"Ode to the West Wind", Mural en el Soho londinense
DEFENSA DE LA POESÍA, (1822)
"Un poeta es un ruiseñor oculto en la sombra que canta para alegrar su propia soledad con dulces sonidos; sus oyentes son como hombres extasiados por la melodía de un músico invisible, que se sienten conmovidos y enternecidos, aunque ignoran el origen y la causa de su emoción.
La poesía no es, como el razonamiento, una facultad que se ejerce conforme a las determinaciones de la voluntad. Nadie puede decir: "voy a hacer poesía". No puede decirlo ni siquiera el poeta más grande; porque la mente en la creación es como una brasa semiexitinguida que alguna influencia invisible, cual un viento inconstante, despierta a un transitorio esplendor. Este poder brota desde dentro, como el color de las flores que empalidece y cambia en el curso de su desarrollo, y las partes conscientes de nuestra naturaleza no pueden profetizar ni su advenimiento ni su partida. Si este influjo pudiese perdurar en su intensidad y pureza, sería imposible predecir la magnitud de los resultados; pero cuando el acto de composición comienza, la inspiración se encuentra ya en su ocaso, y la poesía más gloriosa que ha sido transmitida al mundo no es probablemente sino una débil sombra de las concepciones originales del poeta.
La poesía despierta y engrandece el espíritu mismo, tornándolo en receptáculo de mil combinaciones de pensamiento no sospechadas. Levanta el velo que cubre la belleza oculta del mundo y hace que los objetos familiares sean cual si no fueran familiares; vuelve a producir todo lo que representa y las personificaciones envueltas en su luz elísea perduran, desde allí en adelante, en los espíritus de aquellos que una vez las han contemplado, cual recuerdos de ese contento dulce y elevado que se extiende a todos los pensamientos y acciones que ella acompaña.
La poesía nos obliga a sentir aquello que percibimos y a imaginar aquello que conocemos."
Percy Bysshe Shelley
Ζέφυρος
El viento del oeste en la tradición occidental es considerado un viento suave y favorable que sopla del poniente hacia el sol naciente. En la mitología griega lo encarna Céfiro, el dios que trae consigo a la primavera y las suaves brisas del verano entrante. Cuenta Wikipedia que se le representa como un hombre joven, con alas de mariposa o hada, sin barba, semidesnudo y descalzo, cubierto en parte por un manto sostenido entre sus manos, del cual lleva y va esparciendo una gran cantidad de flores. Su equivalente en la mitología romana es Favonio (Favonius, ‘favorable’, un nombre muy común en la Antigua Roma), quien ostenta el dominio sobre las plantas y flores.
Es posible que la poesía de Shelley produzca un efecto semejante al del céfiro sobre mí. Es posible que resulte imposible traducir a Shelley en su entrañable perfección poética, como también es posible que resulte imposible traducir al viento del oeste. Todo es posible...
Ode to the West Wind
I
O wild West Wind, thou breath of Autumn's being,
Thou, from whose unseen presence the leaves dead
Are driven, like ghosts from an enchanter fleeing,
Yellow, and black, and pale, and hectic red,
Pestilence-stricken multitudes: O Thou,
Who chariotest to their dark wintry bed
The wingèd seeds, where they lie cold and low,
Each like a corpse within its grave, until
Thine azure sister of the Spring shall blow
Her clarion o'er the dreaming earth, and fill
(Driving sweet buds like flocks to feed in air)
With living hues and odours plain and hill:
Wild Spirit, which art moving everywhere;
Destroyer and Preserver; hear, oh hear!
Oda al Viento del Oeste
I
Salvaje viento del oeste, aliento del otoñal ente,
tú, que invisible arrastras las hojas secas
que huyen cual fantasmas de un hechicero silente
Amarillas, negras, pálidas y rojas coléricas;
por multitudes enfermas. Oh, tú, suave viento,
que llevaste a su oscuro lecho de invierno
las aladas semillas, humildes y frías
que yacen en sus tumbas, cual cuerpos muertos, hasta
que la primavera azul, hermana tuya, hace oír
su clarín sobre la soñolienta tierra y llena
(trayendo dulces brotes que del aire se alimentan)
De acuerdo a su origen en latín, cumpassio, que significa "calco semántico", y según la traducción del vocablo griego συμπάθεια (sympathia), palabra compuesta derivada de la conjunción de los vocablos συν πάσχω y συμπάσχω, la palabra "compasión" significa literalmente "sufrir juntos". Me gusta la interpretación que dice que significa "moverse con la pasión del otro". Más intensa que su hermana, la empatía, la compasión es la percepción y comprensión del sufrimiento del otro y el deseo de aliviar, reducir o eliminar por completo tal sufrimiento. A veces puede llegar a ser tan intensa que se desea estar en los zapatos del ser sufriente para redimirlo a él de su pena, se desea sufrir uno mismo para salvar al otro de ese sufrimiento, como me pasa cuando se lastiman, física o espiritualmente, o cuando caen enfermos mis hijos.
El budismo ha hecho de este sentimiento su actitud espiritual propia. Todo ser vivo merece esta piedad cuidadosa, esta solidaridad en su finitud. Los monoteístas de origen semita han dado mucho valor a la compasión divina o misericordia. Para el sufí murciano Ibn 'Arabî (m. 1240 d. C), el nombre real de Dios es ra.hmân, el Misericordioso. Pablo de Tarso, el apóstol Pablo para el cristianismo, afirmaba que la compasión es «reír con los que ríen y llorar con los que lloran».
Tal vez erróneamente se asume que el sentimiento de compasión va asociado a un sentimiento pasivo de lástima o pena ante la desgracia que nos produce el dolor de otro. De acuerdo a la psicología, la solidaridad, como actitud positiva y proactiva de generosidad y cuidado de los demás, resulta incomprensible sin el motivo de la compasión.
Lo cierto es que la compasión puede asociarse a sentimientos de poder. Esto nos permite comprender que en el Occidente actual este tipo de piedad sea vista como ofensiva. «No me compadezcas, no quiero tu lástima.» —se responde a menudo. Fue Aristóteles quien apuntó que los humanos sienten compasión por «los que sufren sin merecerlo", pero me van a permitir sembrar dudas sobre tamaña afirmación aunque proceda del genial filósofo griego.
Está también la variante de la "autocompasión", tan denostada por aquellos que se creen fuertes y omnipotentes, irreductibles ante el dolor, y que distinguen entre el dolor propiamente y el sufrir, al cual estigmatizan como si no formara parte de la experiencia vital, como una actitud mental débil que se puede controlar a voluntad y a fuerza de fuerza de voluntad, que por cierto no se vende en ninguna farmacia, en definitiva, una actitud pusilánime que hasta podría suprimirse mediante la adopción de lo que muchos consideran"una correcta filosofía de vida" que nos venden "los iluminados" de ayer y de hoy en el kiosco de revistas a un módico precio, siempre más alto que el de los grandes clásicos de la literatura universal, en forma de prácticas y digeribles recetas para aprender a vivir.
Asociada al autoconsuelo o a la autoindulgencia, con muy mala prensa pero con un importante papel en las relaciones humanas, la autocompasión, según explicanlos psicólogos, puede abarcar desde un comportamiento breve, ocasional y transitorio hasta lo que ellos prolijamente se han encargado de incluir en su manual de "cositas para tratar en terapia" como un trastorno de personalidad que se expresa a consecuencia de percepciones distorsionadas de la realidad, provocando sufrimiento a uno mismo y a quienes nos rodean. Según esta visión,el individuo autoindulgente cree ser víctima de una situación negativa y, por tanto, merecer condolencia. La autoindulgencia es generalmente vista como un sentimiento negativo, un rol que se encarna desde el histrionismo del neurótico, (ya decía Jung que neuróticos somos todos...), y que no sirve de ayuda para lidiar con situaciones adversas; sin embargo, en un contexto social y bien encauzada, puede dar lugar al despertar de la acción solidaria, la filantropía, el altruismo, la simpatía o simplemente el brindar escucha, contención, compañía o un buen consejo, que no es poco si va gratis en estos tiempos. Esa expresión de este humano y poderoso sentimiento sí resulta conveniente para nuestra sociedad, sobre todo para los poderosos, quienes quedan suplantados y cómodamente cubiertos en sus responsabilidades, y entonces es considerada "normal" y "saludable" en la medida en la que lleve a la aceptación o a la férrea determinación de cambiar la situación adversa.
"No se por qué hay que dejar de querer a una persona
solo porque se ha muerto."
El guardián en el centeno, J.D. Salinger
Se levantaba todos los santos días del año a eso de las cinco de la mañana y se iba derecho para el kiosco-librería-polirubro que le da vida a la cuadra y a él. Preparaba su termo y su mate y dejaba la yerba en reposo mientras se hacía una escapada a lo del diariero Alberto a buscarse el Clarín suyo de cada día. Prendía la FM, podrido ya de malas noticias, y era un tipo afable y erguido para quien todos los días eran iguales y todos los pibes y algunos de los grandes con alma de pibes que entrábamos a su local por cigarrillos, golosinas o útiles escolares nos llamábamos "Willis". Da pena hablar en pretérito de Carlitos, el patrón de la vereda, pero es que se está apagando la luz del centinela de mi barrio. Le extirparon un tumor maligno el verano pasado, y él sabe bien que, a pesar de las sonrisas de Cuqui y sus esfuerzos por disimularlo, hay metástasis por todos lados a sus cincuenta y siete años. Sus días eran todos iguales pero ya dejaron serlo para no volver y ahora están contados. Anda lúgubre, lento y cansino, medio encorvado, con el pasaje de ida abierto hacia el otro barrio.
Es una nueva. Ahora que irremediablemente voy para los cincuenta, resulta que me pica la guita. Nunca pensé que me podía pasar a mí, tan espiritual, tan literaria, tan filantrópica, tan maternal y abnegada, tan boluda para tantas cosas, digamoslo. Pero así está la cosa: voy caminando por la calle y miro, sin poder dejar de ver, lo mal que se visten hoy en día los adultos de mi edad, incluida yo misma, y me saltan las lágrimas de la bronca. Y quiero guita para enmendarlo ya. Comprarme ese par de zapatos de una luca sin pensar en cómo carajo voy a hacer para llegar a fin de mes. Y no perdonársela a esa cartera de cuero en la tierra del campo... Hay una urgencia rara en mí, y siento que el tiempo se me diluye y se me va. Ya no aguanto más, no puedo esperar más. No puedo ni quiero esperar una época de vacas gordas, de bonanza equivocada, de esa que después se paga cara con una década perdida y pérfida como esta que no se acaba más. Decididamente no puedo esperar la demagogia de algún gobernante de turno que por fin se apiade de la clase media formada a la cual pertenezco sin orgullo y con pesar. Y lo peor de todo es que no se me mueve ni un pelo al admitirlo. Me pica la guita y estoy ronca de bronca.
Gracias a Joan Vivancos, quien desde su espacio de poesía BITÁCORA DE JOAN, ha tomado en cuenta a este jarrito tan mío y me ha honrado con esta distinción. Deseo, asimismo. agradecer a todos aquellos que han premiado a esta bitácora en las últimas semanas, semanas arduas en lo personal que voy llevando adelante con la compañía virtual de Ustedes y con los permisos que me otorgo siendo que, como dice el Maestro Borges, quien siento que me lleva de la mano por este laberinto en el cual me hallo: