Mis
últimas entradas no han sido actualizadas por Blogger en los
escritorios de los blogs amigos que tienen a bien seguir y mostrar mis
publicaciones. Esta es una entrada de prueba para ver si, con la ayuda
que he recibido de una colaboradora de Buzz (¿Light Year...?), logro
solucionar el inconveniente. Me dice que es un problema con el bendito
HTML, sigo sus instrucciones pero todo ha quedado congelado en el espacio exterior el 13 del 03 del 2013. ¿Será cosa de Dios o del diablo? Hasta he agregado mi propio jarro a mi lista de blogs para constatar el problema. Si esto sigue así, algunos (sólo se me
permite agregar a diez), recibirán mis entradas por mail, o bien deberán
tomarse la molestia de suscribirse a las entradas por correo electrónico, o simplemente pasar por aquí cuando gusten para ver si hay
novedades. Sea como sea, a todos les agradezco el apoyo y la
colaboración de siempre.
¿Quién no conoce decenas de chistes de argentinos, "gallegos", que para nosotros son todos los españoles, "yanquis" o "americanos", es decir norteamericanos, franceses, brasileños, mal llamados por muchos aquí "brasileros", Católicos, Judíos y demás razas, etnias, credos y nacionalidades con las que estereotipamos humorísticamente a la inmensa y maravillosa heterogeneidad de grupos de individuos que han nacido en algún lugar del mundo por esas cosas del destino o que profesan un credo u otro por distintas razones? Acá va uno, muy oportuno si me permiten la afirmación: "En una avión viajaban tres curas: un brasileño, un americano y un argentino. De repente, se apagó una de las turbinas. El americano rezó, le pidió a Dios que lo salvara, salió del avión y se estrelló contra el piso. El brasileño hizo lo mismo: rezó, se encomendó a Dios, saltó del avión y se estrelló contra el pavimento. Entonces el argentino empezó a rezar:
- Dios, ya sé que vos no me vas a fallar, que me voy a salvar porque vos no permitirías que muera el mejor de tus fieles.
El argentino se tiró, se abrieron las nubes, una mano lo tomó y sentenció:
- A este lo mato yo.
Este tipo de humor tan nuestro refleja una verdad universal. Todos los habitantes de este planeta tenemos un chip en el cerebro que asocia personas con un estereotipo que forma parte del inconciente colectivo que engloba tanto a la idiosincrasia del pueblo al que pertenece su propia individualidad como un preconcepto generalizado sobre otras gentes. Lo cierto es que no todos aquellos nacidos bajo la misma bandera o más o menos practicantes de una cierta religión responden a esas características con las que solemos asociarlos. Esto también lo sabemos todos, quiero creer.
La cuestión es que con este asunto de un Papa argentino que causó revuelo y se tiñó de todas las ideologías posibles, con defensores y detractores, cuestionadores y fanáticos, catedráticos o legos opinólogos y tirabombas a sueldo, conservadores, progresistas, gente de centro y gente de izquierda, Católicos, Judíos, agnósticos, ateos e indiferentes, salió a relucir casi inconcientemente en mucho de lo que se ha dicho y escrito sobre la individualidad de este hombre, lo que el mundo tiende a pensar sobre nosotros, queridos y odiados argentinos, cosa entendible por muchas razones. Es exactamente el estereotipo que plasma el chiste que hasta nosotros contamos en nuestras mesas de café y nos hace reír. Es innegable que subyace un cierto preconcepto de que todos los argentinos somos tan apasionados y cabeza huecas como para que nos de igual Messi que Bergoglio y que por eso muchos estamos contentos. O de que ahora de repente somos más papistas que el Papa, como dijo una bloguera argentina que vive en Inglaterra. Me da la sensación, a riesgo de equivocarme, de que ha salido a relucir la idea de que somos sudacas de sangre caliente y poco cerebro. Esto dicho hasta por argentinos mismos, no me canso de recalcarlo. Muchos creen que todos pensamos que Maradona es Dios, nos enfervorizamos con Messi porque además de ser genial con el balón nació en Rosario, somos cholulos de Máxima Zorreguieta y la vamos de Gardel en la 9 de Julio y cuando andamos por el mundo. Admito que algo de ese triunfalismo debe ser cierto.
No obstante, para muchos argentinos, pensantes y apasionados, ya que una cosa no quita la otra, hay una larguísima lista de personas bajo nuestra bandera que nos despiertan una admiración menos ruidosa que no trasciende del mismo modo las fronteras. Acá va una y se que me voy a quedar corta, pero me pueden ayudar a completarla en sus comentarios: Favaloro, Milstein, Leloir, Borges, Cortazar Sábato, Gabriela Mistral, María Elena Walsh, Quinquela Martín, Quino y Mafalda, Caloi, Fontanarrosa, Piazzolla, Daniel Barenboin, Les Luthiers, Fangio, Vilas, Del Potro, Lalo Schiffrin, Julio Bocca, Juan José Campanella, el Rabino Bergman... Podría inclusive ampliar la lista con cosas nuestras que nos identifican positivamente, aunque a algunos de nosotros no nos gusten, nos caigan mal o las tengamos prohibidas por prescripción médica: el asado, los ravioles del domingo, la pizza con moscato y fainá, el vino tinto, el dulce de leche, el mate... Es probable que con este listado no esté haciendo más que confirmar el estereotipo de argentina fanfarrona, el de aquellos que proclaman que Dios es argentino y por eso, en el chiste que cito, Dios lo quiere matar al argentino que muere, va al cielo a pesar de todo y se lo encuentra cara a cara, por soberbio. Dilma Rousseff bromeó en su encuentro con Francisco hace unos días diciendo que el Papa es argentino pero Dios es brasileño, y me pareció simpático y muy esclarecedor su chiste. Ante todo porque, a pesar de ser futbolera cuando de mundiales se trata y argentina, me caen muy bien los brasileños, a quienes tenemos como rivales odiosos y temidos en la cancha, donde los llamamos "brazucas de m...", discutimos para determinar quién es el mejor, Maradona o Pelé, y sentimos que, siendo pentacampeones, se creen "o mais grande do mundo", y además porque su comentario humorístico pone en evidencia ante un argentino que no se la cree lo que tantos piensan de nosotros. Es así y tiene su fundamento, nos guste o no, pero ojo al piojo: no somos todos iguales.
El miércoles atravesé la ciudad en colectivo, tren y subte, haciendo trámites, otro mal argentino, y me encontré con una Buenos Aires empapelada con pósters y afiches del Papa Francisco y con el obelisco enfundado en la bandera Papal. Los pósters y afiches son de proveniencia diversa, evidentemente. Es obvio que algunos responden a ciertos intereses creados a partir de esta proyección histórica que nos da el hecho de tener un Papa argentino que aún no hemos dimensionado y que medio país y medio planeta no termina de digerir. Pueden gustarnos más o menos, los podemos adjudicar a ese fervor bullanguero tan nuestro por cualquier cosa que huele a gol, a nuestra vena triunfalista y hasta podemos objetarlos desde nuestra propia ideología por estar teñidos de otra distinta a la nuestra, pero no creo que sean condenables. En todo caso, podríamos utilizarlos como herramienta de estudio para ver quiénes y cómo somos cuando no nos dejamos llevar por los lamentos del tango, la melancolía de los acordes de un triste bandoneón y el gris plomizo del cielo y el Río de la Plata. Porque además está también el prejuicio de que los porteños creemos que sólo nosotros somos argentinos, no el resto de los más de cuarenta millones de argentinos que habitan este extenso y variado suelo. No puedo dejar de pensar que otro hubiese sido el cantar si se hubiese elegido a un africano o a otro europeo más como Papa. Pero como canta el catalán Serrat y escribió Mario Benedetti "el sur también existe" y se hizo visible y materia de estudio y polémica con este acontecimiento.
Me resulta interesante ver cómo cada sector, cada grupo religioso e ideológico y cada país reacciona ante este hecho sin precedente y me sirve como una herramienta sociológica para seguir pensando en el ser argentina y habitante del diverso y heterogéneo mundo de hoy. Estaría buenísimo llamarlo a Zygmunt Bauman para que escriba sobre la argentinidad líquida (¡mirá que título que le tiré a Bauman!), pero ya está grande, lleno de guita, de premios y distinciones, cobra en euros, vivimos en el culo del mundo y no creo que le interesemos ni ahí.
El diario de hoy es un ejemplar que estoy deseosa de leer, a diferencia de años de pesadumbre a la hora de recibir el periódico dominical, el único que compramos en casa en toda la semana. Parece surrealista, como si todo se tratara de un sueño y temo despertar porque se trata de un buen sueño. No es un milagro, no es que el mundo va a cambiar mañana o que ha cambiado algo de lo que me preocupa de él de la noche a la mañana y donde tengo, para bien y para mal, los pies bien plantados. Siguen angustiándome las noticias sobre la miseria, la injusticia social, las turbias maniobras políticas, la exclusión, la inseguridad, la inequidad, inclusive a la hora de abogar por los derechos humanos, porque humanos somos todos, el crimen, la impunidad y la violencia, la frivolidad y los excesos contrapuestos con la pobreza de tantos que duermen en la calle y comen de nuestros residuos en su desvalía, esa presbicia que les endilgamos a los poderosos de turno y de la que nosotros también padecemos, al punto de haberles dado el poder para ignorarnos y hacer de nuestras vidas proyectos truncos de un color gris plomizo.
El humo blanco que salió de una chimenea el pasado miércoles en Roma limpió el cielo de mi esperanza, y creo que no soy la única que siente así. Vivo bajo el mismo cielo que el día anterior a ese, pero parece que el horizonte se ha despejado un tanto, que las nubes amenazadoras que cubrían nuestros ánimos día a día se han ido con vientos que huelen a cambio, como el aroma a lluvia cuando se anuncia sobre el campo reseco y que los pronósticos del tiempo no auguraban. Ni siquiera el hombre que llegó de madrugada a la desierta inmensidad del aeropuerto de Fiumicino, enfundado en un sobretodo negro, cons sus viejos zapatos negros de suela de goma gastada de tanto dificultoso andar y con una pequeña maleta que esperó solo al desembarcar, sin custodia ni comitiva de recepción, para luego dirigirse a la labor para la cual había sido convocado y con el boleto de vuelta en el bolsillo y su cuota de miembro del club deportivo San Lorenzo al día, esperaba este cambio de paradigma. De esta inesperada sorpresa proviene mi alegría. Es una alegría histórica de la cual todavía no hemos tomado verdadera dimensión. Pocos hombres salidos de este, el confín del mundo, han sido distinguidos y señalados por los nobles motivos por los que Jorge Bergoglio se convertirá en Francisco el martes 14, día en el que la grey Católica a la cual pertenezco celebrará la festividad de San José.
Y me ha embargado una cierta euforia que hace años no sentía y que recordaré toda la vida como argentina y como ciudadana del mundo al ver a este hombre presentarse de blanco y sin púrpura ni armiño como Obispo de Roma y no como Papa, irradiando una mansedumbre luminosa de genuina y humilde alegría, procurando encontarse ante la magnitud de lo que vislumbraba y lo que pasaría por su mente y su corazón, hincándose para que oráramos todos juntos, como una gran fraternidad global, por él y por nosotros, por la paz, deseando a viva voz una Iglesia pobre y para los pobres, una Iglesia que enfrenta una grave y profunda crisis y que hace un intento de renovarse sin precedentes, de discontinuidad con el pasado por el cual se la condena despiadadamente, basada en la figura de un hombre que rechaza el oro, la limusina y el lujo desmedido que se le ofrece para seguir llevando su austera cruz de plata, su anillo de bronce y viajar en el ómnibus con los demás cardenales que trabajaron para elegirlo a él, que pagó la cuenta del hotel donde se hospedó durante el Cónclave y que hace expulsar a un corrupto de una capilla del Vaticano por haber encubierto a sacerdotes pedófilos ni más ni menos que en los Estados Unidos. Desde ya, no ha cambiado al mundo, pero de una manera clara y directa, sencilla y sin discursos teñidos de moralina, sus gestos dicen más que mil palabras que nos aturdan y me hacen ver el mundo como un lugar un poco mejor.
No han faltado aquellos que han sembrado cizaña intentando ensuciar su trayectoria de cura de la calle, de las cárceles, de las maternidades de mujeres violadas y solas, de los enfermos de sida, de los padres de aquellos hijos, y en muchos casos nietos menores, que murieron en un trágico incendio en una discoteca porteña en 2004, a quienes acompañó a la morgue en las horas más oscuras y de quienes jamás se desentendió, el cura que defiende causas como las de la AMIA o Malvinas, el pastor de un rebaño descarriado y necesitado de mirada que lo desvela. No han faltado compatriotas que confabularan en su contra y observadores internacionales que se han hecho eco de turbias historias infundadas de un pasado que como sociedad y como mundo no terminamos de dejar donde pertenece. Han llegado a decir que todo esto es una cortina de humo, una movida de corte mediático para distraernos de la muerte de Chávez y sus implicancias en Latinoamérica. Y por supuesto no faltaron los que nos criticaron por sudacas de sangre caliente y poca cabeza, fanatizados por este hecho extraordianrio, como cuando nos ponemos la camiseta para ver a la selección argentina. Yo pensé cuando leí o escuché cosas como estas en que a Lennon lo aplaudimos por su aún viva proclama de ser un soñador, y de no de no ser el único en "Imagine", pero parece que nosotros, católicos, protestantes, judíos, como el Ravino Bergman, que llamó a Bergoglio "su rabino", agnósticos, ateos o indiferentes, que sencillamente nos sentimos contentos con lo sucedido, no tenemos derecho a soñar. Me he encontrado con fotos burlonas como la de abajo, publicadas por argentinos mismos:
Quien quiera que haya tenido una herida que no ha terminado de cicatrizar sabe que no hay nada peor que abrirla de nuevo cuando parecía estar cerrándose. Y es tristemente evidente que muchos no dejan o no pueden dejar sanar esa herida y así perpetúan nuestra enfermedad, ya que de ese modo no es posible proyectarnos a un futuro más sano. Todos los responsables de aquel mal de los setenta han sido juzgados por la justicia local: creo que no ha quedado nadie sin pasar bajo la lupa de la justicia. Y así y todo, hay quienes se encargan de intentar poner palos en la rueda para el nuevo camino que Francisco nos instó a transitar juntos y en el cual nos negamos a creer, aferrándonos al prejuicio de los errores cometidos por una institución humana, errores admitidos y por los cuales han pedido perdón figuras ejemplares y siguen haciéndolo. Una institución muy vasta y sobre la que se generaliza burdamente, sin conocer detalles que no ocupan su debido lugar en los medios, y de la que sólo parecen trascender los escándalos, el oro y la pompa y no las buenas acciones anónimas que se realizan en jeans y alpargatas de lona en silencio y con escasos recursos a diario. Pero el corazón humano es duro a la hora de perdonar y de juzgar con ecuanimidad y así es como se estanca en su camino hacia lo que podría ser un futuro un poco mejor. No dejamos de pensar con la cabeza puesta en nuestras amargas experiencias del pasado y le negamos a nuestro corazón, hambriento de esperanza, la posibilidad de escuchar y abrirse. Tal vez de eso simplemente se trate: de empezar a escuchar con el corazón y alimentarlo en la ilusión. Pero el miedo a ser defraudados una vez más parece poder más.
Nuestros humos tienden a ser grises o más bien negros hace mucho, inflamados de desigualdades y desencuentros, restricciones a nuestras libertades, intolerancia, inestabilidad económica, falta de diálogo, sospechas de enriquecimiento ilícito, crímenes inexplicablemente violentos e impunes y falta de proyección hacia un futuro auspicioso. Y el pasado 13 del 03 del 2013 se abrió una pequeña puerta que dejó entrar la posibilidad de aires de cambio. Un cambio que ya se anuncia en la reunión entre nuestra primera mandataria y el nuevo Obispo de Roma, que hace tiempo ya no se encontraban cara a cara. Una puerta que abre la oportunidad impensada de que un latinoamericano valioso, valiente, bien preparado y carismático, que no cae en la demagogia ni comulga con el populismo, con el coraje de denunciar la injusticia y aquello que atenta contra el verdadero espíritu cristiano desde el corazón mismo del Vaticano, emprenda la misión de evangelizar sin sangre a un mundo que parece haber perdido la fe ya no en la divinidad sino en la humanidad misma. Y es allí donde reside su mayor mal, en la angustia y la falta de sentido que lo aqueja y que se ha intensificado por su materialismo a partir del desmoronamiento económico que arrasa con proyectos de vida dignos que quedan truncos en tantos rincones del planeta.
No es fácil admitir que se es creyente en un mundo donde está mal vista la espiritualidad así asumida y se prefiere la intelectualización como mecanismo de defensa a nuestro miedo a ser defraudados, teñida de ideologías nihilistas y desesperanzadas, donde se prefiere la descalificación desapasionada a la ilusión apasionada. Se nos cuestiona ahora a los católicos del mundo por no dar buenos ejemplos, como si tuviésemos el deber de ser todos santos. Jesucristo nos amó en y por nuestras miserias y así se erigió en pastor de ovejas que cargó en sus hombros a riesgo de ser manchado por sus excrementos. Compartió su mesa con las prostitutas, los marginales, los desviados, los excluidos de entonces y también se sospechó que aspiraba a un reino terrenal que nada tenía que ver con el reino que pregonaba ni con su ejemplo de vida. Por eso se lo crucificó. Ojalá no volvamos a hacer algo parecido una vez más. Estamos hecho de barro y nos sentimos hundidos en ese mismo fango, necesitados de una guía que nos inspire confianza desde sus gestos y sus acciones, aunque para eso es menester que le demos tiempo y una oportunidad de probar que es digno de calzar las sandalias de pescador que le han sido dadas, y no los zapatos rojos que se niega a llevar puestos. Y nos rehusamos a confiar.A veces lo que más nos cuesta es lo que más andamos necesitando. Con todo eso, por una vez, luego de haber transitado áridos desiertos en mi vida adulta, luego de haber caído en oscuros abismos de escepticismo y de sentirme perdida y temerosa, débil y tibia en mis principios, mis convicciones y creencias y llena de defectos como persona y como miembro de una sociedad, me desperté un domingo de madrugada a escribir sobre lo que me doy permisoa vivir como una esperanza de cambio, de asomar a un valle, bajo un rayo de sol que hace mucho no recibía en su suave y sanadora luz y deseosa de leer el diario de hoy.
"Ojalá el otoño, en vez de hojas secas,
pinte mi cosecha de pitisa alegre,
siembre una llanura de patata y fresas,
ojalá que llueva café. Pa que en el conuco
no se sufra tanto,
ojalá que llueva café en el campo.
Pa que en Villa Vásquez oigan este canto,
ojalá que llueva cafe en el campo.
Pa que todos los niños
canten este canto,
ojalá que llueva café en el campo
ojalá que llueva,
ojalá que llueva,
ojalá que llueva café en el campo."