viernes, 16 de octubre de 2015

Los eskejos

Not to be Reproduced (La reproduction interdite, 1937) , René Magritte


En esta tierra mía donde justo se vinieron a bajar del barco mis abuelos, hace rato que hemos dejado de tener espejos para pasar a tener eskejos. Los eskejos son en apariencia iguales a los espejos que solían tener colgando de las paredes, en el baño y adentro de sus roperos mis abuelos, sólo que en los eskejos que tenemos en casa ahora se produce un fenómeno notable que paso a explicarles. Resulta que en estos eskejos de fabricación cien por ciento argentina se ve distinto. Se cae un botón del sacón, y en este eskejo es como que te vas acostumbrando a verte el sacón sin botón, a punto tal que en poco tiempo te parece que el sacón sin un botón está bueno, que tiene onda. Al tiempo, se te hace una agujero en la manga del mismo sacón al que se le había caído el botón, y se empieza a roer la tela alrededor del orificio, asoman todos los hilitos por ahí, te mirás al eskejo y te parece que igual el sacón queda lindo, que vas a la moda. Pasa un poco más de tiempo, y resulta que el paño del sacón se empieza a brotar en gorollitos que no los sacás ni con el jabón de lavar que te venden por televisión en la tierra de los eskejos para tales mágicos efectos. Te mirás en el eskejo con tu sacón lleno de gorollitos, agujereado, con hilitos y sin botón, y te parece de lo más kitsch. Pasan unos meses más, llega el tiempo de guardar el sacón porque ya llegó el calor, mirás al sacón sin un botón, agujereado, con hilitos y gorollos, lo ponés a contraluz, y notás que el color gris que tenía cuando lo compraste y lo pagaste un ojo de la cara se ha convertido en color ratón. Lo llevás a la tintorería para hacerlo aguantar una temporada más, y aunque la señora tintorera no te promete ningún milagro, te sale un discurso raro, como si estuvieras hablando por kadena nacional, ahí parada, levantando el índice y la voz, toda aireada, muy aseñorada frente al mostrador de la tintorería argentina, un diskurso que dice más o menos kosas como que para qué vas a komprarte un sakón nuevo de likidación si lo ke venden ahora es todo peor que tu sakón, ke te lo cobran kualkier kosa, kada uno lo ke se le kanta la reverenda gana, ke ya la kalidad de antes no se konsigue más y todas esas kosas ke te suelen embargar en una kaskada mental frente a todos tus eskejos. Entonces, ya medio en kaliente komo buena argentina ke sos, dejás al sakón sin un botón, kon un agujero en la manga, lleno de hilitos y gorollitos y kon su nueva tonalidad kolor ratón, pensando que lo vas a pasar a buskar en una semana, vas a pagar otro ojo de la kara por la limpieza en seko y va a terminar kedando igual de choto ke komo lo habías llevado. Te vas de la tintorería kaliente pero tratando de konvencerte de que la señora tintorera debe usar algún produkto mejor ke el jabón de sakar gorollos ke nos venden tan koloridamente aká por televisión, en la tierra de los eskejos, y ke es por eso ke kobra tan karo por la limpieza del sakón. Tal vez el año ke viene, kon un poko de suerte y viento a favor, pensás en kaliente, komo buena argentina kabrona ke sos, te podrás por fin komprar un sakón nuevo. Y si no, serán más eskejos, ké lo karió.



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A boca de jarro

jueves, 15 de octubre de 2015

Una buena idea de ... Proust




(Traducción y adaptación de un artículo original de Alain de Botton, en The Independent, Cultura, domingo 23 de octubre de 2011.)

    En el París de los años 20, había un periódico llamado L'Intransigeant que ostentaba cierta reputación de publicar noticias de investigación, chismes urbanos, clasificados variados y editoriales incisivas. También tenía por costumbre lucubrar grandes preguntas y pedirle a las celebridades francesas que enviaran sus respuestas. "¿Cuál piensa que sería la mejor educación para su hija?" fue una. "¿Tiene alguna sugerencia para mejorar la congestión del tránsito parisino?" fue otra.
En el verano de 1922, el periódico formuló una pregunta particularmente elaborada para sus contribuyentes. "Un científico anuncia que llega el fin del mundo. ¿Cómo cree Usted que la gente se comportará desde el momento en que recibe la noticia y el del apocalipsis? ¿Y qué haría Usted en sus últimas horas?"
Las celebridades que respondieron incluían una quiromántica, una actriz, un político, y un solitario y bigotudo novelista que había pasado los últimos catorce años tirado sobre una cama angosta bajo una pila de frazadas escribiendo una novela inusitadamente larga. A partir de la publicación de su primer volumen en 1913, En busca del tiempo perdido había sido exaltada como una obra maestra. La crítica había comparado a Marcel Proust con Shakespeare y Stendhal, y una princesa austriaca le había ofrecido su mano en matrimonio. Entusiasmado por contribuir al periódico, y en el mejor caso un hombre solidario, Proust envió la siguiente respuesta, que bien puede ayudarnos a nosotros a lidiar con nuestras ansiedades apocalípticas: 



"Yo pienso que la vida de pronto nos parecería maravillosa si sintiésemos la amenaza de que vamos a morir mañana, como algunos dicen que sucederá. Piense en cuántos proyectos, viajes, romances, estudios, ella - nuestra vida - nos esconde, ocultos debido a nuestra propia haraganería que, segura de su futuro, los pospone incesantemente.



Pero haga Usted de esta amenaza un imposible y verá qué bella ella se pone nuevamente ¡Ay! Si tan solo el cataclismo pasara de largo esta vez, seguro no nos perderíamos la oportunidad de visitar las nuevas galerías del Louvre, ni de caer a los pies de aquel amor de nuestros sueños, ni de hacer ese viaje a la India.


El cataclismo no sucede y entonces nosotros no hacemos nada de todo eso porque nos encontramos de nuevo en la zona de confort de nuestra vida cotidiana, donde la negligencia adormece el deseo. Aun así, no habríamos necesitado del cataclismo para amar la vida tal como es hoy. Habría bastado con pensar que somos humanos y que la muerte puede llegar esta misma noche."


Marcel Proust


Aquí, una bella lectura de esa respuesta de Proust 
por el actor británico Alan Rickman:




martes, 13 de octubre de 2015

Truman: Somos Vida y Muerte











Todos somos eso: Vida y Muerte. 



 Vida y Muerte nos habitan. 

Son un misterio que nos excede. 




A ciertas alturas del cauce de una 
es preciso ir irrigando la otra,
ir abriendo camino para que las aguas confluyan
en armonía, 
regando la vida que continuará 
fluyendo hacia el mar de la existencia.





Solo aquellos que tienen la certeza de estar cerca de su propia muerte saben cuáles son aquellas pequeñas cosas por las que vale la pena vivir la propia vida.




Un verdadero aprendiz de su propia muerte sabe dar 
valiosas lecciones acerca de cómo vivir la propia vida.


Es posible que sea más fácil aprender a morir 
que aprender a vivir. 



Sería buenísimo que la muerte nos sorprendiera tan gratamente como me ha sorprendido el libro, el tono, el ritmo y el final de esta buenísima película que es "Truman", del director catalán Cesc Gay. Sería buenísimo que todos pudiéramos ser tan sensatos cuando nos llegue la hora del último viaje como es Julián, el personaje que interpreta, de manera soberbia, Ricardo Darín. Sería buenísimo que tuviésemos la lucidez de decidir cómo queremos vivir nuestros últimos días sin joderle la vida a nadie y que arreglásemos nosotros mismos lo que deseamos se haga con nuestros restos mortales, aun siendo incapaces de concebir esa última transformación. Sería buenísimo que todos intentáramos acompañar a nuestros amigos y seres queridos en el abordaje de la partida como lo hace el sobrio y medido Tomás, interpretado por un brillante Javier Cámara, un ser que irradia todos sus sentimientos a través de la mirada y que, desde el amor y la admiración, respeta y ennoblece la inobjetable lucha de su amigo por morir con dignidad. Sería buenísimo que en nuestra propia película vital pudiésemos hablar a bocajarro de nuestra propia muerte como propone adultamente Gay, sin dramatismo, con una pizca de humor, con honestidad y sin pasar facturas impagas a nadie, mucho menos a nosotros mismos. "Truman" es una película buenísima, una de esas rarezas cinematográficas de inusitada belleza donde lo mejor es que el perro es protagonista sin comerse la película.




Reflexiones suscitadas por la película "Truman".




“…Pudieras, renaciendo en la vejez,
ver cálida tu sangre que se enfría.”

William Shakespeare

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