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sábado, 4 de marzo de 2017

Un striptease






"Torpeza", Begoña Abad




"¿Qué te quito?", dijiste, tentándome la ropa.

"La torpeza", pensé, asustada,

mientras te respondía:

“La piel y la cordura, mi amor…”








    Su fuerte no era lo sensual, y lo sabía. Sus amigas separadas, expertas en las artes del picoteo incidental, le daban consejos infalibles para triunfar en el amor que validaban todas las películas de amor que había visto en su vida, pero, debajo de la ropa interior sexy que se había estrenado para la ocasión, llevaba desnuda la cicatriz del verdadero amor. En días húmedos como el de hoy, aún dolía. Al subirse al ascensor del edificio donde él la invitaba en noches como la que caía, se volvió a mirar al espejo por centésima vez, tratando de disimular los nervios que la invadían, nervios mezclados con una seguridad en sí misma que le resultaba tan fuerte como inusitada. No volvería atrás, estaba decidida. Tocó el timbre con valor, y él, ansioso y fingiendo no estar esperándola al otro lado de la puerta, no demoró más que segundos en atender.



La recibió con un breve beso en la boca, apoyó su mano blanda en su cintura encendida y la ayudó a quitarse el abrigo que ya sobraba. Le preguntó si quería tomar algo, pero ella no aceptó. La invitó a ponerse cómoda y le propuso poner algo de la música que usaba para lograr el clima ideal, según decía, pero ella ni siquiera quiso tomar asiento. De pie en medio de la penumbra de la habitación, sobre piernas firmes y ligeramente abiertas, eligió ir directo a la cuestión y empezar a desnudarse como nunca antes lo había hecho en su vida.



Primero se quitó las gafas y se soltó el cabello que traía recogido en una colita.

- Lo mío no viene de reproche, porque si estoy acá, es claramente porque yo quise llegar hasta acá. Así que te voy a decir cómo lo veo. Yo veo que merezco más que lo que me das. Merezco más que unos cuantos besos mojados, tres minutos entre piernas y luego un mensaje para ver cuándo quedamos otra vez.

De las prendas que traía, cuidadosamente elegidas, eligió quitarse ante todo el orgullo.

- La verdad: me desconozco. Ni sé con qué fuerzas llegué hoy hasta tu casa, pensé que no tendría el valor. Vengo callando lo que siento por no quedarme sola otra vez, por no perderte, pero por fin entendí que prefiero perder tu compañía a sentir que soy indigna de amor.

Luego, y no sin cierta dificultad, desabotonó el pudor que pensaba haber perdido hace tiempo.

- Yo beso espejos, abrazo almohadas, me acaricio a mí misma pensando en vos, y hasta mientras estoy haciendo las cosas de todos los días, tengo ensoñaciones con vos.

Entonces, bajo la tenue luz de su mirada, fue por el miedo que la cubría, lo arrojó con fuerza al suelo, sobre las otras prendas, y lo aplastó con su tacón.

- Hacemos que parezca amor en nombre de una libertad que nos ampara de no ser un fracaso, como otras veces que nos nos jugamos por lo que sentíamos y nos fue mal. ¿No será miedo a fallar una vez más lo que nos pasa? Que es muy pronto, que es poco inteligente, que así estamos bien para nuestra edad, que de otra forma es muy arriesgado: ¿No será cobardía más que libertad?

Por fin cayó la última prenda, dejándola mansamente desnuda.

- Me gustaría ir por más con vos, pero no fue por eso que vine. La intención es únicamente hacerte saber que estoy dispuesta a ir más allá de que seas un huésped en mi cuerpo y en mi vida, que estoy para más que pasar el rato, porque la vida es eso, un rato nada más, pero merece ser tomada en serio, como yo, y que no temo que, debajo de mi ropa, te encuentres con quien verdaderamente soy. Si algún día te animás a desnudarte como yo, avisame que regreso, y retomamos donde dejamos. Por ahora lo dejamos acá...

Y salió del departamento sintiéndose más mujer que nunca.


Inspirado en un texto de Martha Medeiros:

Martha Medeiros: Strip-Tease Chegou no apartamento dele...





A boca de jarro

lunes, 2 de enero de 2017

Digresión filosófica en elegía




Pintura: “Digresión filosófica”, Edward Hopper , 1959.




Elegía 1938


Trabajas sin alegría para un mundo caduco, 
donde las formas y las acciones no encierran ejemplo alguno.
Practicas laboriosamente los gestos universales,
sientes calor y frío, falta de dinero, hambre y deseo sexual.
Los héroes llenan los parques de la ciudad en que te arrastras,
y preconizan la virtud, la renuncia, la sangre fría, la concepción.
Por las noches, si llovizna, abren paraguas de bronce
o se recogen entre los volúmenes de siniestras bibliotecas.
Amas la noche por el poder aniquilador que encierra
y sabes que, durmiendo, los problemas te exoneran de morir.
Pero el terrible despertar prueba la existencia de la Gran Máquina
y te repone, diminuto, ante indescifrables palmeras.
Caminas entre muertos y con ellos conversas
sobre cosas del futuro y asuntos del espíritu.
La literatura arruinó tus mejores horas de amor.
Al teléfono perdiste mucho, muchísimo tiempo de sembrar.
Corazón orgulloso, tienes prisa en confesar tu derrota
y aplazar para otro siglo la felicidad colectiva.
Aceptas la lluvia, la guerra, el desempleo y la distribución injusta
porque no puedes, tú solo, dinamitar la isla de Manhattan.


Del poemario "Sentimiento del Mundo",1940.

Carlos Drummond de Andrade (1902-1987), Brasil.
   
Homenaje al poeta Carlos Drummond de Andrade en 
la Playa de Copacabana, Río de Janeiro.


Elegia 1938

Trabalhas sem alegria para um mundo caduco, 
onde as formas e as ações não encerram nenhum exemplo.
Praticas laboriosamente os gestos universais,
sentes calor e frio, falta de dinheiro, fome e desejo sexual.
Heróis enchem os parques da cidade em que te arrastas,
e preconizam a virtude, a renúncia, o sangue-frio, a concepção.
À noite, se neblina, abrem guarda-chuvas de bronze
ou se recolhem aos volumes de sinistras bibliotecas.
Amas a noite pelo poder de aniquilamento que encerra
e sabes que, dormindo, os problemas te dispensam de morrer.
Mas o terrível despertar prova a existência da Grande Máquina
e te repõe, pequenino, em face de indecifráveis palmeiras.
Caminhas entre mortos e com eles conversas
sobre coisas do tempo futuro e negócios do espírito.
A literatura estragou tuas melhores horas de amor.
Ao telefone perdeste muito, muitíssimo tempo de semear.
Coração orgulhoso, tens pressa de confessar tua derrota
e adiar para outro século a felicidade coletiva.
Aceitas a chuva, a guerra, o desemprego e a injusta distribuição
porque não podes, sozinho, dinamitar a ilha de Manhattan.



Del poemario «Sentimento do Mundo», 1940.
Carlos Drummond de Andrade (1902-1987), Brasil.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Contrariar las contrariedades


         Perderse también es camino. 

           Perder-se também é caminho.





Contrariar las contrariedades


Una de las cosas que aprendí es que se debe vivir a pesar de. A pesar de, se debe comer. A pesar de, se debe amar. A pesar de, se debe morir. Inclusive muchas veces es lo apropiado a pesar de que nos empuja hacia adelante. Fue a pesar de una angustia que, insatisfecha, fui la creadora de mi propia vida.



Clarice Lispector en "Un Aprendizaje o el Libro de los Placeres".



Contrariar as Contrariedades


Uma das coisas que aprendi é que se deve viver apesar de. Apesar de, se deve comer. Apesar de, se deve amar. Apesar de, se deve morrer. Inlcusive muitas vezes é o próprio apesar de que nos empurra para a frente. Foi o apesar de que me deu uma angústia que, insatisfeita, foi a criadora da minha própria vida.



Clarice Lispector em "Uma Aprendizagem ou o Livro dos Prazeres".








Estoy hecha de urgencias:

mis alegrías son intensas;

mis tristezas, absolutas,

me cubro de ausencias,

me vacío de excesos,

yo no quepo en lo estrecho,

sólo vivo en los extremos.



Poco no me sirve,

Medio no me satisface,

¡los medias tintas no son mi fuerte!



Todos los grandes y pequeños momentos,

hechos de amor y de cariño,

son para mí recuerdos eternos.

Las palabras me conquistan por un tiempo...

Pero las actitudes me pierden o me ganan para siempre.




Supongo que entenderme 

no es cuestión de inteligencia

y sí de sentir,

de entrar en contacto...

O toca, o no toca...



Clarice Lispector, "Sólo para Mujeres - Consejos, Recetas y Secretos".





Sou composta por urgências: 

minhas alegrias são intensas; 

minhas tristezas, absolutas. 

Entupo-me de ausências, 

Esvazio-me de excessos. 

Eu não caibo no estreito, 

eu só vivo nos extremos. 




Pouco não me serve, 

médio não me satisfaz, 

metades nunca foram meu forte! 




Todos os grandes e pequenos momentos,

feitos com amor e com carinho,

são pra mim recordações eternas.

Palavras até me conquistam temporariamente...

Mas atitudes me perdem ou me ganham para sempre.




Suponho que me entender

não é uma questão de inteligência

e sim de sentir,

de entrar em contato...

Ou toca, ou não toca.



Clarice Lispector, "Só para Mulheres - Conselhos, Receitas e Segredos".




A boca de jarro

lunes, 22 de agosto de 2016

Eleanor Rigby



    Entró al aula 3 del Pabellón Uballes para unirse a nuestra tercera clase de portugués apenas pasaditas las seis de la tarde de aquel viernes que parece que fue ayer, apoyada sobre su bastón con mango de carey y portando su libro nuevo bajo el brazo libre, vestida en una elegancia femenina e impertérrita y dejando a su paso una estela de un delicado perfume linguístico que me resulta tan familiar como irresistible. Iluminó su entrada triunfal con una sonrisa fresca, genuina, una sonrisa que denotaba años de clase llevados con mucha clase, y tuvimos todos la acertada sensación de que entraba con ella una brisa inesperada al aula y a nuestras vidas capaz de hacer algo mejor de una triste canción.





Nuestros ojos no dejaron de mirarla mientras su agilidad se contorsionaba para meterse de costado en uno de esos bancos incómodos que nos ponen a los alumnos como queriendo ahuyentarnos de aprender, y finalmente lo logró, sin perder un ápice de elegancia pese a su avanzada edad y su discapacidad motriz. Una vez sentados ella y su bastón, dijo en un simpático portuñol que se llamaba Eleonora Reyes, que tenía setenta y seis años y que era profesora de inglés. La profesora de portugués, Débora, pasó entonces a decir cómo nos llamaría a cada uno en su sonoro y sensual idioma, pero al llegar a Eleanora no pudo continuar con la ceremonia iniciática del bautismo. A Eleonora le brotó la profesora de inglés que siempre fue, y le dijo, decidida, que a ella le gustaba que sus alumnos y sus colegas la llamaran "Eleanor Rigby" por ser una fanática de Los Beatles. Quedó entonces establecido que todos seríamos quienes éramos en la lista, que seríamos a la vez alumnos de Débora y de Eleanor Rigby, y que esta señora iba a ser un trozo de poesía hecha canción entre nosotros. Y así fue, hasta el fin.

Hay algo en las profesoras de lengua que he conocido a lo largo de mis días que sin duda ha marcado mi destino. Tienen, por regla general, un andar tan sonoro como aquello que enseñan: llevan aros largos, muchos anillos y mil pulseras que van tintineando su presencia de semántica profunda a donde vayan. Son, por regla también, mujeres coquetas, que saben combinar los colores y las telas, que andan por la vida perfumadas - a sabiendas de ser olidas, escuchadas, miradas, odiadas y admiradas - y se les adivinan los buenos libros en las enormes carteras que portan cual bandera, una bandera itinerante de sus guerras ganadas con las palabras.

Cuando se emprende la empresa de aprender un nuevo idioma siendo una señora grande, luego de haberle dedicado años de tu vida a otro idioma que se ha convertido en algo así como un amante estable, lo que se desea aprender es algo más que una lista de estructuras gramaticales y palabras interesantes que generen un nuevo modo de comunicación y pensamiento, y eso es precisamente lo que Eleanor Rigby me vino a traer, apoyada en su bastón, sin siquiera ser la persona encargada de hacerlo. Lo que más me apena ahora es que se fuese de este mundo sin que yo se lo haya dicho en ningún idioma.

Aquel viernes nos adentramos en la primera unidad del libro en donde se nos interrogaba acerca de las motivaciones que nos habían llevado hasta ese pabellón frío a intentar aprender una nueva lengua a estas alturas de nuestras vidas, siendo, supuestamente, adultos ocupados. Todos dimos más o menos la misma respuesta: que nos atraía el idioma por haber viajado de vacaciones a Brasil más de una vez, que podía resultar útil para el trabajo, que nos gustaría entender algunas letras de canciones. Eleanor Rigby, en cambio, sentenció en perfecto portugués:

Eu quero ler a Pessoa em português.

Débora ríó. Eleanor Rigby la miró muy seria y agregó:

Así es como se me rieron en la cara tres viejas inglesas en el examen de ingreso al profesorado cuando yo les dije que quería leer a Shakespeare en inglés antiguo a mis diecisiete años , y acá estoy...

Mucho fue lo que Eleanor Rigby me enseñó. Un viernes de lluvia nos tocó como tema de discusión el futuro. Nos pasamos media hora chapurreando en portuñol acerca de esa ecuación incierta sobre la cual tanto nos gusta especular y anticipar, para bien y para mal. Penamos también: suele suceder que el alumno adulto principiante quiere decir mucho más de lo que en verdad puede decir en un idioma en el cual está condenado a hacer agua por largo tiempo. No fue el caso de Eleanor Rigby. Ella salió a nado por el ancho mar de banalidades aportadas por sus compañeros para desamarrar su certera profecía:

O futuro é muito curto.

Para el exámen final oral, que fue pautado de a dos, la suerte quiso que formara dupla con Eleanor - aunque yo ya no creo en la suerte. La consigna era preparar una breve exposición acerca de la rutina. Estos días, luego de haber recibido la noticia de su muerte, no puedo quitar de mi rutina un texto de Marina Colasanti - texto sobre el cual Eleanor Rigby basó su brillante exposición oral, dejándonos a la profe de portugués y a mí boquiabiertas. 

En homenaje a Eleanor y a todas las personas solitarias que tienen el don de hacer de una canción triste algo mejor, les comparto y les traduzco el siguiente fragmento de ese bello escrito:




Sé que la gente se acostumbra. Pero no debería.


(Marina Colasanti, 
escritora, traductora y periodista ítalo-brasileña)

"La gente se acostumbra a vivir en un apartamento interior y a no tener otra vista que no sea las ventanas de alrededor. Y como no tiene vistas, luego se acostumbra a no mirar hacia afuera. Y como no mira hacia afuera, luego se acostumbra a no abrir del todo las cortinas. Y como no abre las cortinas, luego se acostumbra a encender más pronto la luz. Y a medida que se acostumbra, olvida el sol, olvida el aire, olvida la amplitud.

La gente se acostumbra a levantarse por la mañana sobresaltado porque es la hora. A tomar el café corriendo porque va retrasado. A leer la prensa en el autobús porque no puede perder el tiempo del viaje. A comer un sándwich porque no hay tiempo para almorzar. A salir del trabajo porque ya es de noche. A dormitar en el autobús por estar cansado. A acostarse temprano y dormir profundo sin haber disfrutado del día.

(...)

La gente se acostumbra a esperar el día entero y escuchar al teléfono: "Hoy no puedo ir". A sonreír a la gente sin recibir una sonrisa de vuelta. A ser ignorado cuando necesitaba tanto ser visto..."








A boca de jarro



jueves, 15 de octubre de 2015

Una buena idea de ... Proust




(Traducción y adaptación de un artículo original de Alain de Botton, en The Independent, Cultura, domingo 23 de octubre de 2011.)

    En el París de los años 20, había un periódico llamado L'Intransigeant que ostentaba cierta reputación de publicar noticias de investigación, chismes urbanos, clasificados variados y editoriales incisivas. También tenía por costumbre lucubrar grandes preguntas y pedirle a las celebridades francesas que enviaran sus respuestas. "¿Cuál piensa que sería la mejor educación para su hija?" fue una. "¿Tiene alguna sugerencia para mejorar la congestión del tránsito parisino?" fue otra.
En el verano de 1922, el periódico formuló una pregunta particularmente elaborada para sus contribuyentes. "Un científico anuncia que llega el fin del mundo. ¿Cómo cree Usted que la gente se comportará desde el momento en que recibe la noticia y el del apocalipsis? ¿Y qué haría Usted en sus últimas horas?"
Las celebridades que respondieron incluían una quiromántica, una actriz, un político, y un solitario y bigotudo novelista que había pasado los últimos catorce años tirado sobre una cama angosta bajo una pila de frazadas escribiendo una novela inusitadamente larga. A partir de la publicación de su primer volumen en 1913, En busca del tiempo perdido había sido exaltada como una obra maestra. La crítica había comparado a Marcel Proust con Shakespeare y Stendhal, y una princesa austriaca le había ofrecido su mano en matrimonio. Entusiasmado por contribuir al periódico, y en el mejor caso un hombre solidario, Proust envió la siguiente respuesta, que bien puede ayudarnos a nosotros a lidiar con nuestras ansiedades apocalípticas: 



"Yo pienso que la vida de pronto nos parecería maravillosa si sintiésemos la amenaza de que vamos a morir mañana, como algunos dicen que sucederá. Piense en cuántos proyectos, viajes, romances, estudios, ella - nuestra vida - nos esconde, ocultos debido a nuestra propia haraganería que, segura de su futuro, los pospone incesantemente.



Pero haga Usted de esta amenaza un imposible y verá qué bella ella se pone nuevamente ¡Ay! Si tan solo el cataclismo pasara de largo esta vez, seguro no nos perderíamos la oportunidad de visitar las nuevas galerías del Louvre, ni de caer a los pies de aquel amor de nuestros sueños, ni de hacer ese viaje a la India.


El cataclismo no sucede y entonces nosotros no hacemos nada de todo eso porque nos encontramos de nuevo en la zona de confort de nuestra vida cotidiana, donde la negligencia adormece el deseo. Aun así, no habríamos necesitado del cataclismo para amar la vida tal como es hoy. Habría bastado con pensar que somos humanos y que la muerte puede llegar esta misma noche."


Marcel Proust


Aquí, una bella lectura de esa respuesta de Proust 
por el actor británico Alan Rickman:




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