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jueves, 29 de marzo de 2012

La poesía del árbol y sus raíces

Imagen de un pehuén, árbol "madre" y sagrado para los mapuches según La Leyenda del pehuén errante.


 Sergio Sinay, a quien reiteradamente he citado y tengo como referente en cuestiones de reflexión sensata y profunda de mi sociedad y de la vida misma, me ha regalado, en su nota en LNR del domingo 25 de marzo, el recuerdo de este poema que leí de adolescente en mi paso por la escuela secundaria sin entenderlo ni apreciarlo como lo hago ahora, desde el lugar de adulta en el que estoy plantada hoy:

SONETO
 
Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado.
Si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.
 Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado
 
  Francisco Luis Bernárdez

 Por estos días, ha desmejorado la salud de un miembro de la familia que lleva años postrado, y, sin embargo, ha expresado que se sentía agradecido a la vida por haber permanecido vivo como raíz para disfrutar de lo que el árbol familiar le ha dado de florido. El precio ha sido soportar lo soportado, padecer lo padecido.

 Por estos días también, murió una mascota familiar. Yo jamás he tenido un perro en casa, así que sé muy poco sobre cómo viven y aún menos, sobre cómo mueren. Pregunté y me contaron: empezó a quedarse más quieta, a esconderse, a dejar de alimentarse, hasta que murió. Me impactó la sabia conducta del animal ante el fin de la vida: entregarse mansamente a volver a la tierra.

 Por estos días, además, han comenzado a caer las hojas de los árboles. Hay muchas hojas secas para recoger. Curiosamente, es una tarea doméstica diaria del otoño que no me pesa. Me conecta con el ciclo de la naturaleza que arremete con su curso, que renueva, que prepara, que apacigua y reconforta.

 La repentina llegada del fresco y el sol templado de otoño vigoriza, enraíza una rutina que hace a un fluir que se traduce en un sentir liviano a pesar de los vientos. 

 El momento en que me encuentro enraizada en la vida se me hace como el comienzo del otoño: un tiempo de sol tibio y cálido, una necesidad de estar y de ser protección y alimento para los míos, como una raíz.

 El poema y los hechos así hilvanados me muestran, una vez más, que se debe confiar en la perenne sabiduría de los ciclos de la vida y de la naturaleza. Me embarga la sensación de que somos parte de un entramado y estamos a buen recaudo, bajo un árbol enraizado que nos nutre y nos regala su sombra y su cobijo. Y que todo lo que hacemos, gozamos y padecemos, es nutriente para los brotes tiernos que se alimentan de nosotros, troncos y raíces subterráneas.


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