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Mike Stilkey |
"Recuérdese la pobreza de los Infiernos que han elaborado los
teólogos
y que los poetas han repetido; léase después este cuento."
Jorge Luis Borges
“Por qué eligió este cuento Jorge Luis Borges”,
El Hogar, 26 de julio de 1935.
Villa Pueyrredón tiene su biblioteca. Y sin lugar a dudas el mejor libro de la Biblioteca Vecinal Buena Lectura de Villa Pueyrredón es el que nunca se escribió en torno de la vida de su legendaria bibliotecaria. Muchas son las historias que sobre ella se cuentan en el barrio, y al posar mis ojos sobre ella aquella tarde nublada en la que decidí dejar de pagar una exorbitancia por best sellers de librería y volver a mis hábitos de tiempos de estudiante para pedir buenos libros prestados, me di cuenta de que todas ellas merecen ser contadas aunque es posible que ninguna sea cierta.
Se cuenta en el barrio para quien quiera oírlo que en sus años mozos y estando embarazada de ocho meses, esta mujer descubrió que su marido la engañaba mientras se preparaba para asarle un pollo que acababa de sacar del freezer, y - tal como sucede con un cordero en una historia de Roald Dahl - de tanta indignación ante semejante noticia en su estado, cuando volvió su marido a casa del trabajo, se lo estroló a medio descongelar por la cabeza. La policía nunca logró dar con el arma homicida porque se la cenó al horno y con papas en casa del occiso y de su viuda como si tal cosa y sin la más pálida sospecha de tan tranquila que ella estaba.
Cuentan también las malas lenguas de Villa Pueyrredón que después de eso la bibliotecaria ya de hombres no quiso saber nada. Entonces, cual una Sor Juana posmoderna y madre soltera, hizo votos de castidad y de abstinencia y puso toda su líbido en la fervorosa lectura de los libros de la biblioteca que como monja guardiana custodiaba. Fue en verdad por su memoria que la bibliotecaria se convirtió en una leyenda, y los cuentos sobre el tema han adquirido la estatura de hipérbole con patas. Al decir de los habitués más leídos de la biblioteca, en sus horas solitarias se dedicaba a memorizar las primeras líneas de sus poemas favoritos, y cuando alguien preguntaba por un poeta, ella se los recitaba. La gente también empezó a comentar que la bibliotecaria se había vuelto loca cuando se hizo público y notorio que se llevaba enormes pilas de libros a su casa al concluir cada jornada. Decían que de tanta soledad se había enamorado de los libros que vivía para enumerar, clasificar y ordenar, que los metía a la cama con ella y que cuando hasta su propio hijo se cansó de sus rarezas y se fue de casa, se inventaba mil excusas y ya ni siquiera los prestaba.
Lo cierto es que yo aquella tarde nublada y fría me encontré frente a frente con los ojos gastados de una pobre mujer enajenada por tanto libro y tanto encierro, una mujer dolida y descartada, grismente desencantada, una mujer que quizás alguna vez soñó - igual que yo, igual que tantas - que su vida sería una vida de libro y que la historia de su vida se podría haber condensado en una gran frase literaria. Sin embargo, ya ves lo que son las cosas: su vida resulta ser - como la mía y la de tantas - un plagio al fin, una pieza de sainete de la más pura intertextualidad exagerada.
A boca de jarro