Se nos vende cierto maquillaje que promete ser indeleble, a prueba de agua, waterproof. Pues bien, ha quedado claro como el agua que no existe tal cosa. Pueden intentar maquillar la realidad, delinear números de progreso, alargar las pestañas de plazos para culminar obras de saneamiento que no se cumplen o se hacen mal, tirarse tierra india los unos a los otros mientras se dejan maquillar por profesionales para salir en los medios a mentir descaradamente, aunque siempre bien maquillados, bronceados por soles foráneos que disfrutan a costa nuestra, que les damos el voto para que después metan la mano en nuestra lata, para restringir nuestro derecho a expresarnos, a comprar moneda extranjera que ellos se patinan en lujos que hacen inalcanzables para nosotros, latas ahora más vacías que antes.
El torrente de agua que cayó sobre Buenos Aires el martes pasado borró todo el maquillaje, y aún a oscuras por días y noches, vimos con claridad que estamos desnudos frente a las fuerzas de la naturaleza, desprovistos de sistemas modernos que de algún modo le hagan frente al cambio climático, al boom demográfico y de vehículos en las calles, al desprolijo e irresponsable auge de construcción de edificios en la urbe, con una obsoleta red de desagües pluviales y cloacas, todo atado con alambre, derrochando energía que nos falta en obras consumistas y propagandistas, como el Dot y Tecnópolis, mal construidas, que empeoran lo que ya estaba mal hecho de antes, como la colectora de General Paz, insistiendo desde un ecologismo absurdo en no podar los árboles que en su crecimiento brutal se deshojan tapando todo, arrasando con el cablerío e inundándonos con una lluvia de hojarasca imposible de controlar, con basureros y barrenderos que ahora ganan más que los docentes y andan en auto pero se rascan en el feriado largo mientras todo se tapa de hojas y se apila la basura, con un estado y gobernantes que nos dejan huérfanos, desprovistos de asistencia y vigilancia en los momentos más terribles en los que hay que ingeniárselas para salvar del agua lo que se pierde impensadamente.
Entre tanto, los maquillados se siguen mirando al espejo: la presidenta decreta un fin de semana largo, el más largo en Sudamérica, según ella para fomentar el turismo, aunque habría que honrar la memoria de los muertos y veteranos de Malvinas el 2 de abril de alguna forma más seria que paseando, mientras el diario le canta que hay once millones de pobres: ¿quiénes hacen turismo en esta Argentina? Ella, la primera. En El Calafate. Su vicepresidente, Boudou, en México desde el miércoles de Semana Santa, cuando se paró el país para los ricos, con la excusa de una reunión del G-20. La responsable de la asistencia social del país, Alicia Kirchner, en París, ¿comprando perfume para tapar el hedor? Mariotto, vice de la Provincia, en el sur.
Al principio, cuando la emergencia se limitaba a la ciudad, se relamían: que se jodan Macri y los porteños que lo votaron. Pero el agua trepó a los dos metros en La Plata y en diferentes poblados de la provincia al día siguiente no más, en cuestión de horas, tapando todo, haciendo que flotaran muebles y heladeras y que la gente se refugiara en techos que hasta cayeron desplomados o usara puertas como balsas para salvar ya no sus casas sino sus vidas.
El jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, de minivacaciones otra vez, ya que había aprovechado la entronación papal para hacerse una escapadita a Roma. Esta vez eligió un exclusivo Club Med brasileño para ir a asolearse y descansar. Su vice, de paseo también. El intendente de La Plata, Pablo Bruera, en Río de Janeiro, fingiendo con Tweets y fotos truchas que estaba acá, ayudando a los inundados más castigados por el desastre. Y cuando se lo increpa, se planta y dice que no renuncia ni echa a sus descarados colaboradores. Ya no tienen ni cara para maquillar. No hay maquillaje que oculte la orfandad de esta sociedad que el agua dejó con los pies desnudos, chapoteando en el barro, la mierda de perro, las mojadas hojas secas, las cucarachas y ratas ahogadas, las palomas y cotorras muertas que se convirtieron en plaga en la última década por pura desidia generalizada, y toda la pila de basura que nosotros también, como malos ciudadanos que somos, dejamos tirada en la calle sin aprender al menos a cuidar lo que es nuestro, por nosotros mismos, porque termina obstruyendo los desagües y metiéndose en nuestras casas.
Hemos pasado unos días de pesadilla. Muchos han perdido la vida: más de cincuenta, según la cifra oficial. Perdimos ante todo el sosiego, la paz. También el agua arrasó con bienes materiales inestimables, tanto en barrios de clase media como de mayor poder adquisitivo: el agua no hizo distinción. Todavía ayer, bajo el sol aunque desolados, había en plena Capital Federal gente en la calle secando colchones, muebles, fotos entrañables, documentación valiosa, ropa, electrodomésticos que esperamos vuelvan a la vida, autos abiertos de par en par, arruinados en sus circuitos eléctricos, apilados en rincones insospechados, herramientas de trabajo perdidas. He visto de todo y no precisamente por televisión. Por televisión vi el espanto de La Plata que es indescriptible. Allí si se perdió a lo grande.
Sin maquillaje ni tacos altos salió lo mejor nuestro: la gente que espontáneamente y sin redes de organización en un principio, se arremangó y se movilizó para ayudar con lo que hacía falta antes de que llegaran los maquillados para las cámaras, que se vinieron volando, a repartir agua mineral, leche, alimentos no perecederos, frazadas y pañales. La respuesta anónima y desinteresada de miles de personas que donaron en bolsas lo que tenían en sus viviendas para quien lo necesita fue lo más conmovedor, el único motor que alimenta nuestra esperanza, lo único de todo este caos que debería ser verdaderamente indeleble.
El amanecer del martes me encontró en pijamas en mi living comedor convertido en una pileta de natación. Se perdieron algunas cosas que se recuperarán a fuerza de trabajo, como siempre. A baldazos limpios sacamos el agua, con la ayuda de mis padres de 76 años. No pasó ni un móvil policial, ni la Guardia Urbana que solventamos con nuestros impuestos, ni Defensa Civil, ni los bomberos a dar una mano o al menos a echar un vistazo mientras podríamos haber sido presa de los delincuentes que se aprovechan de esta vulnerabilidad tan clara, clara como el agua. Los vecinos tenían lo suyo de que ocuparse, sus pérdidas que llorar. Un día entero sin luz sacando agua. Y luego otro día sin luz. Y uno más. Se perdió un freezer lleno de comida: la compra de Pascua, de más de mil pesos, terminó medio cocinada bajo la luz de velas y linternas y medio en la basura. Ahora, a reponer con miles de pesos y a prenderle velas a los Santos, si conseguimos, ya que escasean, para que no se vuelva a cortar la luz.
Lo único que se puede pedir es que este torrente salvaje de agua que borra el maquillaje que nos venden como indeleble nos haya limpiado los ojos a nosotros, los ciudadanos que no hacemos turismo en los feriados puente, para poder ver con claridad cómo estamos y qué necesitamos de un estado y un gobierno que a todo nivel, ya que todos los sectores quedaron a cara lavada y luciendo mal, con toda su artificialidad paga a la vista y con los pies embarrados aunque no como los nuestros, demostró ser ineficiente frente a las catástrofes, sin planificación ni logística ante las emergencias que se repiten cada vez de manera más frecuente y alarmante y sin decencia alguna, que es lo peor. Un poder que nos tiene como a hijos huérfanos de mirada, de cuidado, de asistencia real y no proselitista ante desastres naturales que ya se han sucitado y que seguramente se repetirán para nuestro mal. Decretaron duelo nacional por las víctimas y mientras tanto se jugaron partidos del "fútbol para todas y todos" en canchas llenas, donde podría haberse producido un apagón más, con otra masacre como consecuencia, y festivales de rock: ¿quién nos entiende a los argentinos? "The show must go on"....
En sus discursos englosados nos hablan de "la década ganada". Sin embargo, se siente, ahora con sol y volviendo a "la normalidad" en la Capital, no así en La Plata, donde los evacuados son muchísimos y las pérdidas inestimables, que hemos retrocedido una década y que llevaría otra, con toda la inversión pública y la firme decisión política que siguen ausentes, poner a esta Buenos Aires en condiciones vivibles para todos sus habitantes. Mientras tanto se nos seguirá diciendo que va a estar bueno Buenos Aires y se seguirá paseando a los turistas en double-deckers reciclados y destechados para que les saquen fotos a nuestras pintorescas miserias.
A boca de jarro