martes, 8 de enero de 2013

Cerrado por vacaciones...






Llamésmoslas así... En cuanto pueda, les cuento. Hasta pronto. Les dejo un abrazo grande y espero sepan disculpar mi ausencia en sus espacios, amigas blogueras y amigos blogueros, hecho que lamento yo más que ustedes, les asuguro.

A boca de jarro

lunes, 31 de diciembre de 2012

¿Año nuevo, vida nueva?






   Se ponen muchas expectativas en general en los cambios de año, como si marcaran cambios de ciclos, de rachas, o como si la vida fuese algo así como una novela, y cada 31 de diciembre diéramos vuelta la página, cerráramos un capítulo y abriéramos mágicamente uno nuevo. Personalmente, tiendo a ver la vida como un continuo más fluido y creo que los ciclos no se delimitan tan prolijamente como hemos logrado hacer con los años. Pero el ritual que muchos observamos en este tiempo sirve justamente para notar lo cíclico. Más allá del aturdimiento, los reuniones, a veces sentidas y otras forzadas, las comilonas y los excesos, llega un punto en el que se apaga la música, se termina el ruido, se lavan y se guardan prolijamente las copas hasta la próxima vez y se da uno un rato para pensar en las implicancias más profundas del ritual del brindis, para observar en qué lugar de la vida estamos y cómo nos encuentra en este momento: si de pie, sentados viéndola pasar, andando, a los golpes con todos y todo, corriendo o tirados en la cama sin ganas de levantarnos a enfrentarla día a día.

  Para mí eso de “Año nuevo, vida nueva” suena espectacular, pero es una fantasía. La vida se puede hacer nueva de un día para el otro pero no porque cambiemos el almanaque: tiene que haber un sacudón existencial que nos espabile o una decisión férrea que venga de adentro que deviene en un abrir los ojos y ver como por vez primera la realidad en la que estamos inmersos y en una necesidad de tomar las riendas en algún aspecto o soltarlas en otro o rectificar el rumbo. Y eso no suele coincidir con el primero de año, porque es una fecha que nos encuentra muy ocupados con lo superfluo del festejo, lo anecdótico o la magia que deseamos, y los cambios nada tienen que ver con la magia, aunque haya tantos que necesitan recurrir a ella en sus diversas formas de presentación.
 
   Además sería una verdadera calamidad decidir que porque comienza un nuevo año hago borrón y cuenta nueva sin integrar eso que da el pasado al presente para lanzarme al futuro bien equipado. Por más penoso que haya sido, el pasado siempre es el propio, el que forjamos y el que nos tocó torear como mejor pudimos. Si somos lo suficientemente maduros, no deberíamos renegar de lo que pasó sino procurar honrarlo como cimiento y abono para la persona que somos hoy. Anselm Grün, monje benedictino de cabellera y barba blanca, autor de una numerosa colección de libros que atesoro y de los que siempre me nutro en este tiempo del año, emplea una imagen muy bella para ilustrar las heridas del pasado, que en algunos casos tardan más en cicatrizar que en otros y, en ocasiones, se vuelven a abrir de tanto en tanto. Él dice que, sanadas a través del trabajo desde y con el alma, son como perlas y así se transforman en un tesoro de energía vital.
  
 No creo que mañana me sienta muy diferente a lo que me siento hoy o a lo que me vengo sintiendo en este ciclo que estoy transitando. Seguiré en tránsito procurando siempre crecer como persona. Algunos también afirman que en este viaje llegar a buen puerto depende en gran medida de la actitud con la que se viaje. No importa qué nos depare el periplo, adoptando la actitud correcta, sabremos sortear los escollos. También en esto me hice más escéptica con cada fin y comienzo de año. Se intenta adoptar la mejor actitud, claro, pero mayormente aflora eso que viene en la matriz, lo que nos sale y que tiene que ver con  nuestra historia y nuestra personalidad ya moldeada por los genes y la experiencia. Aunque sí creo que siempre queda lugar para la sorpresa: hay veces en las que la actitud que brota de mí o de aquellos con quienes trato logra sorprenderme. Es entonces cuando descubro el motivo principal por el que brindamos cada fin de año: porque siempre quedan cosas por descubrir que pueden llegar a darnos una sorpresa que nos permite ver o llegar un poquito más lejos en el viaje de la vida. Brindo hoy con todos ustedes por ser partícipes de algunos de esos descubrimientos que suelen sorprenderme impensadamente.



A boca de jarro

sábado, 29 de diciembre de 2012

Despidos y ñoquis...





"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la estupidez; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la Luz y de las Tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Teníamos todo por delante, pero no teníamos nada; caminábamos directo al cielo y nos íbamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto para bien como para mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.”

                                                                          Charles Dickens, Historia de dos ciudades.


  No puedo evitar recordar este aniversario cada año porque marcó un antes y un después en nuestras vidas como ningún otro acontecimiento desagradable antes y hasta ahora (toco madera). Hoy hace exactamente dos años que lo despidieron a mi esposo en lo que suele denominase como un despido masivo por reducción de personal muy característico en esta época del año. Con él se fueron otros ocho y algunos de ellos jamás lograron reponerse ni reinsertarse en el mundo del trabajo, con el costo vital, vincular y emocional que eso implica. 

  Es una crueldad que sucede muy a menudo para esta fecha. Primero se festeja la Navidad en la empresa, se hacen brindis entre jefes y empleados, obsequios y votos para el año que está por comenzar, y luego te dan la noticia o te llega el telegrama a los pocos días. La primera reacción es el absoluto descreimiento: uno inocentemente siente que se ha cometido algún error que se podrá subsanar. Después se siente como un baldazo de agua helada en el pecho, la desesperación y la angustia de lo que se presenta como un volver a empezar sin saber cómo ni por dónde, con una sensación espantosa de minusvalía difícil de remontar.

  Para nosotros han sido tiempos difíciles y creo que todavía no hemos dejado el hecho atrás, aunque sí logramos encaminar nuestra vida laboral con mucho esfuerzo sin sentirnos nunca más plenamente satisfechos con ella después de aquel golpe. Lo que queda es el temor de que vuelva a suceder y una extraña sensación de precariedad y fragilidad, como flotar con la corriente. Se pierde la confianza en el sistema ya que es uno quien no se permite volver a confiar en nada ni en nadie en cuestiones laborales y aprende que la única camiseta que hay que llevar puesta es la propia, aunque esté algo percudida.


  A pesar del trauma, rescato la enorme lección que nos dio a todos quienes lo conocemos y lo queremos bien mi compañero de ruta en este tiempo, no sin altibajos, claro, pero siempre luchando, siempre levantándose a enfrentar el día. Él nos enseñó a través del ejemplo el significado de la palabra resiliencia.


  Los 29 de cada mes es costumbre para los argentinos de las clases trabajadoras que la reman en nuestro país comer ñoquis,  porque  las pastas resultan un menú económico para los bolsillos enflaquecidos a fin de mes. Y es también tradición poner debajo del plato ya servido un billete, como deseo de que entre prontamente dinero al hogar. Nosotros no observamos la tradición de los ñoquis del 29, pero aprendimos su significado y este día, el 29 de diciembre, es un día marcado a fuego en nuestra memoria. Hoy brindamos por haberlo dejado atrás, por habernos puesto de pie y haber seguido andando, aunque aprendimos que no hay garantías de ningún tipo, y nos hermanamos con todos los que estén pasando por alguna situación semejante en esta fecha tan especial.


"... precariedad, inestabilidad, vulnerabilidad son las características más extendidas (y más dolorosas) de las condiciones de vida contemporáneas. (...) La precariedad es el signo de la condición que precede a todo lo demás: los medios de subsistencia (...) o sea, los que dependen del trabajo y del empleo (...) se han vuelto extremadamente frágiles, pero continúan haciéndose más quebradizos y menos confiables año tras año. El progreso tecnológico augura aún menos empleos, y no más. No existen tampoco habilidades ni experiencias que, una vez adquiridas, garanticen la obtención de un empleo, y en el caso de obtenerlo, éste no resulta duradero. Nadie puede presumir de tener una garantía razonable contra el próximo "achicamiento", "racionalización" o "reestructuración"... La "flexibilidad" es el slogan del momento."

                                                                                    Zygmunt Bauman, Modernidad Líquida
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