"Paisaje con niña y hortensias", Alfredo Ramos Martínez |
Ayer me volví a topar con esos ojos que, según todos decían, eran del color de las hortensias. Me volvieron a escapar una vez más. Yo nunca reparé demasiado en el color de aquellos ojos, y mucho menos en las hortensias que mi madre y mi abuela nos tenían prohibidas en el jardín donde jugábamos de nenas.
-¡Hortensias en esta casa, no, válgame Dios!- solía decir mi abuela. -Las hortensias causan el desamor. Os vais a quedar para vestir santos.
-Se van a quedar solteras- nos traducía mi vieja, con toda santa paciencia.
Yo jamás lo creí cierto. Más allá de la belleza de sus ojos, para mí, la nota principal de aquel mirar que ayer me esquivó otra vez, después de tantos años, era la transparencia que un hombre le arrebató una madrugada cualquiera, cuando murió la adolescencia. Así que mejor hubiésemos tenido hortensias para quedar solteras. Ella fue mi mejor amiga, la que jugó en mi jardín, la que fue conmigo a la escuela, la que iba conmigo a bailar, la primera que me defraudó en la amistad, y la primera que se casó mal después de que sus ojos perdieron lo que yo veía en ellos.
La nuestra era una amistad muy típica entre féminas: confianza y competencia en dosis parejas. Éramos compinches y, al hacernos mujercitas, salíamos a bailar con el arreglo de que nuestros padres se turnaban para ir a buscarnos. En el colegio nos sacábamos chispas para quedarnos con la bandera, y en el baile estábamos pendientes de cada levante y llevábamos la cuenta, en una libreta rosa, de nombres, fechas, teléfonos y marcas personales de cada pretendiente. La última entrada en ese anotador la hice yo, de eso no me olvido más. Ese pibe, que cayó en el baile una noche a la hora de los lentos, ya, de entrada, no me gustó nada para ella. Carlos. Era bastante mayor que nosotras, morocho, grandote, alto, con un vozarrón profundo, labios gruesos, y usaba una esclava de plata en la muñeca izquierda que me parecía de un gusto espantoso. Ella se enloqueció con él, decía que era su gran amor, pero a mí me daba mala espina.
Una noche que habíamos quedado en que mi viejo nos pasaba a buscar por la esquina del boliche a la una, como siempre, no la pude encontrar por ningún lado. Recorrí baños, reservados, barra, pistas, pero Alejandra se había esfumado. Vencida y dubitativa, me fui a casa y conté lo poco que sabía de Carlos. Hasta entonces, él había sido un secreto entre las dos, más que nada por el tema de su edad, según decía ella, y porque "ya sabés cómo se pone la vieja...." Estaba a punto de darme una ducha antes de irme a dormir, cuando sonó el teléfono en la cocina. Era su madre, preocupada por la hora.
-¿Y Alejandra dónde está?
-No tengo idea. - la forzada respuesta.
-Mirá, Fernanda, que me defraudás. Yo confiaba en que vos la traerías a casa de vuelta. Seguro que sabés dónde y con quién puede estar. Pensalo bien.
La verdad dolía porque sólo la conocía a medias. No pude hablar. Me puse pálida y me temblaban las piernas. En ese tiempo de la vida, traicionar la lealtad en la amistad es lo peor que te puede pasar. Debería haber imaginado que otras cosas más brutales y más horrendas tenían cabida en este mundo de mierda, un mundo que para mí, hasta entonces, era bastante puro y pequeño. Me arrancó el tubo mi vieja, le largó el nombre prohibido, sin reparo alguno, y le escupió que quien tenía que cuidar de Alejandra era ella, que a mí me dejara en paz, que era una nena, y que "Buenas noches, señora". No pude pegar un ojo. ¿A dónde se habría ido? ¿Se habría fugado con ese tipo, como pasaba en las películas? ¡Qué desgraciada, cómo me había hecho quedar, a mí y a mis viejos! ¿Tanto por una calentura?
Aquel lunes me la encontré, como era de esperar, antes de la formación, en el patio de la escuela. No la dejaban faltar ni que fuese el fin del mundo. Y yo sentí que lo era. Se la notaba descompaginada y algo maltrecha. Sus ojos parecían distintos, sin brillo, vacíos de sueños y hasta hinchados de llorar. Pude imaginar el escándalo en su casa, pero nunca que todo había pasado por la fuerza. Me acerqué tímidamente, antes de que vinieran con cuentos todas las demás, pero se dio media vuelta y no volvió a hablarme nunca más. Restaban apenas unas semanas para recibirnos.
Ayer, cuando me la encontré, me costó reconocerla. Lleva el pelo corto y algo rojizo, y el rostro retorcido como en una mueca. Imagino que jamás pudo superar lo que le pasó aquella noche de domingo. De Carlos supe que se separó después de que se cansó de que le pegara estando ya casados y con hijos. Sus ojos me rehuyeron, pero alcancé a notar que poco y nada queda en ellos del color de las hortensias.
A boca de jarro
-Mirá, Fernanda, que me defraudás. Yo confiaba en que vos la traerías a casa de vuelta. Seguro que sabés dónde y con quién puede estar. Pensalo bien.
La verdad dolía porque sólo la conocía a medias. No pude hablar. Me puse pálida y me temblaban las piernas. En ese tiempo de la vida, traicionar la lealtad en la amistad es lo peor que te puede pasar. Debería haber imaginado que otras cosas más brutales y más horrendas tenían cabida en este mundo de mierda, un mundo que para mí, hasta entonces, era bastante puro y pequeño. Me arrancó el tubo mi vieja, le largó el nombre prohibido, sin reparo alguno, y le escupió que quien tenía que cuidar de Alejandra era ella, que a mí me dejara en paz, que era una nena, y que "Buenas noches, señora". No pude pegar un ojo. ¿A dónde se habría ido? ¿Se habría fugado con ese tipo, como pasaba en las películas? ¡Qué desgraciada, cómo me había hecho quedar, a mí y a mis viejos! ¿Tanto por una calentura?
Aquel lunes me la encontré, como era de esperar, antes de la formación, en el patio de la escuela. No la dejaban faltar ni que fuese el fin del mundo. Y yo sentí que lo era. Se la notaba descompaginada y algo maltrecha. Sus ojos parecían distintos, sin brillo, vacíos de sueños y hasta hinchados de llorar. Pude imaginar el escándalo en su casa, pero nunca que todo había pasado por la fuerza. Me acerqué tímidamente, antes de que vinieran con cuentos todas las demás, pero se dio media vuelta y no volvió a hablarme nunca más. Restaban apenas unas semanas para recibirnos.
Ayer, cuando me la encontré, me costó reconocerla. Lleva el pelo corto y algo rojizo, y el rostro retorcido como en una mueca. Imagino que jamás pudo superar lo que le pasó aquella noche de domingo. De Carlos supe que se separó después de que se cansó de que le pegara estando ya casados y con hijos. Sus ojos me rehuyeron, pero alcancé a notar que poco y nada queda en ellos del color de las hortensias.
A boca de jarro
Bella amistad aunque con triste final, pero hay veces que por más que queramos y nos empeñemos no podemos convencer ni hacerles cambiar de opinión por mucho que nos importe esa persona y sepamos que se esta equivocando. Yo viví algo parecido también con una amiga aunque en este caso no fuera un hombre si no el alcohol y perdí yo.
ResponderBorrarHermoso relato Fer
Besoss mafar
Muy cierto, Mafar. No hay empeño más inútil que el querer torcer el destino de quienes queremos. Muchas gracias, amiga.
BorrarBesos!
Fer
Un relato precioso, aunque lo que narras es de una crudeza casi desoladora, el fin trágico de la inocencia y de una amistad. Impecable, genial, me ha encantado y sobrecogido a partes iguales. Una pasada, vamos. Felicidades.
ResponderBorrarBesos, buen fin de semana
Muchas gracias, Chari.
BorrarBesos y muy buen fin de semana para ti también!
Fer
Muy buen relato, Fer. Atrapas la atención, emocionas, transmites… Escribes muy bien, amiga.
ResponderBorrarUn beso grandote.
Menudo halago viniendo de ti, Isabel. Te agradezco con el alma. Me alegra que estuvieras con ganas de pasarte por mi casa.
BorrarTe mando un beso enorme y toda la fuerza!
Fer
Excelente relato...
ResponderBorrarSaludos
Muchísimas gracias, Mark.
BorrarSaludos.
Fer
Me pregunto si este es un relato ficticio en su totalidad o es un relato autoficticio, es decir, que toma la propia experiencia como fundamento de la narración. Más me inclino a pensar esto último: que este desolador texto es algo que te pertenece hondamente como parte de tu historia íntima. Si no, no se entiende la fuerza y la seducción que posee. Raramente te he visto escribir algo totalmente ficticio. Creo firmemente que esa muchacha de ojos azueles ha sido alguien importante en tu vida. La historia es melodramática pero intensa y de ella se pueden extraer motivos clásicos sobrel a amistad. Pero no es eso lo que quiero subrayar sino la eficacia narrativa. El buen quehacer expositivo. Buena historia sea ficticia o no.
ResponderBorrarComo siempre, mi querido profesor, has acertado. Es un relato autobiográfico. Raramente me mueve a escribir otra cosa que no sea la vivencia propia, salvo que una historia que me cuentan la pueda hacer propia en mi imaginación, entonces la plasmo. Ahora siento que estoy entrando en una nueva etapa, en la que puedo rellenar, a fuerza de imaginar, y me da mucho placer hacerlo. Siento ahora una enorme felicidad al escribir, que antes no sentía. Antes más bien me sentía más atada a lo puramente intelectual, y temía que me saliera mal. Ahora no me importa ya tanto que esté bien o mal, o no sufro, sino que el proceso creativo es puro gozo. Trabajo los textos con ahínco y disfruto enormemente del proceso.
BorrarAgradezco profundamente tu valoración, Joselu.
Un beso.
Fer
Excelente y tremendo Fer!!. Tremendo por la experiencia vivida y excelente por la esculpida narración. No voy a decirte nada sobre la amistad, a estas alturas todos estamos de vuelta...
ResponderBorrarFeliz fin de semana
Besos
Todos estamos de vuelta, es muy cierto. Marybel. Muchas gracias por tus palabras.
BorrarBesos.
Fer
La vida está plagada de desolación, de falta de amor y en nombre de éste, se cometen las peores atrocidades...lo peor es que por el mismo sentimiento, se permiten...
ResponderBorrarGran relato aunque más que doloroso.
Besos.
Es muy difícil, casi imposible, te diría, Marinel, intentar entender...
BorrarBesos y mil gracias.
Fer
Hay muchas cosas que nos desconsuelan. Las flores marchitadas, entre otras...
ResponderBorrarBello, sentido y conmovedor relato, Fer. Te felicito.
Un abrazo
Muchas gracias, mi estimado Luis Antonio.
BorrarUn abrazo.
Fer
La historia de tu amiga, y de muchas otras chicas, contada brillantemente. No me extraña que disfrutes escribiendo, lo bordas.
ResponderBorrarUn fuerte abrazo.
Tienes toda la razón. Angie. Es la historia silenciosa de muchas chicas. Muchas gracias por tus palabras ;)!
BorrarUn fuerte abrazo para ti también!
Fer
Un placer leerte, aunque sea así, enganchado a una historia tan triste... No es fácil reencontrar las miradas del pasado, las que estaban tan unidas a las nuestras; el tiempo (o no tanto el tiempo como lo que sucede dentro de él) nos lleva por caminos de evolución, o de involución tantas veces... Es fácil que las antiguas miradas sean hoy abismos.
ResponderBorrarUn abrazo
Muy cierto, Ximo. Muchas gracias por tu visita, tu atenta lectura y tus cálidas palabras.
BorrarUn abrazo.
Fer
Esto es una hisgtoria muy bien contada, viví una similar cuando como bien dices no se puede traicionar la amistad, ella se fugo de casa y yo sabía donde estaba, la de ella fue una historia muy muy triste, me la has recordado perfectamente, con nitidez diáfana. Gracias , escritora¡¡
ResponderBorrarBesos muy fuertes,
tRamos
Gracias a ti por pasar por mi casa, tRamos.
BorrarBesos!
Fer
Merece la pena retomar las viejas costumbres y entrar de nuevo en tu floreciente huerta virtual para alimentar mi vista con esas inigualables descripciones tan fieramente humanas que tanto me reconfortan.
ResponderBorrarUn beso transoceánico, Fer.
Es siempre de agradecer que pases por mi huerta, Krapp. Me alegra tenerte cerca.
BorrarUn beso!
Fer