domingo, 3 de febrero de 2013

Elogio del enojo


   
“Figura”, óleo sobre tela del pintor argentino Spilimbergo (1931).




 "El descontento es el primer paso 

en el progreso de un hombre o una nación."   

                                                                                             Oscar Wilde.

  En Ricardo III, Shakespeare creó genialmente al villano por excelencia, al ingenioso y cínico inspirado sólo en parte por el último rey de los Plantagenet, que con su derrota en la Guerra de las Dos Rosas y muerte dio paso a los Tudores en la Inglaterra del siglo XV. La obra abre con las célebres líneas que contienen un jugoso juego de palabras basado en los homónimos "sun" (sol) y "son" (hijo) en "the sun of York”:

"Ahora el invierno de nuestro descontento

 se vuelve verano con  el sol de York..." 

  Es sólo un leyenda la que representa al personaje de Ricardo III como jorobado y cojo de nacimiento, magistralmente plasmada y analizada en cine por Al Pacino, una exageración creada por la genial pluma del Bardo para impactar a su audiencia con este inolvidable y colérico personaje que sus coetáneos tomaron como veraz. Pero más allá de estos datos que me apasionan desde que los aprendí, diría hoy si se me permite que éste es el verano de mi descontento. Y me hago cargo de esta emoción negativa que me resulta más difícil de doblegar que el caballo por el cual este rey perdió su vida y su reino en el campo de batalla a los 32 años, gimiendo: "¡Mi reino por un caballo!".

  Los malestares y signos de cambio en lo que ya debo asumir, a mis 44 años, como la curva descendente del ciclo de la vida que he estado experimentando en los últimos meses, sin aún tener un diagnóstico certero ni tratamiento definitivo por depender de la intervención de variados especialistas, lo cual requiere de tiempo y paciencia, producen en mí una catarata de emociones del espectro negativo que me inunda: tristeza, porque se sospecha que no hay vuelta atrás y se pierde en calidad de vida, (sobre todo se pierde mi precioso y largo cabello rubio...), enojo, porque he hecho mayormente "los deberes" para prevenir la enfermedad en mi vida haciendo ejercicio por años, comiendo sano y hasta dejando de fumar, así es que, desde mi soberbia, no entiendo por qué me pasa ésto a mí, y miedo, primo hermano del enojo, ante los prospectos que mi mente, etiquetada por especialistas contenedores si los hay como neurótica, ansiosa e hipocondríaca, agiganta.

  El enojo es una emoción que nos asusta cuando nos domina ya que hemos sido educados para reprimirla. Según Norberto Levy, médico psicoterapeuta que tiene en su haber varias publicaciones en las que analiza las emociones consideradas conflictivas, el enojo es energía destinada a resolver el problema que lo genera, aunque advierte que es menester saber cómo canalizarlo para que sea usado constructiva y no destructivamente. Tiene además una base biológica, ya que tanto en humanos como en animales, se activa ante lo que se percibe como una amenaza y nos pone en alerta, dándonos fuerzas extras para confrontar el peligro y preservar nuestra integridad. El organismo segrega adrenalina y noradrenalina para posibilitar los mecanismos de lucha. Éste es el componente químico del enojo y su descarga es necesaria para recuperar el estado de armonía que nos permite un adecuado funcionamiento en tiempos de paz y armonía, cuando ya no nos sentimos amenazados.


 Es sumamente interesante lo que cuenta Levy acerca de lo que sucede con los lobos, animales combativos por naturaleza que han logrado "ritualizar" la descarga de su enfado de tal modo que cuando se enfrentan en lucha territorial, el perdedor ofrece su cuello al rival en señal de entrega y el vencedor, en lugar de atacarlo y terminar con él, se aparta de la contienda y busca el lugar más alto de la región para establecerse allí. El vencido se retira, y el vencedor ha resuelto el problema canalizando su emoción sin destruir a su adversario, gozando ahora del equilibrio que sobreviene al haber hecho catarsis productivamente, mostrando los dientes y autoafirmándose, y por haberse asentado en un plano desde donde puede ver más claramente su territorio y el horizonte. El tiempo hará también lo suyo, transcurriendo y disminuyendo la descarga para convertirla en un torrente de aguas calmas que fluyan sin obstáculo a la vista.

  Es entonces preciso tener en cuenta que el enojo que sirve ante las frustraciones no es un fin en sí mismo sino un medio para resolver conflictos, para luchar contra enemigos inquietantes que amenazan con quitarnos lo que es o lo que creemos nuestro, para llegar a esa planicie en lo alto que visualizamos como la calma y, desde allí, idear un proyecto que repare lo que se ha dañado o perdido y erradique el problema que ha surgido en la medida de lo posible. Está diseñado, según Levy, para ser algo así como un puente, algo transitorio, "para iniciar el camino de su propia cesación." 


  Para bien y para mal, los humanos somos mucho más complejos emocionalmente que los lobos, ni hablar si se trata de mujeres y, máxime, si el enemigo que enfrentamos no se da del todo a conocer en su identidad en tiempo y forma. Tal vez por eso Clarissa Pinkola Estés dedicó un extenso trabajo titulado Mujeres que corren con los lobos para profundizar en aquello que habita el alma femenina, protectora de la vida y de la continuación de la especie, esa fuerza poderosa y salvaje, llena de buenos instintos, creatividad apasionada y sabiduría eterna. Aunque esos regalos de la naturaleza nos pertenecen desde el nacimiento, los constantes esfuerzos de la sociedad por "civilizarnos", por ejemplo en la expresión de nuestro enojo constructivo, ese que no hiere a nadie, ni a nosotras mismas, pero que no nos permitimos exteriorizar por haber sido "educadas" para tragarlo, nos han dejado desconectadas de los recursos que albergan en nuestro interior y se nos hace arduo reconectar con ellos cuando más los necesitamos.

  Me encuentro entonces en un momento de transición en el que tengo la férrea voluntad de transformar este enojo que siento, ante todo, conmigo misma, por saberme débil y temerosa para enfrentar lo que en definitiva es la ley natural de toda vida, el cambio en la curva, y alcanzar con tiempo y paciencia ese lugar en la altura que me brindará una visión clarificadora que vaya un poco más allá de lo único que en verdad es nuestro territorio: el presente. Se intenta. Hay días en los que sale mejor que otros. 

A boca de jarro

miércoles, 30 de enero de 2013

Aclaro y oscurezco





  Hay un dicho que reza: "No aclares que oscurece". Pero voy a aclarar para oscurecer la luz que irradió mi reflexión anterior sobre las minivacaciones de risa y luz que nos dimos como familia el fin de semana pasado yendo al teatro porque está en mi naturaleza hablar a boca de jarro.

  Ante todo, creo necesario aclarar que lo de no viajar este verano es una opción que ha tomado mucha gente simplemente por una cuestión injustamente numérica. Un sueldo medio-alto para un adulto con hijos en la Argentina con un buen empleo full-time oscila entre los $9.000 y los $15.000 pesos, impuesto a las ganancias incluido, el cual se lleva entre 10% y el 15% del mismo, en un contexto donde hay que hacerle frente a una inflación anual del 25% al 30%. Este sueldo es equivalente a un salario de aproximadamente $1.500 a $2.500 euros, algo por encima del mileurista. Es decir, multiplicamos cada peso más o menos por 6 en este país para obtener un euro y a cada dólar por 7 u 8, dependiendo de si es verde o "blue", como se da a llamar al dólar que se compra en el mercado negro para obtener un mayor volumen del autorizado por el gobierno, por ejemplo, para salir al exterior. Esta restricción se conoce como cepo cambiario. Nuestros gobernantes nos autorizan a comprar entre 25 y 50 dólares diarios por persona para viajar afuera. Comprar oro sería menos complicado. Igualmente la cuestión es comprar.

  Ahora vayamos a los bifes, la especialidad argentina. Las minivacaciones al teatro Gran Rex a ver a Les Luthiers con localidades de privilegio, en fila 7, para cuatro, nos costaron $1.280 o 220 euros. Esta salida al teatro comparada con unas minivacaciones disparó la asociación de un comentador amigo de la casa con la "gasolina de bajo octanaje", o como diríamos aquí, de medio pelo, y no me ofende para nada la similitud, porque la siento igual, ya que en otras épocas, con el mismo trabajo y equivalente sueldo pero distintas condiciones económicas, pudimos acceder a viajes maravillosos en la Patagonia argentina, sin ir más lejos, en el Calafate mismo, donde se ve mucha riKeza por cierto. Hoy por hoy, unas horas un sábado por la noche para una familia tipo, con localidades en primera fila en el teatro, a riesgo de perder la billetera a la salida por la inseguridad imperante, tal como les conté, costo de estacionamiento y gasto de gasolina para el traslado de ida y vuelta, cena en un buen restaurante con postre y vino, alguna compra de ropa no muy ostentosa previa que hacemos las mujeres para la ocasión y alguna golosina o refresco durante la función, más propinas, equivale aproximadamente a $3.000 o 500 euros, que implica el gasto que hacemos en todas las compras que necesita hacer una familia tipo como la mía en el supermercado mensualmente para abastecerse dignamente.
 
  Otro comentador querido se asombraba de que los teatros estuvieran desiertos en general en nuestra tierra. A nosotros nos entristece, ya que amamos al teatro y adoramos llevar a nuestros hijos a ese mágico espacio. En mi hogar, quienes aportamos somos dos profesionales con tres títulos, mi esposo tiene dos, yo, uno, y ambos obtuvimos medalla de honor por nuestro desempeño académico. Aún así, no podemos hacer una salida como ésta al teatro en familia más que una o dos veces al año, debido al poder adquisitivo enflaquecido o devaluado de nuestros salarios, que es lo que obtenemos por nuestros trabajos, siendo que no tenemos contactos que nos acomoden en puestos mejor pagos, ni hemos heredado campos, ni empresas, ni tampoco nos hicimos políticos o personajes mediáticos o jugadores de fútbol de primera. Entonces, hasta ahí llegan nuestras salidas al teatro, que es muchísimo más de lo que pueden costear millones de bolsillos de otras argentinas y otros argentinos, por lo cual nos sentimos sumamente afortunados, aunque desde ya, aspiramos a una situación mejor para todas y todos.

   Unas vacaciones en Cariló, por ejemplo, destino predilecto de la clase paqueta argentina en la Costa Atlántica que parece ajena a los vaivenes inflacionarios y cambiarios, en un buen hotel durante 5 días, se ofrece a $4.280 con desayuno incluido, nada más. Digo nada más porque no incluyo los extras indispensables si uno sale con chicos de veraneo. Ésto implica un gasto de alrededor de $20.000 para una familia tipo, agregando comida y sin hacerse los locos, o sea unos 3.000 euros.

  La opción de playa en el extranjero, tomemos Brasil y Florianópolis, mi lugar favorito si me dan a elegir como playas más o menos cercanas, en hotel con media pensión, unos 8 días para carnaval y con aéreo, cuesta $6.500 por persona o $30.000 para toda la familia, y ahí se va el sueldo de un mes de trabajo entero de dos que trabajen todo el día afuera de casa y ganen realmente bien. Y al volver, hay que hacerle frente a la temida canasta escolar de cada marzo.

  Con todo ésto, lo que intento decir es que no me siento una pobretona por no haberme dejado estafar este verano para cumplir por la obligación social de viajar para vacacionar o para, a la vuelta, postear una simpática entrada en mi blog acerca de lo cansador que resulta irse a la playa con los chicos para descubrir que “...de la maternidad, una nunca se toma vacaciones". Como comenté en ese blog al que cito y no voy a nombrar, ya que lo hice sin ánimo de ofender pero con los pies sobre la tierra y registro de la realidad que me circunda como madre en Argentina, y siendo la única de las pocas comentadoras que no obtuvo respuesta de su autora, al leer una reflexión tan banal, no puedo dejar de pensar en tantas familias trabajadoras de nuestro país que este verano no pudieron darse la merecida posibilidad de salir de vacaciones, ni en micro, ni en auto, y mucho menos en avión, y de "volver": "Habiendo tomado sol, conocido lugares, comido rico, comprado cosas y sacado millones de fotos..." sin sentirse "listas" para regresar por el cansancio de ese rol que no se deja de ejercer ni de vacaciones, tal como describe ella misma, aún calificando esta experiencia como "sanadora" para su grupo familiar, lo cual celebro. Ésto debería poder pasarnos a todas y todos, pero no sucedió este año debido al alto costo que implica para una familia de clase media argentina, a la inflación imperante y a la peleada cuestión salarial. Optamos o tuvimos que quedarnos en casa con los chicos y, con suerte, anotarlos en alguna colonia o club barrial, pagando también por ello, para poder seguir con la rutina laboral o hacer arreglos necesarios en la casa. Para darles una idea, lo invertido en nuestra casa, en pintura, cambio de cortinados que teníamos desde hace ocho años y necesitaban reemplazo, ropa de cama y baño nueva, etc., insumió unos $12.000, o sea unos 2.000 euros. Tal vez estos datos concretos y reales brinden una idea más cabal de la realidad económica en mi país de la que dan los números en abstracto.

  Es claro, entonces, que minivacaciones y vacaciones, cansancio y descanso, o gasolina de alto y bajo octanaje son conceptos que adquieren connotaciones diferentes de acuerdo a la realidad de cada uno. De todas formas, para unos y otros, es verdad que de ciertas realidades y roles nadie puede ni debe tomarse vacaciones. Y si de sanar se trata, ruego a todos los Santos del cielo que pronto pueda dejar de gastar las fortunas que he gastado en medicamentos desde que mi salud empezó a necesitarlos, tal vez, en gran parte, debido el alto estrés que estas cuestiones financieras generan en mí. La verdad es que ví mucha más gente en farmacias, laboratorios y salas de espera este verano que gente haciendo o deshaciendo el equipaje de veraneo, pero tal vez sea una apreciación subjetiva y a boca de jarro. Sin dudas, las vacaciones resultan sanadoras no por visitas al médico, análisis y tratamientos, sino por merecidos paseos y viajes en familia que, insisto, todas y todos deberíamos poder disfrutar. Y lamento oscurecer la luz que irradió el tono de mi anterior reflexión con la gris realidad del bolsillo de los argentinos de bajo octanaje...


A boca de jarro

lunes, 28 de enero de 2013

Minivacaciones de risa y luz


  Un verano atípico por lo que noto más que por lo que se informa en mi país este año. Los precios en los lugares de veraneo están por las nubes y las condiciones climáticas en las playas del Atlántico sur tampoco ayudan, como de costumbre, entonces parece que muchos han optado por minivacaciones: escapadas de fin de semana para sacarse el gusto y tener algo para presumir, no sea cosa de tener que admitir que no nos fuimos de vacaciones este año porque la mano vino dura, aunque tuvimos que dormir con estufa en la costa y comer fideos con salsa de tomate...

  El diario y los noticieros decían que la mayoría de los turistas más estables en las playas son adolescentes y jóvenes que ya no veranean con sus padres y que llegan a la playa a la caída del sol, porque van a los centros turísticos principalmente para vivir de noche, de boliche en boliche y exceso en exceso. Lo que se percibe claramente en las calles de mi barrio y aledaños es que la clase media se quedó en la ciudad trabajando. Los comercios no cierran tan largamente como acostumbraban ni se ven casas vacías por semanas ni familias cargando el auto de bolsos y adminículos de playa para irse a pasar una quincena al mar, como solíamos hacer.


  La brecha entre la clase a la que no le afecta y nunca le afectó el desajuste entre salario y costo de vida y la que sí se ve muy a las claras. Los primeros siguen con sus viajes en avión al exterior rumbo a playas foráneas o destinos turísticos como Europa o Estados Unidos, con tours de compras incluidos.
 

   El otro día, en la gris mediocridad de la tele veraniega, me encontré con un programa periodístico en el que el planteo era por qué las salas de los teatros de los lugares de veraneo, e incluso de Buenos Aires misma, estaban desiertas: ¿sería por el precio de las localidades o por la pobreza en la calidad de las ofertas en materia de espectáculo? No perdí ni un minuto de mi tiempo después del planteo inicial en seguir viéndolo, ya que habíamos sacado entradas para ver Lutherapia en el Gran Rex, el día de su despedida, que fue el sábado.
 

  La verdad es que estaba tan entusiasmada con esa terapia que estos grandes artistas me iban a brindar a través de la risa y el talento que los caracteriza hace cuarenta años que no me preocupó en lo más mínimo si la sala estaría medio llena o medio vacía: esta vez, para todos los que dicen que veo sólo la mitad vacía del vaso, miré la llena y me emperifollé para disfrutar del trago. Fue una decisión familiar consensuada entre los cuatro. La opción era pasar un fin de semana por ahí, pagando un ojo de la cara y arriesgándonos al mal tiempo, o ir a una de las salas más imponentes de la ciudad y tal vez de Latinoamérica, con una ubicación privilegiada, y disfrutar de dos horas a puro humor de la mejor calidad. Y ni nosotros, grandes, ni nuestro adolescente hiperconectado, ni nuestra doncella de nueve lo dudamos por un segundo.






  No me sorprendió comprobar que Les Luthiers dio su última y magistral función de Lutherapia a sala absolutamente llena: tres pisos que albergan a más de 3000 personas, que lloramos de risa, pataleamos, nos retorcimos y acalambramos de espasmos de diversión, aplaudimos hasta que se nos enrojecieron las manos, silbamos y vibramos como hace tiempo que no hacíamos. Ahí es donde elegimos muchos irnos de vacaciones y la veo una decisión acertada  para los tiempos que vivimos y el año tal como se presenta. Todo me pareció tan sensato y encomiable que por dos horas me olvidé de que vivía en la Argentina. Me lo recordaron los pungas a la salida, cuando me abrieron la cartera que se meneaba descuidadamente de mi hombro, todavía convulsionado de risas en plena Avenida Corrientes, y me robaron la billetera con unos pesos y los documentos personales que me hubiese arruinado el mes de febrero tener que retramitar.

  Pero el domingo por la madrugada, un ser de luz, quizás otro ángel, me llamó por teléfono. La primera llamada fue a las tres de la mañana y no llegué a contestar: la levantó el contestador automático y no me dejó mensaje, pero mi corazón dio un salto. Me desperté temprano a pesar de la trasnochada y me fui a la comisaría a dejar asentado el extravío de mi documentación identificatoria, porque la denuncia por robo no sirve de nada. Tenía que ir a hacerla en las cercanías del suceso y se sabe que si la policía, que no estaba patrullando la salida de los teatros donde ésto es moneda corriente, encuentra a los punguistas, éstos entran y salen en un abrir y cerrar de ojos y mis cosas no aparecen. Hice la denuncia por extravío en la seccional correspondiente a mi domicilio, abonando diez pesos por la misma, y cuando llegué a casa había otro llamado sin mensaje. Por fin, cerca del mediodía, me llamó por tercera y vencida vez: su nombre es Mauricio. A él le habían vaciado tres bolsillos de su bolsito con documentación de su automóvil y medicación que necesitaba tomar. Su esposa, Liliana, se desesperó al darse cuenta de esto último y se puso a revolver los cestos de basura en las cercanías del teatro. Allí encontró, primero, mi billetera con todos mis documentos y sin un peso, excepto una moneda de diez centavos (¿otro signo?), que había encontrado tirada hacía unos días y guardé por la suerte, aunque no suelo creer en esas cosas. Luego, otra billetera cargada de tarjetas de crédito y documentación de una joven abogada a quien Mauricio también contactó en el curso del día. Y finalmente, en el fondo de un tacho y abriéndose paso a través de los residuos con una botella, Liliana encontró todo lo que Mauricio había perdido, menos el dinero, claro. Por lo cual se volvieron a casa sin cenar afuera y comenzó su cadena de favores ya entonces.

  Charlando ayer con ambos, cuando me invitaron amablemente a pasar por su casa a retirar lo que era mío, me comentaban que lo que más angustió a Liliana era la pérdida de los medicamentos, ya que Mauricio padece de una enfermedad rara que le afecta seriamente los ojos. Mauricio tiene un síndrome autoinmune como se sospecha que me sucede a mí, aunque más serio, ya que le han practicado un transplante de córnea por su glaucoma y sigue peleándola a base de medicación e intervenciones quirúrgicas. Hasta en eso este ser de luz me dio una lección de vida, haciéndome sentir que no todo está perdido como sentimos a veces por la situación socioeconómica, nuestras dolencias o como nos quieren hacer creer las noticias, donde estos hechos no se informan aunque sucedan tan a menudo como los robos, cada vez que se nos desampara a merced de los delincuentes por las calles de nuestra ciudad. Mauricio es un ser luminoso que regala salud espiritual a pesar de ver entre sombras a causa de sus problemas de salud física y es capaz de solidarizarse y ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. Después de la risa terapéutica y la luz que irradió este fin de semana de minivacaciones en la ciudad, hoy los dos tenemos una cita con un oftalmólogo, simplemente porque seguimos apostando por ver un futuro más claro, limpio y luminoso para todos.



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