miércoles, 23 de noviembre de 2011

Adolescencia devorada


  La sincronicidad en los ecos que mis pensamientos encuentran en las voces que se expresan en la prensa escrita sigue siendo fuente de inspiración. Ojeaba en el fin de semana el libro de Laura Gutman, "La familia ilustrada", y pensaba que voces como la de esta mujer, que tanto me nutrieron durante los primeros arduos años de la crianza de mis hijos, ya no me acompañan de igual modo ahora que se están haciendo grandes. No la culpo, tal vez la adolescencia no sea parte de lo que se encasilla bajo el rótulo de "crianza". Gutman conoce como nadie los misterios del puerperio materno, y echó luz, apoyándose en Carl Jung, en el esclarecimiento que necesité en aquel momento de profunda crisis vital para mi entendimiento de lo que ella brillante y detalladamente explica como "el encuentro con la propia sombra".

  Sin embargo, al leer lo que le dedica a la etapa de crianza en la adolescencia, no me siento contenida. Escasos párrafos se le dedican a este período en el que creo que los padres debemos seguir acompañando a nuestros hijos, aunque ya no con pura fusión física, upa, teta y colecho, claro.  Parece que cuando nuestros hijos crecen y dejan de ser bebés, ya todo depende de lo que les hemos dado o negado en esa etapa idílica que tantos padres parecen querer eternizar.  Es claro que a pesar de los berrinches, la imposibilidad de razonar y dialogar con un niño pequeño, así como todos los demandantes cuidados en los que dependen de nosotros, relacionarse con ellos tiene la gran ventaja de que nos adoran incondicionalmente. Devenidos adolescentes, la relación necesariamente se torna más ríspida, empiezan las contestaciones, los planteamientos, las críticas y la desendiosamiento de esa figura que nos tenía bien alto, en un pedestal, y nos hacía vernos perfectos al mirarnos al espejo. El hijo que comienza a darse cuenta de que somos humanos, de que estamos llenos de defectos que a veces no podemos disimular ni limar, ese hijo no se hace tan fácilmente adorable: es un desafío amar a este hijo que se extraña de sí mismo y de nosotros, y nos hace extrañar a aquel niño que hasta hace muy poco le bastaba con ir de nuestra mano a la plaza o al cine a ver el último estreno de Disney o Pixar para tocar el cielo con las manos.



 De todas formas, como padres que han criado con compromiso y apego a ese ser devenido adolescente, cada vez más prematuramente y por imposición social antes que por madurez propia, uno sigue haciendo upa y dando teta de sutiles y diversas maneras a ese ser en desarrollo y con una profunda y genuina necesidad de mirada, quien además es capaz de herirnos con palabras y gestos que jamás sospechábamos podrían venir de él.  He ahí el mayor desafío de la crianza y del ser padres: amar incondicionalmente a nuestros hijos en su verdadera naturaleza, que comienza a moldearse en esta etapa crítica. Y seguir intentando acompañarlos en ese despertar a su propia identidad y al mundo del afuera sin ahogarlos ni reprimir sus impulsos conquistadores, pero guiándolos para que no naufraguen en semejante empresa. 


 Proteger y cuidar a un hijo adolescente no es sobreprotección, aunque a veces se nos acusa de ello. Esto es lo natural, esperable y deseable. Los mamíferos superiores empujan a sus cachorros cuando todavía logran nada más que un andar tambaleante, del mismo modo en que los amamantan a libre demanda un poco antes de eso. Y por más que vistan ropas caras y de marca, anden cargados de toda la tecnología de moda, pretendan vivir en la supuesta diversión que les ofrece la nocturnidad, beban alcohol para demostrar su valía, usen tachas y piercings y se tatúen la piel, estos chicos no son más que esos cachorros tambaleantes asomando el hocico a una jungla llena de predadores al acecho. Estos hijos, que comienzan a andar el camino de la metamorfosis hacia una adultez que cada vez se impone más lejana, necesitan de nuestra mirada y nuestro acompañamiento, porque el afuera los devora, literal y metafóricamente hablando.

 Sergio Sinay publica ayer un impecable artículo al respecto en La Nación titulado "La sociedad que devora a sus hijos". Sinay acusa con absoluta sensatez y razón, como nos tiene acostumbrados:

"El cuidado de los chicos y los jóvenes es una cuestión moral. Para cualquier grupo humano, desde una familia hasta un país en su conjunto, la valoración y el cuidado de ellos está vinculado a la continuidad de su historia, a la trasmisión y honra de los valores de la vida y a la trascendencia."

 Moral, familia, país, valores, historia, honra, vida, trascendencia: fundamentos que han sido relativizados y desdeñados, pisoteados y pseudo-superados por la posmodernidad. Y quienes pagan el pato son nuestros jóvenes, al ser descuidados y privados de mirada por padres que prefieren pensar que el trabajo ya está hecho, que basta con darles lo que piden de esta sociedad consumista donde ser es tener, y los dejan a merced de quienes hacen de ellos el target de una alarmantemente lucrativa industria, jugando lastimosamente como grandes no adultos "al gran Bonete", como Sinay ilustra. Es también lo que se espera de los padres de esta generación de jovenzuelos: que sean amigotes y compinches de sus hijos, que trancen con lo que se impone en aras de una libertad que estos chicos se beben de un trago para dejar la vida en un accidente automovilístico en el asfalto algún sábado a la noche, o en la guardia de un hospital por un coma alcohólico. Lo leemos en el diario, lo vemos en la noticias, lo constatamos en la calle, le pasa a alguien conocido o cercano, pero todo sigue igual. Nos encargamos de lamentarnos cuando ya es demasiado tarde para lágrimas, de hablar unos días del tema, de ver a quién se puede usar como chivo expiatorio, si es la sociedad que no les da proyectos, que les impide soñar, si son los padres, los docentes o los gobernantes de turno. Pero la sociedad la hacemos todos y cada uno de nosotros: somos nosotros.

"Todos culpan a todos. (...) Responsabilidad cero. Mientras tanto se siguen perdiendo vidas breves y futuros largos. (...) La sociedad argentina (una parte significativa de ella, que incluye represantantes de todas las actividades y clases sociales) malogra serialmente la vida de sus hijos. Cuando algo ocurre una vez es un hecho. Cuando sucede nuevamente es una casualidad. Si se repite como hábito es una coincidencia significativa, según las llamaba Carl Jung. Las coincidencias significativas no obedecen al azar ni a la mala suerte. Tienen significados y correlaciones concretos y profundos."

 Debido a la coincidencia significativa y a sus profundas y concretas correlaciones, asumo la responsabilidad de reflexionar sobre el tema. Sinay nos convoca a pensar, a preguntarnos seriamente qué nos sucede a nosotros como adultos protagonistas de esta realidad, qué hace que nuestra mirada no se detenga ante este fenómeno que observamos y aceptamos resignados, encogiéndonos de hombros porque: "Ahora las cosas son así. Los chicos son así." Padres que permiten que sus hijos hagan el preboliche en sus propias casas, es decir, se alcoholicen bajo su propio techo con la bebida que ellos mismos les suministran, para que no tengan que ir a hacerlo a un bar o un pub, y así llegar al boliche totalmente borrachos a las tres de la mañana, hora en que comienza "la diversión". ¿Hasta cuándo vamos a seguir haciendo como que esto es normal? ¿Cuántas vidas más deberán ser devoradas para llenar los bolsillos de las industrias que se alimentan de este escarnio  malogrando lo mejor nuestro? ¿Será tan alto el precio que se pague por decir simple y rotundamente que no a tanto desborde malsano y sin sentido? ¿Será tan fastidioso hacernos verdaderamente adultos, dejar de hacernos los pendejos, y ejercer el rol que nos compete como padres y modelos de roles para esta juventud desorientada de futuro incierto y pronóstico reservado?  

  Habrá que descender a los abismos de nuestras propias miserias y por fin enfrentarnos con nuestras propias sombras...


"No son el precio del dólar, las tramoyas internas de un poder político ensoberbecido y narcisista, las patéticas piruetas de una oposición sin brújula y sin propósito, la desorientación patológica del técnico de la selección de fútbol y sus jugadores o el último juguete tecnológico (...) los que determinarán y mostrarán el sentido y el futuro de esta sociedad y de la vida de sus integrantes."


  Como decía Carl Gustav Jung, una honda coincidencia significativa vital:

"El único propósito de la vida humana es encender una luz en las tinieblas del mero existir." 



"Tu visión se voleverá clara sólo cuando mires dentro de tu corazón.
Quien mira afuera, sueña. Quien mira adentro, despierta...."
 
A boca de jarro.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Tiempo de evaluaciones finales

   

 Fin de ciclo: tiempo de evaluaciones finales. Así, con rojo. Siempre buscando con la lupa el error, mirando el lado vacío del vaso, así evaluamos a los niños del siglo XXI. Siempre demandando cantidad por sobre calidad. Siempre la burocracia del examen escrito.

 Mi hija menor está por terminar su tercer grado del primario. Su propia evaluación del año es sumamente positiva. El otro día, mientras caminábamos, me comentó que este año se le pasó rapidísimo, que es el primer año que verdaderamente disfrutó desde que dejó el jardín de infantes, y que no podía creer ya estar terminándolo. Mi propia evaluación de su cierre del primer ciclo de la primaria es por fin positiva: se la ve contenta, confiada y capaz, como se sospechó desde un principio, a pesar de los malos pronósticos de su mala maestra de primer grado. Superó una serie de desaguisados metodológicos impensados para esta etapa, además de un cambio de colegio para pasar de jornada completa a simple a fin de primer grado, cosa que resultó positiva en términos generales, y sobre todo, logró sobrevivir a varias maestras poco cariñosas, poco maternales, que ven con malos ojos que estos niños sean niños, siempre insistiendo con que ya son grandes. Por fin este año le tocó una guía que le dio exactamente lo que todo chico necesita en esta etapa de debut en la escolaridad formal, y sigue necesitando a lo largo de todo su paso por la escuela: afecto y confianza.
La importancia de las manos que guían

 Ya escribí varias veces acerca de los problemas de ansiedad escolar que padeció mi hija, los cuales perturbaron su sueño y el nuestro, y que nos llevaron de consulta en consulta con especialistas en distintos momentos de este año y el pasado para afortunadamente no encontrar nada fuera de lo común en ella. Todo eso parece haber quedado atrás, y lo celebramos. Es sin dudas la ansiedad de muchos adultos al frente de estos niveles lo que genera ansiedad en los chicos, la idea errónea que muchos de estos docentes tienen de que los chicos dejan de ser pequeños cuando ingresan al primario, lo que puede llegar a causar estragos en su desempeño escolar y su bienestar general. Es la exigencia académica mal entendida, que no genera mejor calidad educativa, pero que conforma a muchos padres siglo XXI.

 Son esos padres que celebran el fin del preescolar con bombos y platillos, que hacen distintivos de "Egresaditos", y uno se pregunta de qué egresan esos pichoncitos con caritas asustadas y embargados por la nostalgia de ya no poder volar al área de juegos del cole. Luego se los viste de señoritos grandes, se los sienta en un pupitre con cartuchera y armados con una veintena de cuadernos y mochilas que pesan más que sus propios cuerpos, cuerpos movedizos que añoran correr, saltar y abrir la puerta para ir a jugar. Se les pide estarse ahí, quietitos y calladitos, forzados a emprender tareas en las que raramente se les muestra una utilidad práctica y relevante para sus vidas o un sentido lúdico para sus mentes y almas infantiles.


 Mi hija está ahora justo en el momento en el  que sería esperable que hubiese perdido una buena parte del potencial creativo característico de la infancia. Sin embargo, ha resistido. Todavía sigue vibrando en ella el pulso del artista que late en todo niño, cosa que me colma de alegría:

Gigantografía dedicada a su maestra Andrea
                                      
 Pero ya ha sido "domesticada" en la escolaridad. Ya sabe que las amenazas de que "Si ésto no se sabe no se pasa de grado", son sólo eso: amenazas. Ya se ha resignado a que lo único divertido es el recreo y tal vez sus escasos 80 minutos de "Educación Física" semanales o el taller de teatro. Y ha aprendido, después de haber sido sometida a cientos de ellas, a enfrentar las evaluaciones sin desvelos, pruebas siempre escritas, ya que todo parece ser escrito en el primario. A veces me parece que los docentes de este nivel suponen que la expresividad oral se da por generación espontánea. Quizás temen el ruido y la alegría que genera una clase trabajada desde el entusiasmo en forma oral. O  sienten que si el trabajo que se hace en el aula no queda registrado por escrito en cuaderno o carpeta, es como que no se ha hecho nada. Y luego los docentes de secundaria nos quejamos de la pobreza de la oralidad de nuestros alumnos: ¿pues qué se puede esperar?


 En las últimas tres semanas, mi hija de ocho años, que ha superado la ansiedad que le generaba la falta de confianza que le inspiraron varias maestras, y que ha logrado dejar atrás sus episodios de insomnio ante las evaluaciones escritas, ha hecho más de seis pruebas, cambiando juego y plaza por horas de culo en la silla con mamá y papá de profes, y me temo que aún nos quedan las integradoras finales, larguísimos compendios de todo lo que ha sido "enseñado" durante el año (no sé si "aprendido", tampoco me preocupa...), tanto en lengua como en  matemáticas.

  En la última obtuvo la siguiente calificación:

¿Sobresaliente menos?

 Lo dejamos ahí: sin comentarios. Como docente de alumnos de nivel medio, me encuentro con colegas que hacen lo mismo: 10 es para Dios, si existe, 9 para el profesor, y de ocho para abajo está el alumno. Nadie se toma el trabajo que evaluar necesariamente implica: medir, ponderar y premiar el progreso que uno como adulto guió y acompañó, y, por ende, conoce, y que cada alumno desde su unicidad ha hecho, a partir de que comenzó el ciclo y hasta el momento del continuo que se evalúa. Para ésto no hace falta diseñar mucha prueba ni mezquinar la calificación: basta con haber seguido al alumno, haber estado atento a lo que trajo, y tener la grandeza de valorar con qué se va, que seguirá incrementándose con su propia maduración y esfuerzo el año que viene si todo va bien en su mundo.  Y estimo que no hace falta abstraerse de la norma, de lo esperable y cuantificable para su nivel, aunque es imprescindible ser capaz de ver la singularidad, la condición diferencial y única de cada ser, y aplicar el menos común de los sentidos: el sentido común.

  A propósito del examen, dice el psiquiatra y filósofo francés Michel Foucault (1926-1984):

"... es un control normativo, una vigilancia que permite calificar, clasificar y castigar. Establece sobre los individuos una visibilidad a través de la cual son diferenciados y sancionados. Es por eso que en todos los dispositivos de disciplina, el examen está altamente ritualizado."

 De acuerdo a este brillante pensador, el surgimiento de la infancia como fenómeno observable es la construcción del niño que responde a una necesidad y a una voluntad del poder ("biopoder" y "biopolítica"): se los conoce para gobernarlos. Se hace necesario describir al niño, jerarquizarlo, medirlo, compararlo y etiquetarlo para poder inducir efectos de poder desde la más tierna infancia, haciendo que los medios de coerción se hagan claramente visibles a los sujetos sobre quienes se los aplican.


  Al respecto, Nietzsche acota:

"El propio hombre tiene que haberse convertido antes en calculable, regular, necesario, inclusive en la propia imagen de sí mismo (...) La tarea de educar (regular) (...) abarca y presupone, necesariamente, como tarea preparatoria, volver primero a los hombres necesarios hasta cierto punto, uniformes, iguales entre iguales, regulares, y, consecuentemente, calculables (...)"


(Foucault y Nietzsche según citas tomadas de "Infancias que se nos escapan, Del niño de la calle al cyber-niño", Leni Vieira Dornelles, Palabras Ediciones, 2009.)

 De ahí tal vez que las escuelas se sientan a menudo como fábricas o cárceles, con sus métodos de producción en masa, su corte correccional y de adiestramiento con horarios rígidos, timbres, uniformes, etc.


 Para que la evaluación no fuese algo tan traumático en la infancia, debería enfrentarnos con lo que nosotros hemos hecho como guías del proceso, desde casa como padres, y en la escuela como docentes a cargo. Se suele decir: "Tema dado, tema enseñado", pero sabemos que esta postura no garantiza ni favorece el aprendizaje. Enseñar y aprender son procesos complejos, sujetos a numerosas variables a considerar, y no siempre se encuentran tan simbióticamente sincronizados. Y no tenemos por qué frustrarnos ante lo que resulta la realidad más natural del aprendizaje.


Isaac Asimov

 Hace poco leímos con uno de mis cursos un cuento de Isaac Asimov titulado "The Fun They Had". Es una historia de ciencia ficción en un futuro posible. En el año 2155 una parejita de hermanos que viven en algún lugar de habla inglesa se encuentra con un libro en el ático. Registran el hallazgo en un diario que llevan, escrito a mano, y descubren que en un pasado que no conocen, los niños usaban libros y asistían a la escuela. Para ellos, la escuela es meterse en su habitación y hacer las tareas que les impone una computadora que a veces se descompone y va muy rápido, por lo que es necesario llamar al inspector del condado para que haga los necesarios ajustes: así de simple es evaluar en un futuro imaginario aunque posible. La computadora debe ajustarse al nivel de rendimiento del niño que la emplea. Y mide sus logros y sus falencias, las cuales encara volviendo sobre ellas con el fin de la adquisición.



 Al descubrir un libro, los personajes del cuento se sienten extrañados: piensan en la inutilidad de tal cosa ahora que ellos leen de sus pantallas y no ocupan espacio acumulando semejantes objetos en casa. Todo se guarda dentro de sus "telebooks". Pero también fantasean con lo que no conocen: lo divertido de estar en un espacio compartido con adultos que son maestros humanos, y con otros niños que juegan, vibran, temen y fantasean como ellos, desde su ser niños.


 Tal vez lleguemos a eso. De hecho el "home schooling" y la "escuela virtual" son una realidad en ciertos círculos o circunstancias. Nos perderíamos la dimensión socializadora de la escuela. Deberíamos pensar en cómo reunir a los niños con sus pares en nuevos ámbitos. Mientras tanto, seguiremos resignándonos a rendir demasiadas pruebas para seguir procurándonos amistades y algo de diversión, de a ratos, durante el recreo escolar, siempre a riesgo de desarrollar trastornos de pánico en la adolescencia o la juventud debido a la sobredemanda académica y el miedo al fracaso, en un mundo que no garantiza una mejor inserción laboral a quienes se han aplicado y destacado en sus estudios. Y para aprender a fuego que, en la vida, nunca dejamos de rendir examen.
  
 

A boca de jarro.

jueves, 17 de noviembre de 2011

¿Se nace o se hace?

"No temáis a la grandeza; algunos nacen grandes, 
algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta
 y a otros la grandeza les queda grande."



  No se puede evitar cuestionarse de tanto en tanto, después de leer bastante, aunque nunca es suficiente, y de escribir un poco, coqueteando con lo bello de este arte, si se nace o se hace uno escritor. Muchos grandes escritores dieron sus primeros pasos en el periodismo antes de convertirse en geniales creadores de ficción. El caso más emblemático que conozco es Ernest Hemingway. Su estilo lacónico, elaboradamente despojado y altamente descriptivo expone su oficio. Pero decir que Hemingway es nada más que eso es perderse toda la riqueza de su hondura y su intento logrado de indagar en las preguntas existenciales que lo angustiaban, como a tantos otros de su generación, quienes tal vez escribieron grandes obras celebradas por la crítica, pero que no calan tan hondo en el lector inocente que no se detiene tanto a ver cómo se le cuenta una historia, sino que disfruta al vibrar con ella, al asomarse al mundo y verlo desde una ventana que podría decirse contempla un mismo horizonte.



 Siempre pienso que no estaría mal hacer algún taller literario para pulir estilo y aprender sobre el oficio de escribir. Aunque dudo que alguna vez se convierta en un oficio para mí, si me atengo a lo que se entiende estrictamente por eso. Aquí saltarían indignados los estudiantes de Letras y de Periodismo, esgrimiendo sus banderas de: "¡Odio a los blogs!" ¿Por qué debería una ignota bloguera aspirar a escribir algo más que su pobre blog?

 De todos maneras, la inquietud está. El otro día me encontré con una oferta de un taller de escritura en Internet, en sus variantes presencial y online. Y me atrajo sobre todo la honestidad de lo que sus organizadores proponen a los aspirantes:

En nuestra vocación por acercar el amor por la escritura al mayor número de personas posibles a un costo asequible, quizás la convicción más antigua, raíz fundadora de nuestra filosofía, ha sido que el contar historias no es sólo algo al alcance de cualquier persona, sino que es de hecho una necesidad que todo ser humano alberga en su interior. A nuestro juicio, desarrollar la capacidad de contar historias es parte fundamental de la educación integral a la que todo ser humano debería aspirar. Convertirse en "escritor" o "escritora", es otro asunto. Una aspiración legítima, desde luego, pero cuya concreción en ningún caso dependerá mas que en una pequeña parte, de haber participado durante varios años en un taller o máster de escritura: incontables alumnos nuestros han ganado concursos y publicado sus obras en las más diversas editoriales y publicaciones. Pero no es algo de lo que nosotros debamos presumir: el mérito es exclusivamente suyo. Nuestro compromiso con ellos fue ayudarlos a afirmar una disciplina, enseñarles cómo leer y analizar sus escritos de forma crítica, adiestrarles en el uso de las más variadas herramientas literarias, pero en ningún caso crearles falsas expectativas con la legítima ilusión de llegar a ser alguna vez escritores de verdad. En realidad, la mayoría de las personas que pasan unos años participando en un taller de escritura creativa, un taller de cuento, un taller de novela, un taller de poesía, etc., no buscan ser "escritores" -es decir, ser profesionales de la escritura- sino más bien completar su formación como humildes y esporádicos, pero competentes, contadores de historias.

                                                   

                           
 La formación en el uso de las técnicas y los recursos literarios no garantiza que uno se convierta en escritor. Eso nace con uno. Como cualquier otro talento. 

 ¿Quién le enseñó técnicas de escritura o dramaturgia a William Shakespeare? A veces me lo fantaseo a ese hombre afable y gregario, cuando niño, sentadito en una sala junto a otros en una escuela. ¿Se imaginan el grado de frustración e incomprensión de sus maestros, y el mortal aburrimiento que la enseñanza tradicional podría haber tenido sobre él? Un niño que se cuestionaría si "Ser o no ser", y escribiría soberbios sonetos de amor igual a una dama misteriosa que a un joven cortesano aristócrata de quien no puede evitar deslizar que está prendado en una Inglaterra tan pacata, reprimida, remilgada...


  Creo que no en vano Shakespeare delineó portentosos personajes que hablaran por él en su carrera de dramaturgo, donde no medió ninguna escuela, que sentenciaran desde un escenario a cielo abierto, desde donde los hombres representaban papeles femeninos y masculinos frente a audiencias crédulas y variadas en su grado de refinamiento intelectual, que no hay nada en un nombre,  que es el pensamiento lo que hace todo. 

"No existe nada bueno ni malo; es el pensamiento humano el que lo hace aparecer así. 
  Para mí, es una prisión."

                                         William Shakespeare

  Y pobre Einstein: un caso de fracaso escolar grave, que se quedó con lo grave, e hizo de la gravedad todo un éxito...





 Para Platón, las cosas son apenas sí remedos imperfectos de la perfecta Idea, reflejos parciales; pero esa idea, el arquetipo, tiene una existencia real y su nombre es parte integral de su esencia. Para el realismo, el lenguaje no es un capricho: hace a la cosa. Escribió Borges:

“Si (como el griego afirma en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la rosa,
en las letras de rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra Nilo”.

Jorge Luis Borges, “El golem”, El otro, el mismo

 ¡Imagino qué le diría la maestra de mi hija a este genial artista que pinta tan desprolijo!

Vincent Van Gogh, "Noche Estrellada"


 ¿Quién le enseñó a Fred Astaire su impecable danza junto a Ginger, o a Michael Jackson su caminata lunar?


¿Y quién le enseñó a Paul Potts o a la ama de casa devenida diva del belle canto, Susan Boyle, a cantar tan maravillosamente, aunque sin técnica?


  Lo que natura no da, Salamanca sigue sin prestar...

  Algunas citas para seguir pensando, todas del Bardo de Avon:

* "En nuestros locos intentos, 
renunciamos a lo que somos 
por lo que esperamos ser."

* "El aprendizaje es un simple apéndice de nosotros mismos; 
dondequiera que estemos, 
está también nuestro aprendizaje."

* "La vida es como un cuento relatado por un idiota; 
un cuento lleno de palabrería y frenesí,
que no tiene ningún sentido."

* "Las improvisaciones son mejores cuando se las prepara."

* "Las palabras están llenas de falsedad o de arte; 
la mirada es el lenguaje del corazón."

* "Mis palabras suben volando, 

mis pensamientos se quedan aquí abajo; 
palabras sin pensamientos nunca llegan al cielo."



William Shakespeare

A boca de jarro

lunes, 14 de noviembre de 2011

La última palabra sobre el optimismo por culpa de Joselu

   
  No iba a reincidir en el tema, me había comprometido a sumarme al juego de blogs propuesto por Mica, pero la sincronicidad me sorprende, creo que se puede tratar de un signo, y no he recibido muchas señales en mi ruta en los últimos tiempos. Por lo cual, tomo al signo que me profirió Joselu como algo auspicioso desde lo poco supersticioso que hay en mi naturaleza. Honestamente, no tengo muchas ganas de jugar por estos días, y me disculpo por eso con Mica, quien confío sabrá comprender. Arremeto por última vez, al menos por este año, prometo, con el tema del optimismo.


  Esta mañana salimos con mi esposo a hacer una caminata para compensar por un fin de semana trabajado y no descansado ni paseado. Pero uno no se queja: agradece el trabajo. Mi esposo normalmente no estaba en casa por las mañanas. Pero, como ya he contado en otras oportunidades, el 29 de diciembre del 2010 fue despedido sin aviso previo por reducción de personal, junto a otros nueve docentes, del colegio donde ejercía como rector hacía apenas dos años y medio. Era una posición que había conseguido a fuerza de muchas búsquedas laborales, con la ilusión de acceder a la posibilidad de dejar de dar innumerables horas de clase en cursos numerosísimos - un promedio de treinta alumnos multiplicados por doce cursos a su cargo-, con toda la corrección y planificación en casa que eso implica a diario. Con esto quiero decir que no es ansia de poder ni deseos de liderazgo y mayor prestigio social lo que impulsan a un padre de familia, que es el principal proveedor de la misma, a dejar un puesto laboral docente  un tanto más seguro en el llano, sino el desgaste y la genuina aspiración de acceder a un mejor salario, y ganas de progresar en su carrera y vivir mejor, a pesar de los bemoles de ser directivo docente. Pero no duró. Hubo que asimilar el impacto y seguir adelante con las búsquedas laborales de entrevista en entrevista. El día en que publiqué la entrada sobre el manifiesto del optimismo de Eduard Punset, escribía yo mientras él era entrevistado por tercera vez en el mismo colegio para acceder a un puesto full time. De hecho,  estaban aquí todas la velas encendidas a todos los Santos a los que les pido intercedan por nosotros, pero sigue concursando. Necesitaba ese día un buen trago de optimismo, aunque no llevo puestas  gafas rosadas.



  Por lo tanto, este año al menos ha de seguir este hombre a quien amo fluctuando en la condición de subempleado. Lo bueno de ésto es que se cuenta con tiempo y necesidad de muchas caminatas compartidas, porque, sin ellas, se caminaría por las paredes. Ésta es la situación de mucha gente. Y soy plenamente consciente de que muchísimos están peor: mi esposo al menos encontró un trabajo de medio día que le aseguró continuidad en un puesto jerárquico y una entrada, lo cual no es poco.



  Además de hacer ejercicio, empleamos las vueltas a la plaza para charlar, aprovechando que nuestros hijos están en el colegio. Y esta mañana me comentó lo mal que le había caído el comentario superficial de una conductora de un noticiero local uno de estos días, que no tuvo mejor idea que decir en cámara al abrir su programa que uno elegía con qué estado de ánimo encaraba su día, que era todo una cuestión de actitud. Naturalmente, cae gordo un comentario así a quien se le ha hecho arduo encarar sus días sin una buena dosis de incertidumbre, tristeza, desazón y ansiedad: muchas veces, la realidad demuestra que no es uno quien elige lo que le sucede y los estados de ánimo que ésto genera. Pero hay todo un movimiento organizado y orquestado para hacernos sentir culpables por nuestras miserias, forzándonos a negarnos el permiso de sentirnos mal cuando sufrimos por algo malo, incentivándonos a adoptar una postura superficialmente positiva. En verdad, es el afuera el que mayormente determina nuestra circunstancia y nuestro sentir. Sin embargo, sobran los gurúes del pensamiento positivo que aseguran, por ejemplo, que:

  "Cada uno es responsable de lo que le sucede y tiene el poder de decidir lo que quiere ser."

 Voy a obviar la autoría, ya que es irrelevante: esta línea de pensamiento vende libros como pan caliente y congrega a miles de oyentes a charlas y encuentros que engordan los bolsillos de sus posmodernos autores intelectuales, para quienes es mucho más sencillo entonces decir este tipo de cosas, desde sus hermosas casas hiperequipadas con ostentoso mobiliario y toda la tecnología de punta de la sociedad de consumo a la que combaten en su discurso. Prodigan este tipo de aforismos a personas que atraviesan enfermedades o que han perdido a un ser querido o su trabajo. Digo, ésto de culpabilizarnos por nuestros sufrimientos achacándoselos a nuestra visión derrotista de la realidad, a una falla en nuestro carácter o a nuestra pobre o limitada cosmovisión es otra manera más de hacernos fieles presas descerebradas de un mercado que gana millones lucrando con el sufrimiento. Mi esposo lo sintentiza bastante bien: "Es la dictadura de la culpa la que más vende y más adeptos cosecha." Y debo confesar que más de una vez se ha fastidiado cuando le leo en voz alta de ciertos libros que he adquirido para levantarnos el ánimo...


  Me ha enseñado que es mucho más adulto y saludable asumir los golpes que toda vida bien vivida trae consigo, transitar los duelos y las tristezas que se imponen y que es deseable y esperable que transitemos como mejor se pueda, es decir, sin hundirnos en la deseperación, pero con realismo. Aceptar que la otra cara de la salud es la enfermedad, que también nos ha tocado como familia este año, y que la enfermedad es una realidad y un misterio de la vida que nos toca a todos alguna vez, una maestra que nos fortalece espiritualmente, pero que no es cierto que nos pesque porque hemos hecho mal los deberes en todos los casos. 

  Mi esposo me ha dado grandes lecciones, no de optimismo ni de pensamiento positivo, sino de resiliencia y fortaleza ante la adversidad que le ha tocado inmerecidamente en el curso de estos meses eternos. Él es la prueba viviente más próxima que tengo de que no es verdad que "cada uno es responsable de lo que le sucede y tiene el poder de decidir lo que quiere ser." Se es lo mejor que se puede con lo que se nos permite ser, en todo caso. Lo que sí se puede, y creo que se debe eligir, es no claudicar en la realización del ser a pesar de todo, en todos los ámbitos de la vida, y no dejar de valorar todo lo valioso que uno es, tiene y tuvo, aunque lo haya perdido, agradeciendo por eso.


  Y a la vuelta de nuestra caminata matutina conversada, abro como todos los días el blog, y me encuentro con un comentario de Joselu que me ofrece un maravilloso link al periódico El País de hoy, que resuena con la charla terapéutica que tuvimos con mi esposo subempleado: un jugosísimo reportaje a la ensayista norteamericana Barbara Ehrenreich, bióloga egresada de la Universidad Rockefeller de Nueva York. Tras su doctorado, decidió no convertirse en investigadora científica para involucrarse en la política, haciéndose activista por el cambio social. Pertenece a la cúpula del Partido Socialdemócrata. Hoy, ataca lo que denomina "la trampa del pensamiento positivo" en una exposición brillante en la que vierte ideas que se hacen eco de mis charlas con mi esposo. Es simplemente maravilloso descubrir que hay gente que es capaz de escribir libros sobre lo que uno nota y comenta a diario sobre la realidad. Se siente uno tanto menos desquiciado y desorientado, menos solo en su sentir, al escuchar estas voces.

  El reportaje se titula:


La ensayista y activista social Barbara Ehrenreich, en Barcelona.- TEJEDERAS
Foto tomada del reportaje del periódico El País.
  Y es necesario citar su lucidez y compartirla para hacer pie en el propio sentido común:

"Si tienes cáncer y no te curas es porque no tienes una actitud positiva; si te despiden de tu trabajo y no encuentras otro es por la misma razón; si eres pobre es tu culpa, porque odias la riqueza". 


 Según se informa, esta mujer es autora de más de una veintena de libros, y acaba de publicar Sonríe o muere, La trampa del pensamiento positivo (Turner). Insiste en que no es cierto que el vaso siempre esté medio lleno, nunca medio vacío. Y tiene pruebas para afirmarlo, ya que padeció de cáncer de mama y se sintió  profundamente molesta por lo que ella considera con razón "el activismo positivo del que se vio rodeada durante su enfermedad", descubriendo que se trataba de un auténtico movimiento social, no solo relacionado con el cáncer. Su teoría es que "no es más que una treta para justificar las desigualdades." Y estamos de acuerdo con esta señora.
"Es cruel decir a un enfermo o a quien pierde su empleo: 'trabaja tu actitud'."

  Por si ésto fuera poco, asegura que esta forma de pensar es responsable por el origen de la crisis económica:

 "A principios de la década de 1980 hubo un cambio profundo en la cultura de las grandes empresas norteamericanas, consistente en abandonar la racionalidad de manera plenamente consciente. 'No queremos pensar demasiado. Un auténtico líder no tiene que pensar demasiado porque es alguien genial que debe seguir su inspiración', decían. Todo lo que hasta entonces se había hecho: analizar los riesgos y estudiar las distintas opciones ya no servía, la palabra clave era carisma: las cualidades carismáticas del líder. Sobre este principio se creó una cultura del negocio que lleva a los empleados a retiros sobre el espiritualismo de los nativos americanos...".

"Para Ehrenreich, los líderes empresariales y financieros que nos han llevado a esta situación son gente que vive en otro mundo. "Cuando vales cientos de millones de dólares no ocupas el mismo mundo que la gente corriente; no vas en vuelos comerciales, usas el helicóptero en la ciudad, te alojas solo en hoteles de cinco estrellas, vives en una burbuja en la que todo lo que deseas se hace realidad. Si estás en tu casa de Palm Beach y piensas que no tienes un buen borgoña para ofrecer a tus invitados, mandas a un empleado en tu avión privado a tu casa en la Costa Este para que traiga unas cuantas cajas a tiempo para la cena. Es mágico. Porque además esta gente es más rica que nunca y tiene auténticos poderes mágicos comparados con nosotros".

  Pues ésto es precisamente lo que siempre comentamos cada vez que escuchamos al gurú zen multimillonario de turno, que viaja en primera clase rodeado de sus guardaespaldas, darnos consejos sobre cómo llegar a alcanzar nuestros sueños, que por cierto, ni siquiera llegan a rozar el obseno grosor de sus riquezas materiales, aunque, según ellos, son sus tesoros espirituales los que las generan, y por ende, se las merecen. Ya escribí sobre esta idea en "Nada personal".

  Finalmente, unas palabras sobre el culpable de mi reincidencia en el tema, quien me dirigió hoy a este riquísimo aporte y quien siempre me enriquece desde que lo conozco, Joselu.


  Joselu es profesor de secundaria en Barcelona, y llegué a su impecable blog a través de la recomendación del blog Educar y Crecer http://blog-educarycrecer.blogspot.com/2011/10/diario-de-un-profesor-de-la-secundaria.html, que comentó una de sus magistrales entradas. Joselu desafía e invita a la reflexión con sus argumentaciones hiperrealistas del contexto educativo en el que le ha tocado vivir y ejercer nuestra noble y digna profesión, e intento encontrar en él los puntos de contacto entre su circunstancia y la nuestra como profesores. Escribe maravillosamente, haciendo de la lengua española un deleite en cada entrega, siempre informa y expone clara, honesta y cabalmene su punto de vista, desde su experiencia como profesor de secundaria y desde su extenso saber, y es además un autor de blog admirable en su enorme capacidad interactiva: recibe toneladas de comentarios y se ocupa de contestarlos siempre y de direccionar a sus comentadores activos y altamente participativos a links que siempre enseñan algo relevante. La primera vez que comentó aquí en mi jarro, me sacudió con un soberano reto por haber escrito una entrada alabando al libro que terminaba por fin de leer de Hugh Prather, quien para él es un exponente de este tipo de literatura que hace las veces del soma que consumen los personajes de la novela de Aldous Huxley, "Un mundo feliz", y que se vende en las góndolas de supermercados. Yo acepté el reto de contestar a la altura de su comentario presentándole una defensa del libro "Palabras a mí mismo", y creo haber comprendido, luego de haber leído varios libros de autoayuda, que aunque no todo en ellos es valioso, recurrimos a ellos en momentos de vulnerabilidad como el que estamos atravesando nosotros, y que no todos los autores considerados "de autoayuda" pueden ser etiquetados de igual manera.



  Más allá de Prather, que sigue gustándome, les recomiendo la lectura del blog de Joselu, un blog que educa digno de un Profesor:


Profesor en la secundaria



¡Gracias, querido y admirado profesor de secundaria!

A boca de jarro

viernes, 11 de noviembre de 2011

Una razón más para ser optimista



 Hace poco escribí un artículo acerca de la realidad laboral que se percibe desde la lectura de los avisos clasificados para el blog chileno al que contribuía, Be Bloggera. Fue en verdad mi última contribución a ese blog, y la encaré con un poco de investigación en los periódicos locales. Aquí va el link para quien esté interesado, aunque resumiré y ampliaré lo allí expuesto:


 Analicé entonces la realidad que se ha establecido para quedarse del trabajo temporal, modalidad muy arraigada en el presente en nuestro país. El trabajo temporario, o "eventual", se ha convertido en una realidad permanente entre nosotros, sobre todo entre los jóvenes. Las cifras de desempleo entre los que pertencen a las nuevas generaciones son desalentadoras de acuerdo a un informe del mes de septiembre del diario argentino Clarín: en la franja etárea que va desde los 18 a los 25 años,  el desempleo duplica la tasa promedio, posicionándose por encima del 15%, y el 45% los trabajadores jóvenes que se encuentran con un empleo son temporales.



 El mundo del trabajo se ha complejizado, no solamente por su inestabilidad e impresibilidad a corto, mediano y largo plazo, sino además por el hecho de que, en el mismo lugar de trabajo, conviven tres generaciones bien diferentes: la generación que ingresó al mundo laboral en los ochenta, denominada "X", a la cual pertenezco, generación catalogada como "perdida", como a veces me siento, la de los 90, llamada "Y", y los más jóvenes, que se iniciaron en los dosmiles, y siguen sumándose, denominados "los milenarios".




 De acuerdo a otro informe, esta generación de milenarios “piensa y procesa la información en forma diferente a sus predecesoras” (Prensky) y “son la generación más inteligente de todos los tiempos” (Tapscott). Entender a esta generación, que está entrando al mercado laboral y a la universidad, es por lo tanto clave para muchas instituciones, incluyendo a las empresas y el sistema educativo. Pero sobre todo, son la nueva generación de consumidores. “Las empresas están ansiosas por comprenderlos por qué ellos ganan y gastan grandes cantidades de dinero”, dice Tapscott (pag. 188).

Fuente: Diario Clarín, 6  de octubre del 2011, tomado de Don Tapscott, "Grown up Digital", traducido como "La era digital" (McGraw Hill). El subtítulo es “Cómo la generación net está transformando al mundo”.



  Tres generaciones que coinciden y compiten en un mismo ámbito laboral, y que por cierto son muy disímiles en cuanto a sus aspiraciones laborales en términos de sentido de pertenencia, satisfacción personal, realización profesional,  remuneración pretendida, dominio de las ya no tan nuevas tecnologías, e inclusive, respecto de lo que cada una entiende por buena presencia en el lugar de trabajo en el que cohabitan:


















 También analicé lo contradictorio y utópico de muchas de las búsquedas que reflejan los avisos clasificados, tal como la demanda que se le hace al joven que busca trabajo, y que tal vez sea un estudiante avanzado de una carrera universitaria, de contar con un número abrumador e impensable de requisitos, desde experiencia relevante y comprobable, hasta capacidad de liderazgo y dedicación exclusiva o full time. Ésto en Literatura sería considerado un oxímoron.



  A quienes han pasado ya la barrera de los 45, también se les hace complicado el panorama. Siendo profesionales mayores, y padres de familia generalmente, se les pide ya no sólo experiencia comprobable en empresas de primer nivel, empresas que entiendo no abandonarían por motus propio si hubiesen logrado conquistar un puesto estable en ellas, sino además, y a menudo, movilidad propia, disponibilidad para viajar al interior y/o exterior, capacidad proactiva y negociadora, organización, ganas de crecer y capacitarse, varios idiomas  y amplio dominio de herramientas informáticas.

 Ésto es lo que se espera de un padre o una madre de familia tipo, quienes deben asistir a su familia en el hogar en presencia, y que seguramente cuentan con escaso tiempo y energías para seguir capacitándose más allá de su bien ganado título universitario, a menos que se les ofrezca capacitación in situ. Es este el perfil  de los "inmigrantes digitales", que no se sienten del todo confiados en sus habilidades y recursos tecnológicos. Y que además, paradójicamente, se ven forzados a mantener a hijos que son "nativos digitales" cada vez por más largo tiempo, ya que la generación de los milenarios, considerada como "la más inteligente", es la generación de esos hijos que no quieren o no pueden volar del nido paterno, ya sea por comodidad, o por la escasez de oportunidades de trabajo estable y bien remunerado que les impide independizarse. A estos jóvenes, que a veces ni estudian, ni trabajan, desmotivados un poco por lo que perciben del mundo adulto, y otro poco por la comodidad de encontrarse con la heladera llena, se los conoce como la generación ni-ni (ni trabaja, ni estudia).



 Por otra parte, apunté que prácticamente no había avisos en la sección de clasificados del periódico que solicitaran profesionales más allá del límite de los 45 años de edad.

  Escribí un artículo extenso, e hice hincapié en lo complejo del mundo laboral actual: adultos con una expectativa de vida mayor compitiendo con jóvenes a los que muchas veces  mantienen en sus propios hogares, ya que son sus propios hijos grandes ya, quienes, por los  diversos motivos expuestos, siguen dependiendo de ellos económicamente. Y búsquedas irrealistas, absurdamente ambiciosas, o lastimosamente limitadas por el tope de edad.

  Sin embargo, uno de los expertos consultados para el informe de Clarín sentenciaba:


"Una persona de 50 años que acredite 25 años de vida laboral tiene un bagaje de experiencia fenomenal para volcar en cualquier empresa que lo contrate."



 Estoy total y absolutamente de acuerdo con este señor, aunque eso no es lo que reflejan las búsquedas. Esta semana, sin embargo, repasando el diario del domingo, me encontré con un aviso en el que, por fin, a menos en mi rubro, se hace caso omiso a lo que esta autoridad en materia laboral afirma, aunque no condice con lo que abunda en la sección de clasificados mayormente.
Mi pobre fotografía tomada del diario La Nación del domingo 6 de noviembre, Economía y Negocios, pág. 16.

 ¡Se buscan profesoras de inglés de más de cincuenta años! Otra razón para sentirme más optimista, como propone Punset. Aunque a esa edad, seguramente, ya estaré más deseosa de jubilarme que de salir a dar clases de ingles de 9 a 17 horas todos los días, para luego llegar a casa y ponerme a planificar y corregir para el día siguiente, amén de los quehaceres domésticos. En fin, siempe hay un pero, o una pera, en tanto de trabajar se trate... 


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