domingo, 24 de abril de 2011

Celebrar las Pascuas : nacer, morir y volver a la Vida.. ¡FELICIDADES!

    
Hoy celebro la Pascua en la que creo. No es que me fuerzo a una tradicional comida familiar con los obligados huevos de chocolate para los chicos. Eso lo puedo hacer o no, depende: pero celebro la Pascua en la que creo con el alma, hoy como todos los años.

Desde ya, creo que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Salvador que vino a demostrarnos que vale la pena afrontar el hondo misterio de la muerte, no importa cuán dolorosa sea, porque hay Vida después, en unión con el Padre que nos regaló la Vida. Y conste que digo “creo”, no digo “entiendo”, ya que donde la razón no llega, está la fe para iluminar el misterio, como explican los grandes filósofos religiosos.
  
Creo también que la Pascua Cristiana que hoy celebro representa las muchas muertes que atravesamos a lo largo de la vida, y las muchas resurrecciones que de ellas provienen. Coincidentemente, hoy celebro también el cumpleaños de mi hija menor, que representó en mi vida un morir a quien yo era hasta entonces y un renacer a través de su nacimiento a una vida nueva. Esto fue una pascua personal. De esto fui mucho más consciente en mi segundo parto que en el primero, donde todo fue más inconsciente y eufórico, e igualmente intenso y movilizador.

Este misterio del nacimiento de los hijos, en mi caso, trajo aparejado un remolino de emociones que en su momento pudo con mi equilibrio emocional. Sentí alegría, desde ya, y también atravesé un rito de pasaje de resonancias místicas que me acercaron al misterio de Dios, en el que comencé a “ser” desde un lugar nuevo y más trascendente, en tanto me sentí "puente" para que se produjera el nacimiento, en términos físicos y espirituales. Sentí también miedo ante los peligros que avisté o imaginé, tal vez por peligros pasados que revivieron en mi memoria, y sentí angustia, esa emoción que nos habita y que emerge desde nuestra sombra, a veces en los momentos más inesperados. Sentí enloquecer, por qué no admitirlo… para alguien que intenta analizar las causas de los hechos, este tsunami de emociones puede resultar incomprensible.
  

Me llevó años intentar racionalizar esta crisis de angustia que atravesé con el nacimiento de mi segunda hija. Recurrí entonces a una profesional especializada en postparto, que me ayudó y tranquilizó, sin intentar etiquetar o rotular lo que me pasaba. Me apoyé fuertemente en la contención amorosa y empática de mi esposo, fundamental en mi vida desde que lo conocí, y de todos mis seres queridos que fueron mi sostén.Volví a aferrarme a mis creencias religiosas que se habían entibiado, y que resurgieron fuertes y sanadoras. Leí incansablemente a muchos especialistas sobre el tema del puerperio, en especial a Laura Gutman, a quien ya mencionara en entradas anteriores referentes a la maternidad. Con el paso de los años y el fluir de la vida, puedo decir que cada vez entiendo mejor lo que me pasó y me entiendo a mí  misma así como a toda  madre que pueda llegar a sentirse tal como yo me sentí entonces: embargadas y desbordadas por una mezcla de emociones que al unísono parecen disonantes, y que sin embargo provienen del hecho conmocionante que es el dar a luz. Llegué también, a fuerza de mucho trabajo interior, a perdonarme por no haber sentido nada más que pura dicha y regocijo: ¿Qué mejor Pascua que la que nos trae el maravilloso y purificante regalo del perdón?
Hoy creo y siento que para "dar a luz" a un otro, y "echar luz" sobre uno mismo al devenir adulto, es menester enfrentarse y asumir  las propias sombras que se asoman y que nos habitan. Esto también lo aprendí de la mano de un valioso pensador contemporáneo y monje Benedictino y psicólogo Jungiano: Anselm Grün.
Y hoy celebro ese pasaje, desestabilizante en su momento, marcado por el insomnio y el stress generados por una fuerte sensación de impotencia ante las lógicas demandas de la coyuntura, de fragilidad , de finitud y vulnerabilidad; y también  una experiencia profundamente enriquecedora en definitiva, en tanto me hizo asumir todos esos aspectos míos que no quería enfrentar porque no son “socialmente aceptables”: el no ser  “la mujer maravilla” a la que admiraba de chica, la que cambia de traje en apenas unos giros, y puede con todo y contra todos los males que acechan, el egoísmo de querer seguir siendo “yo”  el centro del universo, cuando los hijos tan sabiamente llegan para  imponerte el  correrte de ese centro para ponerlos a ellos allí, y te regalan la preciosa virtud de la humildad, y podría seguir… pero hay que preparar la celebración de hoy. Porque hoy voy a celebrar con todo mi ser, ya conocido y aceptado, ya adulto: con sus luces y sus sombras.
   

Celebro y agradezco el inmenso regalo de la vida de mi hija y el hecho de haber sido y ser partícipe en la  creación y moldeado de su vida, que es una bendición en una infinidad de sentidos. Una hija que, quizás por lo que su mamá atravesó en su nacimiento, y por brillar con una intensa luz propia, tiene una fuerte conexión con los mundos sutiles y las verdades sobre el misterio de la Vida que me sorprenden, dados sus escasos ocho años de existencia.
Por eso hoy, desde lo más profundo de mi ser, te deseo felices Pascuas, las del calendario litúrgico si sos creyente, y las propias: las muertes y resurrecciones nuestras de cada día. Amén: que así sea.

 «Dios es luz, sustancia espiritual de la que todo depende
                     y que no depende de nada»    San Agustín.
                                                                                                                  


A boca de jarro

2 comentarios:

  1. La vida es transcurrir y nadie nos puede decir lo que nos espera a la vuelta de la esquina. ¿Quién puede decir estar preparado para salir airoso del contínuo devenir? Sería algo soberbio quien así pensara. Marchamos por este mundo asimilando golpes y fortuna. Aferrarnos a nuestros principios y creencias ayuda (¡y cómo!) pero sobre todo, creo, que también tenemos que´humildemente, aprender a ser indulgentes con nosotros mismos y a reconocernos como seres finitos y falibles.

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  2. ¡Y vos sí que sos mi mejor ejemplo de esto de salir airoso del continuo devenir con todos sus reveses,y de asimilar golpes, Javier del alma! Y acá estás, como siempre, firme como un roble que me sostiene y me ampara, aunque los vientos soplen fuerte.
    Gracias, como siempre.
    Sabés que te quiero,como entonces, como siempre.
    Fer.

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