jueves, 20 de octubre de 2016

Trampantojo






"Huyendo de la crítica", Pere Borrell del Caso



    Al otro lado de la ventana, estaba ella, sentada sobre la cama, pelada y sin un solo diente. La persona con más vida que había conocido en mi vida esperando escapar del dolor de verse enferma para ir al cielo que los grandes nos prometen. Había venido para decirle cuánto la amaba, pero no pude. Y no me culpo, a pesar de que me pesa. Yo era muy chica, y, por esos trucos de la vista, esa ventana que nos separaba hizo que en su rostro yo viera el mío, y el de la muerte, que algún día me llevará con ella.



A boca de jarro

viernes, 7 de octubre de 2016

Mil maneras de morir



"La muerte siempre gana, pero te da una vida de ventaja."

Eduardo Galeano, "Hablan las paredes".




      Mil maneras de morir nos depara el azar en esta vida. Mi tío Oscar, fiel a sí mismo, se las jugó todas a muerte. Habiendo sido declarado persona non grata y proscripto en todos los antros de juego y los puticlubs con piecita al fondo de sus pagos, y habiendo logrado que todos los levanta quinielas de zona sur se la tuviesen jurada por las gruesas deudas acumuladas, no tuvo mejor idea que apostar su última ficha a la ruleta en el casino de Colonia. 


El día en que cumplía los 36, se empilchó como un dandy, tomó el aliscafo de la tarde y desembarcó al otro lado del río cuando los arreboles del poniente ya se habían hundido bajo la pesada línea del horizonte platense. Compartió taxi hasta el hotel con otro fullero del centro que juraba por su madre tener un pálpito para la rula de esa noche. El tío Oscar sabía perfectamente a qué número entrarle en su día, pero no lo compartiría ni con su madre, y se tenía la confianza que nunca nadie le había profesado de pegarle al pleno.

Antes de entrar al casino, se hizo lustrar los tamangos por un botinero orillero que intentó reorientar su suerte hacia el Blackjack.

—Esta noche no estoy para las cartas, mi amigo. Ya me cansé de contarlas... — sentenció, funesto, y quiso la fortuna que en aquel cansancio premonitorio desoído le fuera la vida.

En la sala central de juego, la mesa de ruleta se abría de gambas a mi tío como puta en celo, y las fichas repiqueteaban en sus palmas regordetas, húmedas de anticipación. Intentó enfriar su calentura prendiéndose un pucho y dándole aire al escolazo por dos vueltas, pero el aura del 36 y el embrujado contoneo de la hembra rueda - estática y brillante en su centro - se le hacían irresistibles.

Se alzaron las apuestas para la tercera bola de la noche en Colonia, al tiempo que el río se enfundaba en oscuros nubarrones y ominosos vientos de sudestada. Mi tío Oscar no apuró los pasos de su ritual cabulero. Acarició el paño verde con el anular izquierdo, sobre el que brillaba su sello de oro, con la cara del anillo se rozó el huevo izquierdo, guardando disimulo ante las damas presentes, y le pegó un sorbo fiero al whisky importado que le acababan de traer a la mesa de apuestas, sellando el gesto místico con un chasquido de sus finos labios. Besó su puño derecho, chorreando de fichas, y fue apilándolas con deleite timbero - como quien suelta las cenizas de su suegra sobre el mar - una por una, encima del 36, que lo había llamado desde la otra orilla del Plata, renegrido ahora ya y a sus espaldas.

Con el "No va más" del croupier charrúa, que estrenaba oficio aquella misma noche, su corazón entró en taquicardia arrítmica y le exprimió unas gotas gordas de sudor helado por sobre el cuello arrugado de la camisa. La pálida bola comenzó su danza letal alrededor del plato para ir perdiendo velocidad hasta parar en seco. Se cantó el pleno de su vida, "Colorado el 36", y se cavó la fosa: Tío Oscar cayó redondo, con un infarto puesto, sobre el plato giratorio, con tan mala suerte que se clavó la torre plateada de la rula en medio de la frente. 


Visité el casino de Colonia al cumplirse los 36 años de su muerte. El croupier aún hoy lo recuerda.



A boca de jarro

miércoles, 5 de octubre de 2016

En tránsito



Cómo me gusta observar 
gente que viene o que va, 
gente que espera abordar 
el tren inerte en el andén:

cuánto cargan, lo que calzan,

con qué cara se abalanzan
- cada rostro cuenta el cuento
que está escrito en cada espalda.

Y me divierte adivinar
de qué la van, de dónde son,
qué comerán, qué leerán
o con quién hacen el amor,

qué sueños sueñan al viajar,

a dónde anhelarán llegar,
si es que algún día lograrán
vencer el sino del andar,

si es que alcanzaron ese tren,
el que promete hacerte Alguien
con nombre propio en la estación
donde esperamos los demás

viajando ya sin ilusión
apretados, condenados
a vivir eternamente
en tránsito...



A boca de jarro

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