domingo, 10 de febrero de 2013

Una aventura maravillosa






  
"Una aventura maravillosa" es el título al cual se ha transferido en Latinoamérica a la película denominada "Life of Pi" ("La vida de Pi"), basada en el best-seller homónimo de Yann Martel que ha vendido más de siete millones de copias desde su publicación en 2001. Es una fiesta para los sentidos además de una profunda alegoría de los desafíos que la vida nos presenta, llevados a un extremo que por momentos resulta desgarrador, y de lo que la mente puede hacer ante ellos para enfrentarlos, asimilarlos y superarlos.
 
  Se trata de una historia circular con diversos niveles de lectura y con soberbios efectos de fotografía, sonido, edición y guión, más el sello de la dirección de Ang Lee, pero, por sobre todo, con un uso exquisito de la tecnología y fotografía que no se regodea simplemente en la innovación y el desafío tecnológico, que llevó más de cuatro años de trabajo para plasmar lo que desde el libro parecía una hazaña imposible. Se percibe que la aventura 3D se ha puesto al servicio de la emotividad del cuento y así expandir las reverberaciones del viaje físico y espiritual que realiza el protagonista en su penoso y aleccionador naufragio y sumergirnos en sus implicancias existenciales y místicas. Más allá de lo técnico, imapacta el alcance de la relevancia de este viaje, que, como todo viaje, conduce a un encuentro con lo más valioso y sombrío de nuestra humanidad y a la maduración espiritual del ser que lo emprende, así también como a las múltiples enseñanzas que aporta para quienes lo vemos transcurrir en pantalla.

   Su protagonista es Piscine Martel, nombrado así por un padrino del alma que deseaba para él que nadara en las mejores piscinas del mundo, sin pensar que le esperaba nada menos que el Pacífico como destino. El niño abrevia hábilmente su nombre en sus años escolares a la notación de la letra griega π, Pi, de infinitas lecturas numéricas y filosóficas, bautizándose así mismo como un ser en busca de la trascendencia y evitando la estigmatización de sus compañeros, a quienes supera en avidez de conocimiento del verdadero mundo más allá de los muros de una escuela que lo aburre. A Pi le interesa la naturaleza divina de todo cuanto lo rodea y se zambulle en todas las manifestaciones de la divinidad veneradas por la humanidad que va descubriendo de joven, conectándose y reverenciando cada una sin prejuicios y extrayendo de ellas lo que subyuga a su mente y alimenta a su alma, ávida de sentido existencial, cosa que su padre, un conservador, exitoso y realista hombre de negocios, no comprende ni aprueba, no así como su madre, un alma más receptiva y abierta a la diversidad.

  Lo mismo sucede con su vínculo con los animales del zoológico que su padre regentea en Pondichery, el distrito francés de la India. El muchacho busca conectar con el alma que cree que habita detrás de los ojos de los animales del zoo, aún con la del temible tigre de Bengala, Richard Parker, a quien su padre le enseña brutalmente a temer y que eventualmente se convertirá en su alter ego, ese tigre que llevamos instintivamente en nuestra naturaleza animal, sin que los espectadores sospechemos que no se trata del animal que naufragó también al hundirse el barco japonés que transportaba a toda la familia y al zoo a los Estados Unidos en un intento de salvarse de la bancarrota, interrumpiendo la vida del muchacho en la vivencia de su primer amor.

   El barco de carga se enfrenta con una feroz tormenta y comienza a hundirse mientras Pi está maravillándose por la fuerza de la tempestad en plena cubierta. Al percatarse del peligro, intenta salvar a su familia, ya bajo el agua, pero es arrojado a un bote salvavidas. Desde el mar agitado, Pi observa con impotencia cómo el barco se hunde, matando a su familia y su tripulación. Poco después, vemos que el muchacho se encuentra en el bote con una cebra herida, y se une una orangutana que perdió a su cría en el naufragio. Una hiena se escabulle por debajo de la lona que cubre la mitad de la embarcación y mata a la cebra para alimentarse de ella. Para angustia de Pi, la hiena también hiere mortalmente a la orangutana en una pelea en la que lo defiende a él de su ataque. De repente, el tigre Richard Parker emerge por debajo de la lona, y se come a la hiena.

  Es con el enorme y feroz tigre al que ha sido educado a temer con quien deberá compartir su aventura en un bote para treinta personas, atravesando el océano para sobrevivir al naufragio. El espectador no se percatará de que el tigre no es el soberbio y temible animal del zoo, sino el lado salvaje de la naturaleza del muchacho que le permitirá emerger de los mares de la inmersión en la adultez y el encuentro con las sombras que nos hacen devenir adultos y encarnar nuestras figuras paternantes ante su irremediable ausencia, no sin lamentarse de no poder haberse despedido de esos seres que, con sus virtudes y defectos, le han transmitido todo lo que necesitaba aprender para atravesar los bravíos mares de la existencia y salir a flote. El tigre no es sino una proyección de la personalidad, en pleno desarrollo, del propio muchacho, y ésto no se nos revela hasta el desenlace, narrado por Pi adulto, al volcar su versión alternativa y literal de la historia, tranquila y emotivamente, en los oídos de un ávido escritor en busca de un cuento inspirador y fantástico para recrear.

 Lo más jugoso y temible de este rito de iniciación oceánico es el proceso de aprendizaje por el cual animalidad y humanidad deberán convivir en un mismo ámbito, rodeados por el abismo de las maravillas y los peligros de las profundas aguas en las que se encuentran perdidos y de las cuales no emergerán hasta desaprender lo aprendido acerca de lo que es humano y lo que es animal en nosotros e integrarlo para lograr el equilibrio que hace posible la supervivencia en la liquidez de la existencia humana. El esplendor y la furia de la naturaleza en la inmensidad del mar harán que Pi por fin se enfrente cara a cara con ese Dios al que busca con avidez para cuestionarlo. Es recién entonces cuando se entrega, habiendo luchado hasta extenuarse y habiéndose contentado con los recursos que la naturaleza le provee y que su inteligencia emplea para sobrevivir, domando también a ese tigre a quien en principio teme. Y al doblegarlo, llega a su fin el viaje, se encuentra con la civilización que lo rescata y pierde de vista a Richard Parker, que se ha convertido en un compañero que ahora retorna debilitado pero firme y sin mirar atrás a la selva donde pertenece. El muchacho, ya un hombre, llora amargamente su ausencia sabiendo que es abandonado por esa parte de su naturaleza que lo ha salvado de manera mucho más fehaciente que los hombres que lo encuentran finalmente en la orillas de una playa mejicana y lo hospitalizan.
  Allí entendemos, gracias al relato literal de los hechos que los hombres de la aseguradora de la nave hundida esperan escuchar, que a bordo del bote estaban en verdad los animales que también  habitan a los demás náufragos: la pobre cebra, usada como fuente de alimento por la hiena cuando comienza a apretar el hambre animal, representa a un marinero que cae al bote herido, la repugnante hiena es la figura que encarna al desalmado cocinero "comeratas" del barco, protagonizado por un fugaz y genial Gérard Depardieu, que acabará también con la orangutana, la madre de Pi, para finalmente hacer salir al tigre de Bengala de las entrañas del muchacho mismo que, con un cuchillo, da muerte a la traicionera criatura de risa burlona y a todos los preceptos alimenticios que ha observado durante sus breves años de vida hasta entonces. La historia contada como la vemos en principio no resulta creíble ni útil para los humanos civilizados y alejados de la fantasía de los cuentos humanos que alimentan el alma de Pi desde pequeño. Finalmente, Pi les dará el relato que cuaja para sus mentes terrenas y ajenas a la naturaleza animal en nosotros y pagarán el seguro que salvará al joven materialmente una vez en tierra.

  Es recién entonces cuando obtenemos las dos lecturas de lo sucedido y de quiénes somos en espíritu y en verdad. En su encuentro con el escritor que da comienzo y cierre a la narración,  Pi le pregunta, como el autor a nosotros, qué historia prefiere. Éste elige el cuento con el tigre, a lo que Pi responde: 

-Y así es con Dios

 Echando un vistazo a una copia del informe de los agentes de seguro, el escritor se percata de un comentario final acerca de "la notable hazaña de sobrevivir 227 días en el mar, sobre todo con un tigre", lo cual significa que los agentes eligieron esa versión de la historia también. Todo refuerza la teoría de que la vida misma es el cuento que cada uno de nosotros recrea de la aventura que le toca protagonizar, con la fe, la esperanza y el coraje con los que venimos a ella o que las circunstancias hacen que emerjan o no. Ésta es una historia de fe, esperanza y coraje. No obstante, me volvió la tragedia Shakesperiana al salir del cine, dado que presiento posible que gocemos de cierta libertad para optar por qué lectura hacemos de nuestro paso por el mar de la existencia humana:

 “La vida no es más que una sombra en marcha; 
un mal actor que se pavonea
 y se agita una hora en el escenario 
y después no vuelve a saberse de él: 
es un cuento contado por un idiota, 
lleno de ruido y de furia, 
que no significa nada.” 

(Macbeth, Acto V, Escena V, William Shakespeare).
   

A boca de jarro

miércoles, 6 de febrero de 2013

Hallazgos y ... ¿coincidencias?





  Comienzo a descreer de las coincidencias. Un día antes de que se diera a conocer la noticia del hallazgo arqueológico más importante de los últimos tiempos, el de los huesos de Ricardo III de Inglaterra, escribí unas líneas dedicadas al enojo en las que hacía referencia tanto al personaje histórico como a lo que una de las más grandes piezas del teatro isabelino inmortalizó sobre él a través de la magistral pluma de Shakespeare, plasmándolo como el epítome del humor colérico de acuerdo a los cánones de la filosofía médica clásica. Son más interesantes los datos que descubrí sobre su persona que la naturaleza del genial personaje que pasó a la historia como un rey cruel, inescrupuloso, ambicioso y deforme. El hallazgo histórico resulta relevante por descubrir y darle al mundo gran parte de la verdadera personalidad de quien, según leí, fue el último rey de Inglaterra que murió en pleno campo de batalla. 


  Por siglos se creyó que se trataba de ese ser abominable que eternizó el Bardo en la ficción, basándose posiblemente en la discutida Historia del rey Ricardo III, escrita por Tomás Moro en 1513. Sin embargo, el reciente descubrimiento de sus restos óseos arroja nueva luz sobre su persona, pues el esqueleto identificado, sin dejar lugar a dudas, gracias a las pruebas de ADN que lo confirman como emparentado a las de otras tomadas de un familiar lejano que aún vive en Canadá, presenta una severa escoliosis, que podría ser origen de sus dificultades al caminar y de cierta deformidad en la postura que Shakespeare agiganta y hasta caricaturiza,  aunque también exhibe diez heridas, ocho de ellas en el cráneo, algunas de las cuales pueden haber sido puntazos del enemigo dados post mortem, más un flechazo en la espalda.

  Es evidente que Ricardo III actuó cruelmente en la lucha por el poder, pero se la jugó por entero en el rol que le tocó desempeñar. Y es casi seguro que no haya cometido los despiadados crímenes que le atribuye la tragedia Shakesperiana. El mito del soberano cruel y déspota quedó igualmente ligado a Ricardo, de quien nadie recuerda en cambio aspectos positivos, tales como su protección del comercio del reino y de la naciente burguesía o, en lo que hace a la cultura, la fundación junto con su esposa de los famosos King's y Queen's College de Cambridge.
 
  Más interesante aún resulta la verdadera crónica de su muerte en plena colisión con las fuerzas lancasterianas de Enrique Tudor, su vencedor y sucesor al trono como Enrique VII, en la batalla de Bosworth, así como sus verdaderas últimas palabras, que fueron también cambiadas por el Cisne de Avon para lograr un fuerte impacto dramático que lo hizo pasar a la historia y convertirse en un personaje de la dramaturgia clásica que todo gran actor daría mucho más que un caballo por personificar.


 Parece ser que su muerte tuvo sólo en parte que ver con el hecho de que su caballo le falló por falta de una herradura. La historia ha demostrado que murió al ser traicionado y abandonado por su tropa cuando yacía ya rodeado por sus enemigos que tomarían el trono para dar paso a la dinastía de los Tudores. Y ya sabemos que la historia la escriben los vencedores. Pero aquí va la crónica como parece certera.

  La mañana de la batalla, el 22 de agosto de 1485 (según el calendario gregoriano vigente actualmente, el 31 de agosto de 1485, pleno fin del verano en el hemisferio norte), Ricardo envió a un palafrenero a comprobar si su caballo favorito estaba preparado para enfrentar lo que sabía sería la batalla decisiva en su vida, ya que deseaba liderar sus tropas en el frente. Pero el herrero había estado trabajando sin respiro con todo un ejército y le pidió tiempo. El enviado del rey le ordenó que se apurara y cumpliera con sus órdenes. El herrero puso manos a la obra. Con una barra de hierro hizo cuatro herraduras. Las martilló, las moldeó y las adaptó a los cascos del caballo. Luego empezó a clavarlas. Poco después de clavar tres herraduras, descubrió que no tenía suficientes clavos para la cuarta. Por lo cual, inseguro de  de su resistencia, pero, apremiado por el apuro del encargo y su procedencia, entregó al caballo no sin dudar sobre cómo respondería en la lucha.

  Los ejércitos, que juntos sumarían unas 13.000 almas, chocaron y Ricardo estaba en lo más álgido del combate, cabalgando con valentía, arengando a sus hombres y luchando contra sus enemigos, cuando de pronto notó que a lo lejos, del otro lado del campo, algunos de los suyos retrocedían. Ricardo entonces espoleó a su caballo y galopó hacia la línea rota, ordenando a sus soldados que regresaran a la batalla.


  Estaba en medio del campo cuando el caballo perdió la herradura más débil. El animal tropezó y rodó, y Ricardo cayó al suelo. Antes de que el rey pudiera tomar las riendas, el asustado animal se levantó y echó a correr. Ricardo miró en derredor. Vio que sus soldados daban media vuelta y huían, y que las tropas enemigas lo rodeaban. Blandiendo su espada en el aire, la leyenda cuenta que gritó: "¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!" Eso es lo que conocemos y creemos por la ficción que lo hizo un personaje histórico más que pintoresco.


  Polidoro Virgilio, cronista oficial de Enrique Tudor, escribiría más tarde: "El rey Ricardo, solo, murió luchando como un hombre bajo la mayor de las presiones de sus enemigos". El cuerpo desnudo de Ricardo fue expuesto probablemente en la colegiata de la Anunciación de Nuestra Señora y después ahorcado por Enrique Tudor, ahora Enrique VII, antes de ser enterrado en la iglesia de la hermandad franciscana de los Grey Friars, en Leicester. Luego de siglos de haberse dado por perdido, los restos de Ricardo III, el último rey de la dinastía Plantagenet, tronco de la de York, fueron desenterrados donde había una iglesia en Leicester y en donde hoy funciona un estacionamiento. 
  
  Me quedo sorprendida por la "coincidencia" temática entre mi última reflexión y este hallazgo arqueológico. Creo que tiene algo que ver con el empleo de ese descontento que analicé. En el caso del hallazgo, se trate tal vez de un cierto descontento histórico, que finalmente se canalizó productivamente en el descubrimiento de los huesos que echan luz sobre la verdadera naturaleza de un hombre que se convirtió en mito. El mito, históricamente injusto aunque inigualable en su delineación, no conformaba a muchos que buscaban al verdadero hombre. Queda así finalmente desterrada la persona gracias a la aparición de sus huesos, huesos cuyas heridas de guerra y sus desviaciones revelan una humanidad de luces y sombras, como la de todos, que tuvo el valor de morir por lo que creyó su causa, abandonado hasta por su propio caballo pero luchando hasta el fin. Ese es para mí todo el sentido de una vida sana a pesar de la enfermedad e intensamente vivida aunque breve: murió a los 32 años.


  Además me quedo con la perlita de lo que transmite la leyenda que ha quedado parcialmente desmitificada, pero que sirve como tal, citada por William J. Bennett en El libro de las virtudes:

Por falta de un clavo se perdió una herradura,
por falta de una herradura, se perdió un caballo,
por falta de un caballo, se perdió una batalla,
por falta de una batalla, se perdió un reino,
y todo por falta de un clavo.


  Yo tan sólo agregaría, si se me permite, por el factor tiempo. Coincidentemente o no, por estos días ando con este humor colérico e impaciente del personaje Shakesperiano y del rey mismo frente a una batalla decisiva en la cual me falta también una última pieza, apenas un clavo, para dar en él y lograr desenmascarar para darle lucha a un enemigo cobarde que me traiciona sin revelar su verdadera naturaleza a plena luz, para desenterrar por fin el enigma que me atemoriza, peleando con tan sólo un caballo maltrecho mientras husmeo huesos en busca de pruebas para descifrar lo que hace meses ya es un misterio que me perturba. Como a Ricardo, el hombre, me desespera la espera. Aunque nada más alejado de mí que los cojones de este rey cojo y su valentía al enfrentar su destino último, confiando en su animal dilecto, ese que todo llevamos dentro y a veces parece trastabillar y caer justo cuando más lo necesitamos, su espada, su cuerpo crispado por la escoliosis y habiendo sido abandonado por los suyos en pleno campo de batalla. 


A boca de jarro

domingo, 3 de febrero de 2013

Elogio del enojo


   
“Figura”, óleo sobre tela del pintor argentino Spilimbergo (1931).




 "El descontento es el primer paso 

en el progreso de un hombre o una nación."   

                                                                                             Oscar Wilde.

  En Ricardo III, Shakespeare creó genialmente al villano por excelencia, al ingenioso y cínico inspirado sólo en parte por el último rey de los Plantagenet, que con su derrota en la Guerra de las Dos Rosas y muerte dio paso a los Tudores en la Inglaterra del siglo XV. La obra abre con las célebres líneas que contienen un jugoso juego de palabras basado en los homónimos "sun" (sol) y "son" (hijo) en "the sun of York”:

"Ahora el invierno de nuestro descontento

 se vuelve verano con  el sol de York..." 

  Es sólo un leyenda la que representa al personaje de Ricardo III como jorobado y cojo de nacimiento, magistralmente plasmada y analizada en cine por Al Pacino, una exageración creada por la genial pluma del Bardo para impactar a su audiencia con este inolvidable y colérico personaje que sus coetáneos tomaron como veraz. Pero más allá de estos datos que me apasionan desde que los aprendí, diría hoy si se me permite que éste es el verano de mi descontento. Y me hago cargo de esta emoción negativa que me resulta más difícil de doblegar que el caballo por el cual este rey perdió su vida y su reino en el campo de batalla a los 32 años, gimiendo: "¡Mi reino por un caballo!".

  Los malestares y signos de cambio en lo que ya debo asumir, a mis 44 años, como la curva descendente del ciclo de la vida que he estado experimentando en los últimos meses, sin aún tener un diagnóstico certero ni tratamiento definitivo por depender de la intervención de variados especialistas, lo cual requiere de tiempo y paciencia, producen en mí una catarata de emociones del espectro negativo que me inunda: tristeza, porque se sospecha que no hay vuelta atrás y se pierde en calidad de vida, (sobre todo se pierde mi precioso y largo cabello rubio...), enojo, porque he hecho mayormente "los deberes" para prevenir la enfermedad en mi vida haciendo ejercicio por años, comiendo sano y hasta dejando de fumar, así es que, desde mi soberbia, no entiendo por qué me pasa ésto a mí, y miedo, primo hermano del enojo, ante los prospectos que mi mente, etiquetada por especialistas contenedores si los hay como neurótica, ansiosa e hipocondríaca, agiganta.

  El enojo es una emoción que nos asusta cuando nos domina ya que hemos sido educados para reprimirla. Según Norberto Levy, médico psicoterapeuta que tiene en su haber varias publicaciones en las que analiza las emociones consideradas conflictivas, el enojo es energía destinada a resolver el problema que lo genera, aunque advierte que es menester saber cómo canalizarlo para que sea usado constructiva y no destructivamente. Tiene además una base biológica, ya que tanto en humanos como en animales, se activa ante lo que se percibe como una amenaza y nos pone en alerta, dándonos fuerzas extras para confrontar el peligro y preservar nuestra integridad. El organismo segrega adrenalina y noradrenalina para posibilitar los mecanismos de lucha. Éste es el componente químico del enojo y su descarga es necesaria para recuperar el estado de armonía que nos permite un adecuado funcionamiento en tiempos de paz y armonía, cuando ya no nos sentimos amenazados.


 Es sumamente interesante lo que cuenta Levy acerca de lo que sucede con los lobos, animales combativos por naturaleza que han logrado "ritualizar" la descarga de su enfado de tal modo que cuando se enfrentan en lucha territorial, el perdedor ofrece su cuello al rival en señal de entrega y el vencedor, en lugar de atacarlo y terminar con él, se aparta de la contienda y busca el lugar más alto de la región para establecerse allí. El vencido se retira, y el vencedor ha resuelto el problema canalizando su emoción sin destruir a su adversario, gozando ahora del equilibrio que sobreviene al haber hecho catarsis productivamente, mostrando los dientes y autoafirmándose, y por haberse asentado en un plano desde donde puede ver más claramente su territorio y el horizonte. El tiempo hará también lo suyo, transcurriendo y disminuyendo la descarga para convertirla en un torrente de aguas calmas que fluyan sin obstáculo a la vista.

  Es entonces preciso tener en cuenta que el enojo que sirve ante las frustraciones no es un fin en sí mismo sino un medio para resolver conflictos, para luchar contra enemigos inquietantes que amenazan con quitarnos lo que es o lo que creemos nuestro, para llegar a esa planicie en lo alto que visualizamos como la calma y, desde allí, idear un proyecto que repare lo que se ha dañado o perdido y erradique el problema que ha surgido en la medida de lo posible. Está diseñado, según Levy, para ser algo así como un puente, algo transitorio, "para iniciar el camino de su propia cesación." 


  Para bien y para mal, los humanos somos mucho más complejos emocionalmente que los lobos, ni hablar si se trata de mujeres y, máxime, si el enemigo que enfrentamos no se da del todo a conocer en su identidad en tiempo y forma. Tal vez por eso Clarissa Pinkola Estés dedicó un extenso trabajo titulado Mujeres que corren con los lobos para profundizar en aquello que habita el alma femenina, protectora de la vida y de la continuación de la especie, esa fuerza poderosa y salvaje, llena de buenos instintos, creatividad apasionada y sabiduría eterna. Aunque esos regalos de la naturaleza nos pertenecen desde el nacimiento, los constantes esfuerzos de la sociedad por "civilizarnos", por ejemplo en la expresión de nuestro enojo constructivo, ese que no hiere a nadie, ni a nosotras mismas, pero que no nos permitimos exteriorizar por haber sido "educadas" para tragarlo, nos han dejado desconectadas de los recursos que albergan en nuestro interior y se nos hace arduo reconectar con ellos cuando más los necesitamos.

  Me encuentro entonces en un momento de transición en el que tengo la férrea voluntad de transformar este enojo que siento, ante todo, conmigo misma, por saberme débil y temerosa para enfrentar lo que en definitiva es la ley natural de toda vida, el cambio en la curva, y alcanzar con tiempo y paciencia ese lugar en la altura que me brindará una visión clarificadora que vaya un poco más allá de lo único que en verdad es nuestro territorio: el presente. Se intenta. Hay días en los que sale mejor que otros. 

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