admitir que no nos fuimos de vacaciones este año porque la mano vino dura, aunque tuvimos que dormir con estufa en la costa y comer fideos con salsa de tomate...

  El diario y los noticieros decían que la mayoría de los turistas más estables en las playas son adolescentes y jóvenes que ya no veranean con sus padres y que llegan a la playa a la caída del sol, porque van a los centros turísticos principalmente para vivir de noche, de boliche en boliche y exceso en exceso. Lo que se percibe claramente en las calles de mi barrio y aledaños es que la clase media se quedó en la ciudad trabajando. Los comercios no cierran tan largamente como acostumbraban ni se ven casas vacías por semanas ni familias cargando el auto de bolsos y adminículos de playa para irse a pasar una quincena al mar, como solíamos hacer.


  La brecha entre la clase a la que no le afecta y nunca le afectó el desajuste entre salario y costo de vida y la que sí se ve muy a las claras. Los primeros siguen con sus viajes en avión al exterior rumbo a playas foráneas o destinos turísticos como Europa o Estados Unidos, con tours de compras incluidos.
 

   El otro día, en la gris mediocridad de la tele veraniega, me encontré con un programa periodístico en el que el planteo era por qué las salas de los teatros de los lugares de veraneo, e incluso de Buenos Aires misma, estaban desiertas: ¿sería por el precio de las localidades o por la pobreza en la calidad de las ofertas en materia de espectáculo? No perdí ni un minuto de mi tiempo después del planteo inicial en seguir viéndolo, ya que habíamos sacado entradas para ver Lutherapia en el Gran Rex, el día de su despedida, que fue el sábado.
 

  La verdad es que estaba tan entusiasmada con esa terapia que estos grandes artistas me iban a brindar a través de la risa y el talento que los caracteriza hace cuarenta años que no me preocupó en lo más mínimo si la sala estaría medio llena o medio vacía: esta vez, para todos los que dicen que veo sólo la mitad vacía del vaso, miré la llena y me emperifollé para disfrutar del trago. Fue una decisión familiar consensuada entre los cuatro. La opción era pasar un fin de semana por ahí, pagando un ojo de la cara y arriesgándonos al mal tiempo, o ir a una de las salas más imponentes de la ciudad y tal vez de Latinoamérica, con una ubicación privilegiada, y disfrutar de dos horas a puro humor de la mejor calidad. Y ni nosotros, grandes, ni nuestro adolescente hiperconectado, ni nuestra doncella de nueve lo dudamos por un segundo.






  No me sorprendió comprobar que Les Luthiers dio su última y magistral función de Lutherapia a sala absolutamente llena: tres pisos que albergan a más de 3000 personas, que lloramos de risa, pataleamos, nos retorcimos y acalambramos de espasmos de diversión, aplaudimos hasta que se nos enrojecieron las manos, silbamos y vibramos como hace tiempo que no hacíamos. Ahí es donde elegimos muchos irnos de vacaciones y la veo una decisión acertada  para los tiempos que vivimos y el año tal como se presenta. Todo me pareció tan sensato y encomiable que por dos horas me olvidé de que vivía en la Argentina. Me lo recordaron los pungas a la salida, cuando me abrieron la cartera que se meneaba descuidadamente de mi hombro, todavía convulsionado de risas en plena Avenida Corrientes, y me robaron la billetera con unos pesos y los documentos personales que me hubiese arruinado el mes de febrero tener que retramitar.

  Pero el domingo por la madrugada, un ser de luz, quizás otro ángel, me llamó por teléfono. La primera llamada fue a las tres de la mañana y no llegué a contestar: la levantó el contestador automático y no me dejó mensaje, pero mi corazón dio un salto. Me desperté temprano a pesar de la trasnochada y me fui a la comisaría a dejar asentado el extravío de mi documentación identificatoria, porque la denuncia por robo no sirve de nada. Tenía que ir a hacerla en las cercanías del suceso y se sabe que si la policía, que no estaba patrullando la salida de los teatros donde ésto es moneda corriente, encuentra a los punguistas, éstos entran y salen en un abrir y cerrar de ojos y mis cosas no aparecen. Hice la denuncia por extravío en la seccional correspondiente a mi domicilio, abonando diez pesos por la misma, y cuando llegué a casa había otro llamado sin mensaje. Por fin, cerca del mediodía, me llamó por tercera y vencida vez: su nombre es Mauricio. A él le habían vaciado tres bolsillos de su bolsito con documentación de su automóvil y medicación que necesitaba tomar. Su esposa, Liliana, se desesperó al darse cuenta de esto último y se puso a revolver los cestos de basura en las cercanías del teatro. Allí encontró, primero, mi billetera con todos mis documentos y sin un peso, excepto una moneda de diez centavos (¿otro signo?), que había encontrado tirada hacía unos días y guardé por la suerte, aunque no suelo creer en esas cosas. Luego, otra billetera cargada de tarjetas de crédito y documentación de una joven abogada a quien Mauricio también contactó en el curso del día. Y finalmente, en el fondo de un tacho y abriéndose paso a través de los residuos con una botella, Liliana encontró todo lo que Mauricio había perdido, menos el dinero, claro. Por lo cual se volvieron a casa sin cenar afuera y comenzó su cadena de favores ya entonces.

  Charlando ayer con ambos, cuando me invitaron amablemente a pasar por su casa a retirar lo que era mío, me comentaban que lo que más angustió a Liliana era la pérdida de los medicamentos, ya que Mauricio padece de una enfermedad rara que le afecta seriamente los ojos. Mauricio tiene un síndrome autoinmune como se sospecha que me sucede a mí, aunque más serio, ya que le han practicado un transplante de córnea por su glaucoma y sigue peleándola a base de medicación e intervenciones quirúrgicas. Hasta en eso este ser de luz me dio una lección de vida, haciéndome sentir que no todo está perdido como sentimos a veces por la situación socioeconómica, nuestras dolencias o como nos quieren hacer creer las noticias, donde estos hechos no se informan aunque sucedan tan a menudo como los robos, cada vez que se nos desampara a merced de los delincuentes por las calles de nuestra ciudad. Mauricio es un ser luminoso que regala salud espiritual a pesar de ver entre sombras a causa de sus problemas de salud física y es capaz de solidarizarse y ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. Después de la risa terapéutica y la luz que irradió este fin de semana de minivacaciones en la ciudad, hoy los dos tenemos una cita con un oftalmólogo, simplemente porque seguimos apostando por ver un futuro más claro, limpio y luminoso para todos.



A boca de jarro

martes, 22 de enero de 2013

De ángeles y signos

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"CANCIÓN DE CUNA" (1873), William-Adolphe Bouguereau (1825-1905),
Óleo sobre Lienzo. 112 x 86.5 cms. Colección Privada.




"No vemos a los ángeles, pero en las oscuras avenidas de la angustia,
           se acercan y nos llaman. 
¡Se parecen a ellos las personas queridas,
           y no son sino ángeles los seres que nos aman!”

         Pedro Miguel Obligado.

                                              Mamá
  

  Chequeo mails el domingo y me encuentro con este escueto mensaje de mi mamá, que jamás me había enviado un mail ni se hizo seguidora del blog porque no tiene idea de cómo hacer esas cosas. Pero sabe acariciar mi alma y poner la oreja a mis asuntos todos los días. Mi mamá conoce bien las oscuras avenidas de la angustia y es un ángel de la guarda para mí y para toda la familia. Además, sabe que estoy enojada, muy enojada con todo y, sobre todo, con todos los Santos del cielo a los que solía prenderles velas, así que los ángeles encarnados en quienes me rodean para aferrarme a ellos son bienvenidos.
  
  La llamo y me dice que es una cita que tenía recortada de no se acuerda dónde, tal como me pasa a mí cuando leo algo que me pega y lo guardo, y que la lee junto con todas las otras que atesora de vez en cuando, como hago yo también, como si se tratara de una colección de frases inspiradoras autopublicada. Indago sobre el autor y me encuentro más o menos con esta descripción:

"Podríamos definir las letras de Pedro Miguel Obligado, argentino y porteño (1892-1967) profesor, ensayista, conferencista, guionista y sobre todo, poeta de raíz hondamente romántica, con esta expresión titular: Historia de una melancolía. Historia, pues exista o no una realidad episódica en la inspiración personal, aquella poesía evoca para nuestro bien la eterna emoción humana, compuesta por la repetición del mismo caso, que así es histórico en todos y en cada cual."

   Melancolía:" La eterna emoción humana... en todos y cada cual" a flor de piel por estos días. Dos días antes, el viernes por la tarde, la homeópata a la que fui a pedido y sin mucha convicción me había dicho con vehemencia: "¡Entregate!". Soy hija de médico clínico especialista en cardiología. Para mí ir a un homeópata es cuchillo de palo, y la tipa se dio cuenta al toque. Pero el que pidió que fuese es mi arcángel, el que me quiere y me banca y me explicó que con probar no pasaba nada, que era todo natural, que me iba sentir escuchada como no suele sucederme con los médicos tradicionales. Y le hice caso, porque sin él me hundo. Y sé que él sin mí también se hunde, por eso fui. 

  La señora, de aspecto nada esotérico ni hippie y absolutamente distendida y afable, me escuchó durante cuarenta y cinco minutos y me interrumpió unas tres o cuatro veces para reparar en mi lenguaje gestual, en el tono de mi voz, en lo que se escucha más adentro de las palabras. Y con lo poco que dijo tocó fibras que resonaron por lo identificables que resultan, aunque nunca lo había visto tan claramente así. Justamente se llama Clara.

  Supo hacer una radiografía emocional traslúcida de mi persona y me dejó más tranquila. Me recetó unos globulitos para tomar una vez por día. Los fui a buscar hoy a la mañana y empecé. Me dejó su teléfono particular, su celular y su mail, e insistió en que, ante cualquier duda, la contactara, cosa que nunca antes ningún médico, ni los obstetras que me atendieron, hicieron conmigo. Igual sigo sin creer en los milagros.

  Cuando salí de la consulta, me acordé de que hace unos días recibí un comentario en una entrada vieja del blog que agradecía una traducción que hice de una canción de Sting, tal vez el poeta y músico contemporáneo que más admiro en inglés, que me fascina: "The Book of My Life" ("El libro de mi vida"), ese libro que escribimos todos y cada cual día a día. Y el fanático de Sting que me lo dejó me pidió si podía traducirle "Let Your Soul Be Your Pilot" ("Deja que tu alma sea tu piloto"), porque no abundan traducciones decentes de las letras de Sting online. Le prometí hacerlo, pero al intentar traducirla, destrozo la poesía y me da mucha pena. Lo más maravilloso de todo aquello que nos conmueve es que es pura poesía. Así que le doy una señal de qué trata el tema y dejo que su alma lo guíe en descifrar su significado. Es como un signo, porque sí creo en los signos y creo además que son los que mejor nos guían cuando estamos un tanto desorientados:

"Cuando todos tus secretos quedan expuestos (...)
Cuando tu mapa te conduce a la duda
Cuando no hay información
Y la brújula gira en dirección incierta
Deja que tu alma sea tu piloto
Deja que tu alma te guíe
Te guiará bien"


   El alma en inglés es de género masculino: "He´ll guide you well". Digo porque ésto sucede con muy pocos sustantivos en ese idioma que adoro: ¿otro signo? El domingo, antes de chequear mails y llamar a mi ángel guardián materno, cuando escuché las campanadas de la parroquia de acá a la vuelta, me puse la remera nueva y colorida que me compré y fui. Fui con la intención de mirarlo a los ojos y decirle que estaba decepcionada, enojada. Fui para hacer como Él hizo una vez en su desesperación y preguntarle: ¿Por qué me abandonaste? Pero no pude. Porque me regaló un signo, otro entre todos los que recibí por estos días: convirtió el agua en vino para una boda. Al principio no estaba muy convencido, dijo que no tenía nada que ver con eso, que no había llegado su hora todavía. Pero se lo pidió la Madre. No estaba en juego la salud de nadie, como otras veces, como cuando yo me acuerdo de ir a pedirle o como cuando Sting encontró su inspiración poética para escribir su bella canción:
 
 

Sting - Let Your Soul Be Your Pilot (Official Music Video)

Era simplemente el reclamo de lo que debía ser, ya que una fiesta no es fiesta sin vino. La vida no es vida en seco, sin una alegría...
 
 Por eso no busco un milagro, pero encuentro signos como éstos que traen alegría y luz a las oscuras avenidas de la angustia.

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A boca de jarro
   

jueves, 17 de enero de 2013

Como vasija hundida en un mar seco


   

 

  El oftalmólogo me derivó a un reumatólogo porque se sospecha que padezco de un síndrome que lleva el nombre del científico sueco que lo identificó, Sjögren. Mejor no hagan como hice yo mientras espero el resultado de los análisis, que incluso pueden resultar imprecisos para el diagnóstico, y se pongan a googlearlo en internet, porque se pueden llegar a asustar, como me pasó a mí. Confórmense con lo básico: es una enfermedad autoinmune sistémica que se caracteriza por afectar principalmente a las glándulas exócrinas que conduce a la aparición de sequedad en ojos y boca principalmente y es bastante común en mujeres en la cuarta y quinta década de la vida. Sus causas se desconocen aunque se supone que son hereditarias. Y aún no hay una cura.

  Mientras espero más precisiones y junto todo el pelo que se me cae, también por el sueco éste o por la chifladura, como especuló la dermatóloga ayer, aunque ahora, por si acaso, me va a ver un endocrinólogo ya que estamos, los días se me hacen interminables y recibo muchas palabras que sé bienintencionadas, pero que me confunden aún más que la idea de cómo puede verse afectada mi vida si en efecto padezco de este mal que puede traer otros bemoles. Me dicen que no tema, ya que el miedo es lo opuesto del amor, que somos nosotros los arquitectos de nuestro propio destino, que nuestra mente puede alcanzar todas las metas que nuestros anhelos añoren con sólo proponérselo y que puede sanar todas las heridas y males que ella misma recrea, aunque inconscientemente. No lo entiendo. No entiendo nada. Será mi ignorancia emocional, esa que hace que sea de esas débiles criaturas que se sienten como vasija hundida en un mar seco al enfrentarse cobardemente con la enfermedad. 

  Prefiero creer que tememos porque amamos la vida y lo que vino con ella,  la única bella y terrible realidad que conocemos, y que el destino es aquello que, como dedicados artesanos, construimos día a día con los materiales que nos han sido dados, sin un plan ni un diseño demasiado elaborado; y que la creencia de que querer es poder vende mucho pero en verdad no cura todo los males y es humildad y sabiduría aceptarlo: los ejemplos abundan. 

  Todo esto no invalida, sin embargo, la férrea decisión de dar batalla, a la que reconozco como voluntad, hermanada con el impulso vital más profundo. Quisiera hacer con estos mitos, si se me permite, lo que hace el joven alfarero de una tribu india con la vasija que recibe de manos del experimentado y añoso artista alfarero que sabe que llega su ocaso: hacerlos añicos para moldear mi propia vasija, una que salga a flote, ya que son ideas que generan más culpa y más insatisfacción de la que suele acompañarnos cuando el oleaje de lo cotidiano se presenta plácido y manejable, pero resultan confusas y desesperantes cuando las aguas se agitan y nos sentimos como encallados en las profundidades de un mar seco del que deseamos emerger, precisamente por amor al aire fresco que de vez en cuando, aún en veranos sofocantes de esperas e imprecisiones como éste, nos refresca cuando estamos a flote.

  Cuenta Eduardo Galeano:

"A orillas de otro mar, otro alfarero se retira en sus años tardíos.
Se le nublan los ojos, las manos le tiemblan, ha llegado la hora del adiós. Entonces ocurre la ceremonia de la iniciación: el alfarero viejo ofrece al alfarero joven su pieza mejor. Así manda la tradición entre los indios del noroeste de América: el artista que se va entrega su obra maestra al artista que se inicia.
Y el alfarero joven no guarda esa vasija perfecta para contemplarla y admirarla, sino que la estrella contra el suelo, la rompe en mil pedacitos, recoge los pedacitos y los incorpora a su arcilla."


   Romper la vasija no es una exigencia: es una necesidad para el crecimiento personal del ser que somos, para el empuje que precisamos para emerger de lo profundo y lo oscuro, para encontrar la salida del laberinto. La vasija debe ser rota aunque los pedazos de aquellas que sirven como matriz se incorporan, rediseñados por nosotros mismos esta vez, ya adultos y maduros gracias al haber hecho trizas el ánfora dada, para lograr aquella que será finalmente nuestra propia obra y finalmente nuestro legado que otro hará trizas para reciclarlo y recrearse. Y sospecho que ésto nos pasa varias veces en la vida. En mi caso lo asocio con estos períodos en los cuales pierdo la brújula y me enfrento con la enfermedad.


  Dice Jorge Bucay al respecto de esta historia que él incluye en una versión más extensa en una reflexión recortada y atesorada de una vieja e imprecisa edición de la revista Viva que me encontré en estos días de poca lectura y mucha desorientación con respecto a qué hacer para llegar a la orilla de la sanación, sea como la recuperación de la salud perdida o la aceptación de un mal que no mata pero que me cambiará para siempre:

"... hayamos sido arrasados o bendecidos, nunca hay otro remedio que no sea construir desde y con lo que realmente ha quedado.
Todos los pueblos del mundo que han padecido catástrofes, guerras o graves períodos de crisis se han rehecho desde los cimientos de lo que les quedaba.
Cada persona que ha debido superar una hecatombe interna o externa sólo ha podido rehacerse cuando desde su interior aprendió a confiar en los recursos que aún guardaba.
Nadie resurge contando solamente con sus esperanzas o confiando en la ayuda que los de afuera habrán de acercar.... nada nos servirá si no echamos mano a nuestra propia riqueza, a nuestros más guardados recursos, a nuestra sapiencia y creatividad, a nuestra capacidad y nuestro trabajo."

 Ese es el trabajo que me ocupa en estas vacaciones. De todos modos, tomo la ayuda de las manos que busco y encuentro en el camino. Es un camino que debo recorrer una vez más, como cuando leí esta reflexión y decidí guardarla para siempre porque también me sentía vasija hundida y reseca. Es tiempo de reencontrar ese sentido de fluido equilibrio que no es más que la salud y de hacerlo con lo que cuento en mi haber y lo que ya he aprendido en otras oportunidades en las que se perdió, aunque esas herramientas que empleé entonces exitosamente para rastrearlo no salgan a la superficie en esta exploración tan fácilmente como el impulso que me llevó a releer y a hidratarme otra vez de estas enseñanzas que ya forman parte de los cimientos de mi identidad.



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