domingo, 10 de junio de 2012

Agua, aceite y sal


"Las relaciones entre el cuerpo y el ambiente son los ingredientes de la evolución."

                                                                   Charles Darwin.


Rachel Armstrong, bióloga inglesa y docente, miembro del grupo de la comunidad TED, diseñó un plan de arquitectura ecológica basado en la biología sintética para frenar el hundimiento de una de las más bellas ciudades creadas por el hombre que amenaza con perderse bajo el Adriático: Venecia. El proyecto se denomina Saving Venice Project, y a diferencia de otros intentos arquitectónicos, como el proyecto MOSE (Moisés), se trata de un emprendimiento que utiliza materiales metabólicos con capacidad de regenerarse para crear arquitectura, como si se tratara de organismos vivientes en construcción-  protocélulas, que a pesar de no poseer ADN esencial como para considerárselas "vivas", son capaces de responder a estímulos como la luz y la oscuridad. Sin ser ni plantas ni bacterias, sino algo intermedio, su química les permitiría captar dióxido de carbono y metano para producir energía que generaría una suerte de roca marina en el fondo de los canales venecianos, formando algo así como arrecifes de apoyo que se autorreparen cuando estén dañados y que sirvan de soporte a la ciudad, hoy en peligro debido al deterioro de los pilotes de madera a los cuales las protocélulas se aferrarían. 

Según un artículo de la revista de Clarín, Viva, de hoy, en unos 20 años el proyecto sería sustentable y viable a la vez que resultaría económico, ya que sus ingredientes básicos son agua, aceite y sal. Y según las estimaciones investigativas, su impacto ambiental sería positivo tanto para el ecosistema marino como para las personas, ya que tendría un efecto regenerativo frente a la actividad humana que tiende a degenerar el medio ambiente e inclusive, al producir luminiscencia en las enturbiadas aguas de los famosos canales, mejoraría el humor humano.

Mi fuerte nunca fue la ciencia, pero esta señora rubia de 42 años, a quien se la ve bastante regenerada por cierto, luciendo como una treintona actriz de Hollywood, sería capaz de regenar al planeta. Y después de las noticias del salvataje de cien mil millones de euros para España, cuarta en la eurozona en recibir un rescate en medio del naufragio económico, el panorama de estanflación (estancamiento o reseción económica más inflación) en la Argentina, y la visión del mundo en general, salvo pocas y honrosas excepciones donde no nos abren la puerta así no más, se me ocurrió que sería maravilloso proponerle a Rachel Armstrong, de brazo fuerte y apellido célebre, que intentara aplicar este tipo de manipulación sintética para salvarnos de hundirnos o sacarnos a flote, según sea el caso: nunca se sabe, aquí nos dicen nuestras autoridades que los diarios mienten...  

Si todo lo que se percibe es tan real como se siente y efectivamente ya nos llegó el agua al cuello como a Venecia, si se pudrieron los pilotes de la economía, de la política y de la malla social que deberían sostenernos, no habría nada mejor que apelar a elementos sencillos como agua, aceite y sal para trabajar codo a codo con la naturaleza, esa dama a la que hemos maltratado por siglos, para lograr cambiar la química global, mutar y regenerarnos como especie. Tendríamos que apelar a la arquitectura biológica, lograr la transición que envisiona Armstrong entre lo inerte y lo vivo y desarrollar una nueva casta de políticos protocelulares. ¿Cómo les va la idea de apuntalar los cimientos de nuestras resquebrajadas estructuras con billones de protocélulas a base de lo que todos tenemos en la cocina de casa: agua, aceite y sal? ¿Les parece que la inglesa Armstrong, súpercapacitada en Oxford y Cambridge, se animará? Aquí les dejo la charla de Ted para ver qué opinan.



Rachel Amstrong: ¿Arquitectura que se repara a sí misma?


A boca de jarro

jueves, 7 de junio de 2012

El viaje de Ray Bradbury

Ray Bradbury en el Planetario de la Ciudad de Buenos Aires, Argentina, en 2001, para la inauguración de la  27ª edición de la Feria del libro de Buenos Aires.

Seguramente no pasará a la historia como un grande de las letras, pero sin dudas su poder de imaginar posibles escenarios y de llevar a sus lectores con él en un viaje cósmico que apunta directo a la esencia humana seguirá vivo. El autor de Fahrenheit 451 y Crónicas marcianas falleció a los 91 años el martes en su casa de Los Ángeles tras una larga enfermedad. Con su muerte, se pierde a uno de los más famosos escritores del siglo XX, quien según El País dispone de un cráter en la luna en su honor y pidió que sus cenizas fuesen esparcidas en el planeta rojo.

Fiel a la idea del self-made man, Bradbury fue un escritor absolutamente autodidacta. Debido a dificultades económicas, no pudo asistir a la universidad y aprendió del oficio y arte de escritor de los grandes a quienes admiró: William Shakespeare, Julio Verne, H.G.Wells y, sobre todo, de Edgar Allan Poe, que marcaría profundamente el camino literario del entusiasta joven Bradbury. Y respondiendo al sueño americano devenido a veces en pesadilla, fue testigo crítico del cambio que propulsó la revolución tecnológica que llevó al hombre a pisar la luna, y nos hizo concientes de los peligros detrás de los prodigios de los avances que traen como consecuencia la posibilidad de descuidar el alma humana. 


Crónicas Marcianas lo catapultó a la notoriedad como autor de ciencia ficción, aunque personalmente él sentía que ese no era un rótulo apropiado para su obra, pues siempre se consideró un narrador más próximo a la fantasía: "La ciencia-ficción es una representación de la realidad. La fantasía es una representación de lo irreal", decía. No obstante, admitía que Fahrenheit 451 sí se trata de una novela de ciencia ficción, la obra por la que siempre será recordado y en la que describe un futuro que cada vez nos parece menos descabellado en el que los libros desaparecen, salvo en la memoria de los revolucionarios. Escrito en plena Guerra Fría, resaltaba los males de un Estado totalitario y el título hace referencia a la temperatura a la que el papel se inflama y arde. Quemar libros en esta genial distopía se presenta para las mentes estrechas como la solución a la angustia existencial del hombre y la erradicación de toda desigualdad y distracción de aquello que hace que no funcionemos como ciudadanos eficientes y sumisos. Además, es una bella alegoría del poder perenne de los palabra escrita sobre las mentes indomables que los memorizan para no perderlos.



Todos los años leo al menos un cuento corto de Bradbury con mis alumnos. Generalmente elijo "Bordado" ("Embroidery")  incluido en la colección  El sonido del trueno y otras historias (2005). En esta historia se presenta a tres mujeres, de quienes no tenemos mayores datos ni descripción, en su intento por continuar con su rutina habitual de labores hogareñas y bordado conjunto mientras el mundo que las rodea está a punto de estallar de manera apocalíptica. La historia está ambientada en algún pueblo de los Estados Unidos, aunque no hay una pista certera sobre la ubicación real. El epicentro del escapismo y la resistencia a creer que ha llegado el fin que la humanidad misma ha propiciado a través de la experimentación nuclear que se anuncia como agujas en el aire parece ser una casa aislada, rodeada de campos y prados, que se refleja en el diseño que bordan  las señoras hasta que se funden, figura y humanidad, en el fuego de una explosión que arrasa con todo.

Debido a su brevedad y a todo lo tácito de la escueta narración que juega con el factor tiempo, no les resulta de fácil comprensión a los adolescentes del siglo XXI, por lo que este año decidí cambiar y leímos "El hombre" ("The Man"), de una colección de dieciocho cuentos publicada en 1951 bajo el título El hombre ilustrado (The Illustrated Man), el libro favorito del nieto del autor que activamente se conectó en Twitter con los fans para homenajear a la figura de su abuelo por estos días. En este cuento, un grupo de exploradores del espacio aterriza en un planeta para encontrar que la población vive en un estado de permanente felicidad. Tras una investigación, descubren que un visitante misterioso estuvo entre ellos. La descripción adicional conduce a dos astronautas a creer que este hombre es el Mesías. Uno de ellos decide pasar el resto de sus días en el planeta, disfrutando de aquel estado de perfecta iluminación. El capitán Hart, en cambio, hombre escéptico y testarudo, continúa su travesía en su nave espacial, persiguiendo al hombre misterioso, siempre un paso detrás de él, nunca lo bastante rápido como para alcanzarlo. Otros miembros del equipo deciden permanecer en el planeta para lograr vivir en paz y, al entender que sólo encuentra quien deja de buscar, son recompensados con el hallazgo de que "el hombre" permanece allí donde ellos eligieron quedarse.

Con Bradbury el viaje siempre es del espacio exterior y la máquina del tiempo que el corazón del hombre desea conquistar y manipular a su antojo al núcleo de su propia esencia, esa que es la que le resulta más remota y desconocida que las estrellas. Siempre resulta un desafío enriquecedor en el aula y en la vida. Él fue quien ilustró mejor que nadie para mí, a través de otra historia interesantísima, "El sonido del trueno" ("The sound of thunder"), que el simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo y, por consiguiente, todos los eventos en el viaje de la vida.


A boca de jarro

lunes, 4 de junio de 2012

El Ministerio de la Verdad



"El Ministerio de la Verdad — que en neolengua se le llamaba el Miniver — era diferente, hasta un extremo asombroso, de cualquier otro objeto que se presentara a la vista. Era una enorme estructura piramidal de cemento armado blanco y reluciente, que se elevaba, terraza tras terraza, a unos trescientos metros de altura. Desde donde Winston se hallaba, podían leerse, adheridas sobre su blanca fachada en letras de elegante forma, las tres consignas del Partido:

LA GUERRA ES LA PAZ
LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES LA FUERZA."

George Orwell, 1984. 



¡Qué bofetada el diario de ayer! Fuertes sospechas de corrupción en la cúpula gubernamental, inflación en ascenso, cepo cambiario, dólar paralelo a $5,10 y esta película que ya la vimos, cae la economía en casi todos los rubros, la industria pone un freno, los containers detenidos en la aduana, el panorama de un semestre complicado, el déficit fiscal que costeamos a fuerza de impuestos, la economía familiar que acusa un deterioro, "el peor momento para levantar la cabeza", posibles desbordes de las villas que ahora el gobierno intenta controlar, el campo en paro, intolerancia y agresiones en actos políticos, robo de autos: el delito más sangriento, la crisis en Europa contada por quienes la sufren...

¡Paren: me quiero bajar! Quiero sacar boleto para irme a algún lado y no sé a dónde, ni cómo, ni con qué. Ya se escuchan los cacerolazos otra vez. A veces desearía haber nacido con ese gen que me faltó, ese que le permite a tanta gente evadirse de la realidad que aparece en la primera plana de los diarios, que se ve y se palpa en las calles que se caminan a diario, que les permite lograr una alegría genuina y hasta duradera con los pases milimétricos y los goles descomunales de Messi, con el triunfo de la selección argentina o la espectacular luna llena que nos acompaña en la noche porteña. ¿Cómo harán? ¿Será que soy hiperrealista, o simplemente amarga, pesimista, siempre conectada con la cara oscura de la luna? ¿O será que ellos son escapistas, o simplemente optimistas innatos, positivos, capaces de vislumbrar esperanza y luz donde otros sólo vemos sombras?

¿O será tal vez como profetizaba el genial Orwell y algunos deslizan, toda una manipulación de la información para dominarnos, para controlar nuestras mentes y nuestras vidas, para ponermos la pata encima y sacar provecho del lavado de cerebros y el sometimiento? ¿Cómo será? ¿Qué será?


¿Será que habrá que practicar el arte del Doublethink, lo que el mismo Orwell describe como el acto de aceptar simultáneamente dos creencias contradictorias como correctas y posibles?

Leo en 1984, sin poder dejar de identificarme con el protagonista, Winston:

"La Policía del Pensamiento lo descubriría de todas maneras. Winston había cometido — seguiría habiendo cometido aunque no hubiera llegado a posar la pluma sobre el papel — el crimen esencial que contenía en sí todos los demás. El crimental (crimen mental), como lo llamaban. El crimental no podía ocultarse durante mucho tiempo. En ocasiones, se podía llegar a tenerlo oculto años enteros, pero tarde o temprano lo descubrían a uno."


Creo que debería dejar de leer el diario los domingos, de ver los noticieros en la semana e inclusive olvidar que alguna vez leí a Orwell. Abandonar el Ministerio de la Verdad de una vez por todas...  Algún día me descubrirán cometiendo el crimen mental, padre de todos los crímenes: en efecto, algunos ya lo han hecho.


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