Escuchando algunas canciones de mi adolescencia, me encontré con una emotiva composición de Alejandro Lerner, cantante, compositor y músico argentino, quien nos marcó a muchos con sus temas, titulada "La belleza". Mucho se ha escrito y hablado acerca de la belleza y, hasta hoy, es un don de los más preciados. Para muchos, lleva a ser catapultado a la fama y al éxito, entendidos estos como triunfar en el mundo material y hacerse popular sin tener ningún otro mérito ni talento.
Sin meterme demasiado en el complejo mundo de la filosofía, diré simplemente que la belleza puede ser considerada como una valoración puramente subjetiva y personal del sujeto que concierne a la estética, o bien una característica objetiva que es propiedad inherente a la persona o al objeto que se reconoce como bello.
Oscar Wilde
Para Oscar Wilde, escritor, poeta y dramaturgo irlandés, la belleza era un tema sumamente importante. En la vejez, su madre se encerraba en una habitación a oscuras, con las cortinas corridas, para que nadie la viera porque sentía que había perdido la belleza que alguna vez de joven tuviera. Además, hizo retirar todos los espejos de su casa. Posiblemente, él heredó esa obsesión estética, y esto se vio reflejado en varios de sus escritos y conversaciones. Tal vez, el epítome del tratamiento del tema sea el que quedó plasmado en la novela El retrato de Dorian Gray, la cual parte del argumento universal de la eterna juventud, dado que el protagonista posee una excesiva admiración por sí mismo que lo conduce a no desear otra cosa que conservarse joven y bello tal y como aparece en un retrato que un artista realiza de él. Ese empecinamiento del joven por mantenerse siempre atractivo lo induce a conjurar una especie de pacto faustiano a través del cual logra conservar siempre la misma apariencia, mientras que la figura del cuadro es la que envejece por él. Cae en una espiral de perversión y búsqueda desenfrenada de placer hedonístico, y es así como el retrato refleja los actos cometidos como si se tratara de la imagen de su alma.
De allí viene una famosa y aforística cita que dice:
"La Belleza es una forma de Genialidad — es superior al Genio ya que no necesita ser explicada."
El mucho menos afamado y agraciado Lerner, sin embargo, le da una vuelta de tuerca al tema de la belleza que me ha conmovido aunque no convencido, justamente en una etapa de la vida en la que se siente que la juventud se va y esa belleza de antes comienza a esfumarse irremediablemente. La canción de Lerner dice así:
Cuando la belleza pase
Será bella tu mirada
Será bella tu sonrisa
Y las noches serán claras.
Cuando la belleza pase
Cada beso, cada abrazo
Será un grito de belleza
Serás bella en mi conciencia.
Oh, mi amor, oh , mi amor
Oh, mi amor, oh, mi amor...
Cuando la belleza pase
No habrá más que lunas nuevas
Y en un círculo de estrellas
Brillarás con luz eterna.
Cuando la belleza pase
Te daré lo que me queda
Cuando la belleza pase
Cuando la belleza pase
Quizás no nos demos cuenta.
Es un buen consuelo, aunque no es cierto que cuando la belleza pasa no nos damos cuenta. Cuando la belleza pasa, duele.
Allá por la década de los ochenta, en mis intensos años de adolescencia bolichera, había un jingle de Coca Cola en los medios locales que decía así:
"Sábado es,
sábado es,
ya la ciudad,
vibra otra vez.
Vení a bailar,
te vas a divertir.
Coca Cola le da
más vida a tu vivir..."
Llegó febrero. Es justo y necesario dejar este oscuro enero atrás. Cortes de luz, olas de calor, maroma económica... Encima estuvimos pintando en casa, y me tocó limpiar como una descosida. Así es que hoy me zambullo en el túnel del tiempo y me voy a bailar, como hacía en aquellos sábados de los ochenta. ¡Quién pudiera volver el tiempo atrás, para no amargarse, para sólo pensar en que "Las chicas sólo quieren divertirse"! Increíble cómo todavía suena esa canción. Me causa algo de sorpresa y mucha nostalgia que mis hijos me hagan subir el volumen de la radio cada vez que pasan una de aquellas canciones que me aprendí de memoria en los ochenta. Ahora, muchos adolescentes la van de "ochentosos", pero lo cierto es que los verdaderos sobrevivientes de los ochenta somos nosotros.
Por entonces, no andábamos con celulares, no nos comunicábamos por Facebook, ni WhatssApp, y cuando quedábamos para encontrarnos el sábado por la noche, era para salir, no para una sesión de Skype o un juego interactivo online. Toda nuestra vida rodaba en torno del baile del sábado por la noche en la disco, para lo cuál arreglábamos personalmente y con la debida anticipación. No había mensaje de texto que nos salvara si, a último momento, no nos dejaban ir al boliche.
Nos pasábamos la semana practicando las coreografías de Madonna para abrir la noche en la pista, como en aquellas películas que nos marcaron a fuego, "Flashdance" y "Footloose". Los mejores bailarines se subían a bailar sobre los parlantes, y cuando se largaba, echaban una capa de humo espesa que me dejaba medio ciega y olía al talco de mi abuela. Bajo la luz blanca se cruzaban las primeras miradas, ya que en aquel tiempo, los varones te sacaban a bailar. Las damas entrábamos gratis porque éramos el gancho para los caballeros. Nada de pogo en la pista, ni de bailar entre amigos. La más fea planchaba, y la linda, o la que sabía cómo disimular, ligaba. Justicia poética a rajatabla. El momento más esperado de la noche eran los lentos. Se apagaban las luces, cambiaba el ritmo, se hacía un expectante silencio y corría una especie de aire fresco sobre la pista. Era el momento más esperado y temido. Si no pintaba el levante, sólo te quedaba la barra y un trago largo con las chicas para digerir el bajón. Y para que nos fuéramos a casa todos contentos llegaba la tanda de lo que dimos en llamar "rock nacional": Serú Girán, Los Abuelos de la Nada, Soda Estéreo, Los Twist, Raúl Porchetto... Pensar que nuestro himno, allá por el 85, era aquel tema de Miguel Mateos, en el que todas las voces se unían como en un coro de cancha:
Entró junio y se viene el invierno. Rescaté mis agujas de tejer del cajón donde guardo "...aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas", y entre lazada y lazada y con Serrat de fondo, te cuento una historia...
"De vez en cuando la vida nos besa en la boca y a colores se
despliega como un atlas, nos pasea por las calles en volandas, y
nos sentimos en buenas manos.
Se hace de nuestra medida, toma nuestro
paso y saca un conejo de la vieja chistera y uno es feliz como un
niño cuando sale de la escuela."
Ella tenía apenas 18 años. No se creía bonita porque sus formas ondulantes y generosas no respondían a los cánones de vientres planos y piernas largas de Barbie que se imponían entonces y ahora. Pero tenía una cara muy singular y vistosa, alunada y alunarada, de ojos grandes y marrones, cabello largo, castaño, con reflejos rubios que se hacían dorados cada verano bajo el sol de alguna playa y una sonrisa dulce y tímida. Había aprendido de otros amores adolescentes a jugar con fuego sin quemarse. Pero este hombre, 11 años mayor que ella, la marcó a fuego.
Entró por la puerta grande de su casa una noche tibia y estrellada de diciembre junto a un grupo de colegas jóvenes de su papá. Eran todos médicos residentes que querían a su jefe y venían a su casa a compartir el consabido asado de fin de año. Él vino sin vino pero con su guitarra a cuestas sobre su larga y algo desgarbada figura para embriagar a las hembras en celo de postre. Ella clavó sus ojos en su afilado rostro de pequeños, solitarios y risueños ojos verde profundo como el Atlántico sur, su cabello renegrido y su nariz aguileña, ya de hombre, marcada por un acné que había pasado ya para ambos, y en su voz descubrió la bella y honda poesía del poeta catalán que la enamoró como él, esa misma noche. Sacó ella también su viola y escondió su silueta aguitarrada detrás de ella para enamorarlo con su tímido rasgueo y su voz temblorosa de saberse descubierta como "una mujer desnuda y en lo oscuro" . Desde entonces, en sus días eternos de adolescente enamorada, "no hizo otra cosa que pensar en..." él, imaginar encuentros posibles en las cercanías del hospital al que se iba a dar una vuelta llevando como camuflaje cómplice a su mejor amiga y compinche, 3 años menor que ella,"dos pájaros de un tiro", para simplemente verlo entrar o salir de la guardia los días en que sabía que le tocaba, deseando el "hoy puede ser un gran día" y así se lo planteaba. Se colaba en los partidos de tenis para hombres en el club, y hasta empezó a tomar clases y se compró todo el atuendo para poder jugarle una partida a ese partido que nunca fue.
"De vez en cuando la vida toma conmigo café y está tan bonita que da
gusto verla. Se suelta el pelo y me invita a salir con ella a
escena.
De vez en cuando la vida se nos brinda en cueros y nos
regala un sueño tan escurridizo que hay que andarlo de puntillas por no
romper el hechizo."
Ese verano sus padres eligieron una playa de la costa argentina como destino bajo el sol. Se le partía el corazón de sólo pensar que no le vería por tantos días, aunque eran unos escasos 10. Pero su sorpresa fue inmensa y le reventó la ilusión en el estómago, lleno de mariposas, cuando supo que él vendría también. "¿Cómo amigo de la familia, hijo mayor adoptivo o como pretendiente en plan de concretar en la playa?" No lo sabía bien, aunque bien sabía lo que deseaba. Jugaban al ajedrez después de la cena compartida, aunque era una partida difícil, que llevó noches que se inundaron con la marea del tedio por la inconcreción y el deseo que ella ahogaba en el mar de día, al que llegaba caminando temerosa e insegura, con su vergüenza enfundada en su enteriza, mientras las demás lucían sus vientres planos y huesudos en sus mini bikinis que siempre la hicieron sentir menos. Él le dijo entre mate y mate un atardecer en la playa que eso se arreglaba con gimnasia, y a ella se le soltó la sexta cuerda, la bordona, y la guitarra se destempló por largo tiempo, porque se dio cuenta con apenas 18 años de que la gimnasia que deseaba hacer, ahí no más, detrás de los médanos, había sido descartada de plano por resultarle muy gruesa a él también. Justamente "tú que tanto has besado, tú que me has enseñado, sabes mejor que yo que hasta los huesos sólo calan los besos que no has dado".
Se encontró al día siguiente con dos adolescentes a quienes había conocido el verano anterior en otra playa pero junto a un río de sierra. Eran hermanos varones, híbridos y pesados, pero le insistieron con salir para ir a jugar pool y a tomar algo en algún pub del centro esa misma noche. Se calzó la ropa que había traído especialmente para cuando él la invitara y se fue con ellos. Y sus profundos ojos vedes quedaron clavados en su espalda mientras se alejaba a aburrirse con los dos plomos: "Penélope con su bolso de piel marrón y sus zapatos de tacón y su vestido de
domingo". Al día siguiente, él dijo estar descompuesto, embolsó sus 3 prendas y se tomó el micro de vuelta a la ciudad. Ya nunca nada fue igual. Dejó de frecuentar su casa, y ella siguió su camino, estudiando, esperando encontrar y sin hacer ninguna gimnasia. "Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks..."
A los 3 años de aquel verano se enteró de que había formalizado con una doctorcita recién aterrizada en la sala. Se le llenó la yugular de celos, verdes como sus ojos verdes, esos que habían recorrido tantas veces su geografía corpórea y etérea y la habían abandonado por ser muy ancha o muy verde, quién sabe ya. O por falta de coraje a pesar de ya ser hombre. Con ella había tirado el rey en su partida de ajedrez, pero esta recién llegada, delgadita y muy aireada, le había dado jaque y se lo llevó hasta el altar. Se casaron un abril en la Basílica del barrio. Ella no fue invitada a la "Fiesta", sólo sus padres. Se quedó ese sábado en casa mirando alguna película y masticando impotencia, más celos e ira. Entre iglesia y salón, se aparecieron sus padres con los padrinos de boda, que hacían un alto en su casa para ir al baño. Gente simple, de manos grandes y un tanto fuera de juego en sus atavíos de boda. Podrían haber sido los suyos, sus suegros, y aquella su casa y su baño. Pero no fue.
"De vez en cuando la vida afina con el pincel: se nos eriza la piel y
faltan palabras para nombrar lo que ofrece a los que saben usarla."
Pasó vida bajo el puente. Tuvo 2 hijos varones, una casa y un buen auto. Hizo carrera y siguió jugando al tenis en el mismo círculo pero con otros tipos, y "entre esos tipos y yo hay algo personal". Un día ella se lo encontró por la calle yendo al trabajo, justo a una cuadra de su casa de casado, y se vieron distintos. El ser padres y el Amor los habían cambiado a los dos. Vaya a saber qué pensó, no se lo cuestionó. Estaba feliz con lo que la vida le había regalado después de tanto esperar. Y lo sigue estando.
El 30 de mayo pasado se levantó tempranito a preparar una vela para soplarle a su hombre, que cumplió sus 45. Fue un día de trabajo como tantos, pero con torta y champagne, hubo blogueo matutino, corrección y diseño de evaluación. Llegó cansada al trabajo y en el camino cayó: se tragó un cordón y se raspó la rodilla que en un faldón enfundó para el festejo posterior. Quedo machucada y dolida, un tanto entumecida, pero disfrutó de sus clases y la cena afuera en familia, con regalos y una breve pero intensa sobremesa. Y a la mañana siguiente, un llamado extraviado la extrañó. Marcó el número del identificador de llamadas porque era el de su casa, el que conservan sus padres aunque ya no viven en ella. Se quedó pasmada al saber que él se había apagado, de un infarto masivo, en plena cancha de tenis y alrededor de la misma hora en la que ella había tropezado, y no hubo nada que hacerle. Su madre se lo contó con lágrimas en la voz: "No la educó, ya me hago cargo, pa' un soñador de pelo largo. ¿Qué le va usted a hacer, señora?"
Una muerte a destiempo, inesperada, aunque después del velorio, al que ella no asistió, porque siempre la espantó y porque esperaba encontrarlo en alguna otra ocasión, similar pero mejor por ley natural, se supo que andaba fumando mucho y un tanto desencantado con lo que el destino le había deparado. Murió a los 55, dejando viuda y dos hijos ya veinteañeros, en el mismo día en que ella celebró el aniversario 45 del nacimiento de su Amor. Esas cosas de la vida que no le parecen casuales, porque es mujer de corazonadas, de caídas que levanta y de silueta aguitarrada que por fin luce encantada gracias al cuarentón, que le enseñó, entre tantas cosas, a mirarse con los ojos del verdadero Amor. Recuerdos que se entrelazan entrelazadaylazada. "Nunca es triste la verdad... lo que no tiene es remedio."
"De vez en cuando la vida nos gasta una broma y nos despertamos sin
saber qué pasa, chupando un palo sentados sobre una calabaza..."