sábado, 9 de abril de 2011

Morir a la niñez



                                                     


Mi hijo de doce ya para trece está atravesando su primer gran crisis vital: está dejando de ser niño. La palabra “púber” lo define a la perfección, ya que “púber” se refiere al vello que comienza a asomar en distintas partes del cuerpo. Y nosotros, sus papás, estamos invadidos de un incómodo sentimiento de “extrañeza” frente a este hijo al que amamos profundamente, del que atesoramos recuerdos intensamente felices por haber sido nuestro primogénito y eso hace que la intensidad del sentir resulte exultante por lo novedosa, y a quien hace un tiempo no logramos “encontrar”, oculto él bajo su "raro peinado nuevo" (como diría Charly García) y evasivo en sus contestaciones monosilábicas, amén de su afán por enfrentarnos constantemente, y su aparente apatía frente a cuestiones que solían despertar no ya su interés sino su franco entusiasmo.
Estamos relativamente tranquilos frente a estos síntomas, ante todo por lo conocidos, ya que los hemos atravesado y sabemos de qué se tratan y de las incomodidades que producen, tanto en el chico en cuestión como en su entorno familiar. Además ambos hemos trabajado con adolescentes toda la vida, y hemos leído y estudiado bastante sobre qué les pasa, y cómo intentar guiarlos. Pero este es nuestro hijo, y hay toda una estantería propia que se remueve frente a la imagen que nos devuelve este espejo, y eso también resulta movilizador. Está el niño que nosotros una vez nos vimos forzados a dejar de ser porque el reloj de la naturaleza marcó el tiempo del cambio, y el púber y el adolescente acomplejado y conflictivo que supimos ser, a quien tal vez no recordemos de la mejor manera en tanto  lo padecimos. 
Es un tiempo que se lentifica, y uno quisiera que pasara pronto y que se definiera ese nuevo ser en gestación de una buena vez. Como dice Françoise Dolto  eel maravilloso libro que estoy releyendo, “Palabras para adolescentes o El complejo de la langosta”, este proceso de cambio se asemeja al cambio de caparazón de las langostas. Entre la desaparición de la vieja capa protectora y la aparición de la nueva, el ser queda mucho más expuesto, vulnerable y totalmente amorfo y extrañado de sí mismo, lo cual le genera un doloroso sentimiento de inferioridad y desvalía, especialmente frente a sus pares ya más adentrados en el pasaje de un estado a otro.
Ayer, por fin, logramos tener una charla sin  enfrentamientos ni huidas, que celebramos por lo que cuesta hacerlo hablar y exteriorizar sus sentimientos. Y al intentar explicarnos su sentir, recurrió a una imagen maravillosamente gráfica.

Dijo sentirse como a alguien a quien le han amputado un brazo, y a quien le han cortado ese miembro, ya cercenado de su cuerpo, en varios pedazos. Y al ver esa parte de su cuerpo frente a sus ojos, siente dolor, pena, extrañeza, y al mismo tiempo, una fuerte vinculación, ya que, como él mismo explicó, “hay partes del brazo que todavía están conectadas”, aunque cortadas. Y de allí proviene ese sentido de “estar perdido”, de no encajar más en la vieja estructura pero de aún no haber siquiera divisado el puerto hacia el cual rumbear.

Es genial, porque es exactamente así como lo vemos nosotros, como un miembro de nuestra familia que anda suelto aunque aún conectado por las venas por donde fluye la sangre  de la cual se nutre. Es un salir de ese caparazón que se desintegra en toda su vulnerabilidad, y que solía cobijarlo e identificarlo, hacia las puertas del mundo exterior. Y es pretender plantarse como un león, emitiendo opiniones categóricas que adolecen de fundamentos maduros, lógicamente, intentando rugir como tal aunque todavía no tiene los colmillos afilados para devorarse al mundo de un bocado como cree que debe hacer.

Me da mucha ternura cuando me abraza como buscando ese refugio materno que solía bastarle, pero que sé que ya no le basta, porque de eso se trata, de encontrar cobijo en otros refugios o re-crearlos en su propio ser. Otras veces me exaspera y me enfurece el sentirlo tan cuestionador, distante, indiferente, ensimismado y distraído…
Tomará tiempo. No será fácil. E iremos viendo cómo ayudarlo para que transite este rito de pasaje de la mejor manera posible, sin que se lastime demasiado. Veremos qué nuevo ser emerge de esta mutación. Veremos como nuestro hijo procesa su duelo por la niñez que muere, y cómo renace a un nuevo ser lleno de la luz que sabemos brilla en su interior. Por eso digo que no parimos a los hijos una vez, sino muchas… por lo cual estaremos aquí,  a su lado, justo donde nos necesita.

Y te lo digo así: a boca de jarro.                        

4 comentarios:

  1. Fer... este post estaba como sugerido en la entrada de hoy... me atrapó su título ya que no lo había leido y mirá lo que son las casualidades... justo para esa época mi hijo estaba con una situación tan parecida!!! Se acercaba su cumpleaños y estaba así "perdido"...
    Me encanta como escribís... gracias!!!

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  2. Gracias, Moni! Todos nos perdemos a veces, con mayor razón ellos que están cambiando de caparazón para enfrentar la vida adulta.

    Besote!

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  3. Hoy, ando leyendo tus antiguas palabras, Fer. Que maravilla! la metáfora de tu hijo... porque es así exactamente como nos hemos sentido todos en esas mismas circunstancias... dejar atrás lo que somos, lo que tenemos... a veces lo que queremos... cuesta y sobre todo desconcierta. Quizás porque los cambios, aún los esperados, tienen ese sabor de final y de pérdida de lo ya conquistado... ¿y a quién le gusta perder? Y aunque sabemos que es inútil resistirse, tendemos a hacerlo... hasta que un día nos damos cuenta de que 'eso' que habita bajo nuestra piel ha asumido lo nuevo, sin dejar atrás lo aprendido... y la crisis o el trauma del cambio se convierte en riqueza emocional. Sobre todo, si se ha tenido ayuda y apoyo en cercanías... como seguro ha sido el caso de tu 'pequeño', Porque por más crezcan, siempre serán nuestros pequeños :))

    A mí, dado que entre mis gemelas y el 'mayor' sólo hay una diferencia de 18 meses... y las mujeres maduramos mucho antes... me toco pasar ese 'salto' por triplicado... (el trauma fue mío! :) ) pero ahora, pasados los años, lo recuerdo como una época entrañable, llena sorpresas y largas conversaciones. Aissss Fer... que recuerdos me han traído tus letras, en esta mañana de domingo.

    Y para terminar una broma, que siempre hacía mi madre: decía la mujer, sabia donde las hubiere... que ella no conocía a ningún hombre 'maduro', que 'ellos' pasan directamente de verde a podrido... que la fase de madurez se la saltan 'comosiná' jajaja. Y más allá de la disgresión, creo que es un poco verdad...los varones, siempre conservan ese 'alma' de niño, quizás en mayor proporción que nosotras. Otra cosa es el análisis de porqué eso es así...

    En fin! acabo, que sinó voy a estar aquí sine die :)) Un gran abrazo, y gracias por tus entrañables letras.

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    Respuestas
    1. Gracias a ti, Cristal, por leerlas y sentirlas como lo haces, por entretejerlas a tu propia biografía y compartirla de esa manera conmigo. Así es como se potencian las letras y las vidas, mi querida Cristal!!! Ese recuerdo de tu pasado, esa vivencia ya ida del crecimiento de mi hijo mayor, que me saca una cabeza hoy y me da nuevos dolores de cabeza, la evocación de la sabiduría de tu madre, todo entrelazado en un entramado vital tan rico y tan íntimo, siendo que vivimos a kilómetros de distancia, no es cosa que me suceda todos los días... Eso es lo que realmente más valoro de esto que hacemos ambas al escribir y comentar.

      Muchas gracias por este bello regalo de domingo que me has hecho!!!

      Un abrazo.

      Fer

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