Esta elegía es para mi Javier,
idealista empedernido,
historiador inspirado,
maestro hacedor de la historia mía
y artífice de mis mejores utopías.
Ir por la cabeza del Moro,
de madrugada, en puntillas,
furtiva y secretamente,
escoltada por su gente,
que con pasión la defiende,
con manos heridas de hija
con hambre y sed de justicia
- la poética y divina -
a rescatar del cadalso
a la cabeza del Santo
que por Padre dio su sangre.
¡Qué bella Utopía sería!
No la leyenda: la mía...
Padre que había estampado
su digna firma de Santo
a favor de los derechos de la reina de Aragón
contra la lascivia de una Bolena usurera,
en férrea oposición
a la anulación ilícita
de un matrimonio real y sagrado
- el Moro y su diestra pluma,
a quien en franca traición, una vil subyugación
no logran avasallar en su lealtad
al bien supremo ni a su fe inquebrantable.
¡Qué locura corajuda,
Santa sanidad de padre!
Y quien fue decapitado
por oponerse - estoico,
cual hierro caliente en su eje,
de perenne apego al bien -,
a la figura de quien
coronado oprobio fue
para una Inglaterra fiel
a los Siete Sacramentos,
a la lujuria del rey
que reinaba, sucio, entre sábanas.
¡Un lascivo amoral
que por seis esposas fue!
Fue la cabeza del Moro
la que por un mes quedaría expuesta,
ya desmembrada del cuerpo
de sus vísceras vaciado,
de sus bienes despojado,
de su dignidad privado
luego de ardua agonía
junto a la Torre de Londres
donde reo y cautivo penó
y donde del copón de oro,
que era su mayor tesoro,
bebió y brindó por última vez.
- "Le ruego, Señor Verdugo, ayúdeme Usted a subir,
que para bajar he de arreglármelas solo."
Y como en todo viaje
profético, iniciático y poético,
del padre se va hacia al hijo:
y en este singular caso, a su hija,
una digna Juana de Arco,
pero de nombre Margarita en pleno Renacimiento, (1535, era de Cristo, no less...)
para limpiar el escarnio
y el linaje de su padre
habilitado arteramente
hasta por el mismo Cromwell
y la complicidad de Cranmer.
Muere Moro: filial sirviente del rey,
mas, ante todo, mártir, hijo de Dios Padre.
Llegamos aquí al principio
que es como se ha de acabar...
De la cabeza del padre
rescatada por su hija
poco y nada hoy se sabe:
un puñado borroneado
de huellas sobre la tierra.
En este precioso cuento
los protagonistas son hombres y son rivales:
un epicúreo salvaje y un sufrido humanista,
como suele pasar siempre en nuestra Literatura...
No habrá ni gloria ni hoguera para la hija de Moro:
solo anónima leyenda y un tesoro invaluable.
Es la hija quien de verdad conoce, y calla,
del santo ungido su verdadero destino
y del destino de toda una Britannia perdida,
y de la cabeza del Santo
que rodó ensangrentada
y a la cual ella salvó
ya por cuervos lacerada.
Ella es la reina real de esta historia,
la de su padre y la de su ancestría toda,
la que, a pura valentía y sobornando a un ruin guarda cárcel,
logra honrar su memoria...
Así se autoconsagró reina, sacerdotisa y profeta,
y a la cabeza del Moro en óleos santos ungió.
La hija quien finalmente
del copón pudo adueñarse
para beber de su gloria,
de esa casi ni el nombre figura
en los los libros de historia
escritos por quienes supuestamente triunfan...
Pero a mí, a mí se me hace,
-casi borgianamente, chaucerianamente,
trágicamente, diría, escribiendo aquí en mi Canterbury,
y a riesgo de no equivocarme -,
que esa hija he de ser yo.
Para mi Tomasa Moro,
con filial y verdadero amor.
A boca de jarro
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