Cuando me estaba por casar, recibí como regalo
una multiprocesadora de alimentos. Me pareció el artefacto más
completo que me podían regalar para las tareas culinarias que me aguardaban una
vez que aterrizara de mi luna de miel y comenzara el casamiento real. Pero al
enfrentarme con la tarea de cocinar, cosa que usualmente sucedía a última hora
del día, cuando mi flamante y hambriento esposo y yo aterrizábamos luego de una
jornada de trabajo de día completo, lo último en lo que pensaba era en ponerme
a procesar alimentos empleando adminículos diminutos que tenía que desarmar
como un rompecabezas, encastrar y ensuciar para luego lavar y secar uno por uno
y volver a armar para guardar. El cuchillo y la tabla resultaron mucho más
nobles y prácticos. Y hasta hoy siguen dando buenos resultados.
Lo cierto es que desde entonces el ritmo de mi
vida se ha ido acelerando como mis pulsaciones a lo largo del día. Llegó el
primer hijo, las idas y venidas a la casa de los abuelos que lo cuidaban
mientras iba a trabajar fuera de casa, idas y venidas al cole, a inglés,
a fútbol, a fiestitas de cumpleaños; más tarde llegó la segunda hija, pintó el desenfreno para poder atender
todos los flancos con ayuda y todo, hubo mudanza de departamento a casa, vuelta a empezar y seguir con las idas y venidas por dos, y sigo
corriendo desde que me levanto antes que todos por la mañana hasta que me
acuesto y verifico que todos estén acostados cada noche. Y casualmente hoy,
buscando mis últimos análisis para llevar al control médico que me tocaba como hace
dos años, pero que postergué por no tener afortunadamente ningún síntoma de
mala salud y por la falta de tiempo característica en mi rutina, me encontré
con la multiprocesadora en un rincón, arrumbada y oxidadas sus
cuchillas que prometían alivio y rapidez en el arte de matar hambre.
Mirándola y considerando seriamente deshacerme
de ella de una buena vez, caí de pronto en la cuenta de que con el paso de los
años me convertí en una: soy una multiprocesadora. Hago camas, no
sin antes rescatar todo tipo de objetos perdidos de las profundidades entre las sábanas revueltas (pañuelos, monedas, medias de pares distintos, etc. sin
entrar en detalles de los mismos...), ordeno placares, limpio los pelos del
cepillo de mi princesa que invierte una media hora diaria al cuidado de su
cabello, ya que según ella es "su tesoro", refriego bañeras e inodoros
a pesar de que en los comerciales de televisión me llamen "obse" por eso,
pongo orden en la caverna en la que se ha convertido la habitación de mi hijo
adolescente, cocino como para un regimiento aunque somos cuatro normalmente a
la mesa, aspiro, barro, lavo, tiendo, seco, plancho y además, en mis ratos libres, enseño inglés y
blogueo... Soy la más completa versión de multiprocesadora en el
mercado y, sin embargo, todo lo que hago a la velocidad del rayo no tiene un precio. Y por si fuera poco con todo eso, tengo componente autolimpiante incorporado: me baño y me
aseo por las mías para estar presentable frente al mundo. ¡Sí! ¡Mis adminículos
me los lavo y me los seco yo misma!
Es curioso que esta característica de la vida urbana moderna de
las mujeres y los hombres que hemos elegido formar una familia sea tan preciada
en el mundo del trabajo. Allí se la conoce como multitasking,
la capacidad de atender o hacer varias cosas al mismo tiempo con cierta
velocidad y bastante eficiencia. En ese mundo sí se cotiza esto que nos hacen
ver como una virtud. Y sin embargo, sigo pensando sobre mí misma
y sobre el multitasking lo mismo que pienso sobre la multiprocesadora
que me obsequiaron creyendo que me hacían un bien, allá cuando, sin imaginarlo
siquiera, tomé la decisión de convertirme en una: estamos sabiamente diseñados
para hacer una cosa por vez, atender un sólo juego, caminar más y correr menos, transitar cada instante focalizando en una única cuestión. Si no nos pasa como al colador, ese viejo y fiel compañero de mis abuelas, que
se tomaban su tiempo para hacer la misma cantidad de cosas o tal vez más, ya que
no contaban con lavarropas automáticos digitales, hornos autolimpiantes,
aspiradoras, microondas, freezer y demás invenciones de la era tecnológica: se
nos empieza a escurrir la vida por los agujeritos.
A boca de jarro