Las metáforas nos ayudan a pensar y comprender nuestro paso por el mundo. Cuando un alumno en clase de literatura es interrogado acerca de este recurso literario, el profesor generalmente se encuentra con perplejidad ante el desconocimiento. Sin embargo, vivimos de metáforas sin ser escritores ni poetas. Echamos mano a varias metáforas para sobrellevar las crisis personales que no son ajenas a la crisis que atraviesa el mundo en que nos toca vivir. Y el intento desneurotizante de escribir no es más que una metáfora de un hondo sentimiento de desorientación angustiante e incertidumbre ante las perspectivas de un futuro que se presenta imprevisible, y que se presagia oscuro, así como de una genuina necesidad de pensar en voz alta intentando encontrar respuestas y caminos, de ligar con almas afines que flotan en tiempos líquidos y bucean un océano inasible en un intento por hacer pie.
El artista fusiona dos elementos diferentes para crear una unidad que ilumina la realidad según la percibe: eso es una metáfora. Consiste, pues, en la identificación de un término real con un término imaginario. Establece una relación de identidad total entre dos distintas, de tal forma que para referirse a uno de los elementos de la metáfora se aplica el nombre de otro. Significa comparar dos elementos sin apelar a nexos.
Es empleada como recurso literario, en lingüística, donde es una de las principales causas de cambio semántico, así como también en psicología, para referirse al poder profundo de las historias metafóricas y su acción en el cambio interno, la visión o el paso a un nivel de conciencia más profundo. Podríamos profundizar en sus variantes como poderosa figura retórica, pero no viene al caso.
Es utilizada por escritores y poetas debido a potentes razones: establece relaciones inéditas entre las palabras y permite el hallazgo de atributos insospechados en ellas. Nos conduce a hallazgos sorprendentes sobre nuestra esencia, a verdades que se nos develan y nos colman de sorpresa.
Así pues, la gran fuerza sugestiva de la metáfora reside en su capacidad de multiplicar de forma ilimitada el significado "normal" de las palabras, de modo que puedan llegar a describir lo desconocido y lo abstracto que, en definitiva, constituye la gran aspiración del arte, y estimo, del ser. Y al lograr ver la conexión inédita que el artista crea entre dos entes disímiles, se habilita y convalida nuestro propio sentir, ahora explicitado y plasmado en el papel, en una melodía o sobre un lienzo. Quedan plasmadas nuestras propias emociones, y se nos ayuda a verlas, como algo ya separado de nosotros mismos, más claramente. La metáfora nos alivia.
Finalmente, la podríamos definir como "algo expresado en términos de otra cosa". Creo que lo más didáctico a esta altura de mi argumentación sería detenernos por dos minutos y medio a compartir este fragmento de la película "Il postino", para dejar más claro que el agua lo que se entiende por metáfora:
Zygmunt Bauman, profesor emérito de la Universidad de Leeds, ciudad inglesa en donde vive desde 1971, luego de haber deambulado por varias ciudades del mundo en tiempos difíciles, y después de tener que abandonar su Polonia natal junto a su humilde familia judía en 1939, escapando al horror nazi, contempla su vida con una buena dosis de gratitud más que amargura, a pesar de todo, o tal vez, gracias a tanto. Wikipedia brinda los siguientes datos biográficos:
Es autor de varios libros, pero el que hoy me interesa es Modernidad líquida y su metáfora de la vida en tiempos líquidos.
"Nació en Poznan (Polonia), en una humilde familia judía. Huyendo de los nazis se trasladó a la Unión Soviética para regresar posteriormente a Polonia, donde militó en el Partido Comunista y fue profesor de filosofía y sociología en la Universidad de Varsovia antes de verse obligado a irse de Polonia en 1968 a causa de la política antisemita desarrollada por el gobierno comunista después de los sucesos de marzo de 1968. Posteriormente a su purga de la universidad de Varsovia, ha enseñado sociología en países como Israel, Estados Unidos y Canadá."
Es autor de varios libros, pero el que hoy me interesa es Modernidad líquida y su metáfora de la vida en tiempos líquidos.
Es indudable que los tiempos en los que vivimos han cobrado ya la altura de categoría sociológica. La metáfora de la liquidez que da título y solidez al análisis de Bauman de la posmodernidad explora la precariedad de los vínculos humanos en una sociedad altamente individualista y consumista, marcada por la transitoriedad, la volatibilidad, el flotar sin asumir las responsabilidades que vincularse con un otro conlleva, y una buena dosis de anonimato que ofrece la Web como medio de relacionarnos entre personas. Habla también de la imposición del deber ser libre, con todos los miedos y la angustia existencial que el ejercicio de esta libertad sin el respaldo del Estado de Bienestar y los valores hoy relativizados que hacían del mundo un lugar más sólido ofrecían. Caemos en la absoluta impredecibilidad acerca de nuestro futuro, nos movemos en ámbitos laborales flexibles y temporales, y carecemos de certezas ante la falta de tradiciones o ante la adopción de otras en el mundo globalizado, que tomamos de las culturas dominantes y con las que culturalmente nos es difícil identificarnos.
Sin embargo, Bauman, el hombre, no es un pesimista ni un nostálgico. Es un trabajador realista del pensamiento humanístico. Ha atravesado hondas crisis vitales, ha descripto magistralmente la que nos toca protagonizar hoy, y ha emergido, como tantos otros hombres y mujeres anónimos o conocidos, fortalecido y lleno de sabiduría que comparte para que tomemos como brújula en momentos de profunda y desconcertante desorientación. Sabe que "la única cosa que nos queda frente a esa ineludible derrota que se llama vida es intentar comprenderla". La voz de Bauman es una voz más que se alza en el desierto, clara, no altisonante ni prescriptiva, y nos permite ver que no estamos tan solos en nuestro sentir. Su voz es también metáfora de nuestra propia realidad como seres pensantes.
Palabras de Zygmunt Bauman, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación Humanidades 2010, durante la ceremonia de entrega.
Palabras de Zygmunt Bauman, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación Humanidades 2010, durante la ceremonia de entrega.
"Cervantes envió a Don Quijote a hacer pedazos ese telón, un telón hecho con los remiendos de mitos, máscaras, estereotipos, interpretaciones, prejuicios, un telón que oculta al mundo que habitamos y que intentamos comprender. Estamos destinados a luchar en vano mientras ese telón no se alce o se rasgue...
Don Quijote no fue un conquistador, fue conquistado, no fue alguien victorioso, sino que fue derrotado. Sin embargo, en su derrota, tal como nos enseñó Cervantes, demostró que la única cosa que nos queda frente a esa ineludible derrota que se llama vida es intentar comprenderla."