Fui a la tienda por más palo santo para quemar.
Estaba sentado en la penumbra, entre esencias, ensimismado en su celular. Levantó sus ojos tristes y su bella melodía tocó el oído de mi afinado corazón, que va por las calles del barrio llorando a gritos mudos, partido de dolor.
-¿Vos ya habías venido por acá, no? - me preguntó, desde la defensa de su mirada esquiva de adolescente herido.
- Sí, vine hace unas semanas, pero me atendió un señor mayor, tu abuelo...
-No, ese señor es mi papá... No, todo bien, no te preocupes, todos se confunden...
Tuve que reparar el quiebre intermitente que mi presunción apresurada había generado en la conexión que los dos necesitamos. Entonces eché mano a su guitarra.
-Vos estabas con tu guitarra recién arreglada. ¡Es hermosa tu guitarra!
-¡Ah, sí, mi guitarra! Ya hace tiempo que no la toco. Ese día volvíamos del luthier, de hacerle cambiar una cuerda. Llevaba meses rota, pero en los primeros meses de la pandemia no había dónde llevarla a arreglar.
Y supe más, y, esta vez, mejor. Creo que supe todo, aunque ya debería haber aprendido a dejar de suponer que sé tanto.
-¿Vos componés?-, lo interrogué, con una sonrisa que, por estos días, me duele como una queja.
-Sí... bah... yo... hace rato que no escribo... con esto de la pandemia... ¿Viste cómo fue?
Fue como un relámpago de revelación divina, una epifanía literaria bien ejecutada, instantánea y fugaz, honda y reverberante, casi perfumada. Fue como ver mi propia sombra resonando en su mirada esquiva.
-Vos sos un artista. Tenés que componer.
Se me cagó de risa con el desparpajo del que se desconoce en su más profunda esencia inexorable - de quién aún no sabe de qué madera está hecho -, mientras me embolsaba el palo santo que yo estaba a punto de pagarle. Entonces fui por más:
-Igual que mi hijo, te me cagás de risa en la cara. Creéme, yo sé lo que te digo: vos naciste artista.
Lo sentencié: un hachazo de vida y muerte directo al corazón.
Se quedó colgado, prendado, me indagó en mis gustos musicales, me palpó el alma con sus ojos tristes, porque en ella se encontró con su propio eco de cuerdas gruesas, borbona letal. Fue mucho para procesar en mi primera tarde de caminata después de meses de encierro mental. Me prometió que, la próxima vez que vaya por palo santo, me la va dejar tocar.