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domingo, 11 de marzo de 2012

De Piaget, Pavlov y homeschooling...



Según Piaget el pensamiento concreto se desarrolla a partir de los 7 años, cuando el niño puede conocer la realidad que lo circunda y pensar sobre ella estableciendo relaciones a partir de sus sentidos. Los niños de esta edad pueden de este modo comprender que son capaces de agrupar objetos por colores o tamaños, jerarquizarlos de menor a mayor o por orden alfabético, encontrar los opuestos, realizar operaciones matemáticas sobre elementos observables (objetos, ábacos o contadores), etcétera, pero siempre deberán tener presente el objeto a estudiar o a analizar. Esta etapa concreta se extiende hasta los 11 años, momento en el cual comenzará a lograrse el pensamiento abstracto. Durante ella es recomendable que todo lo que se pretenda enseñar al niño pueda ser vinculado con su propia experiencia o, de no ser posible, a partir de imágenes (láminas, videos, películas, etcétera).

No obstante, a alumnos de cuarto grado de entre 8 y 10 años de edad, se les pide que realicen descomposición de cifras en decenas de mil, unidades de mil, centenas, decenas y unidades. Por lo tanto, se les da una cifra tal como 24.957 y el niño deberá reescribirla como 2 decenas de mil, 4 unidades de mil, 9 centenas, 5 decenas, y 7 unidades. ¡Fantástico! Pero, ¿dónde entra el pensamiento concreto?

Será simple concretizar la noción de unidades y decenas, posible la idea de centenas. ¿Cómo hacer concreta, tangible y sensorial la noción de unidades de miles y de decenas de miles? ¿Cómo logramos que este aprendizaje sea significativo para la mente de un niño en etapa del pensamiento concreto?


Mamá quiere ayudar a aprender esto a su niña de 8. ¿Qué hace mamá? Ni videos, ni láminas, ni películas. ¡Eureka: billetes! Mamá toma el dinero que está en casa, y hace pilas de billetes de cien para mostrarle a su inteligente hija, aunque aún pensadora concreta, lo que es una unidad de mil. Pero a mamá le resultará imposible mostrarle lo que son 24 decenas de mil con el efectivo en casa. Si esto fuese posible, no importaría tanto que a la niña le vaya bien y aprenda mucho en la escuela para asegurarle un buen puesto de trabajo en el futuro por el cual reciba como pago decenas de miles de billetes por mes...


Por lo tanto, papá y mamá profesores, que estudiamos a Piaget, lo dejamos a un lado este fin de semana y apelamos a Pavlov para entrenar a nuestra amada hija a resolver sus cuentitas ignorando las etapas del pensamiento en las que creemos porque las constatamos a diario. Vamos entonces a resolver cuentitas que carecen de toda relevancia, sentido y propósito para la vida infantil de mi hija hoy, un domingo soleado de marzo a sus 8 años, cuando está deseosa de jugar en la plaza y andar en su bici al aire y libre.


Hoy mismo, mientras adiestramos a nuestra pensadora concreta por la mañana, repasamos los diarios del domingo el padre y yo y nos encontramos con un interesante artículo en la revista dominical de Clarín, Viva, sobre homeschooling: educación en casa. Se trata de un movimiento bastante controvertido que abarca a un pequeño porcentaje de familias mundialmente, aunque en expansión (se calcula que dos millones de niños son educados así en el mundo hoy, mayormente en Canadá y Estados Unidos), que optan por instruir a sus hijos en casa siguiendo programas prediseñados principalmente por sistemas de derecha cristianos. Según se informa, "el homeschooling reúne corrientes de pensamiento divergentes y hasta incompatibles." En sus comienzos, en la era hippie de los 70, el movimiento reflejaba una pedagogía de corte humanista y liberal, y de hecho las fotos que acompañan al artículo muestran niños y madres que se asemejan en aspecto a aquellos hippies setentosos. Se los ve distendidos, rodeados de materiales concretos, coloridos y atractivos, en salas hogareñas especialmente acondicionadas para el aprendizaje y llenas de sol, acompañados por sus madres, quienes aparentemente se dedican a instruirlos en lugar de llevar adelante sus carreras. Se levantan más tarde que los escolares, al menos cuando ya hay luz solar, y dedican tantas horas al estudio como les demande o les entusiasme, para luego cortar por la tarde y unirse a talleres fuera del hogar de música, arte o costura y clubes deportivos. Para responder a los mandatos legales y recibir el reconocimiento oficial de su aprendizaje, estos niños rinden exámenes libres y, según los testimonios, su rendimiento es bueno. Hay algunos que se adhieren a programas para niños dotados como el diseñado por la prestigiosa Stanford University. Sus padres sostienen que sus hijos reciben educación de calidad de las mejores manos, padres sabios y cariñosos que los conocen en profundidad, y dicen estar "muy en contra de la marea."


Terminamos de leer el artículo y nos ponemos a corregir escritura de números en letras, tema sobre el que tenemos serias dudas lingüísticas a nuestros 43 años y de aplicabilidad a los 8 años, corregimos las multiplicaciones por dos cifras y las divisiones, apelando a la calculadora sin que nuestra pequeña nos pille, y terminamos con un dictado de números al cual le vemos nulo propósito antes de disponernos a preparar el almuerzo familiar del domingo. Después de almorzar, nos tomamos un breve recreo antes de la plaza, la bici y el planchado de uniformes que han de estar listos para mañana a las 6:45 a.m., cuando la tiranía del despertador nos hace saltar de la cama para que nuestros escolares se levanten, se vistan, desayunen y vayan al colegio en nuestra compañía sin llegar más tarde de las 7:25 a.m., y nos preguntamos concretamente si nosotros no hemos también estado haciendo homeschooling part-time por años sin la ayuda de Piaget para que nuestros hijos sean escolarizados en un colegio privado de la ciudad de Buenos Aires al mejor estilo Pavlov.


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