Hoy parecía como si la gente hubiese salido de hasta de abajo del asfalto: calles llenas de autos pegando bocinazos y mal estacionados, papás con cámaras colgando de una mano y bebés colgando de la otra (esta obsesión por registrar todo y más con la cámara da para otro posteo...), abuelos chochos, tíos babosos, chicos, chicos y más chicos de estreno, con zapatitos y ropa limpia y sin manchones de tinta, con caritas descansadas y expectantes...
También ví a las mamás, papás y abuelas que hacen la adaptación del jardín con sus infantes, y la verdad es que sentí un gran ALIVIO por haber dejado esa etapa de horarios demenciales, de ir y venir atrás de uno y otro como loca hasta que "se adapten". Siempre pensé que en realidad son los adultos que necesitan más tiempo para adaptarse a la idea de cortar el cordón que los propios chicos, que son los que más rápido y más naturalmente se adaptan a las nuevas rutinas si son lógicas y placenteras, claro está. Pensé en los pobres padres que trabajan, y para quienes estos sistemas son muy duros, ya que implican movilizar a toda una familia, que a veces ni puede colaborar aunque tenga buena voluntad, porque hay que ir a trabajar.
Mi hija de tercer grado entró más tarde y salió más temprano, después de tres meses de vacaciones - definitivamente demasiado- y después de semanas de preguntarme: - "¿Y má, cuántos días faltan?" A lo que yo respondía, señalando el almanaque, para que los contara ella para no deprimirme más... En los países inteligentes no hay recesos tan largos, sino más breves e intercalados, para oxigenarse durante el ciclo lectivo y ofrecer alternativas de relax y turismo variadas. Pero... mis abuelos se bajaron del barco justo acá...
Hoy llegué a la conclusión de que tal vez son los docentes los que tendrían que empezar a media máquina para adaptarse...
A boca de jarro