domingo, 25 de marzo de 2012

El miedo de quien escribe



"A menudo, escribir bien significa prescindir del miedo y la afectación. De hecho, la propia afectación (empezando por calificar de "buenas" determinadas formas de escribir, otras de "malas") tiene mucho que ver con el miedo." 
Stephen King,  Mientras escribo.



Rememoré a raíz de la película "Tan fuerte, tan cerca", ("Extremely loud and incredibly close"), un episodio de mi niñez del que sólo recuerdo el marco, mientras que el relleno lo han provisto mis padres, quienes me lo han relatado muchas veces en el curso de mi vida. Me veo pequeñita sentada en la camilla del consultorio de un médico de cabello entrecano que se me hacía mucho mayor que mi padre, que también es médico, y que me llevó a otro, derrotado en su conocimiento o entendimiento del mal que me aquejaba. Tengo una vaga impresión de haber reparado en ciertos detalles: la bata blanca y larga, una lúgubre sala con un ventanal entreabierto, cierto olor repelente, una estufa encendida, mi madre y mi padre hablando por mí. Eso es todo lo que queda del hecho en mi memoria, lo cual no es poco si tomamos en cuenta que tendría apenas  tres años.

Me cuentan que me había largado a hablar hacía un tiempo, que era locuaz y fluida, y que se admiraban de mi capacidad de expresión: claro, lo cuentan mis padres... Y de golpe, un buen día, amanecí muda. Me interorrogaban y no respondía. Permanecía silente. Y así pasaron algunos días, hasta que mi padre contactó al mejor pediatra de su conocimiento y me llevaron a la consulta, en la cual también me rehusé a contestar verbalmente. Sólo miradas y algún tímido gesto.

El pediatra los tranquilizó, les dijo que no es poco frecuente que ante una situación traumática, que puede ir desde una verdadera tragedia, que no había sufrido como aparentemente sí lo ha hecho el personaje enmudecido que interpreta Max von Sydow en el film, hasta una simple burla por algo que pudiese haber dicho, muchos niños e incluso adultos dejan de hablar. No es algo que sucede a voluntad, sino una respuesta psicológica a algún acontecimiento que nos lastima de un modo u otro cuando la herida sobrepasa el umbral de lo que se considera traumático por cada quien.

Nadie sabe a ciencia cierta, mucho menos yo, qué hizo que enmudeciera. Lo cierto es que a los pocos días comencé a hablar normalmente y nunca más paré, para terminar escribiendo a boca de jarro. Alguna vez, entre tanta psicología que leí de adulta tratando de entender mis emociones, descubrí que episodios de esa naturaleza resultan sentar precedente para otros por los que también he transitado, siempre tratando de comprenderlos y comprenderme, siempre procurando vencer al gigante negro del alma que los origina: el miedo. Leyendo llegué a la sabiduría de Krishnamurti, que dice que: "... sólo es posible no tener miedo si hay conocimiento de uno mismo. El conocimiento de uno mismo es el comienzo de la sabiduría, y ésta es el fin del miedo." Pero por más que lea, de eso estoy muy lejos, precisamente porque es el proceso mismo de pensar, conceptualizar, racionalizar, explicar, indagar, nombrar y verbalizar el miedo lo que más lo alimenta.

Últimamente me sucede que siento cierto miedo también al escribir, o a quedarme sin ideas para hacerlo como alguna vez me quedé muda. Temo que se convierta en algo forzado, temo encontrarme empantanada en terreno seco e infértil y ya no encontrar nada interesante para contar. Nadie más que yo lamentaría tanto la pérdida de esa capacidad que es un desahogo, un acto de creación que me recrea y me alivia, que me conecta con un gozo que me abstrae de realidades de las que necesito desconectarme a menudo para lograr soportarlas.


Los consejos que brinda Stephen King en sus memorias autobiográficas del arte de escribir, que venían recomendados de un taller de escritura, no me han resultado de mayor utilidad,  ya que lo mío no es ficción y jamás será escribir en el sentido que lo es para King y para otros afortunados dotados. Pero su mención del miedo y la afectación, así como el juicio de lo "bueno" y lo "malo", han hecho vibrar una cuerda de empatía que sospecho compartida por todo aquel que intenta comunicarse a través del peso de la palabra escrita. Porque según lo entiende King y lo entiendo yo misma, las palabras tienen peso propio. El miedo es la raíz de la mala escritura, y escribir bien se logra si se deja ir al miedo. El tema es no quedar aplastada por el peso de las palabras.

Sin embargo, para este escritor parece simple: "Las palabras crean frases, las frases párrafos, y a veces los párrafos se aceleran y cobran respiración propia.". Lo importante parece ser seducir a través de la acertada elección de las palabras, de la magia que genera la ilación en el propio oído de quien escribe ante todo, la honestidad y la veracidad de lo que se cuenta ("nadie puede escribir sobre lo que desconoce"), y la capacidad de encontrarse con el germen de una historia  y narrarla transmitiendo sentido y ligando con quien lee.

Así pautado, parece tan sencillo como columpiarse, y sin embargo cuando brota el miedo, puede resultar un tanto más complicado. Conectarse con el disparador que genera el acto de escribir implica estar en sintonía y abierto, escoger las palabras sin afectación, construir las frases y los párrafos que liguen, libre del temor de no llegar a fluir en el juego, es todo un desafío. Quien intente escribir deberá haber leído y leer copiosamente, de acuerdo a los axiomas del autor de Carrie, El Resplandor y Misery, entre otras tantas historias populares y exitosas que han dejado huella en sus lectores, y deberá escribir mucho, aunque esto no asegura que algún día llegará a ser bueno en el arte. Tal vez el miedo a nunca llegar a ser bueno sea lo que hay que dejar ir para encontrarse con el placer de escribir más allá de todo juicio, inclusive y muy especialmente, el propio.

A boca de jarro

miércoles, 21 de marzo de 2012

¡Quién pudiera encontrar el norte para llegar a Islandia!

Vista satelital de Islandia

Llegan noticias del norte sobre Islandia, tierra de hielo. Nos cuentan que va tomando temperatura luego de una crisis financiera en el 2008 que, según informa el periódico, fue causada por la ambición desmedida de sus banqueros y la ilusión de alcanzar una riqueza repentina. Esa película ya le he visto. El país nórdico casi choca contra el iceberg de la bancarrota total, de la que ahora resurge. Según la visión del periodista del diario El País John Carlin, este choque fue evitado gracias a un nuevo liderazgo dominado por las mujeres en casi todos los órdenes y guiado por un concepto clave: la sustentabilidad.

Ya hemos escuchado sobre esta idea hasta el cansancio, aunque los ejemplos de países que la ponen en práctica no abundan. Mientras tanto aquí, en el polo opuesto del mundo, los analistas políticos nos aseguran que hemos perdido el norte. Y, naturalmente, dan ganas de encaramarse al norte y encontrarlo. Según explica el autor del artículo que me ha dejado pensando el cambio ha llegado de la mano de las mujeres:

"Lo que ha ocurrido es que las mujeres se han hecho cargo del país y lo han arreglado. (...)
... esa mujer simboliza una tendencia en Islandia, o, más que una tendencia, una revolución, un golpe de Estado. Desde que se produjo la crisis, y como reacción directa y deliberada ante ella, las mujeres se han adueñado de las palancas del poder, y lo han hecho en los ámbitos que más importan, en los que más influencia se ejerce sobre el destino nacional: el gobierno, la banca y, en creciente medida, las empresas."

Una pequeña isla de apenas unos 320.000 habitantes que ocupaba el primer puesto en el Indice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas enfrentó la bancarrota poniendo al timón a una Primer Ministro mujer, lesbiana declarada, casada y con dos hijos: la primera mujer en la historia de Islandia en ocupar el cargo, Jóhanna Sigurdardóttir. También se resolvió la dimisión del Gobierno establecido, la nacionalización de la banca, la convocatoria de un referéndum que permitió a la población intervenir en las decisiones económicas más trascendentes, la encarcelación de los responsables de la crisis, la modificación de la constitución (llevada a cabo por los propios ciudadanos), y la Iniciativa Islandesa Moderna para Medios, destinada a proteger la libertad de expresión y de información.


Según da cuenta el artículo, marcadamente sexista en favor del poder femenino de planificar a largo plazo, enraizar medidas tendientes al bienestar y velar por el porvenir de los ciudadanos, lo que los islandeses han aprendido desde el 2008 es que, si desean construir, deben ser capaces de vislumbrar el futuro no inmediato, es decir,  los próximos 10 o 20 años, lo cual no parece un gran sacrificio: las mujeres y los hombres al poder hoy podrán disfrutarlo y de hecho ya lo están haciendo.


El ejemplo más visible de dónde ponen el acento a la hora de valorar su patrimonio es la culminación de la construcción de la nueva sala de conciertos de Reykjavik, símbolo de la nueva Islandia. Se trata del primer auditorio nacional de conciertos en la historia de un país con una tradición musical admirable, donde la compañía nacional de ópera representa por estos días La Bohème, de Puccini. La ministra de Ciencia y Cultura, Katrin Jakobsdottir, de apenas 36 años, acaba de reincorporarse de su licencia por maternidad de su tercer hijo, y fue  quien tomó la decisión de seguir adelante con este espléndido edificio de cristales refractarios cuando, al momento de irrumpir la crisis, sólo contaba con los cimientos. Y decidió solventar la obra con fondos públicos, haciendo recortes presupuestarios que implican que hoy la gente trabaje más y gane menos.

No me deja de asombrar la pulcritud: ¡no hay  basura en el piso, ni pintadas, ni rejas!

Por aquí la palabra crisis es moneda corriente desde que tengo memoria. Se nos prometen obras que jamás se ponen en marcha, como el tren bala, pero tenemos trenes que matan como las balas, y todo proyecto queda supeditado a la emergencia del momento, echándole la culpa al que estuvo antes y pasándole la pelota al que viene después. Y esto es cosa de hombres y de mujeres. ¿Cuál es el por qué de seguir adelante con la hazaña  islandesa que la señora Ministra esgrime? 

"En parte, porque había 600 personas involucradas en la obra, en parte, porque llevábamos 40 años hablando de construir una sala de conciertos para nuestra orquesta sinfónica y pensamos que, si no lo hacíamos ahora, nunca lo haríamos, pero también porque pensamos que no seguir con el proyecto daría a la gente la sensación de que se prolongaba la crisis." 

En los países nórdicos, tanto mujeres como hombres ostentan los más altos estándares educativos, producto de profesores rigurosamente capacitados que gozan de una alta estimación y prestigio social por su tarea. Se asumen como países pequeños que necesitan comunicarse, por lo que aprenden idiomas, sobre todo, inglés. Los adultos entre los 25 y los 64 años continúan formándose con algún tipo de curso, con la idea de la formación siempre ligada al progreso, y, como si todo esto fuese poco, son los mejores países para ser padres, con indicadores óptimos de salud y bienestar y con el derecho a permiso por baja maternal paga durante el primer año de vida del menor y 10 semanas de la baja reservadas específicamente para el padre. Los padres nórdicos pueden elegir entre usar un total de 46 semanas de permiso maternal pago, con un goce del 100% de su sueldo, o 56 semanas, con el 80% del sueldo. Y hablamos de sueldos del primer mundo...


Son países donde se concibe al Estado como al gran impulsor de la economía. El nivel de desarrollo económico mantiene el equilibrio del bienestar social con bajas tasas de desempleo. Además, el grado de compromiso social es muy alto, por lo cual le hacen frente a los estragos del capitalismo depredador con una concepción de modernidad cuyos baluartes son la cultura y la educación.

Existen también los lados oscuros: las mujeres encabezan las estadísticas de muertes por violencia de género, a pesar de ser líderes en la lucha por la igualdad de derechos; si bien los derechos en legislación de licencias por maternidad y paternidad son generosos comparados a los de otras latitudes, la tasa de natalidad es baja; Islandia acusa niveles de felicidad relativamente altos, pero también ocupa los primeros puestos en las cifras de suicidios, y tienen que tolerar bajísimas temperaturas y falta de luz por meses.

Así y todo, me hace ilusión la idea de vivir en un lugar como Islandia y regalarme una velada nocturna en el auditorio de Reykjavik, cuando parece reflejar el efecto de una aurora boreal, para disfrutar del arte de La Bohème. Mientras tanto, seguiremos viendo como aquí, ni mujeres ni hombres en el poder encuentran la fórmula para resurgir de las cenizas como el Ave Fénix, porque hemos perdido el norte.


A boca de jarro

domingo, 18 de marzo de 2012

Un rompecabezas




Se pasó el mes de enero armándolo. Lo devoraba. Lo abstraía del despido que había dejado atrás y de la incertidumbre del trabajo que había conseguido. Intentaba hacer con las piezas lo que querría hacer con su vida, que había quedado como un rompecabezas que alguna vez había tenido las piezas firmes en su lugar pero se lo habían pateado. Tenía que empezar de nuevo. En eso estaba. Si hay algo que no le falta es tesón, una feroz obstinación por salir adelante ante cualquier embate.


Cuando apretó el calor, le llegó el turno a las piezas más difíciles: las negras. Sólo se podía guiar por las formas. El color y el diseño ya no auxiliaban. Pero siguió adelante, bajo el fresco del aire acondicionado, en la horas más tórridas de la tarde o después de cenar, cuando le costaba conciliar el sueño de tanto cavilar.

Para esta etapa se ponía una lámpara sobre lo que estaba armado: requería más precisión y concentración. Y era cuestión de prueba y error con muchas piezas. Con las últimas se dejó ayudar. Le dio satisfacción verlo terminado habiendo permitido que se metieran varias manos en el plato.


Ahí quedó. Lo encoló y falta enmarcarlo. Lo quiere para encabezar su nueva oficina. Se lo habíamos regalado cuando estaba buscando un trabajo de día completo, pero no lo empezó hasta que lo encontró.

Está bien elegida la imagen: mirar las cosas desde esa perspectiva te da otra visión. Los que saben de arte dicen que aquí hay puro dominio de un dibujo preciso, minucioso y realista, con una composición que responde a la Ley renacentista de la Divina Proporción. Los tonos ocres de la parte superior, de la piel y la madera, contrastan en perfecto equilibro y armonía con los azules de la límpida bahía, el típico paisaje de Port-Lligat que se convierte en un motivo recurrente en la obra de Dalí. Son mis colores favoritos. Elegimos a Dalí también para él.

La figura de Cristo brilla en la oscuridad de un abismo sobre la tierra. La luz crea un espacio  a la vez íntimo y expansivo, la masa de nubes espesas sirve de intermedio entre los pescadores, que faenan el puerto con total naturalidad, y el Cristo iluminado en la negrura, cuyo rostro se nos niega. En este Cristo no hay rastros de sangre ni heridas ni el menor atisbo de dolor. Desde su cruz irradia una extraña serenidad. Tal vez por eso lo escogimos para él:  un Cristo que con su sacrificio no se expresa como trágico, sino que nos permite encontrar algo de paz. Dalí escribió sobre esta obra: "Quiero pintar un Cristo que sea una pintura con más belleza y alegría que nunca antes haya sido pintado". Y sin saberlo, eso fue precisamente lo que quisimos regalarle.

Se la pasó así suspendido, como el Cristo, en el aire todo un año. Ahora tiene el rompecabezas armado nuevamente. Sin embargo, se lo ve entristecido. Perdió tanto más que el trabajo: se desorientó, se desarraigó, se cansó de empezar de nuevo con el nudo en la garganta sabiendo que puede llegar a pasarle lo mismo y que, a medida que pasa el tiempo, los años le juegan cada vez más en contra. Fue lo que salió después de tanto buscar. Dice que tenemos que alegrarnos de tener trabajo, pero no se lo ve alegre.

Ilumina Zygmunt Bauman con respecto al trabajo en Modernidad Líquida, que leí por y para él:

"Los puertos seguros para amarrar nuestra confianza son pocos y están alejados unos de otros, y la mayor parte del tiempo ella flota vanamente a la deriva a la búsqueda de un muelle a salvo de las tormentas."


Bauman apela a la metáfora de la liquidez, pero cuando se dedica a analizar el paradigma laboral de nuestros tiempos, echa mano a la figura del juego. Intentar rearmar el rompecabezas de la vida es como adentrarse en un juego de azar.

"... estar en el mundo ya no produce la sensación de un encadenamiento de acciones lógicas, consistentes y acumulativas, que están atadas a la ley y responden a ella, sino que empieza a parecerse más a un juego en el que "el mundo exterior" es uno de los jugadores y se comporta como tal, sujetando las cartas contra su pecho. Como en todo juego, los planes para el futuro tienden a ser transitorios, versátiles y volubles, sin un alcance que exceda las próximas jugadas."

Más que nunca se nos ha hecho carne la sensación de lo transitorio y prescindible en nosotros. Como en un juego, nos movemos jugada a jugada, y el futuro se convierte en piezas que habrá que intentar colocar en su debido lugar cuando lleguemos a esas alturas del juego.

Nuestra noción del futuro y nuestra cabida en él es comparable a la imagen del laberinto, en el cual el trabajo y el resto de la vida humana están fragmentados en episodios cerrados en sí mismos:

"Hay que ocuparse de un obstáculo por vez; la vida es una secuencia de episodios. Los caminos de la vida no se enderezan a medida que los recorremos, y una curva bien tomada no es garantía de que la próxima nos resulte igual."


Su leitmotiv siempre ha sido: "Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él." Condice con esta visión de Bauman sobre nuestra realidad. Y sin embargo, no parece haber puentes a la vista. Sólo tenemos un muelle. El puerto ahora somos nosotros, el uno para el otro. Antes, cuando nuestros amarres se nos hacían firmes y confiables puertos, no estábamos tan fuertemente amarrados el uno al otro. Cosas que pasan después de los naufragios de un despido.

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