Goyo había caído enfermo y andaba como un preso castigado deambulando a paso lento por la casa. Una hepatitis. Ni ganas de leer le quedaban al pobre después de varios días de fiebre alta, con un calor de perros y la invisible explosión de cohetes en el pesado aire. Su hermano más chico, Mariano, y su madre vagabundeaban por Adrogué sin saber bien qué hacer para llenar las horas de aquel interminable día del mes de diciembre que pasaría a lo más alto de los anaqueles de la historia familiar en la casona donde habían nacido cinco varones y donde se aburrían unos a otros con ahínco a diario: sólo los libros los salvaban. Y rompió aquella calma chicha el timbre. Corriendo fue el menor de los cinco a espiar por la cerradura para ver si era el cartero que traía alguna tarjeta navideña de los parientes de la provincia, pero no. Era un viejo con un ojo medio revirado, y entonces, como le habían dicho un millón de veces, no abrió la puerta para ver qué se le ofrecía al extraño señor de cabello engominado. Pero el señor insistió con otro timbrazo y suaves golpecitos de su bastón sobre el portón del frente, la curiosidad infantil le ganó la pulseada a la prudencia de las órdenes maternas y se entornó la pesada puerta blanca:
-Sí señor, dígame, ¿qué se le ofrece?
-Vengo a visitar a Goyo. Soy Jorge Luis Borges. Seguro Goyo ha de ser tu hermano mayor. Él concursó en televisión contestando preguntas acerca de mis libros en ese programa tan afamado, Odol pregunta. Allí lo conocí y he venido a verlo. ¿Se encuentra tu madre para explicarle?
Volando fue Mariano a llamar a la madre, que se había tirado un rato sobre un sillón a la fresca en la sala de lectura con un libro y una taza de té helado. A la mera mención del nombre que hasta Mariano, con sus cinco añitos, conocía bien, nombre que figuraba en varios libros que habitaban la casa y que le había dado a su hermano mayor el dinero tan ansiado para comprarse ese caballo tan deseado, a la madre se le cayó la taza de la mano.
-¿Borges? ¿Borges, acá en la puerta, decís? ¿Estás seguro, Mariano? A ver, dejame ver.
Y era Borges nomás. Con su bastón de dandy porteño, un traje clarito y liviano y zapatos al tono. Colgando del dedo índice de la mano que no asía el bastón traía un paquete de macitas de la confitería Las Delicias atado con una cinta riboné color amarilla, como si portara una bandera que anunciaba que venía en son de paz y que este general de ciegas guerras con las palabras era el elegido heraldo de la visible y luminosa insignia de quien se había bajado del caballo al que nunca se había subido ni se subiría jamás.
La madre se sonrió y se arregló disimuladamente la blusa que llevaba medio desprendida en la penumbra del zaguán.
- ¡Ay, pero qué sorpresa tan inesperada, qué alegría, qué honor! Pase, Maestro, por favor. Goyito está en cama ahora. Se pescó una hepatitis los últimos días de clase y anduvo con fiebre alta por estos días. Pero pase, por favor, póngase cómodo, siéntase como en su casa, faltaría más. Tome asiento. Un momentito que lo voy a llamar.
Un risueño y entrador Borges insistió en que no se molestara a Goyo ya que no le convenía salir de la cama, que él subiría a su dormitorio, siempre y cuando le pareciera bien a la madre, y charlaría un rato con el pibe para no importunar. La madre se le quedó mirando: no podía creer que el tipo fuese tan sencillo, tan ubicado, y que, encima, tan elegante y tan bien puesto, se fuese a meter al nido de caranchos en el que se debía haber convertido la pieza de Goyo luego de que ella la aseara debidamente esa misma mañana. Se le ocurrió ofrecerse a llevar una bandeja para tomar el té arriba y así obviar la vergüenza que le iba a causar la entrada triunfal del Maestro.
-¡Estupendo!- exclamó Borges - Un buen té para acompañar estas masitas que he traído, pero qué gran idea. Aquí tiene, señora.
Y subieron por la escalera, con las masitas colgando del índice materno diestro ahora, el que mostraba el obvio camino ascendente. Con la otra mano, la madre tocó a la puerta, y Goyo preguntó con vozarrón de pocos amigos qué quería la vieja.
-Acá te vino a visitar Don Jorge Luis Borges, Goyito.
El pibe saltó de la cama y abrió la puerta de un zaque, sin disimular su excitación y sintiéndose totalmente repuesto. Era como ganar el Odol de nuevo, como sacarse la grande, qué se yo, era descomunal, un íntimo deseo jamás expresado pero al fin cumplido: ¡Borges vino al pie, a verme a mi casa de Adrogué! Tanto sabía de los pormenores de sus escritos, de su vida, tantas respuestas correctas que había respondido en la tele "con seguridad" en su "Minuto Odol en el aire", y ahora, por fin, lo tenía para él solo, sentado en la silla al lado de su cama donde había practicado en voz alta y soledad tantas veces para concursar en la tele.
Charlaron de bueyes perdidos, de Adrogué, del colegio de Goyo, de sus planes de hacerse médico y luego viajar. Borges le relató algunas anécdotas de sus viajes, de la casa de Palermo, de su infancia, de sus veranos en ese laberinto amado, arbolado y circular que es Adrogué, perfumado de eucaliptos y suspendido en el silbido de las casuarinas en el viento de la tarde. En eso irrumpió la madre con la bandeja paqueta y las tazas heredadas que se reservan en todo hogar que se precie de tal para las visitas. Se le dio debida apertura al paquete de masas secas y se procedió a la ceremonia sajona que la madre de Goyo conocía bien, por ser de ascendencia irlandesa, la ceremonia del "five o'clock tea" en pleno verano porteño, como si tal cosa.
Fue Borges quien rompió el hielo que no se derretía ni bajo el enorme ventilador de pie de la pieza de Goyo con su recuerdo perenne de su propia madre, quien le había legado ese gusto por el té inglés y por las buenas canciones irlandesas.
-¿Y cuál era su favorita, Don Borges? Le pregunto porque mi mamá me cantaba siempre una que dice más o menos así, a ver si la conoce Usted, y disculpe si no entono del todo afinado:
"Oh Danny Boy,
The pipes, the pipes are calling
From glen to glen, and down the mountainside.
The summer's gone, and all the roses falling.
´Tis you, 'tis you, must go and I must bide.
-Pero, caramba, Señora mía, ¿cómo no la voy a conocer?
Y se pusieron a canturrear juntos, entre lagrimones, la madre, Borges y Goyo, extasiado ya de tantas masitas para el cuerpo y para un alma que grabaría este momento a fuego en su memoria:
"But come ye back
When summer's in the meadow
Or when the valley's hushed and white with snow,
´Tis I'll be here in sunshine or in shadow.
Oh Danny Boy, Oh Danny Boy, I love you so."
"Sólo una cosa no hay. Es el olvido."
"Sólo una cosa no hay. Es el olvido."
"Everness", El otro y el mismo, Jorge Luis Borges, 1964
"OH DANNY BOY" - A CELTIC SONG, AS IT SHOULD BE,
by Trio Canig (Welsh Vocal Trio)
A boca de jarro