lunes, 30 de enero de 2012

Criar hijos con leche y miel



Lunes lluvioso en Buenos Aires. Casa revuelta, todos empacando para irnos unos días al mar. Soplamos las nubes para que se despeje y podamos gozar del sol unos días. Hacía mucho que no íbamos al mar, y bastante que no se me daba por escribir sobre mis hijos. He ido explorando diferentes temas de mi interés en este blog, aunque desde ya la crianza siempre es de enorme interés en mi vida, la tarea que más me insume, que más me vivifica y que más me desvela. En buena medida, hay un cierto deseo al escribir de dejar un legado a los hijos también. Claro que una lo hace porque le gusta, por su propia plenificación y felicidad, pero se fantasea con la idea de que algún día ellos leerán algo de todo lo que se ha plasmado y descubrirán que mamá era algo más que la figura omnipresente en casa y en sus vidas.


Y me pasa que cuando se habla de crianza, me encuentro con que el tema parece agotarse en los primeros años de fusión emocional entre madre y niño. Mis hijos ya han pasado largamente esa etapa, y yo sigo criándolos: es una tarea que no se remite a los primeros tiernos años como a veces se piensa, tal vez porque vivimos en tiempos de apuro en general, y también tendemos a esperar que los chicos crezcan rápido, que se hagan independientes. Esto no va de la mano con la entidad de la infancia, ni siquiera con la de la adolescencia en muchos aspectos, por más apuro adulto porque los  hijos crezcan rápido haya de por medio.

Siento también que hay mucha teorización por parte de especialistas en el tema, con fundamentos sólidos y buenas intenciones, no lo dudo. Hay compendios de bibliografía enormes sobre cómo criar. Y lo cierto es que uno lo va haciendo como le sale, se piensa y se medita, se intenta lo mejor, pero hay días en los que, a pesar de todos los esfuerzos, no nos sale de libro, entonces nos sentimos los peores padres del mundo; y están los otros, en los que nos sentimos los superhéroes  que ellos piensan que somos por algún tiempo.


Entiendo que el gran éxito de las recetas que se nos dan para criar responde al hecho de que todos nos sentimos  inseguros a la hora de ejercer como padres. Entonces, las ideas basadas en el saber psicológico o médico de cómo llevar a adelante esta empresa humana y vincular compleja son siempre bienvenidas. Y con el correr de pocos años, hemos ido y venido sobre muchas cuestiones, inclusive cuestionando prácticas que aplicaron nuestros propios padres, simplemente porque cuando les tocó a ellos jugar este rol, el consejo calificado en el que confiaban como hoy confiamos nosotros en los expertos actuales, les dictaba que procedieran de ese modo que hoy ha quedado denostado, lo cual inclusive genera cuestionamientos nuestros como hijos hacia nuestros propios padres.


Ya un poco más alejada de la teoría del arte de maternar y más inmersa en la práctica, en esto de estar al lado, viendo que crecen y que se van independizando del vínculo de apego superlativo que toda madre adora porque le da un profundo sentido a su existencia, de esa entrañable fusión con los hijos de los primeros años que también pesa un poco, comprendo ciertas cosas que sigo encontrando en los libros para el alma que leo porque las vivo en carne propia.

La primera es que para maternar y paternar es menester hacernos madres y padres de nosotros mismos, superar la necesidad de recibir aprobación externa e incluso apoyo paso a paso: ahora tenemos que ser capaces de permitirles y brindarles eso a nuestros hijos. Tenemos que enfrentarnos con la realidad de que somos padres tanto desde nuestras fortalezas como desde nuestras carencias y necesidades como personas. Nuestros hijos aprenden del claroscuro que somos.

Erich Fromm dice en El arte de amar: "La persona madura se ha liberado de las figuras exteriores de la madre y el padre, y las ha erigido en su interior." Esto significa una tarea que insume una vida de ir elaborando una consciencia que asume a nuestros propios padres, en todo el claroscuro de su humanidad que nos dio la vida, y esta elaboración nos permite crecer y hacernos maduros y más aptos para ejercer de adultos y  padres.

Otra idea que me ronda es que las madres tenemos que lograr superar el idilio de los primeros años de amor incondicional de nuestros hijos, cuando sólo nosotras les bastamos, y aprender a amar al hijo que crece, que se despega, que elige y se equivoca, que no vino al mundo para realizar nuestros sueños ni para devolvernos todo lo que le hemos dado alcanzando ciertas metas. Las madres sentimos que trascendemos al tener un hijo, que nos autorrealizamos, pero debemos ser lo suficientemente amorosas como para disfrutar ver que crecen. Este es el momento en el que maternar se torna un desafío, porque se transforma todo lo que conocíamos y hasta quizás esperábamos como se transforman nuestros hijos que crecen. El desafío es seguir amando, es seguir dando, ya sin tantas autopostergaciones y sin esperar recibir nada a cambio, simplemente dejarlos ser quienes ellos han venido a ser a través nuestro y ser nosotras también quienes hemos venido a ser más allá de haber traído hijos al mundo. Debemos ser capaces de asumir a nuestros hijos como seres independientes de nosotras, y nosotras, de ellos, y seguir amándolos y cuidándolos sin quedar eternamente pegadas a la imagen de la mamá con el bebé en brazos, a la etapa de mamá canguro.

Y otra de las conclusiones a las que he llegado es que la figura del padre se agiganta y toma un lugar de relevancia extraordinario a medida que nuestros hijos se hacen grandes, que los fortalece a ellos y también a nosotras como madres que amamos a nuestros hijos y esposos. El padre tiene mucho que ver con el logro de esa independencia del hijo confiada y alegre, en tanto es quien brinda una bocanada de aire fresco al vínculo tomando más riesgos y explorando el mundo de afuera con sus reglas y sus trampas desde su visión y vivencia especial y privilegiada en la tríada. El padre ya no lleva a los hijos a upa: él sabe que ya es tiempo de que caminen solos, de que salten, de que corran, aunque se puedan tropezar, aunque se puedan lastimar, y uno igual siempre va a estar allí para asistirlos y auparlos cuantas veces haga falta aunque estén grandes. Son los riesgos que se corren al vivir siendo uno mismo y no un apéndice o una prolongación de un otro.


En definitiva, me parece que más que tanta intectualización del arte de maternar y paternar, en esta etapa de la crianza en que me encuentro, es necesario para mí lograr adquirir confianza en el proceso de la vida. Confiar en que mis hijos crecen y serán lo que deban ser por ellos mismos además de por todo lo que les hemos dado y les seguimos y seguiremos dando mientras seamos sus padres. De todos modos, sigo leyendo y buscando respuestas a mis preguntas existenciales. Por eso cito nuevamente a Fromm de este libro, que dista mucho de ser un popurrí de recetas para aprender a amar, ya que a amar se aprende dando amor, si es que somos capaces de hacerlo. Me encanta la metáfora que Fromm emplea para ilustrar la maternidad bien ejercida, aunque creo que nunca perfecta:  es la que da leche y miel.

"La leche es el símbolo del primer aspecto del amor, el de cuidado y afirmación. La miel simboliza la dulzura de la vida, el amor por ella y la felicidad de estar vivo. La mayoría de las madres son capaces de dar "leche", pero sólo unas pocas pueden dar miel también. Para estar en condiciones de dar miel, una madre debe ser no sólo una "buena madre", sino una persona feliz..."

Se intenta ser una persona feliz y dar miel además de leche, claro que sí. Ahora nos vamos unos días a libar de la naturaleza oceánica para saborear la felicidad de estar vivos y en familia. Seguimos blogueando a la vuelta.




A boca de jarro

viernes, 27 de enero de 2012

La educación es el camino



Esto es parte de un mail que me envió Ana y creo que merece ser compartido:
PARA PENSAR:

 Ustedes saben mejor que nadie que en el conocimiento y la cultura  no sólo hay esfuerzo sino también  placer.

 
Dicen  que la gente que trota por la rambla, llega un punto en el que  entra
 en una  especie de éxtasis donde ya no existe el cansancio y sólo le queda  el placer.

 
Creo  que con el conocimiento y la cultura pasa lo mismo. Llega un  punto  donde  estudiar, o investigar, o aprender, ya no es un esfuerzo y es  puro disfrute.

 
¡Qué  bueno sería que estos manjares estuvieran a disposición de mucha  gente!

 
Qué  bueno sería, si en la canasta de la calidad de la vida que el  Uruguay  puede  ofrecer a su gente, hubiera una buena cantidad de  consumos intelectuales.

 
No  porque sea elegante sino porque es  placentero.

Porque  se disfruta, con la misma intensidad con la que se puede  disfrutar  un plato de  tallarines.

¡No  hay una lista obligatoria de las cosas que nos hacen  felices!

 
Algunos  pueden pensar que el mundo ideal es un lugar repleto de  shopping  centers.

 
En  ese mundo la gente es feliz porque todos pueden salir llenos de  bolsas  de ropa  nueva y de cajas de electrodomésticos. 
No  tengo nada contra esa visión, sólo digo que no es la única  posible.

Digo  que también podemos pensar en un país donde la gente elige  arreglar  las cosas en lugar de tirarlas, elige un auto chico en lugar de un  auto grande, elige abrigarse en  lugar de subir la calefacción.

 
Despilfarrar no es lo que hacen las sociedades más maduras. Vayan a  Holanda  y vean las ciudades repletas de bicicletas. Allí se van a dar cuenta de que el consumismo no es la  elección de la verdadera aristocracia de la humanidad. Es la elección  de los noveleros y los frívolos.

 
Los  holandeses andan en bicicleta, las usan para ir a trabajar pero  también para ir a los  conciertos o a los parques.

 
Porque han llegado a un nivel en el que su felicidad cotidiana se alimenta  tanto de  consumos materiales como intelectuales.
 

 
Así  que amigos, vayan y contagien el placer por el  conocimiento.


En  paralelo, mi modesta contribución va a ser tratar de que los  uruguayos  anden  de bicicleteada en bicicleteada.
 

 
LA  EDUCACIÓN ES EL CAMINO
.

 
Y  amigos, el puente entre este hoy y ese mañana que queremos tiene  un  nombre y se  llama educación.

 
Y  miren que es un puente largo y difícil de  cruzar.  
Pero  hay que hacerlo.  

Se lo debemos a nuestros hijos y nietos.
 
Y  hay que hacerlo ahora, cuando todavía está fresco el milagro  tecnológico de Internet y se abren  oportunidades nunca vistas de acceso al conocimiento.

Yo  me crié con la radio, vi nacer la televisión, después la televisión  en  colores,  después las transmisiones por satélite.

Después  resultó que en mi televisor aparecían cuarenta canales, incluidos los que trasmitían en directo desde Estados Unidos, España e Italia.

 
Después  los celulares y después la computadora, que al principio  sólo  servía para  procesar números.
 Cada una de esas veces, me quedé con la boca  abierta.
Pero ahora con Internet se me agotó la capacidad de  sorpresa.

 
Me siento como aquellos humanos que vieron una rueda por primera  vez.

O como los que vieron el fuego por primera vez.

 
Uno siente que le tocó en suerte vivir un hito en la  historia.

Se están abriendo las puertas de todas las bibliotecas y de todos los  museos; van a  estar a disposición, todas las revistas científicas y todos los libros del  mundo.

Y probablemente todas las películas y todas las músicas del mundo.
Es abrumador.
Por eso necesitamos que todos los uruguayos y sobre todo los uruguayitos sepan nadar en ese torrente.

Hay que subirse a esa corriente y navegar en ella como pez en el agua.

Lo conseguiremos si está sólida esa matriz intelectual de la que hablábamos antes.

Si nuestros chiquilines saben razonar en orden y saben hacerse las preguntas que valen la pena.

Es como una carrera en dos pistas, allá arriba en el mundo el océano de información, acá abajo preparándonos para la navegación trasatlántica.

Escuelas de tiempo completo, facultades en el interior, enseñanza terciaria masificada.

Y probablemente, inglés desde el preescolar en la enseñanza pública.

Porque el inglés no es el idioma que hablan los yanquis, es el idioma con el que los chinos se entienden con el mundo.
 
No podemos estar afuera. No podemos dejar afuera a nuestros chiquilines.

Esas son las herramientas que nos habilitan a interactuar con la explosión universal del conocimiento.
 Este mundo nuevo no nos simplifica la vida, nos la complica...
 Nos obliga a ir más lejos y más hondo en la educación.
No hay tarea más grande delante de nosotros.

 José Mujica  (Presidente de Uruguay)

¡Gracias, Ana! 

A BOCA DE JARRO 

miércoles, 25 de enero de 2012

El nombre de la rosa II

En una entrada anterior, reflexionando sobre las posibles restricciones al acceso a ciertos sitios de Internet que, según se especula, traería aparejada la aplicación de PIPA y SOPA tal como se nos informa, apelé a la alegoría del oscurantismo y el celoso resguardo de la llave del conocimiento que Umberto Eco magistralmente recrea en su novela El nombre de la rosa.

Umberto Eco ha opinado en repetidas oportunidades sobre Internet y la era informática, y lo ha hecho desde distintos ángulos. Se me ocurre que tal vez deberíamos escuchar a los autores que requieren protección legal de sus derechos para idear formas de regular lo que sucede en el ciberespacio, y sobre todo, para decidir quiénes serían los gatekeepers de la Web, los guardianes del copyright y la propiedad intelectual.

En un diálogo con Javier Marías en elpais.com hace cosa de un año, el autor de El nombre de la rosa afirmaba:

“Internet es la vuelta de Gutenberg. Si McLuhan estuviera vivo tendría que cambiar sus teorías. Con Internet es una civilización alfabética. Escribirán mal, leerán de prisa, pero si no saben el abecedario se quedan fuera. Los padres de hoy veían la televisión, no leían, pero sus hijos tienen que leer en Internet, y rápidamente. Es un fenómeno nuevo.”

En un artículo publicado en forma digital recientemente, basado en una extensa entrevista que le realizó la revista brasileña Epoca, el escritor y semiólogo italiano teorizó sobre la necesidad de una especialidad académica para filtrar información de Internet, a la que calificó como un mundo “salvaje y peligroso” para las multitudes que no pueden separar la buena y la mala información a la que acceden a través de las pantallas de sus ordenadores.

“Los que tenemos acceso al conocimiento aprovechamos mejor la Internet que el pobre señor que compra salame en la feria. La TV era útil para el ignorante, porque ella seleccionaba la información que él podría necesitar, aunque información idiota.”
Feria de salames.
Feria del libro.













Y advirtió: “Internet es peligrosa para el ignorante porque la Web no filtra nada; es buena sólo para el que sabe dónde está el conocimiento. Habrá multitudes de ignorantes usando Internet para tonterías: chat, noticias irrelevantes y juegos”.

¿Qué comerá Eco?

Es por lo menos interesante ponerse al tanto de la visión del mundo de este intelectual italiano, quien lo divide  entre los que tienen acceso al conocimiento y los ignorantes de manera tan políticamente incorrecta, que se sustenta en la premisa de que deberían ser las universidades quienes lleven a cabo un "filtrado" para seleccionar el contenido disponible en Internet. Pero evidentemente, esta medida no mejoraría las cosas para los usuarios: no sería suficiente para "el pobre señor que compra salame en la feria" para hacerse un poco más sabio, y probablemente resultaría innecesario y arbitrario para quienes tienen acceso al conocimiento y no dependen de una elite universitaria que seleccione por ellos. Además, estimo que somos millones los que compramos salame y libros, aunque ambos artículos de consumo se han puesto cada vez más caros en relación a nuestros salarios, al menos aquí en la Argentina.

Me pregunto además cuál sería el criterio para "filtrar" : ¿sería el de la legalidad, el de la legitimidad, el del valor intelectual, o el de "esto es para los iniciados y esto es para los ignorantes"? No especifica :

“Sería necesario crear una teoría del filtro, una disciplina práctica, basada en la experiencia cotidiana con Internet. Es una sugerencia a las universidades, elaborar una teoría para el filtro del conocimiento, conocer es saber separar”. 
  
Quien conoce y sabe es capaz de separar, es decir, discriminar, discernir, por sí mismo: esa es la gran libertad que ofrece el conocimiento, y cuanto mayor y más libre acceso tengamos al conocimiento, mejor sabremos filtrarlo por nosotros mismos, sin un Big Brother titulado dictaminando qué sirve y qué no sirve.

En una nota publicada por elmundo.es en 2010, al ser investido "doctor honoris causa" por la Hispalense, Eco parece haber recordado el valor de la educación en todo este asunto:

"Es mejor educar a la gente en usar críticamente la libertad que no reducir la libertad".


Y aunque criticó el nivel de anonimato y resultante carencia de confiabilidad y legitimidad de los contenidos disponibles, el catedrático admitió que imponer criterios mínimos para incluir información en la red supone "la reducción de la libertad".

Sin embargo, en la misma ocasión, Eco declaró que el fin de la cultura "no es sólo conservar" porque "una memoria sana conserva algunas cosas, pero otras las desecha", y apeló al ejemplo de una biblioteca, formada por los libros que uno desea tener y también por los que ha descartado. 

A pesar de que es cierto que hay un exceso de información, y de que, para colmo de males, gran parte de la misma es falsa, la analogía con una biblioteca me hace pensar en la mía. Y en mi biblioteca no desearía que nadie de afuera, por más títulos universitarios que haya alcanzado, viniera a decirme qué libros debo conservar y cuáles debo desechar.

Escena de la película Fahrenheit 451, basada en la novela homónima de Ray Bradbury.
Ya hemos pasado por períodos negros de quemas de libros en la historia y sabemos que el humo de esas fogatas no augura nada bueno. La verdad es que las opiniones de este paradigmático autor cuyo copyright estas leyes estarían protegiendo no me queda nada clara. Y con respecto a la idea de "filtros" para descartar lo falso, si es que de eso se trata, Eco se olvida, aunque me lo hacía un bicho de biblioteca, de tantos libros llenos de erratas y de interpretaciones variopintas de los hechos históricos, de los desacuerdos sobre la fecha de nacimiento o muerte de tal o cual personaje, y hasta de los rumores que ahora se convierten en película de que William Shakespeare no fue en verdad  quien alzó su pluma para crear lo mejor que la dramaturgia isabelina nos ha dado, y tal vez, la de todos los tiempos, pero es sólo una opinión de alguien que compra salame en la feria y también lee.

Ni siquiera un referente como Umberto Eco, que merece que sus derechos de autor sean protegidos contra los piratas del ciberespacio, me aclara el panorama; más bien, lo oscurece.

Me resulta más entendible, aunque no sé si ideal, la movida que ha hecho un éxito editorial como Paulo Coelho, cuyo valor literario será seguramente cuestionado por los intelectuales, que dice haber dado con la fórmula que convierte al enemigo en aliado, como haría un verdadero alquimista, subiendo a Internet su obra, que ya lo ha hecho millonario y le permite vivir en el sur de Francia, dedicarse a la arquería en su tiempo libre y llevar su propio blog: Pirate Coelho.

"Al final del día la gente lo va a comprar, esto les estimula a leer y eso a su vez, les estimula a comprar", asegura el autor en una nota publicada por El País en 2010. Y avala su teoría, en la que no median "filtros", con datos objetivos que prueban que multiplica sus ventas por diez gracias a las descargas gratuitas.

¿Tendremos que hacernos alquimistas para transformar esta SOPA en algo digerible para TODOS y para fumarnos esta PIPA y que finalmente resulte ser la pipa de la paz?

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