Dicen los que saben acerca de la naturaleza humana, como decía mi abuela materna, y como me enseñó a pensar su única hija, mi mamá, a quienes les estoy profundamente agradecida por haberme legado el sentido común, que todo lo que somos en esencia lo llevamos pintado en la cara desde pequeños. Con los años se aprende a verlo claramente. Se me podrá tildar de prejuiciosa, pero estoy convencida de que, sobre todo después de cierta edad, nuestra cara revela todo lo que somos, para bien y para mal.
Ayer, observando ciertas caras de adultos que nos representan por televisión, gente que seguramente nunca me cruzaré por la calle, ni en una tienda, ni en un restaurante, ni en un viaje, se me abrieron los ojos a esa sabiduría de la que habla la gente simple, como era mi abuela, como mi mamá.
Para colmo, al devenir adulto y al vivir inmerso en una sociedad de consumo, se pierde la inocencia y se aprende a mirar más que la cara: se mira la ropa, su brillo, su textura; los zapatos, la fineza de su cuero y de su hechura; se imagina el aura del buen perfume importado. Se detienen los ojos propios en sus gestos, en sus ampulosos teléfonos celulares, en sus exorbitantes joyas, sus retoques estéticos y sus detalles caros. Se ve tanto a través de esos detalles, tanto más que lo dicen sus discursos televisados. Se llega a palparles el bolsillo. Entonces no hace falta que nos informen lo que roban y han robado con total impunidad: lo vemos aún sin jamás haber visto ni poder siquiera imaginar tanto dinero junto como el del que se habla.
Son caras que hablan de vacuidad espiritual, de ambición desmedida, de amor por el poder, el dinero y la ostentación, de egolatría y engreimiento, de lujuria, de falta de escrúpulos y de vergüenza, de ganas de atropellar a todos en nombre de ese poder que pretenden perpetrar para ser cada vez un poco más impunes en sus indecentes miserias.
Los ojos dicen mucho: hay también ojos transparentes, que dejan al desnudo emociones nobles y genuinas, que llevan gafas simples, para ver más claro, como las que compramos en la óptica de la vuelta de casa. Hay además miradas limpias que se sonríen y que transmiten la paz de las conciencias que los dejan dormir tranquilos.
Los ojos dicen mucho: hay también ojos transparentes, que dejan al desnudo emociones nobles y genuinas, que llevan gafas simples, para ver más claro, como las que compramos en la óptica de la vuelta de casa. Hay además miradas limpias que se sonríen y que transmiten la paz de las conciencias que los dejan dormir tranquilos.
En cambio, otras miradas son opacas, como intentando ocultar esos rasgos oscuros que todos tenemos, aunque en ellos se han oscurecido más, dejando al alma desnuda en las sombras en las que habitan, sombras que habitan toda alma humana, aunque afortunadamente en muchos quede velada a pura fuerza de luz. Y no hay gafas oscuras que oculten la oscuridad de sus más íntimos deseos, por más lujosas que sean.
Hoy saldrán muchas caras a la calle de mi ciudad y de mi país. Imagino que la mayoría serán caras anónimas de gente común que aún tiene sueños y no desea que se los roben, gente que trabaja a mano limpia para conseguir lo que tiene y que se entera de que estas otras descaradas gentes andan juntando millones con manos enfundadas en guantes en bolsas que van pasando de mano sucia en mano sucia hasta ponerlo a resguardo en algún puerto que asumen seguro. Dinero espurio que brota con la podredumbre de la alcantarillas cuando llega el temporal, y que, para su mal, no se pueden llevar con ellos cuando les llega la hora final, por más que construyan obscenas bóvedas en vida o despúes de muertos para resguardarlo.
Esta tarde noche saldré sin temor, a cara lavada, con mi familia, la que vive aquí y la que creo con el alma está en otro lugar mejor y vive en mi corazón, a cacerolear en protesta, con esas cacerolas viejas que me legó mi abuela de su humilde y noble cocina, la que alimentó mi dignidad, para que llegue el laterío a las orejas ensordecidas de soberbia de esas otras caras que ayer vimos por televisión en su intento por perpetuar su impunidad. Será un mar de ojos, caras y manos. Asumo que se verán las ganas de luchar en paz por la dignidad en las caras con las que me encuentre entre el ruido y el destello de las cacerolas de la gente de mi pueblo. Porque, como reza el eslogan del gobierno nacional, Argentina es un país "de buena gente", todavía y a pesar de todo. Pues bien: se los haremos saber, una vez más, en la cara.
A boca de jarro