El párroco de la pequeñísima parroquia de la vuelta de casa a la que
asisto en ocasiones los domingos nos contó en la homilía del domingo pasado,
después de la lectura de la Parábola del hijo pródigo, que hace más de setecientos años se
realizó una reunión para elegir Papa en la que los purpurados no se terminaban
de poner de acuerdo. Así fue como se extendió por largo tiempo. Entonces, para
presionarlos a tomar una pronta decisión, el gobernador a cargo de la ciudad
donde se llevaba a cabo el Cónclave en aquel momento, que recibió
este nombre a partir de este suceso, decidió encerrar bajo llave
a los prelados en el edificio en donde se reunían, de allí que a esta asamblea
se la conozca con el nombre de Cónclave, (del latín "cum
clavis" que significa "bajo llave").
Sin
embargo, lo más jugoso de esta historia no termina ahí. Los Cardenales
indecisos en Viterbo no solamente quedaron encerrados bajo llave, sino que
además, el señor de Viterbo, Alberto de Montebono, hizo realizar una abertura
en el techo del edificio en pleno invierno europeo, y por allí se les
suministraban alimentos racionados a quienes de todos modos se tomaron su tiempo
para arribar a una determinación. A este Cónclave, que comenzó en
el año 1268 y concluyó en el año 1271 para elegir al sucesor de Clemente IV,
por fin se le ocurrió, luego de haber dilatado la nominación enredándose en
discusiones bizantinas, bajo presiones de la política externa y ambiciones de
los poderosos de Roma de turno, que la mejor opción sería ir en busca de un santo que vivía en oración permanente y muy
frugalmente de lo que los lugareños le acercaban para alimentarse en lo alto de
un monte. Este hombre fue nombrado Papa por ser bueno. Pero sólo duró en sus
funciones unos escasos cinco meses, porque no basta con ser bueno, hay que ser
un buen pastor de un gran y disperso rebaño, una guía que ande los mismos caminos que
peregrinamos todos. Aunque este pobre hombre sí logró promulgar la constitución
Ubi periculum, que regula la
clausura de los cardenales para la elección pontífica y consagra
definitivamente la figura del Cónclave como lo vimos realizarse
hasta hace apenas unas horas.
La
cuestión es que HABEMUS PAPAM ARGENTINO, y es justamente en mi pequeña
parroquia donde conocí a Jorge Bergoglio y donde hoy repicaron las
campanas de felicidad ante la noticia para todo el barrio que lo tuvo allí hace
unos meses no más. Una señora me comentó a la salida del templo el domingo que hace unas semanas Bergoglio
concelebró la Misa en su barrio natal de Flores, y al salir, luego de saludar a toda
la asamblea, como es su costumbre, se tomó el subte para volver a la Curia, como hace siempre: es un
tipo que nunca quiso tener auto propio y se maneja en la austeridad del
transporte público, como lo hacemos tantos de nosotros. Además de su admirable
humildad, es un inteligente, agudo, bien formado y estudioso Jesuita, con
entrañas de misericordia y empatía que clama por los más desvalidos, un Jesuita que por
vez primera llega a ser Papa. La elección de este valioso hombre es
un hecho que me ha estremecido hasta las lágrimas por diversas razones. La
primera y más importante es porque se trata de un hombre auténtico, trabajador,
conocedor de la naturaleza humana, sencillo y valiente, que llegó a ser un buen
pastor de nuestra Iglesia emergiendo de la misma clase social a la que
pertenezco, la clase media argentina, en extinción hoy por hoy; un técnico
químico egresado de la escuela pública argentina de excelencia en su momento y
hoy en triste y franca decadencia, hijo de un ferroviario y una ama de casa y formado como sacerdote en el
Seminario de Villa Devoto, mi barrio. Y porque al frente de la Iglesia local ha
desempeñado un rol clave como vocero de las injusticias sociales, la corrupción
imperante y la miseria creciente que le preocupan como a uno más de nosotros.
Por eso lo considero justo merecedor del cargo que se le ha sido
asignado.
La
segunda es que sus palabras se sienten siempre honestas y habla con el corazón
abierto. Se expresa con frases y modismos que usamos nosotros en nuestras
reuniones, en nuestra mesa, quiero decir, habla la lengua de la gente a la cual se
dirige y así se hace entender y arranca sonrisas y asentimiento pleno
en sus alocuciones públicas. Recibe aplausos y ovaciones a los que siempre
intenta acallar, porque no busca ser adulado sino escuchado, aunque muchos
oídos se resisten a sus verdades dichas siempre a boca de jarro. Cuando lo tuve
cerca, le expresé mi admiración por su persona, e hizo un gesto con su mano,
una mano grande y siempre abierta, como para restarle importancia a mis
elogios, y luego me ofreció un fuerte y firme apretón de manos que habló más
que mil palabras y que guardo en mi corazón. Allí estaba la ilusión que hoy se
hizo realidad. Francisco I es un hombre que suele hacer lo que hizo en
su primera aparición pública como Papa: se inclina frente a su grey y pide que
oremos por él. Y también se anima a levantar su índice para denunciar sin miedo
lo que cree condenable, aún a costas de ser desdeñado por quienes detentan el
poder político.
Y la
tercera es que América Latina merecía tener un Papa salido de sus benditas
entrañas por una vez. Por eso es Francisco I: es el primero de
una larga lista que abre la puerta a una esperanza de cambio para nuestro
convulsionado y estancado mundo. Para mi país también su elección plantea
nuevos horizontes. Yo tan sólo quiero dar testimonio de la alegría de la gente de la
calle, de la gente común, la mía y la de mis familiares, que me llamaron ante el
anuncio conmovidos, gente común que se siente a la vez aún pasmada y orgullosa, aunque sabemos que lo que le espera no es tarea fácil. Como dijo
otro sacerdote que vi por televisión hoy y al que también conozco
personalmente, confiamos en que Dios le concederá la gracia y sabemos que todos
deberemos pedir que le conceda las fuerzas necesarias que Benedicto no tuvo
para llevar la enorme y compleja labor que se le ha encomendado a buen puerto.
¡Que así sea!
Oración
Simple
Señor:
Haz de mí un instrumento de tu paz,
Donde
haya odio, ponga yo amor,
Donde
haya ofensa ponga yo perdón,
Donde
haya discordia, ponga yo unión,
Donde
haya error, ponga yo verdad,
Donde
haya duda, ponga yo fe,
Donde
haya desesperación, ponga yo esperanza,
Donde
haya tinieblas, ponga yo Tu luz,
Donde
haya tristeza, ponga yo alegría.
Oh,
Maestro:
Que
no me empeñe tanto en ser consolado, como en consolar,
En
ser comprendido, como en comprender,
En
ser amado, como en amar.
Porque
dando se recibe,
Olvidando
se encuentra,
Perdonando
se es perdonado
Y
muriendo se nace a la Vida.
San Francisco de Asís
A boca de jarro