miércoles, 9 de mayo de 2012

Avisos clasificados: ¡se busca excelencia!



Como a algunos se les da por echar un vistazo a los obituarios, es mi costumbre ojear los avisos clasificados de los diarios del domingo aunque no esté buscando trabajo. O tal vez sí, inconscientemente. La docencia ha perdido buena parte de su encanto para mí. Hay mucha burocracia alrededor del acto de enseñar y aprender que poco ayuda al meollo de la cuestión; más bien distrae, quita tiempo, roba energías y aburre. La planificación detallada, por ejemplo, que es solamente una ilusión cuya concreción depende de innumerables factores que a veces son descuidados por un apego excesivo a lo que se ha programado en abstracto y sobre papel, o la corrección de tarea escrita que se requiere que asigne a mis alumnos, quienes muchas veces entregan a destiempo y contra su voluntad, cuando están por recibir sus calificaciones bimestrales y sienten que les llega el agua al cuello, son aspectos de mi trabajo que me llevo a casa y me pesan cada año que pasa un poco más. Ni hablar de tener que dedicarle horas al diseño de evaluaciones de mitad y fin de año, como si eso realmente influyera en el proceso de aprendizaje de manera tan decisiva. Soy de las que creen en la evaluación permanente, sin tanta formalidad ni trámite, la evaluación que no genera ansiedad desmedida en nadie y arroja los mejores resultados porque se trata de ver lo que el alumno es capaz de hacer antes que estar dándole cantidad de ejercicios bajo presión cronometrada en los que indefectiblemente no mostrará sus mejores logros y terminará metiendo la pata traicionado por los nervios y el reloj. Pero debe quedar constancia escrita con fecha y hora de cada instancia evaluativa.

El hecho de enfrentarme a aulas superpobladas, mal ventiladas, pobremente equipadas para los desafíos de la enseñanza y el aprendizaje del siglo XXI, con alumnos que están en general mal dormidos, con hambre, que me bostezan en la cara o se duermen ni bien pongo un CD o un DVD para ejercitar comprensión auditiva (lo más moderno y avanzado que hacemos en clase de idiomas por aquí...), poco interesados en aprender y mucho más motivados en llegar a casa a conectarse con sus pares en Facebook o a prender la tele para seguir sus series importadas, sus programas favoritos o sus partidos de futbol hasta pasadas las doce de la noche, para luego volver a arrancar mal descansados la extensa jornada a las seis o siete de la mañana del día siguiente: todo ese estado y cúmulo de cosas hace que a veces se me dé por fantasear con un cambio de rubro.

Me lo he planteado seriamente varias veces. El tema es hacia dónde rumbear. Los avisos clasificados imponen generalmente límites de edad rigurosos que ya he superado ampliamente y un mínimo de años de experiencia comprobable con la que no cuento en ciertas áreas que me pueden resultar tentadoras. Además, es claro que la competencia ganaría ampliamente: gente joven, sin hijos ni padres mayores que pueden implicar ausentismo y complicaciones a la hora de cumplir son detalles que a ningún empleador se le escapan. A los 40 ya se es mañoso, se ingresa a un trabajo con expectativas muy concretas acerca de lo que se espera en términos de calidad laboral. Y además, también generalizando, ya se tiene en claro que el trabajo no es prioritario en la vida de uno, que es simplemente un medio para otros fines.

Pero si me corro un momento de las generalizaciones en las que muchas veces me hundo, encuentro que hay honrosas excepciones que hacen que siga adelante. No todos mis alumnos carecen completamente de interés por aprender, no todos toman su clase de inglés como una pesada carga impuesta por sus padres bajo el pretexto que les permitirá acceder a mejores empleos en el futuro, no todos los adolescentes y jóvenes de hoy se conforman con la mediocridad que suele proceder directamente de lo que promueve el sistema. Hay algunos que hacen que el hecho de transmitir lo que uno ha aprendido al aprender toda la vida cobre sentido. Hay quienes dejan moldearse, parecen iluminarse al descubrir nuevos caminos, permiten una interacción nutricia que reverbera más allá de las paredes del aula y llega al alma. Y es en las excepciones a lo que parece una regla donde se encuentra la motivación para seguir adelante en este oficio de enseñar.

Justamente, el domingo me encontré con una búsqueda laboral que de alguna manera confirma mi sensación de que no todo está perdido. Como estudiante, siempre me esmeré por sacarme buenas calificaciones y obtener un buen promedio en mis estudios, aunque a la hora de buscar trabajo, no se siente que ese mérito alcanzado a base de mucho sacrificio, empeño y constancia sea lo que defina la obtención de un puesto laboral. Y creo que no me equivovo al afirmar que muchos de mis alumnos sienten lo mismo. Se sabe que en otros países se busca a los altos promedios escolares y universitarios, se los estimula a seguir formándose a través de becas y postgrados, se les proponen trabajos con capacitación y mejor remuneración. Pero aquí no parecen abundar ese tipo de iniciativas.


En la sección de búsquedas laborales de los diarios Clarín y La Nación del pasado domingo 6 de mayo aparece un importante aviso publicado por el Banco Ciudad que busca personas "... preferentemente egresadas de colegios públicos", con "Título Secundario con promedio igual o mayor a 7" (cuando en nuestra ciudad se aprueba con 6), y que ostenten "Muy buen nivel cultural..." además de manejo de PC, a cambio de una jornada reducida de 4 horas de trabajo diario, lo cual les permitiría estudiar al mismo tiempo que trabajar, con una remuneración bruta de $3900, más premios y beneficios, lo cual no está mal para un primer sueldo contando con un título secundario nada más, con lugar de trabajo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y en un ámbito donde tal vez puedan crecer y progresar. Si bien se advierte que se llevará a cabo un exhaustivo proceso de selección, se aclara explícitamente que se busca excelencia. Hacía tiempo que no me encontraba con conceptos que parecen hasta anacrónicos en los clasificados. Y espero encontrarme con muchos más avisos de este tipo, ya que tal vez ayuden a espabilar las mentes adormiladas de tantos jóvenes que sienten que el esfuerzo no vale de mucho porque no se encuentran con este tipo de incentivo tan a menudo como deberían encontrarse.

A boca de jarro

domingo, 6 de mayo de 2012

El arte de perder


 Anoche vi por tercera vez "In her shoes" ("En sus zapatos", 2005), una adaptación de una novela en inglés de Jennifer Weiner dirigida por Curtis Hanson y protagonizada por Toni Collette, Cameron Diaz y Shirley MacLaine. Una película que quizá no merezca la pena verse más de una vez, pero que siempre me engancha. Creo que lo que más me gusta es que puedo identificarme con ciertos rasgos de las tres mujeres que alimentan la historia, diría mejor, con las cuatro, aún con la que se menciona y se ve en fotos, pero que no está presente físicamente a pesar de ser quien ha dejado una huella indeleble en las otras tres. Y es esclarecedor en momentos de transición, de cambio, ver ciertas cosas propias con la distancia que impone la ficción, una ficción con un poco de melodrama, lo admito, pero con un planteo por lo menos interesante.



 Es una película sobre la empatía y sobre cómo se pueden elaborar las pérdidas. Es una película que regala algunas líneas de poesía bellísimas que ayer me hicieron vibrar una vez más. Uno de esos regalos es el poema de Elisabeth Bishop, "One Art", traducido como "El arte de perder". Irremediablemente se pierde al traducir poesía, pero dejo que la mejor traducción que encontré hable por sí misma:



"El arte de perder" ("One Art"), de Elizabeth Bishop.

El arte de perder no es muy difícil;
tantas cosas contienen el germen
de la pérdida, pero perderlas no es un desastre.
Pierde algo cada día. Acepta la inquietud de perder
las llaves de las puertas, la horas malgastadas.
El arte de perder no es muy difícil.
Después intenta perder lejana, rápidamente:
lugares y nombres y la escala siguiente
de tu viaje. Nada de eso será un desastre.
Perdí el reloj de mi madre. ¡Y mira! Desaparecieron
la última o la penúltima de mis tres queridas casas.
El arte de perder no es muy difícil.
Perdí dos ciudades entrañables. Y un inmenso
reino que era mío, dos ríos y un continente.
Los extraño, pero no ha sido un desastre.
Ni aún perdiéndote a ti (la cariñosa voz, el gesto
que amo) me podré engañar. Es evidente
que el arte de perder no es muy difícil,
aunque pueda parecer (¡escríbelo!) un desastre.

 El arte de perder se aprende al asomarse al secreto que revela el poema de e.e. Cummings que cierra la película:

"I carry your heart with me"  by e.e. Cummings (Fragment).

Here is the deepest secret nobody knows.
(Here is the root of the root and the bud of the bud
And the sky of the sky of a tree called life; which grows
higher than soul can hope or mind can hide)
And this is the wonder that's keeping the stars apart

I carry your heart (I carry it in my heart).

"Llevo tu corazón conmigo" de e.e. Cummings (Fragmento).

He aquí el más profundo secreto que nadie conoce
(he aquí la raíz de la raíz y el brote del brote
y el cielo del cielo de un árbol llamado vida; que crece
más alto de lo que un alma puede esperar o una mente puede ocultar)
y éste es el prodigio que mantiene a las estrellas separadas
Llevo tu corazón (lo llevo en mi corazón).

 ¡Y qué difícil se me hace ver a Cummings en casi todas sus fotos con un cigarrillo en la mano al cabo de cumplir las primeras 48 horas de haberlo dejado! Por fin encontré esta imagen en la que se le ve muy apuesto y libre de humo:
 
" ...to air in the lung 
let evening come."
          "Let Evening Come"
                                          by Jane Kenyon 



A boca de jarro

jueves, 3 de mayo de 2012

Dejar de fumar y volver a empezar...


Fumo desde los diecisiete años. Empecé como tantas adolescentes para sentirme más grande, más cool, más segura de mi misma. Detrás de todo fumador hay un ser inseguro que necesita una muleta y un manojo de ansiedad que el cigarrillo incrementa aunque se crea lo contrario. El cigarrillo me acompañó durante mi carrera, me parecía que me ponía en un estado de alerta mental para estudiar largas horas diurnas y nocturnas. Luego me apoyé en él para dar mis primeros pasos en el mundo del trabajo, cuando todavía se nos permitía llenar de humo los lugares que compartíamos con nuestros colegas. 

Me puse de novia y luego me casé con un tipo más sano que el Quaker que me aceptó a mí y a mi compañero sin chistar. Nunca fui de fumar más de mis cinco o seis cigarrillos por día, y comencé a hacerlo al aire libre, en el patio o la terraza de casa. Empecé a convertirme en una fumadora culposa, avergonzada y bien consciente de los daños que el cigarrillo produce. Cuando supe que estaba embarazada de mi primer hijo, guardé el paquete en uso en un rincón de un cajón y nunca más probé uno. Hasta que dejé de amamantarlo. Con la excusa de las largas horas de estar en casa viviendo al ritmo del bebé y la sensación de encierro y falta de descanso, volví a fumar.

Cuando decidí buscar mi segundo embarazo, dejé de fumar con esfuerzo bastante antes de quedar embarazada. Quería estar sana y hacer un cambio radical en mi estilo de vida, hacer ejercicio, cambiar mi dieta, bajar de peso. Y traspasada la crisis de abstinencia que manejé alejándome de los lugares de casa donde solía fumar a escondidas para que mi hijo pequeño no me viera, logré superarlo. Me mantuve sin fumar por más de un año y medio. En el segundo postparto experimenté síntomas de ansiedad más agudos que la primera vez. Acudí esta vez a una terapia en lugar de ir corriendo al quiosco a comprarme un atado, aunque la idea me rondaba. Y la psicóloga me dijo que si sentía que caminaba por las paredes, no estaba tan mal fumar dos o tres cigarrillos por día para calmar los nervios. Ahí ya no amamantaba. Muchos profesionales, tal vez fumadores ellos y sin malas intenciones, recomiendan consumir una dosis de nicotina controlada antes de forzar al paciente a transitar por la desesperante abstinencia que dejarlo totalmente conlleva. Entonces reincidí.

Creí que lo tenía controlado. Fumaba mi cuota diaria que no sobrepasaba los cinco, hasta que el año pasado, a raíz de una serie de experiencias estresantes que cualquier vida trae de tanto en tanto, se me fue de las manos. Empecé a hacerlo automáticamente, y si bien nunca perdí la cuenta de lo que fumaba, lo que parecía la mesura de los cinco diarios se duplicó. Tanto es que comenzó a controlarme él a mí que dejé de hacer cosas que antes hacía con mayor asiduidad, como ejercicio intenso, porque las energías no alcanzan.

Últimamente me hice plenamente consciente de que soy esclava de mi vicio. Siento que necesito fumar para rendir, para trabajar, para premiarme después de trabajar, para inspirarme para escribir. Pero termino el día exhausta y sé que es por el cigarrillo.



Estoy leyendo un libro escrito por dos ex-fumadoras empedernidas que llevan adelante un método exitoso y serio para ponerle fin al tabaquismo. No creo en la magia: ni el láser, ni la acupuntura, ni la auriculoterapia. Pero necesito apoyarme en un libro en este momento en el que he tomado la decisión de dejarlo porque tengo pánico de fracasar y reincidir otra vez. Según el libro, debo prepararme psicológicamente, pensar en positivo, asumir un cambio profundo que incluye una nueva identidad en la que el cigarrillo no entre, bucear en las causas y las formas de esta adicción. Debo fijar un día, el Día D, y una hora. Se aconseja hacer un pequeño ritual de despedida íntimo entre el cigarrillo y yo la noche anterior a ese día y prepararse mentalmente para lo que serán unos siete o diez días de irritabilidad, impaciencia, más ansiedad, desasosiego y quizás insomnio, con los cuales no sólo yo tendré que lidiar, sino también quienes conviven conmigo. Y tengo miedo. Quiero dejarlo, pero tengo miedo.

Sobre todo temo porque había pensado que el mejor sustituto en esos días de crisis sería un buen termo de mate disponible a toda hora a la que suelo fumar, sobre todo, por las mañanas. Y justo pasa que voy al súper y no hay yerba mate a la vista por las góndolas donde solía encontrarme con todas las marcas y clases: la que tiene cascaritas de naranja sobre todo, que es mi preferida. En los supermercados chinos de alrededor de casa la yerba se consigue, pero el paquete sale justo el doble de lo que me cuesta el atado de cigarrilllos que compro cada dos dias. Cosas que pasan en la tierra de la yerba mate...


Igualmente, esta vez quiero dejarlo y quiero hacerlo por  mí. Las otras veces estaba la enorme motivación de estar sana para los hijos que llevaba adentro. Y resulta que ahora están afuera, me pescan infraganti  y no me gusta para nada que me vean con un cigarrillo en el patio: no se es coherente como padre de ese modo. ¿Con qué argumentos les voy a decir que nunca lo hagan? Admito que me siento como de duelo. Estoy de duelo por la que quiero dejar de ser, aunque no sé si podré, ni sé en quién me convertiré. Pienso y pienso en cuál será el día más apropiado, en cómo voy a hacer para resistir, trato de poner la cabeza en los beneficios que se me auguran y que sé ciertos, pero no me resulta fácil.

Para quienes nunca han fumado tal vez sea imposible comprender todo esto. Esto es una enfermedad. De poco sirve que nos espanten con testimonios e imágenes de órganos o personas arruinadas por el cigarrillo: sabemos de qué se trata, y ya estamos enfermos. Eso es lo más patético. Según los expertos, la nicotina genera una adicción cinco veces más potente que algunas drogas duras, que jamás he probado y me jactaba de ello. Sin embargo, se tiende a ser más intolerante con el fumador que con cualquier otro adicto. Ahora me siento una adicta más, luchando. Los familiares y amigos me dicen que todo es cuestión de fuerza de voluntad, pero parece que sólo con eso no alcanza. Es necesario plantearse una nueva vida, un cambio profundo y eso genera sentimientos encontrados. Ver la vida sin la capa de humo gris que la cubre puede llegar a des-cubrir vastas áreas grises que necesiten oxigenarse tanto como mis propios pulmones y desintoxicarse igual que mi torrente sanguíneo.


Por ahora estoy en la etapa previa, tomando coraje, recabando testimonios de quienes lo lograron. Ya tengo una idea aproximada de cuál será el Día D, un nuevo comienzo en mi vida. Porque en definitiva, siempre se trata de volver a empezar.

 Volver a empezar, de y por Alejandro Lerner.

Pasa la vida y el tiempo
no se queda quieto
llevo el silencio y el frío
con la soledad.

En que lugar anidaré
mis sueños nuevos
y quien me dará una mano
para volver a empezar.

Volver a empezar
que no termina el juego.
Volver a empezar
que no se apague el fuego.

Queda mucho por andar
y que mañana será un día
nuevo bajo el sol
volver a empezar.

Volver a empezar
volver a intentar

Se fueron los  aplausos
y algunos recuerdos
y el eco de la gloria
duerme en un placard.

Yo seguiré adelante
atravesando miedos
sabe Dios que nunca es tarde
para volver a empezar

Volver a empezar
que aún no termina el juego.
Volver a empezar
que no se apague el fuego.

Queda mucho por andar
y que mañana sera un día
nuevo bajo el sol
volver a empezar.

Volver a empezar
volver a intentar.

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