Ayer vi "Mis tardes con Margueritte" ("La tête en friche", Francia, 2010, hablada en francés con subtítulos en español), una de esas películas que son poesía pura, que no se olvidan, tanto por su simpleza argumentativa como por sus soberbias actuaciones, y aún más, por la hondura con la que calan en el alma, porque nos encuentran justo en el momento en que necesitábamos verlas. Es una película francesa de Jean Becker, protagonizada y absolutamente "devorada" por la inmensa labor actoral de este robusto y maduro actor que siempre me sorprende: Gerard Depardieu.
Ante todo, valoro este tipo de cine, ya que, como el inglés, es cine real, con arrugas, panzas, lunares carnosos, e imperfecciones que hacen a los actores mucho más actores, digo, creíbles y convincentes en su impecable desempeño. Y además, por sus múltiples y valiosas enseñanzas. En tres pinceladas se construye ante los ojos del espectador a un personaje que parece tirar por la borda todo lo que uno lee y teme de los libros de psicología: que aún la persona que ha sido menos deseada y amada como hijo y alumno de pequeño, que ha sido físicamente maltratada y burlada por los adultos paternantes, y quien no ha sido tenido en cuenta ni tomado en serio en sus legítimas aspiraciones vitales, puede ser sabio, pleno y amoroso al devenir adulto. Este es el caso del personaje principal, encarnado por Depardieu, Germain, quien vive de changas en un pueblo francés, ocupando una casa rodante que perteneciera a uno de los amantes de su madre, ubicada en los terrenos que él ha transformado en una huerta cercana a la "casa-no-hogar" habitada por su madre.
Germain, producto de un amor de "cinco minutos" y ahora adulto, tiene la misma relación con su madre ya vieja y alcohólica que con su madre joven, que le decía abiertamente que no servía para nada y le pegaba, queriendo borrarlo de su confusa y vacía existencia, desprovista e incapaz de amor real por su hijo o por un hombre, debido a esa misma carencia en ella misma. Una mujer aparentemente hueca, capaz de herir con una horquilla a este amante itinerante que les pega a su hijo y luego a ella, y echarlo para siempre de sus vidas.
Germain es un tipo que se junta con sus pintorescos amigotes en un restaurante donde las historias de soledad y carencia afectiva se entrelazan, y que se hace tiempo, "apretando el botón de pausa", para ir a comer su baguette de mediodía a una plaza, y disfrutar de observar a las palomas que revolotean y se posan a su alrededor, a quienes bautiza y reconoce, es decir, "paterna". En uno de esos mediodías al sol, conoce a Margueritte , una refinada, menuda y bella anciana, quien se sienta a su lado y entabla una relación maternante con él, admitiendo su sorpresa ante la presencia de un hombre que se haga tiempo para hacer lo mismo que ella hace en su vacía y despreciada ancianidad, vivida en el asilo donde la depositó su familia por resultar un estorbo, es decir, ligar con las palomas. La anciana no trae baguette para nutrirse en el parque, sino libros que atesora. Y comienza a hacer lo que siempre hace, a riesgo de que la tomen por una vieja chiflada: leer en voz alta. Y ahora, con Germain a su lado, lee "La Peste", de Albert Camus, para él.
Aquí comenzamos a descubrir, a través de "flashbacks" o "flashes al pasado", las escenas de la vida escolar de Germain que lo convirtieron en un disléxico funcional, y que erróneamente lo hacen creer que él y los libros no se dan, aunque Margueritte reconoce en él al brillante lector "auditivo" que en verdad es, como los niños, que adoran que se les lea en voz alta y así se vinculan con la lectura desde la más tierna infancia, más allá de la dificultosa tarea de hilar palabras que Germain y todo niño padece confrontado a la lectura en un principio, aunque algunos "maestros" lo ignoren o los ridiculicen por esto, como se ve en este caso.
Margueritte dice que "Cuando se guardan libros, siempre se acaba hojeando un par al azar." Y le lee en voz alta, como a ella le gusta, un maravilloso pasaje de "La Peste", que Germain inmediatamente visualiza en el ojo de su mente:
"Puede imaginarse (...) una ciudad sin palomas, sin árboles, ni jardines, donde no se oiga un batir de alas, el crujido de la hojas, un lugar neutro, en otras palabras. El cambio de las estaciones sólo se ve en el cielo, la llegada de la primavera se sabe por la calidad del aire o por los cestos de flores traídos por los jóvenes vendedores de los extrarradios. Una primavera vendida en el mercado."
Al proseguir con La Peste, Germain parece estar dormido, con los ojos cerrados. Margueritte le pregunta: "¿Duerme?". "No, imagino", responde él. Y comienza a visualizar, asqueado, las infectas ratas que salen de las alcantarillas por millares, y que van a morir hediondas e hinchadas a los cestos de basura de la ciudad apestada del universo simbólico de Camus.
La lectura prosigue a lo largo de diez días de encuentros en el parque, hasta que, por fin, concluye:
"Al oír los gritos de alegría que surgían de la ciudad, Rieux recordaba que esta alegría seguía amenazada, pues sabía lo que la mayoría de la muchedumbre ignoraba, y que puede leerse en los libros. Quizás llegue el día, para desgracia y educación de los hombres, en que la peste despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad feliz."
Germain describe el efecto de la experiencia literaria comparándolo con el de las drogas, aunque admite nunca haber sido adicto a ninguna de las dos sustancias. Y Margueritte, a pesar de la inicial negativa de un Germain que no se lleva con los libros, le obsequia su libro anotado y subrayado. Los encuentros continúan con la lectura de La promesa del alba, un libro de memorias en el que Romain Gary relata sus años de infancia y juventud a modo de homenaje a su madre, Nina Kacew, a quien, igual que Germain, a pesar de todo el desamor que recibe de ella, Romain adoraba, y junto a la que huyó de Moscú en busca de un mundo mejor. Además Margueritte le obsequia ahora su diccionario, al que describe como "un viaje extraordinario de palabra en palabra", en el que Germain intentará descubrir el significado de las palabras simples y relevantes para él: su propio nombre, por ejemplo, que significa "germano, sajón, vándalo", o Margueritte,"nombre de una flor silvestre": ¡vaya novedades! Descubre que el saber duele, que se está mejor sin él. El saber que los libros le dan lo distancia y enfrenta con la chatura de la vidas de sus amigos, a quienes sigue viendo igualmente, pero ya no hablan el mismo idioma. Germain se convierte en una persona diferente, mejor, y todo su mundo cambia a partir de los libros. Su primera reacción es devolver el diccionario a su dueña, pero finalmente descubre que el significado de las palabras no se aprende de ningún libro (como dice Lucio Mansilla muchas veces en Una excursión a los indios ranqueles), sino de la vida, aunque los libros la potencian y embellecen, por reflejarla y hacer de ella una experiencia universal. Germain es en verdad un artista, que deseaba ser vidriero por el asombro que la causan los vitrales de las iglesias; esculpe, crea vida en su huerta, paterna a su madre y ama a una joven que finalmente desea que la haga madre, aunque él no se siente capaz de ser padre por haber sido rotulado un fracaso por todas las personas influyentes de su entorno:"¿Qué podría darle yo como padre a un hijo, si apenas terminé la primaria?", se cuestiona. Pero ahora están estas mujeres que lo maternan, que le enseñan que la vida cobra valor y sentido sólo a través del amor, y desde allí es capaz de enfrentar la muerte en parte autopropiciada de su madre, regocijarse con la noticia de su próxima paternidad, y "adoptar" a Margueritte como la madre que la vida le regaló.
Hace poco escribí una extensa entrada sobre los "sin-hijos" por elección propia, y lo bueno de elegir no ser padre o madre si uno siente que no es apto para esto o sólo por el "deber ser". Esta película me interpela en mis opiniones, ya que me demuestra que toda vida, más allá de haber sido deseada, cuidada y amparada como merece o no, toda vida es finalmente un "parirse a uno mismo" desde el amor que siempre se encuentra si uno tan sólo se aviene a recoger las margaritas silvestres que ella nos regala.
“Con el amor materno, la vida te hace al alba una promesa que jamás cumple. Después nos vemos obligados a chupar frío hasta el final de nuestros días. Después de él, cada vez que una mujer te abraza y te estrecha contra su corazón, ya no son sino pésames. Siempre volvemos a aullar sobre la tumba de la madre, como un perro abandonado. Nunca más, nunca más, nunca más. Brazos encantadores se juntan alrededor de tu cuello y tiernos labios te hablan de amor, pero tú ya sabes de qué va. Fuiste muy temprano a la fuente y te lo bebiste todo. Cuando vuelves a tener sed, por más que busques por doquier, ya no quedan pozos, sólo hay espejismos. Desde el primer resplandor del alba, has hecho un estudio muy riguroso del amor, y dispones de documentación. Vayas donde vayas, llevas contigo el veneno de las comparaciones, y pasas el tiempo esperando lo que ya recibiste... "
Y te lo dejo para que la veas: a boca de jarro.
P.D.: Esta va para vos, Vale, que como buena alumna me llevaste a redescubrir el valor de tener un diccionario sobre la mesa de luz como un excelente compañero de ruta, y me iluminaste con el significado de la palabra "procrastinación", que en absoluto te define. Y para vos , Ger, la primera persona que me habló de Camus y La peste: ¡gracias a los dos!