miércoles, 5 de octubre de 2016

En tránsito



Cómo me gusta observar 
gente que viene o que va, 
gente que espera abordar 
el tren inerte en el andén:

cuánto cargan, lo que calzan,

con qué cara se abalanzan
- cada rostro cuenta el cuento
que está escrito en cada espalda.

Y me divierte adivinar
de qué la van, de dónde son,
qué comerán, qué leerán
o con quién hacen el amor,

qué sueños sueñan al viajar,

a dónde anhelarán llegar,
si es que algún día lograrán
vencer el sino del andar,

si es que alcanzaron ese tren,
el que promete hacerte Alguien
con nombre propio en la estación
donde esperamos los demás

viajando ya sin ilusión
apretados, condenados
a vivir eternamente
en tránsito...



A boca de jarro

lunes, 26 de septiembre de 2016

La casa de los espíritus


"Toda mi casa esta regada por mis poemas. Me aparecen en la cocina, en el estudio, en el dormitorio. Están extendidos a lo largo de mi desorden, esparciendo su dulzura por las horas tediosas de la barrida y de la arreglada de los cuartos, dándome ese mensaje de que sí hay algo vivo en mí, de que mi vitalidad está impregnada en esos papeles donde he dejado el recuerdo de esos momentos intensos en que yo dejo de ser yo y me convierto en un poema."


Gioconda Belli


   Madrugo el lunes y me enfrento con el diario renunciamiento que no sale en ningún diario. Suspiro anónima, anodina, cansada y aburrida, pero acepto una vez más, sumisa y enojada con la vida, acatar el designio de mi rutina. Somnolienta, echo una mirada polvorienta a todos mis sueños de letras esparcidos sobre el piso del comedor y la cocina, entremezclados con las migas de la cena, desesperadas por ser barridas. Algunos se quedaron enganchados sobre el secaplatos, entre las tazas de té y las copas nocturnas. Hay una línea de un poema colgando de un pelo atrapado entre las toallas secándose sobre las sillas. Mis anteojos de lectura flotan a la deriva sobre otra postergada cita de mesa de luz. Entre lagañas se me nubla esa idea estupenda de un escrito para el cual no me hago tiempo hace tiempo. ¡Quién pudiera ser Isabel Allende, con ventana que da al bosque y largas horas matinales de ejercicio literario sin que medie el lavarropas! Sería fácil, siempre pienso, pero ni bien los veo me arrepiento. En mi casa los espíritus están vivos y famélicos, y de noche encima roncan. Bajan corriendo las escaleras, apurados, empujándose, reclamando:

Mamá, que llego tarde. ¿Ya está listo el desayuno?




A boca de jarro


miércoles, 21 de septiembre de 2016

Veinte años no es nada...


  



   Lo miro en su blancura amarillenta, febril la mirada, y me parece que tenían que pasar veinte años para descubrir el tango. Canturreo lo que me viene de la letra de "Volver", midiéndome el vestido frente al espejo y comprobando tristemente que veinte años son mucho más que nada, y entonces adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos no marcan mi retorno, mucho menos mi contorno... Pero acá estoy: no necesito volver porque nunca me fui.


"Tuya es mi vida

tuyo es mi querer..."

Se me vienen a la sien, bajo las nieves del tiempo que la platearon, los fuegos de aquellas matronas ardiendo en torno al vestido, mujeres de molde que pegaron puntadas, hicieron algunos cortes de manga, y, con todo, me ayudaron a calzarlo, mujeres iniciadas en el rito nupcial y en los secretos del misterio que promete mantener al amor igual de blanco que el vestido de una novia a través de los años. Mujeres que daban consejos que yo no pedía, y que hoy, veinte años después, celebro no haber observado.

Es curioso como el rito nupcial de una mujer conlleva la vivencia emotiva de la iniciación al matrimonio de todas las demás: se casa una, y es como si todas las que conspiran unidas para que eso suceda, o para impedirlo, reviven su propia historia de bodas. En la historia que se abre al hacerse un vestido de novia confluyen muchas historias de amor y desamor. De aquellas reminiscencias surgieron anécdotas que quedaron prendidas al bies del vestido, y tal vez - hoy se me ocurre - sea por eso que aún lo conservo.

Mujeres con la frente marchita que todavía hoy insisten en que el secreto de la unión duradera entre hombre y mujer reside en mantener su interés, en no dejarse estar. Todavía hoy, veinte años después de la prueba más grande de interés que dimos en la vida, me pregunto si realmente soy yo quien tiene que hacer algo más que ser para que mantengas vivo tu interés por mí. Yo siempre quise creer que estabas conmigo simplemente porque yo te merezco, porque yo soy digna de tu interés. Y es precisamente ese sentido trabajado de mi dignidad el que me anima a que sigamos cumpliendo años de casados, contando también con el tuyo, un sentido de la dignidad que no depende de que hagamos cosas para mantenernos interesados el uno por el otro.  Fue siempre mi objetivo y mi secreto a voces que el sentirnos merecedores del amor que nos unió fuese nuestro más potente afrodisíaco, nuestro legítimo recurso, sin otros artilugios de los cuales depender o a los cuales recurrir para amarnos y sentirnos amados.

Esa historia de no dejarse estar me resulta tan burda, y la llevo abrochada a la oreja ya desde el vestido. Hay tanto disfraz, tanta hipocresía y tanto ego vacío que se oculta detrás de la pose del no dejarse estar... Yo te propongo que sigamos apostando a dejarnos ser, que ya es todo un desafío. Hace falta mucha dignidad para dejarnos ser, para seguir estando para nosotros y para el otro haciéndole frente dignamente al paso del tiempo. Para salir airosos de los embates de las tormentas estacionales, como la de este año o como la del día de nuestro casamiento. También de esa tormenta del día de la primavera del 96 fuimos debidamente advertidos, y así y todo, en contra del pronóstico y la voluntad de medio mundo, no desistimos de hacerlo a nuestro modo y a nuestro tiempo.

Hoy te celebro y me celebro: nos celebro. Celebro que durante veinte años lo hayamos logrado sin fórmulas ajenas, sin cocinar nuestro estofado con las recetas de las matronas, sin agregarle adornos prestados a la blancura imperfecta de mi vestido. Celebro nuestro amor de veinte años, errante en las sombras, celebro el hecho cotidiano de que no vivamos nuestro hoy aferrados a un dulce recuerdo, y celebro el haber llegado a descubrir que es un soplo la vida frente a un impiadoso espejo y a mi vestido de novia, aunque veinte años, en verdad, es mucho.




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