viernes, 18 de septiembre de 2015

Clavado en el bar



      Se llega a una de estas reuniones necesitando imperiosamente desensillar. Después de haberle estado dando vueltas al asunto por días y días desde que llegó el folleto a mis manos en algún bar, y de haberle pegado dos vueltas a la manzana antes de entrar - a pesar de que siempre me creí muy resuelta y extrovertida - recién entonces tomé aire, exhalé, bufando casi, y me mandé por el largo pasillo hasta el salón del fondo. Esto es como los baños de los restaurantes, pensé: siempre al fondo a la derecha. Y me sonreí al tomar asiento, con un cartelito con mi nombre clavado por una alfiler de gancho a mi remera, más por esa complicidad con ese núcleo divertido mío que tanto adoro - lo único que me mantiene a flote hace meses - que por caer simpática antes de ver de qué va esto de un grupo de auto-ayuda en un bar. Lo que pasa, como le expliqué al coordinador ni bien me hizo presentar ante un aquelarre compuesto de tres minas más viejas y más piradas que yo, sentadas en semicírculo bajo una luz mortecina, lo que pasa es que vengo de un tiempo largo de haber estado digiriendo el estofado de que necesito ayuda, aunque para serles franca, yo no sé a ciencia cierta si esto se trata de una enfermedad de la cual me voy a curar o si voy a tener que acostumbrarme, o más bien, resignarme, a vivir así. En algún lado leí, entre todo lo que se lee por ahí sobre el tema, que la ansiedad es la epidemia silenciosa de estos tiempos, pero mi problema, en realidad, es que siempre estoy ansiosa por hablar, y en mi casa ya nadie me quiere escuchar. 

Y ahí nomás, cuando me estaba embalando para largarle al tipo todo mi rollo existencial, me cortó, el muy maleducado. Se disculpó torpemente, arguyendo que sólo se trataba de una presentación informal y que nos iba a dar una dinámica más tarde para que nos conociéramos un poco más y ahondáramos en nuestra problemática individual. Cazó un marcador azul y se puso a dibujar sobre una pizarra blanca unos circulitos todos torcidos que - según él - representaban las áreas del ser humano: el área física, el área cognitiva, el área valórica, el área emocional, el área social, el área espiritual... No paraba de hablar, repitiendo como un loro una teoría bastante pedorra que yo ya había leído en un libro re-pedorro que me compré una vez saliendo del supermercado, esa vuelta que no podía dormir más de cuatro o cinco horas corridas por noche y no daba más. Tiré la guita: ni leyendo el libro mejoraron mis insomnios.

Hasta ahora yo miraba todo el show entretenida con un rico cafecito y me acordaba de mis clases de geometría en el secundario, cuando Sordetti nos daba conjuntos. Sordetti, ¡qué personaje! Me decía que yo era como una escalera: un diez al principio del trimestre, un cuatro a la mitad y un siete rasposo al final que me salvaba cuando me llamaba a su escritorio por arriba de sus anteojitos maléficos y su sonrisita displicente para cerrar el promedio y firmarme la libreta. Me quedé ahí, colgada del techo del bar, como en el 85 me había colgado del techo del aula de quinto bachiller, aquella vez que la vieja me preguntó no sé qué cosa de un teorema un lunes a primera hora y yo no tenía ni puta idea de qué contestar porque había dormido escasas horas por ir a bailar a la matiné del domingo. Se me vino patente a la memoria emocional la vergüenza que sentí aquella vuelta bajo la mirada punzante de las tragas del curso sobre mi perfil malo, y en eso caigo que el tipo me está apuntando con el dedo y me está hablando a mí, directo a la yugular.

¿Vos creés en Dios? ¿Vos tenés fe?  me increpa, totalmente sacado. 

Yo con mi fe en Dios tengo mi arreglo particular  le escupo, ansiosa pero triunfal. ¿Por qué? ¿Acá hay algún derecho de admisión, acaso? 

Listo. Dios lo hizo pisar el palito a media hora de haber empezado. Se le inflaron las venas del cuello, se le encendió la pelada y empezó a citar a los profetas, desde los del Antiguo Testamento, pasando por el papa Francisco, hasta los del Apocalipsis - si es que los hay - espetando las eses por entre sus incisivos al nombrar lo que a estos fundamentalistas posmo disfrazados de corderos les encanta alimentar: el demonio. Decía cosas como que era el demonio el que nos atormentaba con nuestras emociones negativas, y que era a ese a quien teníamos que vencer retornando al amparo de la luz de Dios que sólo brinda la fe que tenemos que tener. El abuso del imperativo a esas alturas me hizo carraspear.


Basta para mí, me dije, sin perder la compostura y sin siquiera retrucar. Le tiré una sonrisa al mejor estilo Sordetti, me puse de pie y lo dejé clavado en el bar como la mejor. Todo esto sin dudar y sin temblar, lo cual ya es todo un logro para una ansiosa asumida y crónica, convengamos. Y cuando llegué a la esquina de ese bar de morondanga entendí aquello otro, que también leí en alguna parte: un razonamiento puede estar equivocado pero una emoción, jamás. Me di media vuelta, miré a los ojos a aquella adolescente pizpireta que supe ser en aquel glorioso 85 y la invité a desensillar conmigo en algún otro bar. 





Maná - Clavado en un bar 




A boca de jarro


martes, 15 de septiembre de 2015

Fotografía



Fotografía, Tom Jobim




Tú y yo, los dos
Aquí en esta terraza junto al mar
El sol se va poniendo
Y su mirar
Parece entonar con este mar


Ahora ya te marcharás
La tarde cae
Se desarman colores
Oscureció
El sol cayó en el mar
Y aquella luz de antaño se encendió


Tú y yo


Tú y yo, los dos
Solitos en un bar a media luz
Y una enorme luna sobre el mar
Parece que este bar
Ya va a cerrar
Y hay siempre una canción para contar
Aquella vieja historia de un deseo
Que todas las canciones han de contar
Y luego vino el beso


Aquel beso

Aquel beso








Fotografia, Tom Jobim


Eu, você, nós dois 

Aqui nesse terraço à beira-mar

O sol já vai caindo

E o seu olhar

Parece acompanhar a cor do mar

Você tem que ir embora

A tarde cai

Em cores se desfaz

Escureceu

O sol caiu no mar

E aquela luz lá embaixo se ascendeu

Você e eu




Eu, você, nós dois

Sozinhos nesse bar à meia-luz

E uma grande lua saiu do mar

Parece que esse bar 

Já vai fechar

E há sempre uma canção para contar

Aquela velha história de um desejo

Que todas as canções tem pra contar

E veio aquele beijo

Aquele beijo

Aquele beijo


"Traducir es producir con medios diferentes efectos análogos."
 Paul Valéry

A boca de jarro

lunes, 14 de septiembre de 2015

Espléndida edad



Espléndida edad en la que me pierdo
y no sé muy bien ni qué edad tengo,
pero sí sé que estoy un paso más lejos
del mero detalle en mi documento.

Espléndida edad en la que decido 
colgar los tacones de zapatos viejos,
llevar uñas cortas, el pelo más corto,
mojarme si llueve sin secarme el rostro. 

Espléndida edad que me trajo anteojos
-me dicen que así se logra ver todo-
aunque, contra el saber de mi oftalmólogo,
mi vista es mejor aun sin anteojos.

Espléndida edad: escucho y no oigo,
escucho también los discos de ayer,
visito los sueños del no-pudo-ser,
canto y bailo sola con estilo propio.

Espléndida edad en la que no salgo a comprar,
en la que no paso un helado por no engordar;
las miradas ajenas más bien me resbalan
y el qué dirán: ¿qué? No me dice nada.

Espléndida edad en la que no se está en edad,
en la que se agradece por no estar arrumbada,
en la que, se cree, ya no me-reces nada,
en la que me niegan por lo muy calificada.

¡Espléndida edad!

Porque exijo lo justo, porque armo mi juego,
porque no me contento con ser jubilada,
un ama de casa, madre, esposa abnegada;
porque veo y no leo en revistas baratas

que fulana de tal espléndida está
con una carrera bien consolidada,
su silueta avispada, su panza achatada,
su novio de treinta, sus tetas infladas.

Ni siquiera la juzgo,
sólo siento lástima:
la vida es tan corta
pa' nomás flotarla...

Silenciosamente y de madrugada
celebro mi vientre,
mis pechos caídos,
mi frente marcada.

Celebro sobrinos, hijos florecidos,
celebro ese cielo de mis caminatas,
celebro los treinta que quiero cumplir de casada
con el mismo tipo que echó panza y canas,

el único tipo que adoro enojada,
el único que de veras me ama,
y con ese sencillo pase de magia
yo me siento espléndida hoy...

¿Qué importa mañana?


Sting - La belle dame sans regrets

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