lunes, 16 de enero de 2012

Una de árboles



Los árboles ejercen sobre mí una fascinación especial. No necesito viajar a ningún lugar boscoso ni lejano para apreciarlos: tengo la suerte de vivir en una ciudad profusa y variadamente arbolada. Tanto, que a menudo resultan problemáticos: de tan altos que los hemos dejado llegar, muchas veces los árboles enferman y caen en los días de tormenta, aplastando autos y causando destrozos, o se enredan sus ramas altísimas con todo el cablerío que desluce y afea nuestra ciudad. No se los poda, pensando que se les hace un daño. Yo no sé mucho de esto de cuidar árboles tan enormes y añejos, pero recuerdo que de pequeña la poda municipal anual era práctica común. Ahora dicen que no les hace bien o que no es necesaria, y no se permite fácilmente remover un árbol aún si se trata de un espécimen  que quedó obstaculizando una entrada de auto en una construcción nueva, por ejemplo.


También me ha pasado de vivir mis primeros años de casada en un departamento con un precioso ventanal amparado a la sombra de un plátano: la pelusa del plátano metida en mi garganta en otoño y primavera exacerbó mis alergias, y ni hablar de la cantidad de veces que tapó rejillas y desaguaderos por donde se filtraba al punto de inundación. Cuando me mudé, me fijé muchísimo en qué tipo de árboles tenía plantados en la puerta de casa.


Desde la alegoría del origen de nuestra especie asociada al árbol del  bien y el mal del Edén, cuyo fruto prohibido dio Eva de comer a Adán, los árboles han sido tomados como entidades sagradas por diversas religiones, y hoy hay gente que se dedica a abrazar árboles porque dicen que se interconectan los campos energéticos. A mí me gusta observarlos, fotografiarlos y sentarme a su sombra, siempre que se puede, a disfrutar de esa energía y esa sensación de protección y resguardo que entiendo vincula a los árboles con un hondo sentido de ancestralidad y necesidad de arraigo en nosotros.

Bosque patagónico.

Bosque de arrayanes, Bariloche, Argentina.  Árboles que abundan en la Patagonia Argentina y son de corteza fría.

Magritte.

Son además un tema recurrente en el arte en general y descollante en la pintura, cargado de significados simbólicos. Simbolizan muchas cosas: individualidad cuando se trata de árboles fuertes, como el roble, diversidad o uniformidad cuando se los plasma en conjunto, fecundidad cuando están en flor, debilidad cuando se los muestra abatidos por el viento, pelados o quebrados, perseverancia y fortaleza cuando erguidos en medio de condiciones adversas o paisajes desolados, etc. Hay árboles robustos, altos, añejos, jóvenes, solitarios, bellos, escalofriantes. Hay árboles mágicos o con ciertos poderes sobrenaturales o curativos.

Klimt.

Monet.

Van Gogh.

Van Gogh.

Friedrich.


Friedrich.

Lo arbóreo representa también unidad en la diversidad de las partes que hacen al todo del árbol, el enraizamiento, el sentir del terruño, familia en cuanto a lo genealógico, y sobre todo vida. La vida se me hace un árbol en sus ciclos naturales, en su temporalidad, en sus aspectos cambiantes y, sobre todo, en su capacidad de transformarse para seguir generando vida.

El árbol de la vida, Klimt.
Plantar un árbol, cuidarlo y verlo crecer, es proyectarse en el tiempo desafiando nuestra transitoriedad, creer que la vida es posible más allá del límite de nuestra existencia, aspirar a alcanzar metas que se nos hacen altas, aceptar el desafío y creer que se puede a pesar de todos los vientos que amenacen con derribar nuestro árbol.



Árboles de Vladimir Kush.




POEMA DEL ÁRBOL (Fragmento)

Árbol, buen árbol, que tras la borrasca
 te erguiste en desnudez y desaliento,
 sobre una gran alfombra de hojarasca
 que removía indiferente el viento…
(...)

Y en esa verde punta
 que está brotando en ti de no sé dónde,
 hay algo que en silencio me pregunta
 o silenciosamente me responde.

(...)

Sí, buen árbol; ya he visto como truecas
 el fango en flor, y sé lo que me dices;
 ya sé que con tus propias hojas secas
 se han nutrido de nuevo tus raíces.

(...)

Y, en cordial semejanza,
 buen árbol, quizá pronto te recuerde,
 cuando brote en mi vida una esperanza
 que se parezca un poco a tu hoja verde…

Antonio Machado

A boca de jarro

viernes, 13 de enero de 2012

El ocio

Katsushika, “Niño observando el Monte Fuji”



"El ocio representará el problema más acuciante,
pues es muy dudoso que el hombre se aguante a sí mismo."
(Friedrich Dürrenmatt)

¡Qué necesario y sentador resulta esto que llamamos ocio y que, muchas veces, intentamos llenar de proyectos y actividades para que no se convierta en monotonía o pereza, para no tener que enfrentarnos con nosotros mismos! Hacía meses que no dormía tanto ni tan plácidamente. Meses que mi cara no se veía libre de ojeras y abultados párpados. No hay mejor tratamiento antiage que el ocio bien vivido.

Sin embargo, el ocio tiene mala fama por considerárselo tiempo perdido, sinónimo de improductividad. Con la velocidad y la oferta de consumo de supuestas diversiones que se nos ofrecen en los tiempos de hoy se atenta contra el ocio bien entendido. Y se nos incita a llenar nuestro tiempo libre de obligaciones laborales con destinos que, lejos de darnos un descanso, nos cansan y nos vuelven a congregar en forma multitudinaria para crisparnos los nervios.


Se nos otorga el derecho y el privilegio de las vacaciones. Lo mejor de esto que llamamos vacaciones demuestra una cosa importantísima: la ansiedad y el estrés que nos acompañan a lo largo del año de trabajo no son producto de nuestra patología mental, sino simplemente nuestra natural reacción a la alienación y el abatimiento que implica vivir en una urbe del siglo XXI, donde no hay tiempo para la dis-tensión porque la vida en la ciudad es pura tensión, aunque no se trata en absoluto de una elección propia. Y son la imposibilidad de elegir qué hacer y la conciencia de todo lo que se quiere pero no se puede hacer con nuestros tiempos durante tantos meses lo que más enferma al alma, lo que más neurotiza, lo que más envejece.


El ajetreo cotidiano que comienza contranatura, con un tremendo madrugón que durante largos meses significa estar despierto antes de que nuestro reloj biológico diga que es hora de levantarse, simplemente porque aún no salió el sol, implica de entrada una importante causa de malestar e insatisfacción en nuestra forma de encarar el día. Empezar la jornada cuando la tiranía del despertador lo decreta para salir corriendo de la cama a cumplir con la interminable lista del "tener que", que acumula deberes impuestos por la escolaridad de los hijos y el trabajo propio, más el manejo de una casa, no deja tiempo ni energías para lo que experimento en estos plácidos y extraños días, en los que a veces no sé ni en qué día de la semana estoy: ¡estupenda sensación de sanidad mental!

Al mismo tiempo sucede que uno se extraña de sí mismo al sentir que disfuta de hacer nada, entendido desde lo que casi todos piensan que es hacer. Disfrutar de no salir de casa, de no ir a donde se supone que hay que ir cuando uno está de vacaciones, resulta bizarro para la gran mayoría; no transar con el negocio del ocio, que en definitiva lo mata, parece absoluta insanía. Elegir no ser uno más de los millones que abandonan la ciudad para abarrotar las playas y pelearse por una superficie en la arena bajo el sol, o elegir no hacer largas colas en el parque de diversiones, gastando fortunas por la adrenalina de la montaña rusa, que conocemos de memoria por ser la mejor alegoría de nuestra rutina cotidiana, parece una locura propia de un neurótico amargado. Y sin embargo, es lo que asegura el descanso y la convicción de que, después de todo, no estamos tan locos.


Como miembro de una sociedad altamente psicologizada y neurotizante, a menudo me siento una trastornada, una neurótica. Son estos refrescones en la misma ciudad que me perturba y me crispa el resto del año, pero con por lo menos tres millones de personas inactivas o ausentes este mes de enero, con calles en las que se puede caminar si uno sale de casa sin llevarse por delante a medio mundo y vías por donde se puede circular en auto con suficiente holgura, sin bocinazos ni atascamientos, escuchando que en la radio el informe de tránsito diario tiene poco que informar, son estas bocanadas de aire fresco, estos remansos los que, en definitiva, nos dan la clara pauta de que no estamos locos: es la forma en que se nos plantea la vida sin que pueda mediar elección propia lo que verdaderamente enloquece.


A boca de jarro

miércoles, 11 de enero de 2012

María Elena Walsh: Nada Más

 Nada más


   (María Elena Walsh)

"Con esta moneda
me voy a comprar
un ramo de cielo
y un metro de mar,
un pico de estrella,
un sol de verdad,
un kilo de viento,
y nada más."

 "En el país de Nomeacuerdo...", se cumplió por estos días un año de la desaparición física de una grande de la cultura contemporánea argentina para chicos y grandes: María Elena Walsh. Y hablo de desaparición física, porque el alma de María Elena, esta juglar de nuestros tiempos, sigue viva entre nosotros, grandes y chicos. Yo cantaba sus canciones de pequeña, acompañándome con acordes simples en mi guitarra, que quedó guardada. Mis hijos las aprendieron de más pequeños y disfrutaron de su magia, y ahora mis sobrinos, aún más chiquitos, siguen deleitándose con "Manuelita la tortuga", "El Reino del Revés", "La Reina Batata" y toda una galería de fantasía que nos liga a varias generaciones ya.

 A través de su mundo de fantasía:

"Estamos invitados a tomar el té,
la tetera es de porcelana, pero no se ve,
yo no se por qué."



Hay un jardinero que anda por ahí cantando esta bella canción que conocemos bien:

"Canción del jardinero"


 Y gracias a la crítica social de la poetisa adulta María Elena, los argentinos aprendimos que debemos ser como la cigarra:


"Como la cigarra"   (María Elena Walsh)

"Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí,
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal
porque me mató tan mal,
y seguí cantando.

Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que el sobreviviente
que vuelve de la guerra.

Tantas veces me borraron,
tantas desaparecí,
a mi propio entierro fui
sola y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
que no era la única vez,
y seguí cantando.

Tantas veces te mataron,
tantas resucitarás,
tantas noches pasarás
desesperando.
A la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando."



 Hay gente que nunca se va: se quedan y siguen cantando en nuestra voz. 


"Porque me duele si me quedo
pero me muero si me voy.
Por todo y a pesar de todo, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Por tu decencia de vidala
y por tu escándalo de sol,
por tu verano con jazmines, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos.
Porque le diste reparo
al desarraigo de mi corazón.

Por tus antiguas rebeldías
y por la edad de tu dolor,
por tu esperanza interminable, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Para sembrarte de guitarra,
para cuidarte en cada flor,
y odiar a los que te castigan, mi amor,
yo quiero vivir en vos."


  ( "Serenata para la tierra de uno" de María Elena Walsh)


                                      

A boca de jarro

lunes, 9 de enero de 2012

Charles Dickens: un desafío


http://carmenyamigos.blogspot.com/2011/12/reto-bicentenario-charles-dickens.html


Este año se cumple el bicentenario del nacimiento de Charles Dickens, emblemático novelista inglés, sin dudas el exponente más popular y más leído hasta nuestros días de la Inglaterra Victoriana. Y descubrí una colega, Carmen, a través de una seguidora de lujo, Antonia Romero, que lleva un blog literario y que propone el reto de leer y reseñar tantos libros de Dickens como gustemos. Realmente, esta mujer y Antonia, quien se apunta a varios desafíos y además escribe, me tienen asombrada, porque no hacen más que proponer o aceptar retos de lectura que en principio me tientan, pero les voy a contar qué me pasa con los libros y con éste en particular.

Siendo realista con mis tiempos y mi tendencia a la promiscuidad literaria, me apunté en este reto con Hard Times (Tiempos difíciles, escrita en 1854). Si bien no es la novela más emblemática del prolífico autor, me parece oportuno leerla en un año en el que se nos pronostican tiempos difíciles en lo económico, y desde allí tal vez encontrar en ella algo aplicable al presente en su alegoría y denuncia de los estragos causados por el industrialismo en su etapa inicial. Se trata, además, de la única novela de Dickens en la que la acción no se desarrolla en Londres, sino en Coketown, una ciudad ficticia del norte de la Inglaterra del siglo XIX, cuyo nombre evoca  al "coke", en español, "coque", un producto derivado de la descomposición térmica del carbón, elemento que pululaba por el aire desprendiéndose del serpenteante humo de las chimeneas de las fábricas y cubriendo los ladrillos, los rostros y las almas de los habitantes del imaginario mundo de este popular creador de escenarios y personajes, que se me hace como el equivalente victoriano a nuestro smog urbano. Y Dickens, se me ocurre, era para sus ávidos lectores, que esperaban ansiosos las entregas por capítulos de sus obras, como para nosotros es un cineasta como Spielberg, y las novelas de Dickens, el correlato de nuestras sitcoms, que tampoco sigo por televisión. Admito que me atrapa el comienzo de la novela:



LAS ÚNICAS COSAS NECESARIAS   (THE ONE THING NEEDFUL)

"-Pues bien; lo que yo quiero son realidades. No les enseñéis a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades. En la vida sólo son necesarias las realidades.
No planteéis otra cosa y arrancad de raíz todo lo demás. Las inteligencias de los animales racionales se moldean únicamente a base de realidades; todo lo que no sea esto no les servirá jamás de nada. De acuerdo con esta norma educo yo a mis hijos, y de acuerdo con esta norma hago educar a estos muchachos. ¡Ateneos a las realidades, caballero!
La escena tenía lugar en la sala abovedada, lisa, desnuda y monótona de una escuela, y el índice, rígido, del que hablaba, ponía énfasis en sus advertencias, subrayando cada frase con una línea trazada sobre la manga del maestro. Contribuía a aumentar el énfasis la frente del orador, perpendicular como un muro; servían a este muro de base las cejas, en tanto que los ojos hallaban cómodo refugio en dos oscuras cuevas del sótano sobre el que el muro proyectaba sus sombras. Contribuía a aumentar el énfasis la boca del orador, rasgada, de labios finos, apretada. Contribuía a aumentar el énfasis la voz del orador, inflexible, seca, dictatorial. Contribuía a aumentar el énfasis el cabello, erizado en los bordes de la ancha calva, como bosque de abetos que resguardase del viento su brillante superficie, llena de verrugas, parecidas a la costra de una tarta de ciruelas, que daban la impresión de que las realidades almacenadas en su interior no tenían cabida suficiente. La apostura rígida, la americana rígida, las piernas rígidas, los hombros rígidos..., hasta su misma corbata, habituada a agarrarle por el cuello con un apretón descompuesto, lo mismo que una realidad brutal, todo contribuía a aumentar el énfasis.
-En la vida, caballero, lo único que necesitamos son realidades, ¡nada más que realidades!"
 ("- In this life, we want nothing but Facts, sir; nothing but Facts!)


No sé si la traducción que copié es buena. El original en inglés habla de "Facts", con mayúscula; aquí se traduce en minúscula como "realidades". Pero la palabra "facts" también significa "hechos", "datos", "pruebas". Creo que me atrapa esta apertura porque me suena muy actual. Como adulta, mi imaginación se ha visto mermada por la cantidad de "hechos, datos y pruebas" que consumo a diario a través de todo lo que veo en televisión, que no es mucho, pero basta para fagocitar cualquier residuo de fantasía adolescente, de lo que escucho por radio, que es menos de lo que veo por televisión si no tomamos la música en cuenta, y de lo que leo en el periódico dominical o en internet a diario. En mi vida adulta, como en la de tantos de nosotros, habitantes del siglo XXI, Thomas Gradgrind, el personaje detrás de esta líneas, ha tenido un efecto  demoledor, como su nombre lo sugiere al mejor estilo Dickensiano en un juego de palabras ("grind" significa moler, pulverizar y a la rutina se la llama en inglés "the daily grind"), y "grad" puede estar relacionado, se me ocurre, con "grand", (a lo grande). La oposición que Gradgrind plantea y sostiene a través de los capítulos que lentamente he ido leyendo de Hard Times se ha hecho realidad en nuestro mundo a partir de la introducción de la producción en serie, y sigue acompañándonos: "Fact vs. Fancy" ("los hechos vs. la fantasía"). Y creo, señoras y señores, que han triunfado los primeros para nuestro mal. ¿Será por eso que se me hace tan arduo sostener la lectura de esta novela?

Es una buena apertura, buena descripción del punto de vista "utilitario" del mundo que se contrapone a la fantasía. La descripción del personaje es pintoresca, vívida, crea una imagen en el ojo de mi mente que me resulta memorable, aunque el estilo es minucioso y repetitivo. Pero como esta descripción, ya me he topado con una docena y no he avanzado demasiado en los capítulos ni en el argumento. Y comienzo a mirar cuántos capítulos me faltan, cuántas páginas debo cubrir... Me pongo a leer por la tarde, bajo el fresco del aire acondicionado, con 40° de sensación térmica en Buenos Aires, y pienso que esto es para ser leído en el invierno europeo, frente a un hogar junto a una buena taza de té. Aunque no leería si pudiera viajar al frío europeo, seguro que no. Haría cualquier otra cosa antes que leer. Aquí en casa, sin la posibilidad de meterme en un avión para irme a pasear por alguna ciudad donde me pueda emponchar y hacerme un festín de visitas a lugares históricos y museos, tengo una decena de libros entre los que voy picoteando, y se me hace un salpicón paladeable propicio para el calor y para el ritmo de vida que se impone cuando deja de hacer calor y empieza la rutina laboral y escolar ( "the daily grind"...). Y además, ahora de vacaciones, leemos cuentos con mi hija de ocho por las noches.


¿Qué ha pasado conmigo que no puedo sostener la lectura de un clásico sólo por el afán de tratarse de un clásico, o por la emoción de estudiante y amante de la lengua de Shakespeare de encontrarme con todas las expresiones idiomáticas que he aprendido en tantos años de estudiar y enseñar inglés? Concluyo que me he convertido en una lectora promiscua, totalnente aburguesada, o en una Mrs. Gradgrind, lo cual es aún peor. La ficción ya no me atrapa tanto como otros géneros, y los libros no me convocan como antes. Será que uno va cambiando con el tiempo también en su gusto por lo que lee, o que la falta de tiempo hace propicio otro tipo de entretenimiento. O será que tal vez que en un futuro en el que me imagino ociosa pero activa, me encuentre de nuevo con el placer que estas lecturas me producían antes, y tendré que resignarme que ahora no es el momento oportuno para ser un poco la que siempre fui... ¿Dónde está esa? ¿Se habrá ido para no volver?




Sin embargo, me apunté a este desafío con muchas ganas. No he leído a Dickens en inglés en mi paso por el profesorado, y aún no puedo creer que la titular de la cátedra de Literatura Inglesa II no lo haya incluído en el programa de estudios, para favorecer a su coetánea George Eliot. Según mi manual de Literatura Inglesa de Anthony Burgess (a quien me permito traducir lo mejor que pueda):

"Todo el mundo es conciente de los defectos de Dickens - su inhabilidad de contruir una trama convincente, su prosa torpe y poco apegada a la corrección gramatical ("ungrammatical"), su sentimentalismo, su carencia de personjes realistas en el sentido Shakesperiano- pero Dickens es aún leído, mientras que otros artistas más pulidos ("finished") son ignorados. El secreto de su popularidad se encuentra en una inmensa vitalidad, comparable a la de Shakespeare, que envuelve a sus creaturas y genera un mundo Dickensiano especial, el cual, si bien no se asemeja al mundo real, al menos responde a su propias leyes lógicas y a su propia atmósfera particular. Dickens es el maestro del grotesco (está, según T.S. Eliot, en línea con Marlowe y Ben Johnson), y sus personajes son realmente "humores" ("humours") - exageraciones de una cualidad humana llevada al punto de la caricatura."

Anthony Burgess, English Literature, The Victorian Age, pg. 183, Longman Group Limited, 1974.

Y continúa Burgess destruyendo elegantemente a Dickens, para redimirlo por ser el más grande, aunque no el más perfecto, cuentista victoriano, por su oído para plasmar la lengua de los poco refinados y los marginales de su tiempo y su doctrina del amor. No es eso lo que me frena en el avance, sino la exhuberancia de detalles, la cantidad de personajes secundarios al eje central del argumento y la cantidad de páginas... Veremos qué hago con ésto. Me doy tiempo hasta el 7 de febrero, día en que se cumplen exactamente doscientos años de la llegada de Charles Dickens al mundo. Si no puedo con él, lo diré, sin más, como siempre:

A boca de jarro

jueves, 5 de enero de 2012

Regalito de Reyes: Pensando con Quino II

(Esto no es de Quino, pero me pareció muy bueno.)

Los grandes ya no creemos en los Reyes, ya no ponemos los zapatitos, pero ¿qué pediríamos a los Reyes Magos si nos aseguraran que van a pasar por casa esta noche y a dejarnos todo lo que incluímos en nuestra cartita?

*Muchos seguramente pediríamos un auto 0 km.

*Otros pediríamos una compu más avanzada, con más gigabytes, más velocidad para surfear en internet, más liviana, más fácil de transportar, con mayor resolución, o simplemente otra, para recuperar la que tomaron nuestros hijos y no devolvieron nunca más...

*Otros tantos pediríamos un celular más superado, con más capacidad de memoria, que saque mejores y guarde más y más, que permita la mayor conectividad con las redes sociales, y si es posible, que haga café.

*Muchos estaríamos interesados en un plasma de 500.000 pulgadas, donde se puedan ver quichicientos canales al mismo tiempo, y qué se yo cuántas cosas más.

*Hay quienes, siendo menos materialistas, les pediríamos alguien a quien amar, un compañero o compañera de ruta, nuestra media naranja. Pero descreemos de los vínculos de por vida, y, por las dudas, hacemos contratos matrimoniales, porque el amor primordial es el que sentimos por nosotros mismos.

*Y otros varios, más altruistas o idealistas, les pediríamos justicia, paz, decencia, honestidad: ¡valores! Porque en el mundo de hoy sobran los antivalores...

* A todos nos vendrían bien unos pesos, o euros, o dólares, para gastar o para ahorrar.

Pues bien: los niños aprenden todo de nosotros. Después, a no quejarse.



¿Hará falta aclarar que este es Felipe?





A boca de jarro

martes, 3 de enero de 2012

El propósito de estar en forma y mantenerse saludable



El 2011 ha sido el primer año en el que, por diversos motivos, no he hecho ejercicio físico asiduamente en una seguidilla de al menos diez años ininterrumpidos de férrea disciplina en lo que comúnmente se cree que es mantenerse en forma para verse bien y estar sano. Y el retomar el ejercicio físico encabeza mi lista de propósitos para el año entrante como la de muchísimas otras personas que creemos en los beneficios del mismo.

Mi cuerpo no ha cambiado demasiado en varios meses sin concurrir a mis clases de aeróbica y localizada al aire libre dos o tres veces por semana, de acuerdo al espejo y a la balanza, vieja compañera de cuarto; como de hecho tampoco logré jamás lucir como una Barbie en los diez años en los que me hice adicta al ejercicio físico en sus diferentes versiones de alto impacto. El suplemento del New York Times que acompaña a la edición del diario Clarín del 31 de diciembre del año pasado informa que "La grasa hereditaria se vence con ejercicio", y además me dice algo que ya sospechaba hace años: el gen vinculado a la masa grasa, o gen FTO, descubierto en el 2007, lo heredé de mis abuelas españolas, ya que, según  las investigaciones científicas más recientes, alrededor del 65% de las personas de ascendencia europea carga con alguna de sus odiosas variedades: adiposidades localizadas, sobrepeso u obesidad. Ya sabía yo que había heredado mi predisposición a las redondeces de estas mujeres robustas y orgullosas de las suyas, que nunca se preocuparon por combatirlas o esconderlas como lo hago yo. Es una pena no haber heredado otras cosas, como un millón de dólares, tierras o un piso en Madrid. Tal vez algún día se descubra que existe algún gen responsable por nuestra predisposición a la riqueza material o a su ausencia: nunca se sabe.

Mi figura sigue luciendo fiel a la de mis abuelas españolas que se desayunaban con pan con manteca y café con leche con nata, y llegaron a vivir casi ochenta años sin jamás caminar más que para hacer los mandados, a pesar de mi obsesión por el pan diet, el queso blanco bajas calorías, la mermelada light, una lágrima de leche descremada (una taza de leche magra apenas cortada con café), y el ejercicio físico, cosas que jamás comprenderían. Es más, sé que me dirían: "Fernandita, déjate de tonterías, cómete la tortillita y las natillas que te dejé preparadas y disfruta del buen vivir." Y mi abuelo asturiano insistiría con convidarme con una buena fabada acompañada por un buen tinto, pero ahí tendría una buena excusa genética para transigir, ya que, según los expertos, el tinto beneficia la salud cardiovascular, que también heredé fallada: ¡nunca un millón de dólares!




Según un informe de noviembre del 2011 que se publicó en PLosMedicine, la actividad física puede revertir el destino genético reduciendo el efecto del sobrepeso en tan solo un 30%, y la ciencia aún ignora cómo funciona el FTO: se sospecha que afecta el apetito y la conducta a nivel cerebral, mostrándose particularmente activo en las regiones que regulan el equilibrio de consumo y gasto energético. Y es sabido, o al menos es lo que siempre me han dicho todos los nutricionistas con quienes he consultado en mi vida, que este equilibrio es el responsable de la ausencia de grasa corporal indeseable.

Todos damos por sentado que hacer ejercicio físico nos hace más saludables al tiempo que nos permite estar en forma, y es ese el mensaje que se nos transmite en todas partes. Practicarlo no sólo hace que uno cambie grasa por masa muscular, sino que además produce un efecto de consumo energético o calórico duradero más allá de la sesión de ejercicio misma. Se siguen quemando calorías horas después de haber entrenado. Además, mejora el funcionamiento cardiovascular y el retorno sanguíneo, así como el descanso nocturno, y brinda una sensación placentera de bienestar general debido a la liberación de endorfinas, hormonas relacionadas con el buen humor, especialmente si se lo practica en las primeras horas de la mañana y al aire libre, donde el contacto con la naturaleza y la oxigenación potencian la agradable experiencia de plenitud. Y podríamos seguir con la lista de sus bondades.

Sin embargo, el cuerpo se va acostumbrando gradualmente al gasto energético, y se requiere incrementar la demanda en la rutina de ejercicios para que todos estos beneficios sigan surtiendo efecto: sucede más o menos lo mismo que con las drogas. Y es así como uno se va haciendo cada vez más adicto a la gimnasia, buscando exigirse un poco más cada día, y el cuerpo se cobra los excesos en los que inevitablemente se caen con dolores que hay que amortiguar consumiendo analgésicos para ponerle el cuerpo al día laboral y familiar y con falta de energía para otro tipo de ejercicio que se hace con un músculo mucho más importante que los abdominales, los bíceps, los cuádriceps y los glúteos: el cerebro. Cumplir con las demandas que se imponen de ejercitar periódicamente para contrarrestar el efecto de lo heredado y mejorar nuestra salud general implica que tenemos menos tiempo y ganas de pensar, de prestar atención o de leer, por ejemplo. Y ejercitar el cerebro también hace a la salud integral. Pero todo no se puede...


Uno de los beneficios que encontré al dejar de asistir al polideportivo con regularidad estoica fue el encontrar más espacio para descubrir pensadores como Zygmunt Bauman, que al respecto de la visión posmoderna de nuestra sociedad líquida, con su característica y cruel aversión por lo gordo en tanto "sólido", dice lo siguiente sobre la distinción entre la salud y el estar en forma:

"... la sociedad de consumidores blande ante sus miembros el ideal de estar en forma. Los dos términos - "salud" y "estar en forma"- suelen ser usados como sinónimos (...) Sin embargo, considerarlos sinónimos es un error- y no sólo por el hecho, bien conocido, de que no todos los regímenes para esta en forma son "buenos para la salud" y de que lo que nos ayuda a estar sanos no necesariamente nos hace estar en forma-. La salud y el estar en forma pertenecen a dos discursos muy distintos y aluden a dos preocupaciones muy diferentes. (...) 
Si la salud es un tipo de estado de equilibrio, de "ni más ni menos", estar en forma implica una tendencia hacia el "más": no alude a ningún estándar particular de capacidad corporal, sino a su (preferiblemente ilimitado) potencial de expansión. (...) 
Estar en forma, a diferencia de la salud, es una experiencia subjetiva (en el sentido de una experiencia "vivida" y "sentida") (....)
El esfuerzo por estar en forma es la cacería de una presa que no se puede describir hasta el momento en que se la atrapa; sin embargo, no es posible afirmar que se la ha atrapado, ya que todos los indicios hacen sospechar que no. La vida organizada en torno del propósito de estar en forma promete muchas escaramuzas exitosas, pero nunca el triunfo final."

Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, Individualidad, Págs. 83-84, Fondo de Cultura Económica México, 2010.

Saldré a cazar la presa imposible de estar en forma con mis zapatillas con colchón de aire y mis mancuernas de 1kg. de todas maneras mañana por la mañana sin falta, y procuraré continuar leyendo a gente que hace gimnasia con el cerebro como Bauman para mantenerme saludable. 


A boca de jarro

lunes, 2 de enero de 2012

Al gran Quino argentino: ¡Salud!


 En este mes de enero en el que millones de porteños parten rumbo a las playas de la Costa Atlántica argentina, colmándolas de sombrillas, carpas y bikinis, yo me he propuesto tener un verano cultural en la ciudad. Es que debería bajar unos cuantos kilos para la bikini que se impone en tiempos de belleza anorexígena, aunque según mi prima Lili, ponerse la bikini no es una cuestión de estética, sino de actitud. Ya me encargaré de reflexionar sobre el estar en forma en alguna entrada próxima...

 Tal vez me escape unos días al mar, en bikini o enteriza, de acuerdo a la actitud, pero entre tanto, intentaré aprovechar los largos días de verano que tengo de vacaciones de aula sumergiéndome en los mares de la obra y lo que se conoce de las vidas de exponentes de la cultura que me interesan, para aprender sobre ellos y compartir mi fascinación por su arte.

 Y se me ha ocurrido empezar por Quino, este genial humorista gráfico argentino que se ha hecho famoso en el mundo entero con Mafalda y sus personajes entrañables y tan coloridamente argentinos, aunque con una validez que va más allá de todos los idiomas a los que ha sido traducido. El trabajo de Quino en sus principios y hasta 1957, cuando logra cumplir uno de sus objetivos como dibujante, es decir, publicar regularmente en "Rico Tipo" y se le exige que sus dibujos sean con texto, no necesita de traducción alguna para arrancar una sonrisa mientras nos hace reflexionar sobre ciertas verdades sin banderas:

Década del treinta

Década del cuarenta
 Joaquín Salvador Lavado, hijo de inmigrantes españoles, andaluces, nació en la ciudad de Mendoza, el 17 de julio de 1932. Desde que nació se lo llamó Quino para distinguirlo de su tío Joaquín Tejón, pintor y dibujante publicitario, con quien a los 3 años descubre su vocación. En la escuela primaria se hace conciente de que su verdadero nombre es Joaquín y vive las dificultades de su personaje Felipe: -"Me angustiaba tanto que en los primeros tres meses tenía malas notas, pero después terminaba el año con notas altas, aunque nunca era el primer alumno y eso me daba bronca", cuenta con la humildad que le es característica en su biografía digital en:http://www.quino.com.ar.

Felipe
 Imaginativo, romántico empedernido, mal estudiante, y un poco vago, Felipe es uno de los personajes más queribles, incluso para el propio autor, quien lo presenta como el más afín a él mismo. Es además el mejor amigo de Mafalda, su complemento ideal, ya que toda la seguridad que tiene Mafalda es equivalente a la suma de las inseguridades de Felipe.


 Quino, el hombre, probablemente no haya tenido una juventud fácil. En el 42 pierde a su madre y en el 45 a su padre. Viaja a la obligada Buenos Aires para comenzar a vivir precariamente deambulando de editorial en editorial sin suerte, y en el 57 se enfrenta con el servicio militar, otro motivo para sentirse: -"...terriblemente angustiado. Pensaba que nunca iba a salir de allí y tenía ganas de matar a todos, pero compartir mi vida con muchachos de diferente extracción social fue una ruptura muy grande, un enriquecimiento. Empecé a dibujar algo distinto".

 Es sin dudas la irrupción de lo distinto, Mafalda, con su genial agudeza, su aversión por la sopa y su mente adulta en el cuerpo de una niña, la que le vale su enorme popularidad y hace de su autor intelectual una marca registrada. En 1964, luego de 10 años de publicar tiras en variadas publicaciones de porte, que continúa creando hasta la actualidad ininterrumpidamente, aparece Mafalda por primera vez en "Gregorio", suplemento de humor de la revista "Leoplán". El 29 de septiembre de ese año en el semanario "Primera Plana", de Buenos Aires, comienza a publicar Mafalda regularmente y esto finalmente establece tanto al personaje como a su creador en el gusto colectivo.


 De allí en adelante, todos son avances. Quino comienza a viajar por el exterior, a publicar sus libros, a forjar los vínculos editoriales que le permiten mayor llegada, llegando a ser publicado en lugares tan remotos como Suecia, Finlandia y Taiwán. Recuerdo haberme encontrado con merchandising de Mafalda en Suiza, cosa que me sorprendió y enorgulleció sobremanera.


 Quino ha sido un hombre con ideales políticos definidos y no le resultó fácil publicar sus tiras cargadas de opinión en tiempos de dictaduras y guerras. En España, por ejemplo, Editorial Lumen lanzó el primer libro de Mafalda en el 70, y la censura del gobierno franquista forzó a los editores a ponerle una franja en la tapa que decía: "Para adultos". En el 76, año del golpe militar en nuestro país, Quino y su mujer, Alicia, con quien no tuvo hijos, se trasladaron a Milán, declarando: -"La Patria significa juventud, por lo tanto el hecho de estar lejos de ella ha hecho que mi humor se haya vuelto un poco menos vivaz pero tal vez algo más profundo". 



 Luego del restablecimiento de la democracia en Argentina, su Mendoza natal le otorga el título de Ciudadano Ilustre y dibuja a Mafalda y Libertad para un afiche del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Argentina que celebra el Día de los Derechos Humanos y la recuperación de la vida democrática en Argentina. También colaboró con campañas por los derechos de los niños para UNICEF. Ha asistido a centenares de eventos en distintos lugares del mundo exponiendo su arte y cosechando premios y menciones, aunque llamativamente es un hombre de poca exposición pública y bajo perfil localmente.




 De acuerdo al testimonio de un artista gráfico al que tengo el gusto de conocer personalmente, y que tuvo el privilegio de asistir a una charla dada por Quino en la que narraba cómo había encontrado inspiración para crear a cada uno de sus personajes, se trata de un hombre verdaderamente simple y humilde, aunque tanto para quienes cultivan el oficio de la viñeta como para quienes crecimos leyendo las tiras de Mafalda, Quino es un artista descomunal. Por lo tano, durante este mes, iré intercalando mis entradas con posteos de algunas de las viñetas que considero más logradas de este genio del humor gráfico de nuestro tiempo para deleite de todos.

San Telmo, Buenos Aires, 2009.

Al gran Quino argentino: ¡Salud!

A boca de jarro

jueves, 29 de diciembre de 2011

Resiliencia



 Hoy hace exactamente un año que a mi esposo le avisaron telefónicamente, ante la mirada estupefacta de mis dos hijos que lo vieron empalidecer y desmoronarse mientras lo acompañaban en el momento de la compra de fin de año en el supermercado, donde recibió el inesperado llamado, que quedaba afuera de su puesto full-time por reducción de personal, junto a otras ocho personas. Y fueron 351 días que tomó su peregrinar de entrevista en entrevista, mientras realizaba un trabajo que afortunadamente encontró de medio día, hasta encontrar otra posición equivalente a la que perdió. 

 Algunas de las personas que fueron despedidas masivamente con él no lograron reponerse al duro golpe, y se vieron afectados anímica y psicológicamente por el cimbronazo, al igual que sus familiares. El despido en la vida adulta se parece a un terremoto, que conmociona y destroza en el momento en el que se desata y que además produce el fenómeno de las réplicas, con consecuencias también significativas y devastadoras, tanto para la persona que lo sufre como para su entorno más íntimo. Hoy por hoy, deben ser muchísimas las personas que están recibiendo telegramas o anuncios de despido en diversos puntos de un planeta en crisis y preguntándose qué hacer con sus vidas y las de quienes tienen a su cargo.


 Allá por abril, cuando se empezó a sentir sobre nosotros la desolación y la angustia tras el sismo que marcará una antes y un después en nuestras vidas, salió publicado un artículo en La Nación que recorté y pegué en un cuaderno de apuntes que llevo, y que releí cientos de veces por lo esperanzador, escrito por Jorge Mosqueira, especialista en temas laborales y recursos humanos, titulado "Un pasado difícil puede fortalecer", que habla de lo valioso de contar con la experiencia de un despido en el haber de un empleado para los empleadores de hoy, justamente porque gracias a él se puede valorar la fortaleza de la persona en cuestión.

 En ese breve artículo que atesoré, tomado de la sección "Miradas", (30/04/11), Mosqueira da una definición de resiliencia:

"Es un término que proviene de la ingeniería. Describe la posibilidad de un material para recuperar su forma original luego de haber sido sometido a presiones deformadoras. Trasladado a individuos de carne y hueso, alude a la capacidad de algunas personas para superar situaciones difíciles y extremas y, más aún, hacer pie sobre ellas para renovarse con más fuerza, enfrentando una nueva vida de proyectos e integrándose de un modo equilibrado a la sociedad."


 Lejos de lograr recuperar nuestra forma previa, como sucede con los materiales, el despido nos trans-forma, y está mayormente en nuestra resiliencia el que esta transformación signifique hacer pie para renovarnos, reciclarnos, salir adelante, o hundirnos, para ser apenas la sombra de quienes hemos sido hasta que sucediera. En esta vicisitud, de la que uno se va reponiendo muy lentamente, llenándose de temores y resquemores ante la inevitable pérdida de una buena medida de confianza en el mundo circundante, uno aprende si es o no es resiliente. Mi esposo ha demostrado serlo mucho más que yo: jamás en todos estos meses ha perdido su confianza en sí mismo, la empatía para con los demás, el buen humor y la voluntad de seguir buscando hasta dar con lo que tenía en mente. A tenido sus bajones y sus días grises, desde ya, pero nunca se ha dejado vencer, nunca se ha rendido. Fui yo la que fantaseé con la posibilidad de abandonar nuestra profesión, probar suerte en otro rubro e inclusive irnos a vivir lejos de Buenos Aires o hasta emigrar.

 Y aprendimos que es cierto que cuando dos personas conforman una pareja se hacen una: todo lo que le pasa a una le sucede a la otra. Todos esos votos que hicimos alguna vez inconscientemente frente a un altar, elegantemente vestidos para la ocasión y más ocupados con la formalidad del asunto que con sus implicancias, se hacen realidad al atravesarlos: "...prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”.

 Esto de ser fiel implica, según lo veo, fidelidad hasta en el sentir. Soy fiel a tu tristeza también, a tu desventura, estoy con vos en eso, siento lo mismo que vos porque sos parte mía y yo, tuya. No se trata de una noción romántica: es la vivencia del amor de pareja real y maduro. Y también he logrado ser fiel a su resiliencia, que no parece ser tan fuerte en mí y que, por cierto, no se adquiere en ninguna escuela ni en ninguna farmacia. He aprendido de su mano que es verdad que es necesario reinventarse, intentar no desfallecer, aunque hay días en que todo intento parezca en vano. Y que es la lucha, mucho más que los logros o las pérdidas, la que le da sentido a nuestras vidas.


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