"Viajar no es tan sólo moverse en el espacio. Es acomodar el
espíritu, predisponer el alma y aprender de nuevo."
José Ortega Y Gasset
Iba a escribir la historia que desenterré en Asturias, la de mis abuelos maternos, pero en estas últimas madrugadas empezaron a soplar vientos de incertidumbre sobre mi tierra que me mantienen en vela. Me fui de viaje para encontrarme con mis raíces y así lo hice, pero también me sirvió para darme cuenta de dónde vengo, dónde vivo y cómo vivimos los argentinos.
Todo viaje conlleva un movimiento del alma, parafraseando la cita que abre esta reflexión incierta. Mi alma se salió de su eje al viajar, y al volver ya nada se ve desde el mismo ángulo, aunque hay líneas convergentes que se plasman en mi historia y en la de aquellos que me precedieron en mi árbol genealógico. Mis abuelos asturianos se aporteñaron mucho más que mis abuelos gallegos. Venían del trabajo y se instalaron en una Argentina que les ofreció más trabajo. No dejaron riquezas en sus pueblos. Dejaron parientes que fueron acribillados frente a sus ojos por ser anti y no pro. Y acá les pasó parecido: se encontraron con el paradigma que aún nos gobierna, y que siempre ha planteado la misma antinomia: anti o pro. Lo sigue haciendo hasta hoy.
Mi viejo siempre dice que el general le permitió hacerse médico en una universidad pública y de excelencia, y sin él al poder sus padres inmigrantes jamás podrían haber estado orgullosos de su hijo, el doctor. Pero también dice que estamos enfermos de un cáncer social que nos divide hace décadas, y que lo que se viene ahora es la metástasis, y ya va por los 76. Mi abuelo asturiano sufrió agravios y ataques por hablar mal del general en su almacén, y se lo dieron vuelta los muchachos bravos de entonces una noche que mi mamá aún recuerda con terror, el mismo que siento yo hoy cada vez que salgo a la calle o cuando se va mi hijo mayor solo y de noche a estudiar, calzado con unas zapatillas de marca, ninguna extravagancia, las que le compramos a fuerza de trabajo, y un celular en la mochila para que esté comunicado con nosotros, ya que todos sabemos que sólo por sacarte cosas como estas en cualquier calle de mi ciudad te matan, y los delincuentes, que entran en la espiral de pobreza, violencia y criminiladidad porque tienen pocas opciones viables y dignas de supervivencia, entran por una puerta y a los pocos días salen por la otra. Cuando se acude a la policía por estos casos que se repiten a diario, ellos mismos admiten que poco pueden hacer al respecto: están peor armados para enfrentar al delito que los propios criminales. Si los identifican y los van a buscar a sus guaridas, por todos bien conocidas, quedan marcados ellos y pierden ellos la vida por el magro sueldo que se les paga cuando, al ser excarcelados estos extraviados, se cobran la revancha. Hoy por hoy, a la nieta de ese noble y digno asturiano de férreos principios, que mandaba unos dineros que no le sobraban a España para ayudar a los que se quedaron allá penando, le pasa algo similar: se la juega cuando se anima a escribir de estas cosas desde un blog porque se lo pueden dar vuelta, un blog que es el equivalente actual al mostrador del almacén de mi abuelo en la década del 50. En términos de libertad de expresión, estamos empatados, él y yo.
La delicada situación de salud de nuestra mandataria, enfrascada ahora en un hermético silencio, no hace más que generar la misma incertidumbre que sintieron mis abuelos cuando se embarcaron para venir a hacer la América y tuvieron que vivir en un país escindido. La señora se pegó un golpe en la cabeza en agosto, un golpe del cual no estábamos bien informados, como tampoco se nos informa con claridad y veracidad sobre los índices de pobreza e inflación o sobre qué va a pasar si ella no puede seguir al timón de este barco que perdió el rumbo hace rato. El golpe que se pegó es la metáfora más acertada para ilustrar cuán enajenada estaba en su burbuja de ambición, corrupción, impunidad y poder. Se dio de cabeza contra la realidad que ella misma se niega a aceptar. Su mayor mal, estimo, es haberse mentido a sí misma, es el no poder aceptar una posible derrota, aunque la enfermedad, tal como la viudez, ayuda a ablandar corazones. Yo deseo que la enfermedad le sirva como una lección de humildad y que se reponga prontamente, ya que nos hemos quedado acéfalos.
La señora se dio de cabeza con la realidad que todos vivimos y padecemos a diario: la de la destrucción sistemática de la clase media, la de la alarmante inseguridad a la que nadie pone coto, la de la devaluación lastimosa de nuestra moneda, la de la falta de inversión y recursos para hacerle frente a lo que le queda por delante, la realidad del autismo de un gabinete que ni siquiera se reúne, que hace fotos para la campaña basadas en el montaje, ya que ni para la foto se juntan, y la realidad innegable del hartazgo de un pueblo que hasta se cansó de cacerolear porque era ninguneado además de desoído en su justo reclamo.
El genral murió y nos dejó a Isabel. La señora se somete a una delicada operación y nos deja en manos de un hombre bajo graves sospechas de corrupción, que está dando claras muestras de ineptitud para ocupar el cargo que ella misma le ha asignado. Como en la época del general, no hay oposición fuerte que proponga una coalición que nos saque de este brete. Por suerte no quedan ya militares que vayan a dar un golpe. Sólo tenemos incertidumbre, ayer como hoy, a caras de una elección a fines octubre.
Hoy Clarín dice que la cirugía que se le practicará es "de rutina y de bajo riesgo", de acuerdo con la opinión de todos los especialistas que salieron a hablar en los medios. Pero ella nos ha dicho un millón de veces que Clarín miente... ¿A quién le creemos los argentinos hoy?
Yo les doy las gracias a mis abuelos asturianos y gallegos que me enseñaron a pensar sobre la política a base de información y opinión, a trabajar decentemente para mantener a mi familia y para aportar mi granito de arena para construir una nación digna, a no robar, a hacer buen uso de mis libertades como ciudadana y a acostumbrarme a vivir con la incertidumbre, apoyándome en la fe en el Dios al que encomiendo mi destino y el del mundo. La incertidumbre es la única certeza con la que parecen contar nuestros pueblos.
"De pronto recordé que había soñado con eso: Un laberinto asfixiante en el que por más que caminara siempre estaba en el mismo lugar. Algo me atrajo, quizá la incertidumbre o mi propio miedo, y me largué a correr hacia cualquier parte."
Osvaldo Soriano, escritor y periodista argentino y marplatense, (1943-1997), autor de notables obras tales como Triste, solitario y final (1973), No habrá más penas ni olvido (1978), Cuarteles de invierno (1980), A sus plantas rendido un león (1986), Una sombra ya pronto serás (1990), El ojo de la Patria (1992) y La hora sin sombra (1995).
A boca de jarro