miércoles, 13 de marzo de 2013

HABEMUS PAPAM ARGENTINO!!!


  


  El párroco de la pequeñísima parroquia de la vuelta de casa a la que asisto en ocasiones los domingos nos contó en la homilía del domingo pasado, después de la lectura de la Parábola del hijo pródigo, que hace más de setecientos años se realizó una reunión para elegir Papa en la que los purpurados no se terminaban de poner de acuerdo. Así fue como se extendió por largo tiempo. Entonces, para presionarlos a tomar una pronta decisión, el gobernador a cargo de la ciudad donde se llevaba a cabo el Cónclave en aquel momento, que recibió este nombre a partir de este suceso, decidió encerrar bajo llave a los prelados en el edificio en donde se reunían, de allí que a esta asamblea se la conozca con el nombre de Cónclave, (del latín "cum clavis" que significa "bajo llave").



  Sin embargo, lo más jugoso de esta historia no termina ahí. Los Cardenales indecisos en Viterbo no solamente quedaron encerrados bajo llave, sino que además, el señor de Viterbo, Alberto de Montebono, hizo realizar una abertura en el techo del edificio en pleno invierno europeo, y por allí se les suministraban alimentos racionados a quienes de todos modos se tomaron su tiempo para arribar a una determinación. A este Cónclave, que comenzó en el año 1268 y concluyó en el año 1271 para elegir al sucesor de Clemente IV, por fin se le ocurrió, luego de haber dilatado la nominación enredándose en discusiones bizantinas, bajo presiones de la política externa y ambiciones de los poderosos de Roma de turno, que la mejor opción sería ir en busca de un santo que vivía en oración permanente y muy frugalmente de lo que los lugareños le acercaban para alimentarse en lo alto de un monte. Este hombre fue nombrado Papa por ser bueno. Pero sólo duró en sus funciones unos escasos cinco meses, porque no basta con ser bueno, hay que ser un buen pastor de un gran y disperso rebaño, una guía que ande los mismos caminos que peregrinamos todos. Aunque este pobre hombre sí logró promulgar la constitución Ubi periculum, que regula la clausura de los cardenales para la elección pontífica y consagra definitivamente la figura del Cónclave como lo vimos realizarse hasta hace apenas unas horas.


  La cuestión es que HABEMUS PAPAM ARGENTINO, y es justamente en mi pequeña parroquia donde conocí a Jorge Bergoglio y donde hoy repicaron las campanas de felicidad ante la noticia para todo el barrio que lo tuvo allí hace unos meses no más. Una señora me comentó a la salida del templo el domingo que hace unas semanas Bergoglio concelebró la Misa en su barrio natal de Flores, y al salir, luego de saludar a toda la asamblea, como es su costumbre, se tomó el subte para volver a la Curia, como hace siempre: es un tipo que nunca quiso tener auto propio y se maneja en la austeridad del transporte público, como lo hacemos tantos de nosotros. Además de su admirable humildad, es un inteligente, agudo, bien formado y estudioso Jesuita, con entrañas de misericordia y empatía que clama por los más desvalidos, un Jesuita que por vez primera llega a ser Papa. La elección de este valioso hombre es un hecho que me ha estremecido hasta las lágrimas por diversas razones. La primera y más importante es porque se trata de un hombre auténtico, trabajador, conocedor de la naturaleza humana, sencillo y valiente, que llegó a ser un buen pastor de nuestra Iglesia emergiendo de la misma clase social a la que pertenezco, la clase media argentina, en extinción hoy por hoy; un técnico químico egresado de la escuela pública argentina de excelencia en su momento y hoy en triste y franca decadencia, hijo de un ferroviario y una ama de casa y formado como sacerdote en el Seminario de Villa Devoto, mi barrio. Y porque al frente de la Iglesia local ha desempeñado un rol clave como vocero de las injusticias sociales, la corrupción imperante y la miseria creciente que le preocupan como a uno más de nosotros. Por eso lo considero justo merecedor del cargo que se le ha sido asignado. 


  La segunda es que sus palabras se sienten siempre honestas y habla con el corazón abierto. Se expresa con frases y modismos que usamos nosotros en nuestras reuniones, en nuestra mesa, quiero decir, habla la lengua de la gente a la cual se dirige y así se hace entender y arranca sonrisas y asentimiento pleno en sus alocuciones públicas. Recibe aplausos y ovaciones a los que siempre intenta acallar, porque no busca ser adulado sino escuchado, aunque muchos oídos se resisten a sus verdades dichas siempre a boca de jarro. Cuando lo tuve cerca, le expresé mi admiración por su persona, e hizo un gesto con su mano, una mano grande y siempre abierta, como para restarle importancia a mis elogios, y luego me ofreció un fuerte y firme apretón de manos que habló más que mil palabras y que guardo en mi corazón. Allí estaba la ilusión que hoy se hizo realidad. Francisco I es un hombre que suele hacer lo que hizo en su primera aparición pública como Papa: se inclina frente a su grey y pide que oremos por él. Y también se anima a levantar su índice para denunciar sin miedo lo que cree condenable, aún a costas de ser desdeñado por quienes detentan el poder político.


  Y la tercera es que América Latina merecía tener un Papa salido de sus benditas entrañas por una vez. Por eso es Francisco I: es el primero de una larga lista que abre la puerta a una esperanza de cambio para nuestro convulsionado y estancado mundo. Para mi país también su elección plantea nuevos horizontes. Yo tan sólo quiero dar testimonio de la alegría de la gente de la calle, de la gente común, la mía y la de mis familiares, que me llamaron ante el anuncio conmovidos, gente común que se siente a la vez aún pasmada y orgullosa, aunque sabemos que lo que le espera no es tarea fácil. Como dijo otro sacerdote que vi por televisión hoy y al que también conozco personalmente, confiamos en que Dios le concederá la gracia y sabemos que todos deberemos pedir que le conceda las fuerzas necesarias que Benedicto no tuvo para llevar la enorme y compleja labor que se le ha encomendado a buen puerto. 


¡Que así sea!


   Oración  Simple

Señor: Haz de mí un instrumento de tu paz,
Donde haya odio, ponga yo amor,
Donde haya ofensa ponga yo perdón,

Donde haya discordia, ponga yo unión,
Donde haya error, ponga yo verdad,
Donde haya duda, ponga yo fe,
Donde haya desesperación, ponga yo esperanza,
Donde haya tinieblas, ponga yo Tu luz,
Donde haya tristeza, ponga yo alegría.

Oh, Maestro: 
Que no me empeñe tanto en ser consolado, como en consolar,
En ser comprendido, como en comprender,
En ser amado, como en amar.

Porque dando se recibe,
Olvidando se encuentra,
Perdonando se es perdonado
Y muriendo se nace a la Vida.




 San Francisco de Asís 



A boca de jarro

domingo, 10 de marzo de 2013

Reverberancias del hijo pródigo: el regreso


Rembrandt, "El regreso del hijo pródigo"


 Se ve en la política de hoy y de antaño, se ve en la Iglesia en vísperas de un nuevo Cónclave, se ve en las grandes obras de la literatura y del cine que recrean la realidad, se ve también, aunque cueste más percibirlo con claridad, en el devenir de nuestras vidas, la necesidad y la búsqueda constante que tenemos aquellos que nos consideramos adultos de una fuerte figura paternante que nos brinde una sensación de protección y respaldo.

  Es interesante siempre analizar fenómenos como el de Hugo Chávez, cuya muerte parece dejar huérfanos a millones de venezolanos que lo despiden con lágrimas, a pesar de todo lo que envuelve y significa un "padre" como Chávez, y aunque un sentir como este no resulte históricamente novedoso. Sucedió en Europa con figuras de poder que generan hasta hoy tanto controversia y repudio como adhesión y fanatismo: Franco, Mussolini, Hitler, Stalin, Lenin, e inclusive, sin ir tan atrás en la historia, en la actualidad la figura, ahora vacante, del Papa. Sucedió en China con Mao. Es curioso que algunos insistan en que es el fervor del pueblo latinoamericano el que erige estos "padres" o "madres" idolatrados, como Perón y Evita en la Argentina o el Che Guevara, para venerarlos y adorarlos u odiarlos y denostarlos. Me inclinaría a pensar que se trata de un fenómeno humano universal no sólo de masas, sino también individual. Lo hacemos con ídolos deportivos, como Pelé, Maradona o Messi, con estrellas del espectáculo, como Elvis, Lennon o Bob Marley, y hasta con figuras destacadas de la cultura, tal vez en distintos grados. Y lo hacemos en el anonimato de nuestra cotidianeidad, siendo causa de equilibrio emocional o de un sentido de desorientación vital y profunda carencia afectiva cuando reclamamos más de lo que agradecemos de esas figuras que tenemos como padres, físicamente presentes o no.

  No hay historias más ricas que aquellas en las que se nos presenta la trama de la relación paterno-filial. Siempre podemos identificarnos con ellas, de un modo u otro, por similitud o franco contraste, aunque de la nuestra no conozcamos el desenlace. Justamente hoy se leyó en los templos Católicos de todo el mundo la bellísima parábola del hijo pródigo. Pródigo es aquel que abandona a los de su sangre, malgasta su dinero descuidadamente, para luego regresar convertido en una persona mejor gracias a haber extraviado el camino del bien propio. Y tiene mucho que ver el padre en este crecimiento que hace del hijo a un hombre que ya no depende de la aprobación de la figura paterna que muchos seguimos procurando toda la vida. Por eso, esta es la historia de un hijo, pero su padre juega un rol central en su desarrollo. El vínculo resulta crucial en el devenir adulto del joven. Y aunque Bíblica, no se trata de una historia moralista ni maniqueísta o en la que se ilustre el ejercicio de una firme autoridad por parte del padre. Muy por el contrario, en esta parábola, se nos presenta a un descarriado hijo menor que le pide a su padre la parte de la herencia que le corresponde para irse de la casa paterna a una tierra lejana a malgastar el dinero recibido en una vida licenciosa, dejando así vacante su puesto de trabajo junto a su padre y su hermano mayor. Pronto se le acaba el dinero y se encuentra en la necesidad de procurárselo, por lo que termina trabajando para un hombre insensible que le ordena alimentar a sus cerdos, de quienes llega a envidiar el alimento que toman. Es entonces cuando cae en la cuenta de lo que ha perdido y lo añora. Así es que decide volver. Su padre, que no había dicho nada cuando lo vio partir, sino que habilitó los medios para su viaje iniciático de crecimiento personal, tampoco le reprocha nada al verlo volver a la distancia. Se llena de alegría por el retorno de su hijo, que, según el texto de Lucas, estaba perdido y ha sido encontrado, muerto y ha vuelto a la vida, y manda a sus sirvientes a organizar una fiesta para celebrar el regreso.

  Se nos explica que es una historia de conversión. Y más allá de toda su implicancia espiritual para quienes somos creyentes, la conversión es el hecho que todo ser necesita transitar para crecer, y esto sucede cuando nos convertimos en nuestros propios padres, capaces de pararnos frente a los desafíos y cambios vitales sin el amparo de aquellos que nos dieron la vida, pero haciendo uso de lo bueno y nutricio que nos han legado. Sucede cuando dejamos de reclamar como niños lo que creemos que merecíamos o merecemos y por fin nos animamos a vivir con lo que nos ha sido dado, pero más fundamentalmente, con lo que hemos conseguido y construido por nuestros propios medios, por el hecho de ser quienes somos y cuando en definitiva aprendemos a valorarnos más allá de la valoración que otros hagan de nosotros, sobre todo, nuestros padres. Es entonces cuando se produce el prodigio de la conversión más sanadora que existe, como la encarnaron Gandhi o Mandela, para dar tan sólo un par de ejemplos. De todos modos, sin ese alejamiento previo de "la casa paterna", que puede implicar equivocar el camino, sin esa confrontación o cuestionamiento con lo que se espera de nosotros, a veces implícito, y sus consecuencias, sin llegar a aprender de nuestros propios errores y tomar las decisiones vitales que necesitamos tomar por cuenta propia, siempre dependeremos de una figura paternante que nos marque el rumbo.

  Escuchando hoy el relato pensaba que todos desesaríamos tener un padre como el de la parábola, aunque debe haber muy pocos. Y además son muy pocos los hijos capaces de tener la humildad de admitir que se han equivocado, de perdonarse por los errores cometidos y de valorar a padres para quienes valen simplemente por haberse encontrado a sí mismos, no como sus padres desean, sino en sus propios términos, y por el mero hecho de estar vivos y no por ser una continuación o "una versión mejorada" de sus propias vidas. Tal vez sea la inmadurez del género humano, la falta de buenos padres y de hijos capaces de madurar para convertire en sus propios padres ante esta carencia, lo que mejor explique los fenómenos de líderes paternalistas como los que estamos viendo hacer historia por estos días y las búsquedas y desencuentros de nuestras propias historias vinculares que tan profundamente nos marcan. Es claro que necesitamos evolucionar mucho más como especie y como individuos para merecer "padres" que no abusen de su autoridad y no interfieran con nuestro crecimiento personal.

A boca de jarro

domingo, 24 de febrero de 2013

Pongo rumbo al horizonte




 "Puse rumbo al horizonte
y por nada me detuve,
ansioso por llegar
donde las olas salpican las nubes.


  Y brindar en primera fila
con el sol resucitado,
sentarme en la barandilla
y ver qué hay del otro lado.

Y cuanto más voy pa' allá
más lejos queda,
cuanto más deprisa voy
más lejos se va."

                                                       "El horizonte", Joan Manuel Serrat.

  Me jugué y gané la apuesta ampliamente, señoras y señores. Aunque no me pone contenta ver que tan sólo la referencia al sexo resulte un gancho tanto más eficaz, un caza lectores tanto más eficiente que el intentar pensar sobre la compleja y diversa realidad que me toca vivir, que es la propuesta de este espacio de reflexión en el que últimamente se ha estado hablando de emociones negativas y enfermedad porque es eso precisamente lo que estoy transitando. La entrada sobre inteligencia erótica arrasó en número de visitas y comentarios, simplemente por el título, ya que está basada en una charla que seguramente la mayoría de quienes visitaron la página no escucharon, por el tiempo que insume, la barrera del idioma y la ausencia del material que muy posiblemente buscaban y no encontraron. No me cabe duda de que ese largo texto que resume las opiniones de la sexóloga Esther Perel, mechado con mi propia visión y vivencia del deseo en la pareja de larga duración, que podría rotularse como poco sexual, pacata, pasada de moda y hasta con cierto tufo a moralina, desilusionó al importante número de visitantes que llegó a ver de qué se trataba pero que no se encontraron con el contenido que imaginaban. Apenas dieron con una señora sexy en un video, con un parecido poco casual a Sharon Stone en "Bajos Instintos", al pie de una larga reflexión personal de lo más aburrida. Y, sin embargo, sólo por la mera mención del erotismo en el título, superó cómodamente en números a todo lo que he venido escribiendo este verano acerca de una realidad que, igual que el sexo, nos afecta a todos, pero, a diferencia del sexo, deserotiza y espanta, porque nada tiene que ver con el culto al placer y la juventud de nuestros tiempos: los cambios en la edad media de la vida y la enfermedad.

   Mis últimas entradas han sido fiel reflejo de todo el espectro de emociones negativas que afloraron al sentir que perdí la salud y con ella gran parte de lo que me identificaba con un "yo" agradable para mí misma y aceptable socialmente, sobre todo, desde lo funcional y lo estético: mi hermoso cabello largo que comenzó a debilitarse y a caerse, mis grandes ojos marrones que se secaron, se inflamaron y enrojecieron, la boca que prodigaba besos mojados y que ahora necesita de agua permanentemente, que saboreaba ricos platos que ahora producen ardor e inflamación y que hablaba y canturreaba sin parar en dos lenguas sin cansar la voz que hoy se resiente, mis articulaciones, que limpiaban, escribían, bailaban y ejercitaban sin dar queja y ahora duelen, mi piel que se bronceaba en verano y en la cual los perfumes resaltaban y ahora se reseca o erupciona como un volcán al mero contacto con la luz solar o un cosmético. Todo esto me hizo enojar y entristecer, ya que me forzó a tomar conciencia de mi finitud, llegando repentinamente a una edad en la que no esperaba algo así, a un punto de mi ciclo vital en el que habrá cambios incómodos aunque no letales que tendré que aceptar para los que la medicina no parece tener cura. Se me hizo claro que entré en un terreno que solemos temer porque aprendemos desde muy pequeños que nos hace feos, poco valiosos, invisibles o visibles a miradas que lastiman, porque incomoda, es desagradable y hasta nos hace sentir culpables de comportamientos pasados. Desde esta actitud de edadismo que llevamos impresa a fuego es desde donde también muchos afrontan la vejez misma y todo lo que ella conlleva: canas, arrugas, cambios corporales considerados antiestéticos, la supuesta falta de deseo y potencia sexual generada principalmente por lo que social e hipócritamente se espera del sexo y se toma como norma, falta de energías y vitalidad, achaques, dolor y muerte.  Por eso es que hacemos e invertimos tanto tiempo y dinero en retrasarla, disimularla u ocultarla.

  A pesar del desconcierto que me producen los síntomas, a mis 44 años, una historia clínica sana y sin un diagnóstico definido todavía, ha sido muy interesante comenzar a transitar este camino de enfermedad que seguramente ha llegado a mí para enseñarme alguna valiosa lección que necesito aprender, para abrirme caminos de indagación personal que conduzcan a un destino incierto pero seguramente más auténtico y más conectado con lo esencial así como a la aceptación de la realidad ineludible de que la vida es cambio permanente. Pero más interesante aún resulta ver cómo reaccionan los otros frente a ésto, quienes de un modo u otro me acompañan, desde sus propias y entendibles limitaciones, como las mías. Algunos, muy cercanos, se enfurecieron conmigo hasta los gritos, acusándome de estar generando o agrandando yo misma el escollo con mi actitud temerosa que dio paso al enojo, la ansiedad y la desesperanza por momentos y que, según ellos, es lo que más enferma, a pesar de que no se adopta por voluntad propia: es lo que sale, lo que hay. Esos gritos, con rótulos y revelaciones acerca de la imagen que proyecto en quienes los profirieron, dolieron mucho. Otros intentaron tranquilizarme haciendo comparaciones con otros seres que se enferman mucho más seriamente, razón por la cual debería yo considerar lo que a mí me pasa una nimiedad sin importancia y seguir adelante sin prestarle mayor atención. Por supuesto me conmueve ver a esa chica de no más de veinte que vive en mi calle y se pasea con su cabeza pelada por el efecto de la quimio y con su pequeña hija de la mano. Me apena profundamente descubrir, al entrar al negocio de uno de mis mejores vecinos, que el tumor que le extirparon el año pasado se ha extendido y ha tomado ganglios, y verlo desmejorado y deprimido aunque de pie y trabajando, igual que yo. Pero yo, como esa chica sin pelo y mi vecino con cáncer, vivo dentro de mis zapatos. Puedo ponerme en los zapatos del otro por un rato, puedo empatizar y compadecerme, pero no puedo dejar de conectar con lo que siento que falla en mí y que hasta hace poco funcionaba bien. Como bien lo explica mi estimado y respetado Antonio H. Martín, autor de la bitácora Cuaderno Nocturno, en uno de sus últimos textos, "A partir del caos": "De momento, sólo diré que parece que cada uno tiene su particular estilo, un modo personal de percibir y de reaccionar ante los hechos de la existencia, como una actitud natural no elegida, un lenguaje individual, y desde ahí camina y vive."
  
  Entiendo que la actitud con la que encaramos la existencia toda, en las buenas y las malas, no se elige a voluntad de un menú disponible, y que resulta harto difícil manejarla o dominarla de acuerdo a lo que nos conviene. De otro modo, no habrían muerto cientos de miles de almas en campos de concentración y sobrevivido sólo algunos que, con su enorme entereza y sabiduría, han dejado testimonio de la actitud de vida que permite lograr superar semejante atrocidad, como Viktor Frankl, por ejemplo. Se intenta no sufrir ante el dolor y la pérdida, pero no es tarea simple. Me admira lo que llaman "la práctica del no sufrir" de la que hablan los budistas. Según dicen, Buda vino a enseñarnos que aunque el sufrimiento es parte de la condición humana, no es necesario. Esto no quiere decir que el dolor no exista –el dolor es inevitable ya que sentimos. Sin embargo, insisten en que al practicar el arte del no sufrir, se aceptan los hechos de la vida y las lecciones que nos vienen a enseñar. Si estos hechos son dolorosos, naturalmente sentiremos dolor, pero no lo intensificaremos mentalmente agravando la historia que creamos y diciéndonos: "Esto es devastador. No puedo soportar  vivir así. Es demasiado para mí. Me va a arruinar". Según dicen, somos capaces de convertir el dolor en ganancia, de escribir un relato heroico de los hechos en el que el dolor sea una parte importante de nuestra curación y liberación y no una historia que nos confirme como víctimas y nos condene a un sufrimiento aún mayor. Se debería poder renunciar al sufrimiento y así dejar de aprender lecciones a través de traumas, conflictos y enfermedades para llegar a ser capaces de comenzar a aprender directamente del conocimiento en sí. Pero me temo que yo no he llegado a ese grado de iluminación o no he aprendido todavía a romper con este karma, aunque no pierdo las esperanzas. 

   No es mi intención regodearme en la infelicidad ni escribir sobre lo que se ha ido para no volver. No es mi intención dar lástima, dejar salir el vapor de mis malos humores o buscar que quienes me leen y comentan se vean forzados a darme ánimos y a ir perdiendo el interés de leerme porque sé que la temática no exhala positivismo ni alegría, y eso tiende a espantar hasta a los más compasivos de los seres. Por lo tanto, aquí hago un alto en el camino, me doy una pausa, me tomo las vacaciones que no me tomé de los médicos que encontré, los exámenes de laboratorio y los desvelos y pongo rumbo al horizonte. Entre tanto, me voy reincorporando, visiblimente distinta, diría desmejorada, pero es una impresión subjetiva comparada con aquella que no volveré a ser, a la rutina escolar de mis hijos y a mi trabajo, y continúo con los tratamientos paliativos y a la espera de definiciones. Todavía me quedan un par de buenos especialistas más por consultar, que por fin han regresado de sus vacaciones. Por eso éste es el verano de mi descontento, el más largo de mi vida, casi un invierno con poco sol. Me refugio en las caricias y el apoyo de mi núcleo más íntimo: mi esposo y mis hijos, mis verdaderos soles. Y cuando vuelva, tal vez haya crecido y podré dar algún otro testimonio más luminoso e interesante, algo más de una nueva "yo" que haya crecido y aprendido las lecciones necesarias del camino de la enfermedad que le ha tocado transitar, como a tantos. Me llevo una cita que publicó otro autor de blog amigo:


"Tu enfermedad refleja una desarmonía interior, en tu alma. Tu enfermedad es tu aliada, te señala que mires en tu alma, a ver qué te sucede. ¡Dale las gracias: te brinda la ocasión de hacer las paces contigo mismo!"

Cita de Ghislaine Lactot tomada de "Sánate a tí mismo" por mj en Eternauta.       

¡Que así sea!  

 
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