domingo, 17 de febrero de 2013

Inteligencia erótica



"The very ingredients that nurture love — mutuality, reciprocity, protection, worry, responsibility for the other — are sometimes the very ingredients that stifle desire." 

"Los mismos ingredientes que alimentan al amor, el compañerismo, la reciprocidad, la protección, la capacidad de confiar en el otro, la preocupación, la responsabilidad, son a veces exactamente los mismos ingredientes que apagan el deseo." 

                               
Esta cita resume el concepto básico que sustenta una charla de casi veinte minutos de duración dada por Esther Perel, psicoterapeuta, sexóloga y antropóloga belga que seguramente muchos considerarán atractiva sexualmente a pesar de  o, más probablemente, gracias a , la evidente artificialidad estética que disimula su edad cronológica. Perel, conferencista en Ted Talks New York, investiga los secretos del deseo sexual y el erotismo en sus expresiones multiculturales basándose mayormente en sus viajes por el mundo y en su práctica de consultorio de apoyo a parejas en crisis en Nueva York, ciudad donde reside actualmente. Es además autora del libro Inteligencia Erótica y Mating in Captivity: Reconciling the Erotic and the Domestic. Me resultó interesante escucharla por el sentido común que avala todo lo que afirma en un inglés fluido, que maneja además de otras ocho lenguas. No viene a decirnos nada nuevo a quienes estamos en relaciones de pareja hace años. Lo que resulta novedoso e indudablemente efectivo como gancho comercial para vender es el acuñamiento del término "inteligencia erótica", ya que estamos más o menos familiarizados con la idea de inteligencias múltiples, pero ésta no aparecía en la lista que confeccionó el poco erotizante Howard Gardner, y que hasta podría llegar a considerarse como un aspecto ligado a la inteligencia interpersonal, aunque el erotismo no implica necesariamente el trato con otro u otros. Perel insiste en el rol central de la imaginación y el juego en el deseo, a tal punto que sentencia que el sexo no es algo que hacemos sino un lugar al cual nos transportamos.

La idea es reconciliar lo que a primera vista parece irreconciliable: el amor que perdura a través del tiempo, dentro del marco de la pareja monogámica — especie en extinción según los expertos , que en nuestros tiempos convive el doble de años que aquella para la cual el matrimonio era un pacto económico cuya principal función era la procreación, con una vida sexual plena y satisfactoria. La pregunta que ella misma hace e intenta responder es cómo se logra reconciliar estos dos aspectos: el amor y la realización sexual por años. Como respuesta, da pautas un tanto vagas, que no contemplan ni la naturaleza del ciclo de la vida ni la realidad de millones de seres, especialmente la de los habitantes del siglo XXI, en mi humilde entender. Describe acertadamente lo que sucede con respecto a  lo que esperamos quienes nos embarcamos con amor y pasión en esta aventura actualmente. Cuando decidimos vivir en pareja es porque buscamos un lugar de pertenencia más allá del hogar paterno, alguien que nos ofrezca seguridad y respaldo, tanto económica como afectivamente, un cierto estatus social, permanencia, responsabilidad, protección, una familia, todo aquello que consideramos y asociamos con la noción de "hogar". Y al mismo tiempo, sentimos una fuerte necesidad erótica alimentada por lo que percibimos como la adrenalina de "el viaje": la aventura, la novedad, el misterio, el riesgo, el peligro, lo prohibido, la transgresión, todo ese cosquilleo que nos brinda un amante fogoso, que a su vez es un confidente, un compinche con cierto grado de atrevimiento sexual que alimenta el erotismo. Pero todo esto lo buscamos en esa misma persona de la que pedimos familiaridad y estabilidad, con quien compartimos la cotidianeidad y con quien solemos traer hijos al mundo ("El sexo hace bebés y los bebés destruyen el deseo", dice Perel, logrando complicidad risueña con su mayormente joven audiencia en un momento de su exposición). Razones por las cuales el misterio deja de serlo en poco tiempo y hace que se marchite el deseo sexual, que era un elemento fuerte en los comienzos de la relación. Es entonces cuando la pareja puede salir en busca de ayuda profesional como la que Perel ofrece o a comprar sus libros, sintiéndose disfuncional, como diagnosticarían muchos psicoterapeutas.

El dilema, según ella, reside en compatibilizar el amor de pareja con una vida sexual satisfactoria dentro del marco de la monogamia con hijos, aunque ya no tantos como antaño, y a largo plazo, algo inaudito en la historia de la humanidad. Estos son los dilemas que nos plantea el amor erótico en nuestros tiempos según esta señora, donde parece haber una crisis del deseo. Esperamos que la pareja cubra necesidades de las que antes se encargaba el clan o la aldea. Y sin embargo, ella insiste en que es posible lograr reconciliar esas dos realidades, la del sentido de protección y el de aventura que foguea la pasión con una misma pareja. "Amar es tener, mientras que desear es querer", afirma, y eso implica cierta distancia cómoda desde la que podemos vislumbrar a nuestra pareja en su propia salsa, fluyendo en su medio y alejado prudencialmente de nosotros, radiante y vibrante haciendo aquello que como individuo lo enciende. Y es gracias a esa visión del otro conocido que vemos con ojos nuevos que el deseo surge o resurge en nosotros. Al ver a quien me resulta tan familiar bajo la luz de lo novedoso, en ámbitos que no solemos compartir pero que alimentan su individualidad, dice Perel, nos excitamos: cuando lo vemos "en escena", en su medio, lleno de autoconfianza y asertividad, cuando lo vemos en una reunión o en una fiesta siendo requerido y codiciado por otras u otros, por ejemplo, es cuando logramos ver lo conocido como un misterio atractivo que deseamos porque sentimos que se ha alejado, que se ha salido del ámbito de lo que tenemos o de lo que dependemos o necesitamos. "No hay necesidad en el deseo, hay simplemente un querer poseer al otro sexualmente", explica. Y al verlo distante, aunque conviva conmigo, me sorprende lo inusual de la visión y se enciende la pasión. Y cita a Proust para no dejar dudas: "El misterio no es viajar a lugares nuevos sino mirarlos con ojos nuevos."

Me pregunto para qué tipo de personas esta disquisición puede llegar a resultarle trascendente en tiempos en los que sentimos que flotamos a la deriva en muchos ámbitos, incluido el sexual. Para los millones que luchan por sobrevivir en un mundo en donde hay hambre, guerras, crisis de todo tipo, despersonalización y que nos deja solos y desprotegidos en tantos aspectos, creo que no. Para aquellos que aceptan con madurez el ciclo natural de la vida, esa explosión hormonal que caracteriza a una etapa que luego da paso a otra en la que las hormonas se acomodan, si se crece y se evoluciona adultamente acorde con el calendario, y las prioridades cambian, aún amando a nuestra pareja y manteniendo una intimidad sexual satisfactoria, y prevalece el compañerismo, el diálogo, la toma de decisiones compartidas con respecto a lo que esa pareja ha construido por y a través del deseo, me parece que tampoco. Hay poco espacio para la imaginación y lo lúdico en el mundo porque así se nos impone la realidad a los ciudadanos de estos tiempos líquidos, como los describe agudamente el brillante y galardonado sociólogo, filósofo y ensayista polaco Zygmunt Bauman de 87 años. 

No sé qué pensarán ustedes, pero personalmente, después de casi veinte años de compartir mi vida y mi cama con el mismo compañero, el secreto del deseo en nuestra relación se encuentra en la risa cómplice, en su mano sobre mi hombro y sus dedos deslizándose por mi espalda al caminar juntos por la calle, sus caricias tangibles y etéreas, las del alma, sus gestos de caballerosidad amorosa, sus ojos, donde siempre veo al hombre a quien elegí y sigo eligiendo y veo el reflejo de aquella que fui y a quien él eligió y sigue eligiendo, porque me miran desde las profundidades de un amor que ha recorrido un camino intenso, nuestros códigos secretos, que sólo tienen sentido para nosotros susurrados apenas al oído, nuestra historia en común. Contrariamente a lo que afirma Perel sobre los bebés, los hijos que trajimos al mundo me han erotizado profundamente, e intuyo que me han hecho mucho más inteligente eróticamente, aunque la idea de esta inteligencia según su explicación no termina de cuajar para mí. Contrariamente a su opinión de que "Cuidar del otro es un poderoso anti-afrodisíaco", a mí me erotiza cuidar de los míos, porque el erotismo es un océano que se sale de los cauces de la sexualidad e inunda el cuerpo, el amor y la vida toda cuando es vivido en plenitud. La maternidad y la paternidad, sanamente entendidas y ejercidas, sin perverciones que lamentablemente abundan y dañan profundamente, son sumamente erotizantes, en el sentido del erotismo que esta mujer no contempla y que va mucho más allá de la genitalidad a la que ha quedado reducida en este siglo la compleja, rica y cíclica sexualidad humana, a quienes muchos intentan emplear como objeto de estudio para generar aún más insatisfacción con la vida que llevamos y así vendernos soluciones facilistas que no aplican a la individualidad, la marca más distintiva de nuestra especie. Y les digo más: me juego a que simplemente el título de esta entrada atraerá muchísimas más visitas al blog que todo lo que he venido escribiendo últimamente, que tiene mucho más que ver con la realidad de tantos, porque el sexo se ha convertido es un dios que ocupa el vacío que ha dejado ese Otro que ha quedado eclipsado, entendamos la divinidad como sea que la entendamos. Les dejo el video de la charla en inglés con acento francés y subtitulada al español para quien quiera escucharla.






A boca de jarro

miércoles, 13 de febrero de 2013

Las doradas manzanas del sol


"Aunque estoy viejo de vagar
A través de tierras vacías y de tierras montañosas,
Descubriré a dónde ella ha ido
Y besaré sus labios y tomaré sus manos;
Y caminaré entre el cálido, largo y moteado pasto,
Y recogeré hasta que el tiempo y los tiempos se acaben
Las plateadas manzanas de la luna,
Las doradas manzanas del sol."


                                                                      W. B. Yeats


 Acabo de releer un cuento corto cuyo título, "Las doradas manzanas del sol", da nombre a una colección entera de Ray Bradbury en la cual figura último, y que a su vez cita textualmente la última línea del poema del irlandés W.B. Yeats "The Song of Wandering Aengus" ("La canción de Aengus el errante"). Este fue el verano más atípico de mi vida. Un verano en el que anduve errante, como Aengus, quien en ese breve poema busca a su amada que se fue, como yo estuve y sigo buscando lo que amo y siento ido. Y el título de este cuento en la edición que tiene mi esposo, ya algo amarillenta y en español, fue una de las pocas cosas que me tentaron como lectura últimamente. La clave, creo, está en el sol, ese sol cuya energía los personajes del cuento buscan en su fantástico viaje al Sur, rumbo al sol, aunque no hay direcciones en el espacio para estos hombres en busca de la luz que el capitán de ojos de oro fundido encuentra de todas formas y atrapa; y el sol que faltó en este verano mío que se me hace interminable, y al que ayer, sacando cuentas, descubrí que aún le queda un poco más de un mes de vida.

El relato narra la expedición de un grupo de humanos que tiene como objetivo arrancar un pequeño trozo de la superficie  solar y traerlo a la Tierra. De igual manera que, según piensa el capitán, ya a punto de alcanzar su meta, un millón de años antes de ese sideral viaje un hombre desnudo en una solitaria senda norteña vio un rayo que hería un árbol y lo atrapó en sus manos desnudas para dárselo a su gente como el don del fuego, tal vez la esencia misma del verano, ahora el grupo de expedicionarios espaciales quería obtener aquel otro fuego que llevaba en su seno el secreto de su energía inacabable que guiaba y llevaba vida a los planetas, un trozo de la candente superficie que el capitán de la expedición captura en su Copa de Oro, "un poco de la carne de Dios", según Bradbury. Al final de la narración, la tripulación de la nave interplanetaria Copa de oro, llamada también Prometeo y el Ícaro, cuyo destino era el sol del mediodía, se precipita en la fría oscuridad alejándose de la luz y rumbeando al Norte con la sonrisa fresca de un trozo de crema helada en la boca, habiendo cumplido su misión. 

Mucho se habla del sol. Se dice que estamos entrando en una etapa de tormentas solares que, como si de un cuento de Bradbury se tratara, representan una amenaza para nuestro planeta procedente del espacio. Nos dicen que daña hasta al pelo en verano y nos compramos shampoo reparador para nuestro cabello reseco aunque luminoso. Las mujeres de cutis más bello e inmaculado declaran que su secreto reside en evitar la exposición solar y en la protección extrema y permanente de su piel contra los rayos nocivos del sol, sobre los cuales no se cansan de alertarnos los especialistas. Vemos cientos de publicidades de productos que funcionan como protectores, bloqueadores o pantallas solares cada verano. De hecho, en casa hay varios dando vueltas, con distintos grados de factor de protección y distintas características: resistencia al agua, humectación, propiedades autobronceantes y demás yerbas. Tantas cosas, que cada vez se hace más complicado decidir cuál comprar. Pero lo peculiar de este verano es que no me expuse al sol. Y eso que adoro hacerlo, me hace bien, me llena de energía en su justa medida y a las horas en que no lastima, como le sucede al capitán de la nave que viaja al sol en el cuento, y sobre todo me hace bien verme al espejo con mi piel bronceada y mi mejillas enrojecidas como manzanas, las doradas manzanas del sol.
   
Intenté un par de veces sentarme al sol con mucho protector, anteojos y libro, pero mi piel este maldito verano reaccionó mal al astro rey. Hubo sarpullidos, enrojecimiento y ardor inauditos, y me asustó ese sol que amo, que me conecta con la vida y en buena medida con la salud, ya que el sol es fuente de la indispensable vitamina D que después si falta nos dan  tomar en cápsulas. Por fin me lo confirmó la especialista que me trata cuando le comenté acerca de lo que me andaba pasando con la piel: "Evite exponerse al sol como lo viene haciendo" sentenció, desde su lánguida palidez. Y al aprobar la conducta que adopté como preventiva por instinto, me entristeció, porque también confirmó esa sensación de que me pierdo otra cosa más que amo, aunque yo sigo buscando entre tierras vacías y montañas con esperanzas errantes, como Aengus.

Este verano se me perdió el sol. Está ahí afuera, sus rayos le dan color a la piel de mis hijos, cachorros llenos de energía y luz que juegan y nadan bajo el sol todas las tardes sin que pueda acompañarlos, así como irrumpen y colman las habitaciones de mi casa y levantan la temperatura que sólo aplaca el aire acondicionado, que también daña: ojos y vías respiratorias se resecan con lo que hemos creado los humanos para aliviarnos de un sol que se tornó implacable y que no soportamos ya ni adentro de nuestras propias viviendas cuando el verano citadino aprieta. Y ni hablar del consumo de energía y el daño que ésto causa al medio ambiente.

Otro poeta, pero catalán él, también amado como el sol del recuerdo de una juventud dorada con sus amores de verano, Joan Manuel Serrat, un romántico en el sentido moderno del romanticismo que celebrarán mañana muchos alrededor de este mundo, que sigue girando alrededor del sol y que se muere sin él o tal vez muera por él, como predicen algunos e incluso como sucede con tantas cosas y seres amados, dice en una de sus canciones más intensas, grabada a fuego en mi memoria:

      "No hay nada más bello que lo que nunca he tenido  
Nada más amado que lo que perdí
    Perdóname sí hoy busco en la arena  
Esa luna llena que arañaba el mar...
   

¡Queda la luna! Esa luna que alumbra las horas oscuras y que llevo en todos mis lunares como marcas del sol que me bendijo tantas veces con su luz. Buscaré entonces las plateadas manzanas de la luna, no sin perder las esperanzas de recobrar pronto, quizás cuando acabe el verano, las amadas y doradas manzanas del sol.


A boca de jarro

domingo, 10 de febrero de 2013

Una aventura maravillosa






  
"Una aventura maravillosa" es el título al cual se ha transferido en Latinoamérica a la película denominada "Life of Pi" ("La vida de Pi"), basada en el best-seller homónimo de Yann Martel que ha vendido más de siete millones de copias desde su publicación en 2001. Es una fiesta para los sentidos además de una profunda alegoría de los desafíos que la vida nos presenta, llevados a un extremo que por momentos resulta desgarrador, y de lo que la mente puede hacer ante ellos para enfrentarlos, asimilarlos y superarlos.
 
  Se trata de una historia circular con diversos niveles de lectura y con soberbios efectos de fotografía, sonido, edición y guión, más el sello de la dirección de Ang Lee, pero, por sobre todo, con un uso exquisito de la tecnología y fotografía que no se regodea simplemente en la innovación y el desafío tecnológico, que llevó más de cuatro años de trabajo para plasmar lo que desde el libro parecía una hazaña imposible. Se percibe que la aventura 3D se ha puesto al servicio de la emotividad del cuento y así expandir las reverberaciones del viaje físico y espiritual que realiza el protagonista en su penoso y aleccionador naufragio y sumergirnos en sus implicancias existenciales y místicas. Más allá de lo técnico, imapacta el alcance de la relevancia de este viaje, que, como todo viaje, conduce a un encuentro con lo más valioso y sombrío de nuestra humanidad y a la maduración espiritual del ser que lo emprende, así también como a las múltiples enseñanzas que aporta para quienes lo vemos transcurrir en pantalla.

   Su protagonista es Piscine Martel, nombrado así por un padrino del alma que deseaba para él que nadara en las mejores piscinas del mundo, sin pensar que le esperaba nada menos que el Pacífico como destino. El niño abrevia hábilmente su nombre en sus años escolares a la notación de la letra griega π, Pi, de infinitas lecturas numéricas y filosóficas, bautizándose así mismo como un ser en busca de la trascendencia y evitando la estigmatización de sus compañeros, a quienes supera en avidez de conocimiento del verdadero mundo más allá de los muros de una escuela que lo aburre. A Pi le interesa la naturaleza divina de todo cuanto lo rodea y se zambulle en todas las manifestaciones de la divinidad veneradas por la humanidad que va descubriendo de joven, conectándose y reverenciando cada una sin prejuicios y extrayendo de ellas lo que subyuga a su mente y alimenta a su alma, ávida de sentido existencial, cosa que su padre, un conservador, exitoso y realista hombre de negocios, no comprende ni aprueba, no así como su madre, un alma más receptiva y abierta a la diversidad.

  Lo mismo sucede con su vínculo con los animales del zoológico que su padre regentea en Pondichery, el distrito francés de la India. El muchacho busca conectar con el alma que cree que habita detrás de los ojos de los animales del zoo, aún con la del temible tigre de Bengala, Richard Parker, a quien su padre le enseña brutalmente a temer y que eventualmente se convertirá en su alter ego, ese tigre que llevamos instintivamente en nuestra naturaleza animal, sin que los espectadores sospechemos que no se trata del animal que naufragó también al hundirse el barco japonés que transportaba a toda la familia y al zoo a los Estados Unidos en un intento de salvarse de la bancarrota, interrumpiendo la vida del muchacho en la vivencia de su primer amor.

   El barco de carga se enfrenta con una feroz tormenta y comienza a hundirse mientras Pi está maravillándose por la fuerza de la tempestad en plena cubierta. Al percatarse del peligro, intenta salvar a su familia, ya bajo el agua, pero es arrojado a un bote salvavidas. Desde el mar agitado, Pi observa con impotencia cómo el barco se hunde, matando a su familia y su tripulación. Poco después, vemos que el muchacho se encuentra en el bote con una cebra herida, y se une una orangutana que perdió a su cría en el naufragio. Una hiena se escabulle por debajo de la lona que cubre la mitad de la embarcación y mata a la cebra para alimentarse de ella. Para angustia de Pi, la hiena también hiere mortalmente a la orangutana en una pelea en la que lo defiende a él de su ataque. De repente, el tigre Richard Parker emerge por debajo de la lona, y se come a la hiena.

  Es con el enorme y feroz tigre al que ha sido educado a temer con quien deberá compartir su aventura en un bote para treinta personas, atravesando el océano para sobrevivir al naufragio. El espectador no se percatará de que el tigre no es el soberbio y temible animal del zoo, sino el lado salvaje de la naturaleza del muchacho que le permitirá emerger de los mares de la inmersión en la adultez y el encuentro con las sombras que nos hacen devenir adultos y encarnar nuestras figuras paternantes ante su irremediable ausencia, no sin lamentarse de no poder haberse despedido de esos seres que, con sus virtudes y defectos, le han transmitido todo lo que necesitaba aprender para atravesar los bravíos mares de la existencia y salir a flote. El tigre no es sino una proyección de la personalidad, en pleno desarrollo, del propio muchacho, y ésto no se nos revela hasta el desenlace, narrado por Pi adulto, al volcar su versión alternativa y literal de la historia, tranquila y emotivamente, en los oídos de un ávido escritor en busca de un cuento inspirador y fantástico para recrear.

 Lo más jugoso y temible de este rito de iniciación oceánico es el proceso de aprendizaje por el cual animalidad y humanidad deberán convivir en un mismo ámbito, rodeados por el abismo de las maravillas y los peligros de las profundas aguas en las que se encuentran perdidos y de las cuales no emergerán hasta desaprender lo aprendido acerca de lo que es humano y lo que es animal en nosotros e integrarlo para lograr el equilibrio que hace posible la supervivencia en la liquidez de la existencia humana. El esplendor y la furia de la naturaleza en la inmensidad del mar harán que Pi por fin se enfrente cara a cara con ese Dios al que busca con avidez para cuestionarlo. Es recién entonces cuando se entrega, habiendo luchado hasta extenuarse y habiéndose contentado con los recursos que la naturaleza le provee y que su inteligencia emplea para sobrevivir, domando también a ese tigre a quien en principio teme. Y al doblegarlo, llega a su fin el viaje, se encuentra con la civilización que lo rescata y pierde de vista a Richard Parker, que se ha convertido en un compañero que ahora retorna debilitado pero firme y sin mirar atrás a la selva donde pertenece. El muchacho, ya un hombre, llora amargamente su ausencia sabiendo que es abandonado por esa parte de su naturaleza que lo ha salvado de manera mucho más fehaciente que los hombres que lo encuentran finalmente en la orillas de una playa mejicana y lo hospitalizan.
  Allí entendemos, gracias al relato literal de los hechos que los hombres de la aseguradora de la nave hundida esperan escuchar, que a bordo del bote estaban en verdad los animales que también  habitan a los demás náufragos: la pobre cebra, usada como fuente de alimento por la hiena cuando comienza a apretar el hambre animal, representa a un marinero que cae al bote herido, la repugnante hiena es la figura que encarna al desalmado cocinero "comeratas" del barco, protagonizado por un fugaz y genial Gérard Depardieu, que acabará también con la orangutana, la madre de Pi, para finalmente hacer salir al tigre de Bengala de las entrañas del muchacho mismo que, con un cuchillo, da muerte a la traicionera criatura de risa burlona y a todos los preceptos alimenticios que ha observado durante sus breves años de vida hasta entonces. La historia contada como la vemos en principio no resulta creíble ni útil para los humanos civilizados y alejados de la fantasía de los cuentos humanos que alimentan el alma de Pi desde pequeño. Finalmente, Pi les dará el relato que cuaja para sus mentes terrenas y ajenas a la naturaleza animal en nosotros y pagarán el seguro que salvará al joven materialmente una vez en tierra.

  Es recién entonces cuando obtenemos las dos lecturas de lo sucedido y de quiénes somos en espíritu y en verdad. En su encuentro con el escritor que da comienzo y cierre a la narración,  Pi le pregunta, como el autor a nosotros, qué historia prefiere. Éste elige el cuento con el tigre, a lo que Pi responde: 

-Y así es con Dios

 Echando un vistazo a una copia del informe de los agentes de seguro, el escritor se percata de un comentario final acerca de "la notable hazaña de sobrevivir 227 días en el mar, sobre todo con un tigre", lo cual significa que los agentes eligieron esa versión de la historia también. Todo refuerza la teoría de que la vida misma es el cuento que cada uno de nosotros recrea de la aventura que le toca protagonizar, con la fe, la esperanza y el coraje con los que venimos a ella o que las circunstancias hacen que emerjan o no. Ésta es una historia de fe, esperanza y coraje. No obstante, me volvió la tragedia Shakesperiana al salir del cine, dado que presiento posible que gocemos de cierta libertad para optar por qué lectura hacemos de nuestro paso por el mar de la existencia humana:

 “La vida no es más que una sombra en marcha; 
un mal actor que se pavonea
 y se agita una hora en el escenario 
y después no vuelve a saberse de él: 
es un cuento contado por un idiota, 
lleno de ruido y de furia, 
que no significa nada.” 

(Macbeth, Acto V, Escena V, William Shakespeare).
   

A boca de jarro

Buscar este blog

A boca de jarro

A boca de jarro
Escritura terapéutica por alma en reparación.

Vasija de barro

Vasija de barro

Archivo del Blog

Archivos del blog por mes de publicación


¡Abriéndole las ventanas a la realidad!

"La verdad espera que los ojos
no estén nublados por el anhelo."

Global site tag

Powered By Blogger