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miércoles, 25 de enero de 2012

El nombre de la rosa II

En una entrada anterior, reflexionando sobre las posibles restricciones al acceso a ciertos sitios de Internet que, según se especula, traería aparejada la aplicación de PIPA y SOPA tal como se nos informa, apelé a la alegoría del oscurantismo y el celoso resguardo de la llave del conocimiento que Umberto Eco magistralmente recrea en su novela El nombre de la rosa.

Umberto Eco ha opinado en repetidas oportunidades sobre Internet y la era informática, y lo ha hecho desde distintos ángulos. Se me ocurre que tal vez deberíamos escuchar a los autores que requieren protección legal de sus derechos para idear formas de regular lo que sucede en el ciberespacio, y sobre todo, para decidir quiénes serían los gatekeepers de la Web, los guardianes del copyright y la propiedad intelectual.

En un diálogo con Javier Marías en elpais.com hace cosa de un año, el autor de El nombre de la rosa afirmaba:

“Internet es la vuelta de Gutenberg. Si McLuhan estuviera vivo tendría que cambiar sus teorías. Con Internet es una civilización alfabética. Escribirán mal, leerán de prisa, pero si no saben el abecedario se quedan fuera. Los padres de hoy veían la televisión, no leían, pero sus hijos tienen que leer en Internet, y rápidamente. Es un fenómeno nuevo.”

En un artículo publicado en forma digital recientemente, basado en una extensa entrevista que le realizó la revista brasileña Epoca, el escritor y semiólogo italiano teorizó sobre la necesidad de una especialidad académica para filtrar información de Internet, a la que calificó como un mundo “salvaje y peligroso” para las multitudes que no pueden separar la buena y la mala información a la que acceden a través de las pantallas de sus ordenadores.

“Los que tenemos acceso al conocimiento aprovechamos mejor la Internet que el pobre señor que compra salame en la feria. La TV era útil para el ignorante, porque ella seleccionaba la información que él podría necesitar, aunque información idiota.”
Feria de salames.
Feria del libro.













Y advirtió: “Internet es peligrosa para el ignorante porque la Web no filtra nada; es buena sólo para el que sabe dónde está el conocimiento. Habrá multitudes de ignorantes usando Internet para tonterías: chat, noticias irrelevantes y juegos”.

¿Qué comerá Eco?

Es por lo menos interesante ponerse al tanto de la visión del mundo de este intelectual italiano, quien lo divide  entre los que tienen acceso al conocimiento y los ignorantes de manera tan políticamente incorrecta, que se sustenta en la premisa de que deberían ser las universidades quienes lleven a cabo un "filtrado" para seleccionar el contenido disponible en Internet. Pero evidentemente, esta medida no mejoraría las cosas para los usuarios: no sería suficiente para "el pobre señor que compra salame en la feria" para hacerse un poco más sabio, y probablemente resultaría innecesario y arbitrario para quienes tienen acceso al conocimiento y no dependen de una elite universitaria que seleccione por ellos. Además, estimo que somos millones los que compramos salame y libros, aunque ambos artículos de consumo se han puesto cada vez más caros en relación a nuestros salarios, al menos aquí en la Argentina.

Me pregunto además cuál sería el criterio para "filtrar" : ¿sería el de la legalidad, el de la legitimidad, el del valor intelectual, o el de "esto es para los iniciados y esto es para los ignorantes"? No especifica :

“Sería necesario crear una teoría del filtro, una disciplina práctica, basada en la experiencia cotidiana con Internet. Es una sugerencia a las universidades, elaborar una teoría para el filtro del conocimiento, conocer es saber separar”. 
  
Quien conoce y sabe es capaz de separar, es decir, discriminar, discernir, por sí mismo: esa es la gran libertad que ofrece el conocimiento, y cuanto mayor y más libre acceso tengamos al conocimiento, mejor sabremos filtrarlo por nosotros mismos, sin un Big Brother titulado dictaminando qué sirve y qué no sirve.

En una nota publicada por elmundo.es en 2010, al ser investido "doctor honoris causa" por la Hispalense, Eco parece haber recordado el valor de la educación en todo este asunto:

"Es mejor educar a la gente en usar críticamente la libertad que no reducir la libertad".


Y aunque criticó el nivel de anonimato y resultante carencia de confiabilidad y legitimidad de los contenidos disponibles, el catedrático admitió que imponer criterios mínimos para incluir información en la red supone "la reducción de la libertad".

Sin embargo, en la misma ocasión, Eco declaró que el fin de la cultura "no es sólo conservar" porque "una memoria sana conserva algunas cosas, pero otras las desecha", y apeló al ejemplo de una biblioteca, formada por los libros que uno desea tener y también por los que ha descartado. 

A pesar de que es cierto que hay un exceso de información, y de que, para colmo de males, gran parte de la misma es falsa, la analogía con una biblioteca me hace pensar en la mía. Y en mi biblioteca no desearía que nadie de afuera, por más títulos universitarios que haya alcanzado, viniera a decirme qué libros debo conservar y cuáles debo desechar.

Escena de la película Fahrenheit 451, basada en la novela homónima de Ray Bradbury.
Ya hemos pasado por períodos negros de quemas de libros en la historia y sabemos que el humo de esas fogatas no augura nada bueno. La verdad es que las opiniones de este paradigmático autor cuyo copyright estas leyes estarían protegiendo no me queda nada clara. Y con respecto a la idea de "filtros" para descartar lo falso, si es que de eso se trata, Eco se olvida, aunque me lo hacía un bicho de biblioteca, de tantos libros llenos de erratas y de interpretaciones variopintas de los hechos históricos, de los desacuerdos sobre la fecha de nacimiento o muerte de tal o cual personaje, y hasta de los rumores que ahora se convierten en película de que William Shakespeare no fue en verdad  quien alzó su pluma para crear lo mejor que la dramaturgia isabelina nos ha dado, y tal vez, la de todos los tiempos, pero es sólo una opinión de alguien que compra salame en la feria y también lee.

Ni siquiera un referente como Umberto Eco, que merece que sus derechos de autor sean protegidos contra los piratas del ciberespacio, me aclara el panorama; más bien, lo oscurece.

Me resulta más entendible, aunque no sé si ideal, la movida que ha hecho un éxito editorial como Paulo Coelho, cuyo valor literario será seguramente cuestionado por los intelectuales, que dice haber dado con la fórmula que convierte al enemigo en aliado, como haría un verdadero alquimista, subiendo a Internet su obra, que ya lo ha hecho millonario y le permite vivir en el sur de Francia, dedicarse a la arquería en su tiempo libre y llevar su propio blog: Pirate Coelho.

"Al final del día la gente lo va a comprar, esto les estimula a leer y eso a su vez, les estimula a comprar", asegura el autor en una nota publicada por El País en 2010. Y avala su teoría, en la que no median "filtros", con datos objetivos que prueban que multiplica sus ventas por diez gracias a las descargas gratuitas.

¿Tendremos que hacernos alquimistas para transformar esta SOPA en algo digerible para TODOS y para fumarnos esta PIPA y que finalmente resulte ser la pipa de la paz?

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